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Milagro económico español



El "milagro económico español" fue el nombre dado al periodo de crecimiento acelerado y auge económico ocurrido en España entre 1959 y 1974.

El siglo XIX en España estuvo marcado por la inestabilidad política y social que continuamente interrumpían el desarrollo económico, dejando a España detrás del grupo de países más avanzados de Europa occidental. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, España tuvo una relativa estabilidad, la cual fue considerable al desarrollo económico. La inestabilidad política regresó en la década de 1920, que se vio agravada por la Gran Depresión y que culminó en la devastadora Guerra Civil Española de 1936 a 1939. La guerra fue ganada por fuerzas sublevadas dirigidas por Francisco Franco, que se instaló como dictador de la nación. Hubo un corte del comercio tanto por los aliados occidentales como de los países del bloque comunista. El régimen de Franco aplicó una política de autarquía. La recuperación económica fue muy lenta. La producción industrial no logró recuperar su nivel de 1936 hasta 1955 y el sector agrícola tuvo que esperar hasta 1959 para recuperar su nivel anterior a la Guerra Civil. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos y sus aliados en la década de 1950, debido a la creciente importancia estratégica de España en el marco de la Guerra Fría, llevó a un acercamiento comercial con el bloque occidental, una disminución del aislamiento internacional y un descenso de las dificultades económicas de España.

El "milagro económico" fue iniciado por las reformas impulsadas por los llamados "tecnócratas" que, con la aprobación de Franco, establecieron políticas para impulsar el desarrollo en España bajo la anuencia del Fondo Monetario Internacional. Los tecnócratas eran una nueva clase de políticos que sustituirá a la vieja guardia falangista. La aplicación de estas políticas tomó la forma de planes de desarrollo y fue un éxito en gran medida: España disfrutó de la segunda mayor tasa de crecimiento en el mundo, un poco por detrás de Japón.[1]​ En 1978 se convirtió en la novena economía más grande del mundo.[1] España se unió definitivamente a los países industrializados, dejando atrás la pobreza relativa y el subdesarrollo funcional que había experimentado desde la pérdida de la mayoría de su imperio en el siglo XIX.

No obstante, este alto crecimiento auspiciado por el Estado, dejó latentes sus carencias con la llegada de la crisis de los años 70. La industrialización acelerada no sólo causó graves daños ecológicos y produjo una focalización industrial desigual (dejando a muchas regiones abandonadas), sino que además acabó provocando males endémicos que hasta hace pocos lustros eran todavía materia económica pendiente para España.

La recuperación se basó principalmente en la inversión pública en infraestructuras,[cita requerida] mucha inversión estatal en grandes industrias [cita requerida] y en la apertura de España como destino turístico. El milagro terminó con el periodo de la autarquía y podría ser considerado como la respuesta a la crisis económica de España después de la Guerra Civil y de la Segunda Guerra Mundial. En el crecimiento económico se registraron mejoras notables en el nivel de vida y el desarrollo de una clase media. Aunque España hasta su entrada en la Comunidad Europea en 1986, siguió siendo económicamente menos avanzada en relación con los mayores países de Europa Occidental (con excepción de Portugal, Grecia e Irlanda), no obstante, el crecimiento general continuó y en pocos años alcanzó niveles similares al resto de países europeos. España se convirtió en la quinta economía más grande de la UE y, en términos absolutos, la duodécima del mundo. En 1974, la renta per cápita española era del 79% de la media de Europa Occidental, antes de la ampliación en 2004 superaba ya el 90% de renta per cápita promedio, tras la incorporación a la Unión Europea de países de Europa del Este económicamente más atrasados (como Polonia, Rumanía y Bulgaria), España ha situado su renta en el 105,7% por encima de la media europea,[2]​ mientras que el indicador económico por excelencia, la producción de electricidad, pasó de 3,61 en 1940 a 90,82 millones de kilovatios-hora en 1976.

El milagro español se alimentaba de un éxodo rural y en la nueva clase de trabajadores en la industria, muy similar a la banlieue francesa o, más recientemente, al más conocido despegue económico de China. El auge económico condujo a un excesivo e incontrolado aumento del sector de la construcción en la periferia de las principales ciudades españolas para dar cabida a estos nuevos trabajadores que llegaban desde el campo.

Las principales mareas migratorias se produjeron desde el sur de España hacia las zonas industrializadas de Asturias, Cataluña y País Vasco. También, en este tiempo, Madrid se convirtió en una ciudad de servicios y negocios, lo que también aumentó su población, requiriéndose vivienda nueva en grandes cantidades. Este fenómeno incrementó el empleo en el sector de la construcción.

Estando corta de recursos naturales, la apertura de España al turismo masivo atrajo al país un gran número de divisas que se utilizaron para pagar las importaciones de capital (maquinaria, etc) necesarias para una rápida expansión de las infraestructuras y de la industria. Esta mano de obra intensiva de la industria también proporcionó mucho empleo.

Además de las divisas de la creciente industria y del turismo, otro factor que favoreció el desarrollo fue la emigración de muchos españoles a trabajar en las fábricas y en las obras de construcción de los países que habían alcanzado una gran prosperidad económica tras la Segunda guerra mundial en Europa, especialmente Francia y Alemania. Muchos de estos trabajadores españoles enviaban gran parte de sus sueldos a sus familiares en España, pero también a su regreso muchos aportaron experiencia laboral y conocimiento de negocios, lo cual generó un crecimiento del consumo y la inversión.

Para impulsar la industrialización, el gobierno español invirtió en empresas pesadas a través del Instituto Nacional de Industria o directamente como en el caso de SEAT. Se produjo una expansión de las industrias en las antiguas áreas industriales en 1950 se fundaba la Empresa Nacional Siderúrgica (Ensidesa) en Asturias. En el País Vasco y en la costa norte de Ferrol o Vigo se creaban industrias de automóviles, metalurgia y construcción naval, en los alrededores de Barcelona automóviles, maquinaria, textil, petroquímica. Desde 1946 Madrid surgía como una zona industrial importante con la fundación de la fábrica de camiones Pegaso). La industria del automóvil fue una de las locomotoras más potentes del milagro español: de 1958 a 1972 creció a una tasa compuesta anual del 21,7%. En 1946 había 72.000 vehículos privados en España, en 1966 había más de 1 millón. Estas cifras son únicas en el mundo. El símbolo del desarrollo fue el automóvil SEAT 600, versión mejorada del FIAT 600 italiano, producido por la empresa española SEAT. Más de 794.000 de ellos se construyeron entre 1957 y 1973, y si al comienzo de este período fue el primer coche de muchas familias de clase trabajadora española, en su final fue de hecho el primer "segundo" de muchos más.

La crisis del petróleo entre 1973 y 1979, terminó este crecimiento "milagroso" y a partir de entonces, la economía siguió una trayectoria ascendente más leve y menos dinámica. Al unirse a la Comunidad Económica Europea en 1986 y en plena reconversión industrial, España ya es plenamente en términos económicos y sociales, un país industrializado de primer orden, dejando atrás la situación de atraso endémico que había experimentado hasta la primera mitad del siglo XX.

La distribución de los efectos del milagro económico de los años 60 fue irregular. Mientras algunas regiones, como Madrid, Cataluña y País Vasco multiplicaron su empleo y renta per cápita, otras no abandonaron su estado y el impacto de este período de crecimiento económico fue prácticamente inexistente, como Extremadura, Castilla-La Mancha y, en menor medida, Andalucía.

En los lugares favorecidos por el desarrollismo y la industrialización surgió, por primera vez en España, el fenómeno de la clase media: la persona con trabajo estable e ingresos suficientes para mantener una familia, comprar una vivienda, y por primera vez disfrutar de un automóvil y un alojamiento turístico durante sus vacaciones. Durante el milagro, coincidente con la Edad de oro del capitalismo, los niveles de vida de la España rica se acercaron a los de la Europa desarrollada. El crecimiento económico, unido a la perviviencia y omnipresencia del régimen, fueron los artífices de que una parte importante de esta nueva clase media considerase el final de la dictadura franquista como un modelo social y laboral exitoso (véase «Con Franco vivíamos mejor»).

En cambio, en la mitad sur del país, de población mayoritariamente joven pero de escasa industrialización, se estancó su demografía debido a la emigración, no sólo a las áreas ricas de España, sino también al resto de Europa. Estas regiones continuaron enclavadas en el atraso económico y social, perdurando problemas como la insuficiencia de servicios públicos básicos hasta décadas después del milagro, si bien en todos estos lugares el régimen fomentó la vivienda de protección oficial (los afamados pisos del yugo y las flechas) como medida de emergencia social. Las excepciones a este estancamiento económico en el sur fueron el Levante y la provincia de Málaga, que encontraron en el fenómeno naciente del turismo de sol y playa una fuente de ingresos y crecimiento económico.

Las diferencias de densidad de población entre los territorios de España se agudizaron, quedando un reducido número de zonas muy densamente pobladas (la costa mediterránea, el País Vasco y Madrid) y un gran desierto demográfico en el interior de la Península (excepto el ya citado núcleo de la capital). Estos desequilibrios demográficos en la Península de alguna manera persisten hasta la actualidad, agravados por el envejecimiento de la población.



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