x
1

Principio de individuación



El principio de individuación (en latín, principium individuationis, de individuare, que a su vez proviene de individuus: indivisible) designa aquello que condiciona y posibilita la individualidad y concreción de cada ente y que explica la pluralidad y diferenciación de los individuos, que se abstrae especialmente frente a la concepción del mundo, la realidad o el universo como un todo indiviso.

La individuación designa:

La cuestión del principio de individuación se vuelve un problema en todas las filosofías que no reconocen que la realidad objetiva existe fundamentalmente gracias a las formas concretas e individuales, en la medida en que sobrevaloran lo universal como lo original y lo consideran como el auténtico núcleo del ser de lo ente. Para estas doctrinas surge forzosamente la cuestión de cómo sucede que las especies o géneros no existen como tales, sino que más bien lo hacen en la forma de una más o menos grande pluralidad de individuos. El principio de individuación da respuesta a eso. Contesta, pues, a la cuestión: ¿Qué se tiene que añadir en lo ente a lo universal que se capta en el concepto para que llegue a ser algo singular y concreto?

La cuestión del principio de individuación jugó un importante papel en la metafísica de Aristóteles y en los sistemas de la Escolástica medieval así como de la Neoescolástica tanto moderna como contemporánea, que se construyeron sobre aquella.

Aristóteles había disminuido la separación de lo universal y lo singular de la filosofía de Platón y había devuelto lo universal a las cosas. Como, sin embargo, no pudo lograr una concepción correcta acerca del modo como se haya de pensar la relación entre lo universal y lo singular en las cosas, desarrolló su esquema de materia y forma (hilemorfismo), que, en último término, no superaba el fallo fundamental de la doctrina platónica. Así, concibió la individuación como synolon, como una composición de forma y materia. Avicena especificó esta conexión en su Metafísica: Cum enim materia sola principium sit individuationis et nihil sit singulare nisi materia vel per materiam ... omnes formas potentia est in materia et per motum educi de ipsa («Dado que el principio de individuación reside sólo en la materia y nada se singulariza si no es en la materia o a través de ella, ...la potencia reside en la materia de muchas formas y se genera a partir de ella mediante el movimiento»). De este modo, la «Idea» platónica se convertía en el concepto de la «forma» y permanecía la particularización de lo universal así como su universal posición superior y su sobrevaloración. En estas circunstancias, tenía que presentarse el siguiente problema:

Si el género universal se deriva de la forma, ¿a dónde hay que remontar, entonces, la pluralidad de los objetos que caen bajo ese género? A esta cuestión respondió Aristóteles: es la materia la que condiciona la individuación. Cada ente es un compuesto de forma y materia, donde la primera vale como lo universal y la segunda por lo individual.[1]​ Esta concepción ya en su época suscitaba considerables dudas, ya que no se comprendía cómo la materia, en cuanto pura potencia y por ende completamente indeterminada, podía llevar a cabo la individuación. Sumando a esto el que dicha concepción acarreaba considerables consecuencias relativas al valor de la persona humana, surgió en la época siguiente, sobre todo en el Medievo, una larga e intensa polémica sobre el principio de individuación.

En esta controversia, que naturalmente se relacionaba estrechamente con la polémica de los universales, se defendieron esencialmente las siguientes concepciones:

La discusión en torno al principio de individuación, dicho de otro modo, sobre el problema de lo singular (esto es, de lo individual) oculto tras aquella, prosiguió en la filosofía del Renacimiento. Fueron sobre todo Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, Agrippa von Nettesheim, Jan Baptista van Helmont, Franciscus Mercurius van Helmont, Paracelso y Valentin Weigel quienes discutieron el problema, acentuando cada vez con más énfasis la autonomía y el valor de lo individual y haciendo retroceder la sobrevenida sobrevaloración de lo universal y su separación metafísica de lo singular.

Una culminación y al mismo tiempo una cierta conclusión de esta discusión la representaron las doctrinas de Leibniz. En su escrito Über das Individuationsprinzip (Sobre el principio de individuación, 1663), discutía con las concepciones precedentes y mostró que únicamente los nominalistas señalaban la vía correcta, mientras que todos los demás intentos de solucionar el problema no resistían la crítica. La solución del problema residía, para Leibniz, en reconocer que en realidad sólo existen individuos, y que uno no busca el fundamento de la individuación en alguna parte de las cosas, sino que se consideran los objetos como individualizados en razón de su entidad conjunta. Su principio, pues, rezaba:

Después de que la problemática en torno al principio de individuación, por lo menos bajo este término, hubiera quedado desplazada y olvidada, Schopenhauer recuperó, en su obra El mundo como voluntad y representación (1818), el principium individuationis desde un nuevo enfoque.

Kant había criticado la doctrina de Leibniz expresada en el principio de identidad de los indiscernibles, según la cual de la identidad de las determinaciones conceptuales se sigue la identidad en el ser: para Kant, en efecto, basta la diferente posición en el espacio y el tiempo para afirmar la diferencia de los seres.[3]​ De este modo, Kant devolvía a la intuición o percepción las prerrogativas que el intelectualismo leibniziano le había quitado. Siguiendo esta idea, Schopenhauer recupera el término escolástico del principium individuationis para designar precisamente a esas dos formas puras que condicionan todo el mundo intuitivo (fenoménico).[4]​ He aquí el modo como se introduce el término en la obra de 1818:

En algunas ocasiones, Schopenhauer, entre las condiciones del fenómeno expresadas por el principio de individuación, añade al tiempo y el espacio además la causalidad y en general el principio de razón suficiente.[6]

Ahora bien, la auténtica novedad introducida por Schopenhauer consiste en que da un nuevo giro al problema al insertar el principio de individuación en un contexto ético. Tal como lo expone el intérprete Alexis Philonenko:

En efecto, la virtud por excelencia en el sistema ético schopenhaueriano, la piedad o compasión (Mitleid), consiste precisamente en la capacidad de ver más allá del principio de individuación, aquel que nos presenta como diferentes y radicalmente separados.[8]​ Por el contrario, el egoísmo consiste en aferrarse o no saber desprenderse del principium individuationis y tratar de someter a los demás fenómenos (incluidas las otras personas) a la propia voluntad.[9]​ Este egoísmo en el terreno práctico se relaciona con lo que Schopenhauer llama «egoísmo teórico» (solipsismo), en el cual el sujeto se considera lo único en el mundo que posee auténtica realidad, mientras que todo lo demás son meros fantasmas.[10]



Escribe un comentario o lo que quieras sobre Principio de individuación (directo, no tienes que registrarte)


Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)


Aún no hay comentarios, ¡deja el primero!