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Manifiesto de los intelectuales fascistas



El Manifiesto de los intelectuales fascistas, publicado el 21 de abril de 1925 en los principales diarios del país, fue el primer documento ideológico de la parte de la cultura italiana que adhirió al régimen fascista. Este fue redactado por Giovanni Gentile y firmado por los más importantes pensadores fascistas, entre ellos Filippo Tommaso Marinetti o Gabriele D'Annunzio.

La primera Conferencia de las instituciones fascistas de Cultura fue organizado en Bolonia entre el 29 y 30 marzo de 1925 por Franco Ciarlantini, responsable de la oficina de impresión y propaganda del Partido Nacional Fascista, para mejor coordinar iniciativas y actividades culturales del fascismo, promovió el Manifiesto de los intelectuales fascistas a los intelectuales de todas las Naciones, que fue redactado por Giovanni Gentile.[1]

El manifiesto fue publicado en "El Pueblo de Italia", periódico del Partido Nacional Fascista, el 21 de abril de 1925 y en los días posteriores en casi toda la prensa italiana. El texto fue firmado por los intelectuales acordados en Bolonia y por muchos otros pensadores que no se añadieron.

Los intelectuales fascista también organizaron una conferencia sobre la libertad y liberalismo organizado por el filósofo y ministro de educación Giovanni Gentile. La secretaria de la conferencia comunicó a la prensa que estuvieron presentes unos cuatrocientos intelectuales fascistas,[cita requerida] de los cuales doscientos cincuenta comunicaron su adhesión públicamente, entre los cuales treinta y tres eran judíos.[2]

El Manifiesto, de hecho, constituye, por un lado, una tentativa de indicar las bases políticas y culturales de la ideología fascista al pueblo italiano, y por otro de justificar las posturas anti-liberales y promover a la gente el uso de la violencia contra los disidentes del gobierno de Mussolini

En respuesta al Manifiesto de Gentile, Benedetto Croce y Giovanni Amendola redactaron el Manifiesto de los intelectuales antifascistas, que fue publicado el 1 de mayo de 1925 en "Il Mondo", y al igual que Gentile, buscó reunir a un grupo de intelectuales firmantes.

Entre los 250 firmatarios del manifiesto, los más notables son:[3]

De aquí el carácter espiritual del fascismo. Este carácter espiritual y por ello intransigente, explica el método de lucha seguido por el Fascismo durante los cuatro años que van del 19 al 22. Los fascistas eran minoría en el país y en el Parlamento, en donde entraron en pequeño núcleo durante las elecciones de 1921. El Estado constitucional era por ello, y debía serlo, antifascista, porque era el Estado de la mayoría y el Fascismo tenía en su contra a este Estado que se decía liberal. Y era liberal, pero del liberalismo agnóstico y abdicatorio, que no conoce sino la libertad exterior. El Estado que permanece extraño a la conciencia del libre ciudadano, es casi un mecánico sistema frente a la actividad de cada cual. No era por eso, evidentemente, el Estado anhelado de los socialistas, aun cuando los representantes del híbrido democratizante y parlamentarista se hubieran venido adaptando, también en Italia, a esta concepción individualista de la política. Pero no era ni siquiera el Estado cuya idea había actuado potentemente en el periodo heroico italiano de nuestro Risorgimento, cuando el Estado había surgido de la obra de restringidas minorías, fuertes por la fuerza de una idea a la que los individuos se habían plegado de diversos modos y que fue fundado con el gran programa de rehacer a los italianos, después de haberles dado independencia y unidad. Contra tal Estado, el Fascismo se cimentó también con la fuerza de su idea, la cual, gracias a la fascinación que siempre ejerce toda idea espiritual que invita al sacrificio, atrajo en torno a sí a un número rápidamente creciente de jóvenes, llegando a ser el partido de los jóvenes (como después de los movimientos del 31, de análogo deseo político y moral, surgió la "Joven Italia" de Giuseppe Mazzini). ¡Este partido tuvo también su himno de la juventud que es cantado por los fascistas con exultante alegría del corazón. Y comenzó a ser, como la "Joven Italia" mazziniana, la fe de todos los italianos, desdeñosos del pasado y ansiosos de renovación. Fe, como toda fe que choca contra una realidad, constituida para romper y fundir en el caldo de cultivo las nuevas energías, y plasmarlas en conformidad al nuevo ideal ardiente e intransigente. Era la fe misma madurada en las trincheras y en el repensar intenso acerca del sacrificio consumado en los campos de batalla, por el único fin que pudiese justificarlo: la vida y la grandeza de la Patria. Fe enérgica, violenta, dispuesta a no respetar nada que se opusiera a la vida o a la grandeza de la patria. Surge así el "escuadrismo": jóvenes resueltos, armados, vistiendo las camisas negras, ordenados militarmente, se opusieron a la ley para instaurar una nueva ley; fuerza armada contra el Estado para fundar el nuevo Estado. El "escuadrismo" actuó contra las fuerzas disgregadoras anti-nacionales cuya actividad culminó en la huelga general de julio de 1922, cuando columnas armadas de fascistas, después de haber ocupado los edificios públicos de las provincias, marcharon sobre Roma. La Marcha sobre Roma, en los días en que se realizó y aún antes, tuvo sus muertos, sobre todo en el Valle Padano. Ella, como en todos los actos audaces de alto contenido moral, se realizó primeramente ante la maravilla, después ante la admiración y finalmente ante el aplauso universal. Por lo que pareció que, de un momento a otro, el pueblo italiano había encontrado su unanimidad entusiasta de vísperas de la guerra, pero aún más vibrante, debido a la conciencia de la victoria ya lograda y de la nueva onda de fe restauradora que vino a reanimar a la Nación Victoriosa sobre el nuevo camino fatigoso de la urgente restauración de sus fuerzas financieras y morales.



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