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Marción



Marción de Sinope (Sinope, Ponto, h. 110-muerto en lugar y fecha desconocidos)[1]​ fue escritor y teólogo. Destacó como uno de los heresiarcas cristianos del siglo ii, fundando la secta marcionita y predicando en ella una religiosidad dualista de corte proto-gnóstico.

Su doctrina se resume en la existencia de un verdadero Dios, desconocido y ajeno al mundo, revelado por Jesús, al cual se oponía un ser inferior, el Demiurgo, a quien identifica con el dios de los judíos. Alegaba que la Ley mosaica era imperfecta y contraria a las enseñanzas del evangelio.[2][3]

Rechazaba por tanto el Antiguo Testamento, y del Nuevo solo aceptaba el Evangelio según san Lucas, sin los relatos de la infancia, y las epístolas de san Pablo.

Era hijo de un obispo del Ponto y acumuló una considerable fortuna debido a sus actividades como naviero. Según un relato de Epifanio que se considera poco confiable, fue excomulgado por su padre por seducir a una virgen. En todo caso, se marchó de Sinope y viajó a Roma probablemente hacia el 140, con la idea de intervenir en la propagación de la fe. Tras tener desacuerdos doctrinales con los presbíteros de la iglesia de Roma, provocó un cisma y organizó su propia iglesia. La ruptura con la iglesia de Roma se produjo en 144. Es probable que después regresara a Asia Menor y difundiera por esta zona su doctrina.[1][4]

Tertuliano menciona que al final de su vida se convirtió y prometió hacer que sus seguidores volvieran a la ortodoxia, tarea que le fue impedida por la muerte.[5]​ Después de su muerte se extendieron ampliamente sus ideas tanto hacia el Este como hacia el Oeste. En Oriente su influencia puede detectarse hasta el siglo X.

Marción fue un gran adepto de Pablo, y como griego, no entendía que el cristianismo mantuviera una conexión judía. Consideraba que la Versión de los Setenta no era auténtica y carecía de autoridad. Influido por las enseñanzas de los gnósticos, en concreto por la de Cerdón, de quien se dice que fue discípulo junto con Valentín en Roma, concibió una nueva forma de entender el cristianismo.

Partidario de una cosmología y una teología vertebradas en la contraposición del Dios Bueno, que vive en el cielo supremo y el Dios Justo, que es inferior al anterior. El Dios Justo es el creador y dueño del mundo y coincidiría con el Dios del Antiguo Testamento. Por ello, rechazó de plano el Antiguo Testamento, pues éste hablaba de un Dios sangriento y vengativo, responsable de los males y las guerras, y propuso que el Dios Creador no era el mismo que el Dios Padre de Cristo (doctrina que es una forma de dualismo). Rechazó el uso del miedo a Dios para imponer la obediencia. Se apoyaba sólo en el amor como sostén de la ética.

Al Dios del Antiguo Testamento se le contrapone la venida de Jesucristo, que ha sustituido la ley por el amor y ha sustraído a las almas humanas al poder del Dios creador.

Escribió un primer canon, en el que incluía únicamente los escritos de Pablo, dejando solo algunas epístolas como auténticas (quitó la epístola a los Hebreos y las llamadas pastorales) y el Evangelio según san Lucas (sin los dos primeros capítulos). Después de este canon, el cristianismo ortodoxo se dio cuenta de que era necesario organizar la maraña de escritos que se habían producido desde el origen del cristianismo y publicó su propio canon, que llegó a ser lo que hoy conocemos como Nuevo Testamento.

Según un texto antiguo, Marción decía que el Demiurgo robó elementos lumínicos del mundo verdadero, y con ellos creó el universo físico que conocemos. Debido a la creencia generalizada en la proximidad de la parusía, no creía en el matrimonio y entendía que la procreación era una invención del Dios perverso del Antiguo Testamento.

Ninguno de sus escritos ha podido ser encontrado y todo lo que se sabe de él ha llegado a través de otros autores del tiempo como Tertuliano e Ireneo, que lo condenan. Sin embargo, se tienen noticias de al menos dos textos, uno conocido como Antítesis (contradicciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento), y el otro su versión de la Biblia.

Está considerado como el mayor peligro que sufrió el cristianismo primitivo, porque estaba muy organizado y disponía de mucho dinero para predicar sus enseñanzas.




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