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Las sirenas del alma



Las sirenas del alma es una novela del escritor español César Fernández García. Se trata de un thriller psicológico, basado en el suspense, cuya primera edición fue publicada en noviembre de 2009 por la editorial Algar (colección Algar joven).[1]

El romanticismo y el terror se dan la mano en Las sirenas del alma. La ubicación se centra en la isla canaria de La Gomera, donde la tradición desempeña un papel clave dentro de una trama propia de las novelas de misterio.[2]

La herencia genética de Ibaya, una bruja de hace más de 500 años, desata el horror en un tranquilo pueblo de La Gomera. La amistad, el sentido del bien, la investigación de los antecedentes históricos, el autoconocimiento, la lucha contra el mal exterior e interior, la defensa de la dignidad humana y el amor son las armas contra el fatal legado de Ibaya.[3]

Alfredo es un fotógrafo al que se le ha encargado realizar fotos para una nueva guía de la isla de La Gomera. Ha alquilado una casa en las afueras de Antijana, un pueblo de La Gomera. Antijana fue escenario de abundantes ritos por parte de los brujos guanches que adoraban al diablo (llamado Hirguan por los guanches de la isla de La Gomera). De aquellos brujos surgieron los airam (“río de fuego” en lengua guanche), una variante de los vampiros pero con una nota característica: durante el día llevan una existencia normal como vecinos más. Nadie deduciría su auténtica naturaleza viéndole comprar en el mercado o comer en una taberna.

Una noche Alfredo comprueba que, tras la ventana de su habitación, hay un rostro repulsivo. En un principio considera que se trata de una broma de los jóvenes del pueblo, ya que les quedan dos semanas escasas para la fiesta de San Juan. Se trataría de un susto para el único turista que pasaba la noche en Antijana.

El fotógrafo sale a la calle para hallar a los bromistas. Tras buscar por las calles, se adentra por un pinar. Encuentra a un grupo de jóvenes que entonan un himno tétrico de palabras incomprensibles. Rodean a Alfredo. Una joven le muerde en el cuello, los demás lo atacan… y Alfredo muere. Sobre el cadáver, el lúgubre himno se mezcla con unas risas histéricas.

Una semana después, Nuria alquila otra casa en Antijana. La Universidad de Salamanca la ha becado para que pase unos días en el escenario de su tesis doctoral, titulada “Brujería durante el siglo XVI en la isla de La Gomera”. El tema no le resultaba interesante. Sin embargo, don Vicente, su director de tesis, le había dado muchas facilidades. No sólo libros y artículos, sino que también le había proporcionado acceso a esa biblioteca de Antijana, que era privada. El día anterior a que Nuria tomara el avión hacia La Gomera, notando que su alumna no iba muy convencida, la había intentado animar.

Nuria empieza su investigación. El alcalde Antonio Piqué le da las llaves de la biblioteca. En ella, encuentra numerosos volúmenes dedicados al tema de su tesis. Se documenta sobre Ibaya, una bruja cuya sangre corre de generación en generación según la tradición popular de La Gomera. Sus investigaciones también la llevan a visitar las ruinas de un tagoror, una construcción circular donde los indígenas guanches celebraban reuniones antes de la Conquista y que, incluso en el siglo XXI, producen recelo a los gomeros de Antijana. Aquellas piedras despiden todavía una energía que Nuria percibe y que la remueven por dentro.

Al tiempo, la doctoranda se hace amiga de dos hermanos: Verónica y Eduardo. La creciente relación afectiva con el joven le ayuda a superar sus propios miedos. Sobre todo, los interiores porque, cuanto más investiga para la tesis, más removida se siente. Tanto que terminará pensando que en sus venas hay sangre de Ibaya. Si no fuera así, ¿por qué sabe dónde está enterrada la sortija de Ibaya? ¿Por qué tiene visiones de sucesos que pasarán en la realidad? Pero estas preguntas dejan paso a otra más angustiosa: ¿Por qué dio “la casualidad” de que empezara esa tesis? O, más allá todavía: ¿podrá vencer sus inclinaciones heredadas?

Las sorpresas sobre la verdadera identidad de algunos de sus conocidos son continuas. Los miedos van creciendo. La noche de la fiesta de San Juan se aproxima. Pero Eduardo está con ella para lo bueno… y para lo malo. La noche fatídica del 24 de junio los airam los persiguen. Eduardo y Nuria se esconden en una ermita. Fuera, está el peligro de aquellos seres infernales. Pero, dentro, está el mayor peligro. El mundo interior de Nuria, que se debate entre dos polos opuestos.[4]

Lo más destacable del estilo es que, aunque abierto a cierto lirismo, prescinde de retórica. Lo que importa es ser eficaz a la película que se pretende proyectar en la mente del lector.[5]​ De ahí que las características más sobresalientes sean:

El universo de Las sirenas del alma se compone de una constelación de mitos que procuran representar la realidad.[8]​Proceden de tres culturas distintas:

El tiempo interno de la novela, que transcurre linealmente y sin apenas flashbacks, abarca un par de semanas. Desde la muerte del fotógrafo hasta la venida de Nuria a La Gomera transcurre una semana. Del tiempo externo sabemos que la última escena se produce la noche del 24 de junio, durante la fiesta de San Juan, de una época contemporánea al lector.

El espacio es real y se circunscribe a la isla de La Gomera que, con su paisaje tan propicio al misterio, modela la psicología de los personajes,[14]​ imprime autenticidad, tiene valor por sí mismo y es factor de cohesión durante los 20 capítulos. Además del ficticio pueblo de Antijana, Nuria visita en guagua la ciudad de San Sebastián de la Gomera, donde está el Museo de Arte gomero. Se cita el parque nacional de Garajonay, el Valle Gran Rey, el pueblo gomero de Las Toscas… Frente a estos espacios exteriores, los interiores sirven para enfatizar los conflictos psicológicos, como en los momentos en que Nuria está en su habitación asimilando su inesperado mundo interior.

Las ruinas de un tagoror desempeñan un papel clave en la novela. Nuria percibe la energía que estas piedras de lo que fue una compleja construcción circular destinada a reunión por motivos religiosos. Para los habitantes de Antijana, es un lugar maldito. Según las crónicas, aquellas piedras habían sido testigos de actos abominables durante los siglos XV y XVI. Bajo la oquedad de una de aquellos pedruscos, llega a oír una especie de risa. La vida que sigue latiendo en el espacio del tagoror se resume en este fragmento del capítulo 13:

Nuria contempló las ruinas. Los pedruscos se asemejaban a fantasmas que fingían reposar. Era como si las piedras tuvieran una palpitación propia, un latido lento pero lleno de una terrible vitalidad.”

La complejidad de los protagonistas (sobre todo, de Nuria) crece a lo largo de la novela. El lector va conociendo a los actantes a través de breves elementos descriptivos que manejan la etopeya, la prosopografía y detalles tan significativos como cargados de símbolo. A partir del diálogo y de su forma de expresarse, sabemos de sus características.

Sobre 20 capítulos se sostiene la organización interna de Las sirenas del alma. Detectamos siete núcleos temáticos:

El pasado constituye el prólogo del presente.[15]​ Cuanto ha ocurrido antes de nosotros, forma parte de nuestras vidas y condiciona nuestra realidad. En ese sentido, observamos cuanto sucedió en el siglo XVI pervive en el pequeño pueblo de Antijana. Sin embargo, esto no implica determinismo. El ser humano está influido por sus circunstancias y herencias, pero no está determinado. Es libre para vencer sus inclinaciones, como es el caso de Nuria con la herencia genética que arranca desde Ibaya. Existen apoyos en el proyecto de vida que cada uno ha de darse, como se aprecia en Las sirenas del alma. Encontramos, al menos, cinco apoyos:



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