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Mala suerte



La suerte en español puede ser definida como el resultado positivo o negativo de un suceso poco probable. Hay por lo menos dos formas a los que se puede referir cuando se utiliza el término, en los que varían desde percibir suerte como una cuestión del azar, hasta atribuir a explicaciones de fe o superstición, como la organización sobrenatural de los sucesos afortunados y desafortunados.

Una aproximación racionalista a la suerte incluye la aplicación de las leyes de la probabilidad y la elusión de creencias acientíficas. El racionalista siente que la creencia en la suerte es el resultado de un razonamiento pobre o pensamiento ilusorio. Para un racionalista, un creyente en la suerte comete la falacia lógica post hoc:

En la visión racionalista del mundo, la probabilidad sólo está afectada por relaciones causales confirmadas. Que un ladrillo caiga sobre una persona que camine bajo él, por tanto, no está en función de la suerte de dicha persona, sino que es el resultado de la colección de ocurrencias comprensibles (o explicables). Estadísticamente, cualquier persona que camine bajo el edificio tenía probabilidades de que le cayese el ladrillo.

Un acercamiento racionalista alternativo a la suerte es contrastarla con el control. La suerte es lo que sucede más allá del control de una persona. Este punto de vista incorpora fenómenos que son acontecimientos accidentales, por ejemplo el lugar de nacimiento de una persona, pero en los que no hay incertidumbre alguna o esta es irrelevante. Dentro de este marco pueden diferenciarse tres tipos de suerte:

Tanto la falacia del jugador como la falacia inversa del jugador explican algunos problemas de razonamiento de las creencias comunes en la suerte. Ambas implican negar la impredicibilidad de los sucesos aleatorios: «No he lanzado un seis en toda la semana, así que seguro que lanzaré uno esta noche.»

Hay también una serie de creencias espirituales o sobrenaturales sobre la suerte, variando ampliamente de unas a otras, aunque la mayoría coinciden en que puede influirse en la suerte con medios espirituales realizando ciertos rituales o evitando ciertas situaciones.

Una de estas actividades es la oración, una práctica religiosa en la que esta creencia es especialmente fuerte. Muchas culturas y religiones de todo el mundo ponen un especial énfasis en la habilidad de las personas para influir sobre su suerte por medios rituales, a veces incluyendo sacrificios, presagios o hechizos. Otros asocian la suerte con un fuerte sentido de superstición, es decir, una creencia de que ciertos actos tabú o benditos influencian la forma en que la suerte les favorecerá en el futuro.

Carl Jung definió el principio de sincronicidad como la «ocurrencial temporalmente coincidente de sucesos acasuales». Jung describió las coincidencias como un efecto del inconsciente colectivo.

Las religiones judeocristiana e islámica creen en la voluntad de un ser supremo más que en la suerte como principal influencia en los sucesos futuros. Los grados de esta divina providencia varían ampliamente de una secta a otra, pero la mayoría la reconocen como una influencia parcial, si no completa, sobre la suerte. Estas religiones, en sus primeras etapas de desarrollo, contuvieron muchas prácticas tradicionales por sus razones. Todas ellas, en diferentes épocas, aceptaron los presagios y formas prácticas de sacrificios rituales para adivinar la voluntad de su ser supremo o para influir sobre su favoritismo.

Las religiones mesoamericana, como las de aztecas, mayas e incas, tenían creencias especialmente fuertes sobre la relación entre rituales y la suerte. En estas culturas, el sacrificio humano (tanto de voluntarios como de enemigos presos) era considerado una forma de complacer a los dioses y ganar sus favores para la ciudad que ofrecía el sacrificio. Entre los mayas, que también creían en las ofrendas de sangre, los hombres o mujeres que querían ganarse el favor de los dioses para atraer la buena suerte se hacían cortes y vertían su sangre sobre el altar de los dioses.

Muchas religiones africanas como el vudú y el hudú tienen fuertes creencias en la superstición. Algunas de ellas incluyen la creencia de que terceros pueden influir en la suerte individual. Las chamanes y brujas son amados y temidos por su habilidad para proporcionar buena o mala suerte a los que viven en pueblos cercanos a ellos.

Algunos fomentan la creencia en la suerte como una falsa idea pero que pueden derivar en pensamiento positivo y alterar las respuestas de uno a mejor. Otros, como Jean Paul Sartre y Sigmund Freud, creen que la creencia en la suerte tiene más relación con un locus de control para los sucesos de la propia vida y la subsiguiente huida de responsabilidad personal. Según esta teoría, quien atribuye sus penalidades a la «mala suerte» hallarán tras un examen más atento que llevan un estilo de vida arriesgado. Por otra parte, la gente que se considera «afortunada» al tener buena salud pueden estar en realidad cosechando los beneficios de una actitud positiva y unas relaciones sociales satisfactorias, lo que estadísticamente se sabe que protege contra las enfermedades relacionadas con el estrés. Si ocurren sucesos «buenos» y «malos» aleatoriamente a todo el mundo, los creyentes en la buena suerte experimentarán una ganancia neta de su fortuna, y viceversa para los creyentes en la mala suerte.[cita requerida]

En ciertas culturas se consideran que algunos números como afortunados o desafortunados. En algunas cultura asiáticas, conseguir números de teléfono, matrículas de automóviles y direcciones postales «afortunadas» se buscan activamente, a veces a cambio de elevadas sumas de dinero.[cita requerida]

En la Biblia, la relación de Isaías 65:11 con las creencias sobre la suerte es objeto de controversia.

Existen explicaciones científicas, basadas en interpretaciones probabilísticas, que arrojan luz sobre cómo se forman estas situaciones consideradas de buena o mala suerte, así como también el motivo por el cual pueden parecer de origen sobrenatural si no se ven desde esa perspectiva.[1]



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