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Museo de Historia de Gerona



El Museo de Historia de Gerona es un museo situado en la antigua Casa Cartellà de Gerona, edificio que se convertiría en convento de Sant Antoni durante el siglo XVIII.

El Museo de Historia de Gerona está situado en medio del Casco Antiguo, en un edificio de trayectoria singular, que ocupa el antiguo convento de frailes capuchinos de San Antonio del siglo XVIII, del que se conservan espacios sorprendentes como el cementerio, el claustro y la cisterna.

El museo ofrece un recorrido cronológico por la historia de la ciudad, pasando por la Gerona romana, la medieval, la moderna y la contemporánea, en un recorrido cronológico que se completa con diversos ámbitos temáticos; igualmente, acoge un espacio dedicado a la imaginería festiva de la ciudad e incluye una sala dedicada a la sardana y a la cobla. Los espacios del museo están configurados por el edificio principal y por los espacios del museo dedicados a la Guerra civil, que forman parte de la Red de Espacios de Memoria Democrática: el refugio antiaéreo del Jardín de la Infancia, la prisión provincial y la fosa común del cementerio viejo.

El museo ofrece una programación variada de actividades. Las exposiciones temporales se llevan a cabo en diferentes espacios, dentro del museo: la sala de exposiciones, la carbonera, la cisterna y la bodega.[1]

El edificio ha sido testimonio de una trayectoria histórica singular y es, en sí mismo, una auténtica maravilla que vale la pena descubrir. Contiene restos de la muralla romana de finales del siglo II o inicios del siglo III. En el siglo XV fue una destacada casa señorial gótica propiedad de la familia Cartellà; más tarde, hacia 1753, se convirtió en el convento de San Antonio, de frailes capuchinos. Conserva, en magnífico estado, espacios interesantes del antiguo convento, que hoy son visitables en el mismo museo. Uno de esos, quizás el más emblemático, es el cementerio o secadero, un lugar que sigue el concepto barroco de la muerte. La cisterna, interesante ejemplo de aljibe con vueltas de piedra sobre pilares, la más grande del edificio, que recogía y almacenaba las aguas pluviales para abastecer de agua el convento; el claustro y la carbonera. A finales del siglo XIX fue convertido en instituto de enseñanza media. Durante la Guerra Civil, la carbonera se habilitó como refugio antiaéreo del alumnado y el personal docente del centro, así como de los vecinos y vecinas del barrio. Finalmente, desde 1981, acoge el Museo de Historia de Gerona.[2]

Se construyó en el año 1753 y es el único ejemplo que se conserva entero de Cataluña; está relacionado con el convento Barberini, en Roma, y con el de Palermo, en Sicilia. Se encuentra en la planta baja, que antiguamente era sótano, y está rodeado por dieciocho nichos verticales, con los bancos agujereados donde, según el ritual que la orden practicaba desde el siglo XVI, los frailes difuntos se colocaban allí sentados hasta la desecación de sus cuerpos. Al cabo de dos años, las momias extraídas se vestían con los hábitos religiosos y se colocaban con el objetivo de ser contempladas para la reflexión y devoción. Sigue los cánones del concepto barroco de la muerte, e invitaba a la reflexión para la consecución de la vida eterna.[3]

Gerunda, fundada a principios del siglo I a. C., está ubicada en un punto estratégico de control del eje terrestre de comunicaciones norte-sur. Los fundadores romanos construyeron poderosas murallas y sumaron su perímetro al terreno natural, que dio lugar a una ciudad de planta casi triangular. Gerunda llegó a tener entre mil y dos mil habitantes, que vivían en un trazado urbano regular de calles paralelas y perpendiculares. El núcleo urbano representa el centro administrativo, económico, religioso y social de un territorio amplio y complejo. El suburbium de Gerunda era la corona circular, de unos cinco quilómetros de radio, donde se disponían grandes villas con una marcada personalidad, que a menudo tenían más de gran casa señorial urbana que de establecimiento agrícola.[4]

Más de setecientos años separan la Parva Gerunda de la ciudad del siglo XVI. Durante este tiempo intermedio, Gerona vivió unos siglos de prolongación y de cambios, que han configurado poderosamente su aspecto y su imagen actuales. Ciudad de frontera hacia el sur o hacia el norte, núcleo de la organización eclesiástica, condal y real, centro económico y cuna de culturas, la Gerona medieval nos muestra, en muchos niveles, su identidad esencial, la de ser un punto clave del reino. La inclusión de la ciudad dentro del Imperio franco, en el año 785, significó su vinculación directa con los centros europeos. Este hecho determinante en la historia de Gerona, compartido con el resto de la Cataluña Vieja, implicó la importancia de su condición dentro del reino, como recinto estratégico en una frontera que vigiló las incursiones del sur hasta el siglo XII. Pero más tarde el peligro vino del norte, como en 1285, o de otros puntos, como en 1462, en el marco de una guerra civil.[5]

La Gerona de la época moderna fue una de las principales capitales del Principado de Cataluña, aunque en el decurso de este periodo fue perdiendo importancia relativa, al menos en cuanto a población. A partir de la segunda mitad del siglo XVII, la ciudad se convirtió, además, en una plaza fuerte estratégica, sobre todo a raíz de las periódicas guerras con Francia. De este modo, la ciudad convulsa del siglo XVI, especializada en la producción de tejidos de lana, acabó convertida, en la segunda mitad del siglo XVIII, en una capital militar. Del obrador al baluarte, he ahí la secuencia.[6]

Durante el primer tercio del siglo XX, el progreso demográfico, urbanístico y comercial de la ciudad se hizo evidente en diferentes ámbitos de la cultura, con una representación emergente de asociaciones literarias, artísticas, musicales, deportivas y educativas. Cabe destacar también las aportaciones intelectuales de Carles y Darius Rahola, Prudenci Bertrana, Miquel de Palol, Josep Tharrats, Xavier Montsalvatge y Rafael Masó. Con la aparición del Modernismo y, más adelante, del Novecentismo, Gerona se convirtió en el segundo núcleo cultural de Cataluña.[7]

La instauración del nuevo orden franquista, después de la derrota republicana en la Guerra Civil, produjo una fractura histórica sin precedentes. En la ciudad de Gerona, como en el resto del Estado español, las dos primeras décadas de la dictadura se caracterizaron por la sumisión de la mayoría de la población a una situación dominada por el miedo, la represión y las dificultades económicas. La lucha diaria por la supervivencia se convirtió en el principal rasgo identificador de una sociedad dirigida por un sistema político con voluntad totalitaria y vocación fuertemente españolista. Del mismo modo que en la Alemania nazi y en la Italia fascista, el franquismo abolió cualquier signo de libertad democrática.[8]



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