9 de octubre de 768
El Imperio carolingio es un término historiográfico utilizado para referirse al Reino franco de la dinastía carolingia desde la coronación imperial de Carlomagno en el año 800 hasta la división de sus territorios en el Tratado de Verdún del 843. Este período de la historia europea deriva de la política de los reyes francos, Pipino el Breve y Carlomagno, que supuso un intento de recuperación de la cultura clásica en los ámbitos políticos, culturales y religiosos de la época medieval. La coronación de Carlomagno como emperador en Roma fue un hecho relevante e importante como símbolo de restauración de facto del Imperio romano de Occidente, que en realidad sirvió para legitimar el poder de la etnia germánica que había invadido el territorio que antiguamente correspondía a los romanos. Tras su partición por el Tratado de Verdún en 843, sería sustituido un siglo después por el Reino de Francia en su parte oeste, y por el Sacro Imperio Romano Germánico en el este.
En su apogeo, el imperio tenía una población de diez a veinte millones de personas y una extensión de 1 112 000 km².
La dinastía deriva del matrimonio de los hijos de Arnulfo de Metz y Pipino el Breve, ambos descritos por Fredegario como los señores más importantes de Austrasia. La familia consolidó su poder desde el segundo tercio del siglo vii consiguiendo que el oficio de mayordomo de palacio fuese hereditario, y convirtiéndose así en los verdaderos gobernantes de los francos; mientras que los reyes merovingios quedaban reducidos a un papel nominal, es por ello que se les denomina «reyes holgazanes».
El mayordomo de palacio de todos los reinos merovingios, Pipino el Breve (hijo del mayordomo Carlos Martel y descendiente de Pipino el Viejo), logró destronar a su rey merovingio Childerico III en 751, y fue reconocido rey de los francos con apoyo del papa Zacarías, y posteriormente ungido como rey por el papa Esteban II en 754. Así, aunque Pipino fue rey electo, aseguró su legitimidad divina a través del papa.
En efecto, Pipino consolidó su posición en 754 al fraguar una alianza con el papa Esteban II, quien obsequió al rey de los francos una copia de la Donación de Constantino en París, y le ungió a él y a su familia en una majestuosa ceremonia en Saint-Denis, declarándolo patricius Romanorum ('protector de los romanos'). El año siguiente, Pipino cumplió la promesa hecha al papa y recuperó el exarcado de Rávena, recientemente perdido ante los lombardos, entregándoselo al papa en lugar de devolvérselo al emperador bizantino. Pipino entregó también los territorios reconquistados en los alrededores de Roma, dando pie a la creación de los Estados Pontificios en la Donación de Pipino, que dejó en la tumba de San Pedro. La reconstruida monarquía franca proporcionaría una base de poder leal (potestas) en la creación de un nuevo orden mundial, en que el liderazgo religioso-espiritual del papa acrecentó su dosis de poder político-terrenal.
A la muerte de Pipino en el año 768, se repartió (siguiendo la tradición franca) entre sus hijos Carlos y Carlomán, recibiendo el primero la Aquitania marítima, parte de Neustria y Austrasia, y zonas fronterizas de Frisia; mientras que el otro obtuvo las áreas marginales de Alamania, Alsacia, Aquitania interior, Borgoña, Provenza y Septimania. Tras diversos enfrentamientos entre ellos, la muerte de Carlomán (771) dejó a su hermano Carlos como único rey, quién posteriormente pasaría a ser conocido como Carlomagno. Era un personaje poderoso, inteligente y relativamente culto, que se convertiría en una leyenda para la historia posterior tanto de Francia como de Alemania. Carlomagno restableció un equilibrio de poder entre el emperador y el papa.
A partir del año 772, Carlomagno emprendió una larga guerra en la que conquistó y derrotó a los sajones para incorporar sus territorios al Imperio franco (las últimas incursiones de Carlomagno sobre los territorios sajones está datada en 804 por los Annales regni Francorum). Esta campaña se sumó a la práctica de líderes cristianos no romanos que provocaban la conversión de sus vecinos por la fuerza. Los misionarios católicos francos, junto a otros de Irlanda y de la Inglaterra anglosajona, habían penetrado en territorio sajón desde mediados del siglo viii, resultando en un aumento de los enfrentamientos con los sajones, que se resistían a los empeños misionarios acompañados de incursiones militares. El principal oponente sajón de Carlomagno, Widukind, aceptó ser bautizado en el 785, como parte de unos acuerdos de paz, pero otros líderes sajones continuaron con la lucha. Tras su victoria en el 782 en Verden, Carlomagno ordenó la matanza masiva de miles de prisioneros sajones paganos. Tras varios levantamientos más, los sajones sufrieron la derrota definitiva en el 804. Esto expandió el Imperio franco hacia el este, hasta el río Elba, algo que el Imperio romano en tiempos de la República, solo intentó una vez, y en lo que falló en la batalla del Bosque de Teutoburgo (año 9 d. C.). Para poder cristianizar con más efectividad a los sajones, Carlomagno fundó varias diócesis, entre las que se cuentan las de Bremen, Münster, Paderborn y Osnabrück.
Al mismo tiempo (773-774), Carlomagno conquistó a los lombardos, incluyendo de esta manera el norte de Italia en su esfera de influencia. Renovó el donativo al Vaticano y la promesa al papado de continuar la protección por parte de los francos.
En el 788, Tasilón III, duque de Baviera, se rebeló contra Carlomagno. Tras aplastar la revuelta, este incorporó Baviera a su reino. Además de expandir los horizontes de sus dominios, redujo de manera drástica el poder y la influencia de los agilolfingos (la familia de Tasilón), otra de las familias influyentes de entre los francos y sus potenciales rivales. Hasta el 796, Carlomagno continuó expandiendo su reino todavía más hacia el sureste, hasta la actual Austria y a partes de Croacia.
De esta manera, Carlomagno creó un reino que alcanzaba desde los Pirineos al suroeste, incluyendo de hecho una zona del norte de la península ibérica (Marca Hispánica tras 795), pasando por casi toda la Francia moderna (a excepción de Bretaña, que nunca fue conquistada por los francos), y al este la mayor parte de la actual Alemania, incluyendo el norte de Italia y la actual Austria. En la jerarquía de la Iglesia, los obispos y abades buscaban la protección del palacio del rey, fuente tanto de protección como de seguridad. Carlomagno se había erigido en líder de la cristiandad occidental, además de impulsar un «Renacimiento carolingio» en la cultural literaria, gracias a su apoyo a monasterios como centros de enseñanza.
El día de Navidad de 800, el papa León III coronó a Carlomagno como «Emperador que gobierna el Imperio romano», en Roma, en una ceremonia presentada como inesperada, puesto que Carlomagno no deseaba encontrarse en deuda con el obispo de Roma, y a su hijo Carlos el Joven como rey de los francos. Se trataba de uno más de los gestos llevados a cabo por el papado para definir los papeles de auctoritas papal y potestas imperial; así como para considerarle como sucesor de los emperadores romanos. Esto originó una serie de disputas con los bizantinos por el nombre de Imperio romano. Tras una primera protesta por la usurpación, en 812, el emperador bizantino Miguel I Rangabé reconoció a Carlomagno como emperador (basileus), pero no como emperador de los romanos (Βασιλεύς των Ρωμαίων), título que se reservó el bizantino como el verdadero sucesor de los emperadores romanos. La coronación sirvió para dar una legitimidad permanente a la primacía carolingia entre los francos.
Tras la muerte de Carlomagno el 28 de enero de 814 en Aquisgrán, fue enterrado en su Capilla Palatina.
Carlomagno tuvo varios hijos, pero solo uno le sobrevivió. Fue Luis el Piadoso, quien sustituyó a su padre al frente del imperio unificado. Pero el hecho de que heredase el puesto fue más un asunto de azar que intencionado. Tras tres guerras civiles, Luis murió en 840, y sus tres hijos supervivientes decidieron repartirse el territorio en el tratado de Verdún, en 843:
1. Al hijo mayor de Luis, Lotario I, emperador desde el año 817, le correspondió los francos centrales con las capitales imperiales Aquisgrán y Roma. A su vez, sus hijos se dividieron este imperio en Lotaringia, Burgundia e Italia (septentrional). Estas zonas desaparecerían más tarde, integrándose en el Imperio germánico.
2. El segundo hijo de Luis, Luis el Germánico, pasó a ser rey de los francos del este. Esta zona sería el origen de lo que más tarde fue el Sacro Imperio Romano Germánico, que con el tiempo llegó a ser, aproximadamente, la actual Alemania.
3. Su tercer hijo, Carlos el Calvo, pasó a ser rey de los francos del oeste, en disputa con su sobrino Pipino II de Aquitania. La zona que ocupó llegaría a ser la actual Francia.
Más tarde, mediante el tratado de Mersen (870) y Ribemont (880) se realizó una nueva división de los territorios, en detrimento de Lotaringia.
El 12 de diciembre de 884, tras una serie de fallecimientos, el emperador Carlos III el Gordo reunió la mayor parte del Imperio carolingio, solo Bosón de Provenza resistía como rey en Vienne.
A finales de 887, su sobrino Arnulfo de Carintia se sublevó y se hizo con el título de rey de los francos del este (actual Alemania). Carlos se retiró y murió poco después, el 13 de enero de 888. Italia, y las dos Borgoñas tuvieron reyes propios. En la Francia occidental, Eudes, conde de París fue elegido rey y fue coronado al mes siguiente, pero en Aquitania Ranulfo, conde de Poitiers, se autoproclamó rey de Aquitania (el título fue abandonado tras su muerte) y tomó bajo su protección al joven Carlos el Simple, tercer hijo de Luis el Tartamudo, de siete años. Diez años más tarde, los carolingios recuperaron el poder en Francia, donde gobernaron hasta 987, año de la muerte del último rey de la dinastía carolingia Luis V.
Carlomagno no logró dotar a su Imperio de una organización política que pudiera subsistir por sí misma a las amenazas que se cernían sobre él. Toda la organización del Imperio descansaba sobre una condición necesaria: la fidelidad de los nobles al Emperador y Rey de los Francos y de los Lombardos. Todo ello en un contexto económico y social en el cual los condados se volvían cada vez más autónomos: en principio, como resultaba muy costoso mantener a un guerrero a caballo con todo su equipamiento, solo los grandes propietarios podían permitírselo y los restantes hombres libres no tenían otra alternativa que encomendarse a un señor como vasallos. Hay que destacar que no existía un ejército permanente en el Reino de los Francos sino que se realizaban levas de armas y cada guerrero debía equiparse por su cuenta. Se vivía en una sociedad rural cuya economía era la agricultura de subsistencia, las ciudades estaban despobladas y reducidas a su mínima expresión y el comercio había prácticamente desaparecido. La burguesía aún no había surgido como clase social y las provincias tenían que subsistir con sus propios recursos.
Así, entre el Emperador y los hombres libres cada vez cobró más fuerza la casta intermediaria de los nobles ante quienes sus vasallos debían responder. Era solo cuestión de tiempo que en un Imperio tan extenso en el cual las comunicaciones eran tan escasas y deficientes, los vasallos respondieran más ante sus señores locales que ante el Emperador.
Mientras Carlomagno vivió, su extraordinario prestigio, su mano firme y su férrea voluntad, y los beneficios que reportaban a la nobleza las conquistas territoriales, hicieron que se le obedeciera por encima de la desintegración que estaba en ciernes. Únicamente si su sucesor hubiera sido un rey con los talentos de Carlomagno hubiera tenido el Imperio posibilidades de sobrevivir. Pero su hijo Carlos, quien tenía un gran talento militar y a quien Carlomagno había confiado algunas de sus misiones más difíciles, no le sobrevivió.
Ya en vida de Carlomagno se había producido un hecho que permite deducir que algo malo estaba pasando con la fidelidad sobre la base de la cual estaba erigido el esqueleto del Imperio. En el verano del año 807, muy pocos de los señores y guerreros convocados a la asamblea anual se presentaron y, por primera vez, la asamblea no pudo realizarse. Fue un hecho sin precedentes. Carlomagno lo interpretó como una rebelión a su autoridad, envió a los missidominicci a investigar cada condado y castigó con edictos esa creciente deserción.
Muerto Carlomagno y dado el poco talento político de su hijo y sucesor Luis el Piadoso, los hechos se precipitaron. Las guerras civiles entre el monarca y sus hijos acabaron con el prestigio del Emperador. La fidelidad que solo se mantenía por la extraordinaria figura de Carlomagno desapareció y el Imperio, ya herido de muerte, terminó de naufragar merced a la exacerbación de los ataques de los nórdicos, dando paso al pleno auge del Feudalismo.
El Imperio era inviable dadas las condiciones económicas, políticas y sociales de la época y solo la fortísima personalidad y el talento de Carlomagno habían podido sostenerlo.
La unificación de la mayor parte de lo que hoy conocemos como Europa central bajo el mando de un solo líder sirvió de sustrato para la continuación de lo que se conoce como «Renacimiento carolingio». A pesar de las guerras internas casi constantes que tuvo que soportar el Imperio carolingio, la extensión del gobierno franco y la cristiandad romana en un territorio tan vasto aseguró una unidad fundamental los francos dependían en gran medida de cada uno de los líderes y de sus objetivos. Objetivos que cambiaban tan fácilmente como las alianzas políticas entre las distintas familias francas. De todos modos, esas familias, incluidos los carolingios, compartían todas las mismas creencias básicas e ideas de gobierno. Ideas y creencias que tenían sus raíces en un pasado proveniente tanto de la tradición germánica como romana. Una tradición que se remonta a mucho antes del ascenso de los carolingios y que se prolongó en cierta medida de las muertes de Luis el Pío y sus hijos.
Carlomagno dividió el territorio en condados, marcas y ducados:
El máximo poder del Imperio residía en el emperador, que tenía poder para convocar las armas, administrar justicia y designar a los nobles que gobernaban los territorios.
El palacio o corte era el núcleo de la Administración y estaba dirigido por un chambelán (sucesor del cargo de mayordomo de palacio). A su cargo estaban el copero, responsable de la bodega; el mariscal, responsable de la caballería y el establo; y el senescal, responsable de los asuntos de la corte. Las otras instituciones de la Administración eran la cancillería, que dirigía los asuntos civiles y eclesiásticos, así como el tribunal palatino, que aplicaba las leyes a los habitantes del Imperio.
Los condes percibían como pago a su gestión las rentas o usufructo de una parte de fisco que la monarquía tenía en el condado, a esto se llama honor. Dada la gran extensión del territorio imperial y el deficiente nivel técnico de los medios de comunicación, los condes se aprovechaban y abusaban de su poder para aumentar sus propiedades territoriales radicadas en el condado y emparentar con familias poderosas del condado. Los inspectores de palacio o missi dominici eran los encargados de que los marqueses y los condes gobernaran según las directrices del Emperador, para ello acudían en parejas a los territorios a comprobar el cumplimiento de las leyes. Sin embargo, los condes salían de un ámbito reducido de terratenientes aristocráticos, y de la misma forma los missi, de manera que aunque actuaban fuera de su esfera de influencia, compartían los intereses de aquellos a quienes inspeccionaban.
El comercio en la época del emperador franco Carlomagno (742-814) se redujo al transporte de algunos toneles de vino o sal, al tráfico prohibido de esclavos y a unos pocos artículos de lujo traídos de Oriente. Desde el cierre del Mediterráneo por el islam se acabó la actividad comercial regular, la circulación constante y organizada, así como la clase de mercaderes profesionales o de sus establecimientos en las ciudades. Aunque pervivieron pequeños y rudimentarios mercados locales, se destacó el empobrecimiento general de la época. La circulación de dinero se volvió lenta e insuficiente. Aunque el imperio de Carlomagno fue muy brillante culturalmente hablando, en el aspecto económico fue un siglo de regresión.
La base económica, tanto del Estado como de la sociedad, será entonces la propiedad territorial. El Estado carolingio fue esencialmente agrícola. El comercio era insignificante y por lo tanto no existía más fortuna que los bienes raíces, ni más trabajo que el rural. La desaparición de los pequeños propietarios libres se aceleró, la necesidad de protección los obligó a buscar la tutela de los poderosos.
Con la casi desaparición de la circulación comercial, de la clase comerciante y de la población urbana, resultó inútil seguir produciendo más de lo mínimo indispensable para la subsistencia de los habitantes, propietarios y arrendatarios, que vivían en el dominio. La economía de cambio fue sustituida por una economía de consumo. Cada dominio, en lugar de continuar su relación con el exterior, constituyó un pequeño mundo aparte. Vivió de sí mismo y para sí mismo.
Se suele conocer a este periodo del entorno del año 800 con el nombre de Renacimiento carolingio, no tanto porque diera origen a algo similar al Renacimiento del siglo xv, sino por comparación con la decadencia cultural del periodo anterior.
Carlomagno (como la mayoría de los hombres de su tiempo, incluidos los nobles y muchos clérigos) no sabía leer, ni escribir, ni siquiera aritmética. No obstante, intentó elevar el nivel cultural del Imperio fundando la Escuela Palatina de Aquisgrán, y puso en su dirección al célebre Alcuino de York. En ella se formaron él, sus hijos y todos los funcionarios de la corte.
Esta Escuela se convirtió en modelo para la fundación de otras en toda Europa. Divulgó las artes, las ciencias, las letras y todo el conocimiento de la Antigüedad con sus materias:
El arte carolingio estaba basado fundamentalmente en dos estilos: el arte clásico griego y el arte cristiano, pero con algunas influencias de sus vecinos bizantino e islámico.
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