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Murallas de Constantinopla



Las murallas de Constantinopla, de piedra, rodeaban y protegían la ciudad de Constantinopla (actual Estambul en Turquía) desde su fundación como capital del Imperio romano de Oriente por Constantino I el Grande. Con varias ampliaciones y modificaciones durante su historia, fueron uno de los mayores sistemas de fortificaciones de la Antigüedad y de los más complejos y elaborados jamás construidos.

Mandadas construir por Constantino el Grande, las murallas rodeaban a la nueva ciudad por todos los lados, protegiéndola contra ataques marítimos y terrestres. Cuando la ciudad creció, se erigió la famosa doble línea de murallas teodosianas en el siglo V. Si bien otras secciones de las murallas eran menos elaboradas, cuando estuvieron bien equipadas (con armamento y soldados) eran casi inexpugnables para cualquier atacante medieval. Así, las murallas permitieron salvar a la ciudad y, con ello, al Imperio bizantino durante los asedios de ávaros, árabes, varegos y búlgaros, entre otros (véase Asedios de Constantinopla). El advenimiento de la pólvora para su utilización por los cañones de asedio volvió a las murallas menos inexpugnables, aunque el sitio final y la caída de Constantinopla por los turcos otomanos el 29 de mayo de 1453 parece haber tenido éxito porque las tropas otomanas consiguieron entrar a través de una puerta de la muralla, más bien que porque las paredes de ésta se hubieran derrumbado.[1]

Gran parte de las murallas permanecieron intactas durante la mayor parte del período otomano hasta que las secciones comenzaron a ser desmanteladas en el siglo XIX, al ir creciendo la ciudad fuera de sus límites medievales. A pesar de la subsecuente falta de mantenimiento, muchos tramos de las murallas han sobrevivido y están en pie hoy en día. En los últimos veinte años, ha estado en curso un programa de restauración a gran escala que permitiría al visitante apreciar su apariencia original.

Situada en la parte occidental del Estrecho del Bósforo, que separa la Península de Anatolia con Europa, la situación de la capital bizantina se presentaba como un importante activo económico. El control de la ciudad permitía controlar el acceso al Mar Negro y a su vez, proporcionaba una gran capacidad de proyección marítima que permitía el dominio marítimo sobre la zona oriental del Mediterráneo. Asimismo, funcionaba como una frontera natural y cultural entre la Europa cristiana el mundo musulmán (característica que compartía con el estrecho de Gibraltar) y como catalizador del gran potencial comercial de la zona. De este modo, se comprende el afán por parte de multitud de culturas y países por tratar de tomar o saquear Constantinopla a lo largo de la historia, convirtiéndose así en el objetivo o ambición de muchos de ellos, con resultados variados:

En 860, una fuerza del Kaganato de Rus navegó a lo largo de los ríos del sur de Rusia y Ucrania, y atravesaron el Mar Negro, para oponer a la ciudad bajo asedio. Sus ataques fueron de gran violencia, ejecutando a un gran número de personas, y ordenaron el saqueo de casi todas las aldeas que tenían contacto con Constantinopla, pero cuando trataron de llegar a la capital, fueron repelidos rápidamente por las tropas del emperador Miguel III, el cual acababa de llegar a la capital desde Anatolia. El ataque resultó en un fracaso, y los guerreros provenientes del Kaganato de Rus.

En el 941, los rusos y sus aliados los pechenegos armaron una flota de 1000 barcos y desembarcaron en las costas de Asia Menor, y conquistaron Bitinia en mayo de ese mismo año. En esos momentos, Constantinopla era vulnerable debido a que los bizantinos estaban en guerra con los árabes por el control del Mediterráneo. Lecapeno fue quien organizó la defensa en contra de los invasores, y desplegó unos quince buques de guerra con fuego griego. La intención de los Rus y sus aliados era capturar las flotas y a sus tripulaciones, pero desconocían el arma secreta de los bizantinos, el fuego griego, arma decisiva para la contienda naval. Los bizantinos consiguieron dispersar la flota rusa, pero no pudieron impedir los saqueos y las matanzas que los “paganos” orquestaron en las afueras de Constantinopla, como fue el caso de Nicomedia. Hay varias leyendas de las crueles ejecuciones rusas, desde crucifixiones a clavar clavos en la cabeza a sus víctimas.[2]

En septiembre de ese mismo año, Juan Tzimisces y Bardas Focas, dos de los grandes generales de Constantinopla regresaron a la capital para repeler a los invasores, estos huyeron hacia Tracia (en la actual Macedonia), pero la flota de Teófanes, se les echó encima y según varias fuentes griegas, acabaron con todos los navíos rusos. Los pocos supervivientes que quedaron huyeron hacia Crimea, mientras que los prisioneros fueron ejecutados en la capital. Según varias fuentes jázaras, el líder ruso Igor logró escabullirse hasta el Mar Caspio pero murió luchando contra los árabes.[3]

En el año 1203, tras el fracaso de los cruzados para conseguir el transporte hacia Tierra Santa de su enorme ejército de casi 35,000 hombres, contrajeron una deuda con el dux Enrico Dandolo, de Venecia, por el impago de la gran flota que le habían encargado construir, y por tanto por la imposibilidad de imponer privilegios comerciales en las tierras que los cruzados conquistaran[4]​ Tras una expedición para reconquistar la costa croata para Venecia, para así poder aplazar la deuda, un emisario llegó a los cruzados con una oferta del pretendiente al trono bizantino Alejo IV. Prometía el pago íntegro de la deuda a los venecianos si los cruzados tomaban Constantinopla y deponían al usurpador Alejo III, oferta que fue aceptada.[5]

En 1203, el líder de los cruzados, Bonifacio de Montferrato, y el dux de Venecia, Enrico Dandolo, decidieron finalmente liderar un ejército para atacar la capital bizantina para cumplir con su parte del trato. En junio tuvo lugar el primer ataque a las murallas de Constantinopla, tras haber desembarcado el ejército cruzado-veneciano en la localidad de Gálata, anexa a la ciudad. El primer ataque, realizado desde el mar, resultó en fracaso, recibiendo los cruzados un gran número de bajas al ser las playas defendidas por los bizantinos tenazmente. De este asedio son características algunas cuestiones que permitieron la victoria para el ejército cruzado: un problema que tenían los muros de constantinopla fue que tenía algunos puntos débiles o, mejor dicho, no tan formidablemente fortificados, como era el muro que había a orillas del Cuerno de Oro, ya en el interior de la ciudad, puesto que, a pesar de que los diseñadores de la Muralla Teodosiana habían previsto la posibilidad de un ataque desde navíos y, para ello, habían construido una gruesa cadena de hierro que iba de orilla a orilla del Cuerno para evitar el paso de barcos enemigos, las murallas que delineaban con la parte occidental de la ciudad eran meramente para demarcar el perímetro del puerto, y no estaban ideadas para la defensa como tal. Sin embargo, el ataque cruzado empleó tácticas propias de la guerra medieval de aquel entonces: aparte del uso de escalas y arietes, también se intentó construir túneles bajo las murallas para tratar de derribarlas. Un peligro importante para los atacantes era el uso, por parte de los bizantinos, del llamado “fuego griego”, una sustancia, probablemente con un efecto de uso similar al Napalm actual, que era altamente inflamable y se adhería tanto a la piel como a la superficie del agua, produciendo un fuego muy difícil de extinguir. [6]​ Para contrarrestarlo, y al ser ya conocido su uso en la Europa occidental, se cubrieron los barcos con cuero mojado.

Finalmente, el 17 de julio tuvo lugar el asalto final, liderado, supuestamente, por el mismo Enrico Dandolo, el cual tenía más de 90 años. Fueron empleados navíos para atacar varios puntos de la ciudad, e incluso algunos con torres para atacar las murallas directamente. Los venecianos, así, se hicieron con buena parte de la muralla, pero tuvieron que acudir en ayuda de los cruzados, que estaban atacando desde tierra. Para el final del día, los católicos habían vencido, deponiendo a Alejo III e instaurando a Alejo IV, el cual reinó poco, pues a los meses fue depuesto por ser visto como una marioneta de los cruzados, lo cual daría pie a un segundo asedio el año siguiente, que esta vez instauraría un imperio latino, gobernado por una monarquía de francos con capital en la misma Constantinopla.

La encarnizada toma de Constantinopla en 1453 le tomó al sultán Mehmed II más de un mes. Puso todos los recursos disponibles por el creciente Imperio Otomano a disposición de esta contienda, pues quería la ciudad a toda costa, como el punto estratégico fundamental para una expansión hacia Europa que era. El ejército otomano, según coinciden varias fuentes, estaría compuesto por entre 80,000 y 160,000 hombres provenientes de diferentes regiones del Imperio, aunque también hay otras que dicen que contaban con unos 400,000 soldados, 300,000 o 230,000, aunque como ya he se ha mencionado anteriormente, se suele coincidir con la primera cifra.[7]​ Este gran ejército contaba con arqueros, tropas de asalto, o infantería ligera, y los más importantes de todos, los jenízaros, que eran las tropas de élite del sultán. Los jenízaros eran cristianos convertidos al islam, que eran capturados desde pequeños o eran antiguos esclavos, y se les instruía en el oficio de las armas y el islam, y eran muy temidos y feroces en combate. Además de contar con un numeroso ejército, Mehmed II poseía una logística militar muy superior a la de los defensores. Contaban con una flota en cuanto a número muy superior a la de los bizantinos, con aproximadamente unos 400 navíos, pero que a la hora de la verdad, eran bastante más pequeños y débiles que las naves bizantinas.

No obstante, Mehmed trajo consigo una gran novedad, 12 enormes cañones, con los que estaba dispuesto a destrozar las murallas. Según los escritos, el más grande pesaba unas nueve toneladas, hecho de bronce, capaz de lanzar proyectiles de 850 kilogramos a más de 1,5 kilómetros de distancia. Las defensas con las que contaban los defensores eran: unos 5000 soldados griegos, unos 26-28 navíos situados en el Cuerno de Oro. A esto además se le añade el apoyo de los ciudadanos de la ciudad, más el apoyo del mercenario Giovanni Giustiniani, al que el emperador Constantino le encargaría la defensa de la ciudad. Los hermanos del emperador no podían acudir en su ayuda, pues Mehmed II los tenía asediados para mantenerlos ocupados, y que no pudieran llegar a Constantinopla. Esto hacía pensar que los recursos otomanos disponibles parecían ilimitados a ojos de los bizantinos.

El asedio se centró principalmente en continuos cañonazos durante todo el día por parte de los otomanos, haciéndose notar el poderío de logística militar. En vista de su inferioridad, los bizantinos se concentran en las murallas de la parte oeste, ya que las de la parte este, aunque más vulnerable, dejaban su defensa a un puñado de hombres, al mar, y a la gran cadena de hierro levantada en el Cuerno de Oro, que impedía el paso de los navíos turcos hacia la ciudadela. [7]​ Junto a los cañonazos, el sultán ordenó varios ataques frontales, que no obtuvieron éxito alguno, siendo siempre rechazados por los defensores. Por esto, Mehmed manda a sus navíos, que aunque eran más numerosos, tampoco pudieron derrotar a la flota bizantina. Pasaban los días para Mehmed, que sabía que en cualquier momento podrían llegar refuerzos a la ciudad, de los reinos europeos a los que Constantino había pedido ayuda. Mehmed ideó un plan que consistió en, con ayuda de plataformas de madera, pasar sus barcos atravesando el Cuerno de Oro, poniendo a Constantinopla entre dos frentes, los ataques exteriores ya mencionados con anterioridad, y ahora con el añadido de los turcos que traspasarían el Cuerno de Oro y podrían atacar también desde dentro. Los bizantinos planeaban, como medida desesperada, quemar la flota en un ataque sorpresa, pero el plan fue revelado a Mehmed desde dentro, apresando y ejecutando éste a los asaltantes, lo cual minó ya la baja moral de los defensores. El sultán logró hacer finalmente un gran boquete en las murallas con sus cañones, derribando parte de las grandes murallas que tantos asedios habían defendido durante casi un milenio, por lo que decidió lanzar una ofensiva final junto a los jenízaros, que lograron derrotar a los defensores de las murallas, e irrumpió en la ciudad que tanto había deseado. Los que pudieron escapar por el mar, lo hicieron, y los que no, quedaron a merced de los otomanos en la ciudad, y finalmente, aunque aún quedaban remanentes bizantinos en Grecia y Anatolia, el Imperio Bizantino había sido definitivamente derrotado.



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