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Las Catilinarias



Las Catilinarias[1]​ forman un conjunto de doce ensayos publicados por el escritor ecuatoriano Juan Montalvo en Ecuador entre 1880 y 1882. Estos escritos tenían como finalidad realizar una crítica hacia el dictador Ignacio de Veintemilla, general que ocupaba el poder en Ecuador desde 1876.

Montalvo tuvo la oportunidad de conocer bien a Ignacio de Veintemilla durante el destierro de ambos en Shumiral. El escritor ambateño era retraído, mesurado y falto de tacto social, aparte de que estaba acosado a diario por la pobreza. Por el contrario, Veintemilla era extremadamente sociable, daba rienda suelta a sus vicios y le despreocupaba el dinero, pues lo recibía de casa. Así, nació de Montalvo un inmenso desprecio hacia el general quiteño.[2]

Durante el gobierno de Antonio Borrero Cortázar, se le confió la zona militar del Guayas a Veintemilla. El 8 de septiembre de 1876 el general quiteño se declaró “Jefe Supremo” y depuso al entonces mandatario, a pesar de que el 30 de agosto del mismo año le había manifestado su lealtad y servicio a través de una carta. Montalvo, con serenidad y mesura, criticó los acontecimientos, razón por la cual Veintemilla mandó a apresarlo en horas de la madrugada, para luego desterrarlo a Panamá.

Gracias a la presión de Pedro Carbo, pudo Montalvo regresar al Ecuador, donde permaneció alejado de la oposición activa. Sin embargo, reanudó su lucha política tras los asesinatos por envenenamiento del Arzobispo Checa de Quito, en julio de 1877, y de Vicente Piedrahíta, en septiembre del mismo año, atribuidos por la opinión pública a Veintemilla.[3]​En varios panfletos dio a conocer los males que trae consigo una dictadura y abogó por la libertad de Eloy Alfaro, convirtiéndose pronto en el centro de la oposición. Consciente del peligro que corría como opositor, decidió abandonar el país, rumbo a Ipiales. Podría conjeturarse Montalvo ya había comenzado a escribir Las Catilinarias con anterioridad a este exilio, posiblemente en Ambato o Baños, continuando su obra en Ipiales.[4]

Montalvo consideró que Ipiales no era el lugar apropiado para la publicación de su obra y viajó a Panamá. Allí, gracias al apoyo de Alfaro, publicó su primera catilinaria a comienzos de 1880. Durante ese año publicó cuatro más, y algunos periódicos hispanoamericanos reprodujeron trozos de las Catilinarias, como es el caso de "La Patria", de Bogotá, "La Estrella", de la ciudad de Panamá, entre otros. En enero de 1882 se publicó la duodécima y última catilinaria.[5]

Durante los doce ensayos que componen la obra, Montalvo va realizando una despiadada crítica a la figura de Veintemilla al que tacha de inculto y salvaje. Va elaborando también una descripción de la sociedad ecuatoriana de su tiempo, sin ahorrar críticas a otros políticos o a sectores del clero. Encontramos además numerosas referencias a la sociedad europea de la época, que Montalvo conocía muy bien por haber residido varios años en España y Francia. También son frecuentes las citas a obras literarias y a episodios mitológicos para completar la crítica a Veintemilla.

El título lo toma de Cicerón y su famosa perorata hacia Catilina ("¿Hasta cuándo Catilina, abusarás de nuestra paciencia?"); extrapolándola la política ecuatoriana; algo así como arengado y preguntando a Ignacio de Veintemilla: "¿Hasta cuándo Ignacio, abusarás de nuestra paciencia?". Cada capítulo contiene, a su vez, "el mote de la empresa de Don Fernando el Católico": "Tanto monta, monta tanto".

La primera catilinaria trata de la libertad, las leyes, la disciplina y el orden, a la vez que, muy sagazmente, da lecciones léxicas al discutir algunos fenómenos fonéticos o al exponer palabras mal usadas. En la segunda define lo que es tirano y tiranía. En la tercera instiga a que el pueblo, especialmente el de Guayaquil, se levante y deponga al gobierno. Hace también un recuento de los dictadores hispanoamericanos. La cuarta catilinaria acomete contra Urbina y Borrero. La quinta catilinaria es moralista; dice Montalvo que "Cada vicio es una caída del hombre" y luego analiza algunos de ellos. En la sexta, Montalvo defiende el propósito de su obra, y discute el concepto de civilización y barbarie.[6]

En la séptima catilinaria, con espíritu didáctico, presenta las ventajas de la educación, y analiza el sistema educativo, comparándolo con aquel de otros países. Nota que "el clero ha sido factor positivo en el desarrollo de la educación en muchos países, mas no en el Ecuador donde por el contrario ha servido de óbice al desarrollo libre del pensamiento".[7]​ Termina esta catilinaria reproduciendo un discurso de su autoría en el que se aboga por los derechos de la mujer. En la octava, además de continuar tratando el tema de la educación, se preocupa de recalcar los bienes de la cultura. En la novena se refiere a los centros de educación. En la décima y undécima enviste con fervor contra Borrero. En la última catilinaria discurre sobre las edades, elogia la juventud, e instruye al soldado con agudo proselitismo de ganarse la voluntad de éste para derrocar al gobierno.[8]

Montalvo procuraba ser justo y no acusaba a sus adversarios de delitos que no cometieron. Por poner un ejemplo, cuando se enteró en Ipiales de rumores de un asalto a los fondos públicos, por parte de Veintemilla, escribió a su fraternal amigo Rafael Portilla: "Es preciso que seamos exactos en los cargos: deseo saber a ciencia cierta qué hay en esto, con las cantidades fijas. No olvide por nada este punto ni lo exajeren [sic], ni lo desfiguren".[9]

Entre los numerosos pasajes de esta obra que vituperan a Veintemilla, podemos destacar la segunda catilinaria. Montalvo distingue entre los tiranos y los simples malhechores, afirmando que Veintemilla pertenece a este segundo grupo, por las cosas que hace y sus cualidades de bribón. Luego se refiere a los pecados capitales, indicando que Veintemilla sufre de cada uno de ellos:

Se dice que Miguel de Unamuno llegó a asegurar que un pasaje de la sexta catilinaria le hizo temblar hasta las últimas raicillas de su alma, al extremo de que se le asomaron las lágrimas: "Desgraciado el pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano, donde los estudiantes no hacen temblar al mundo!".[10]​ También, al recordar su lectura de esta obra, expresó:

Benjamín Carrión, al referirse a Las Catilinarias comentó:



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