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Real Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe



El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe es un monasterio del s. XIV situado en la localidad española de Guadalupe, en la provincia de Cáceres. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993. En su interior se aprecia el estilo gótico, mudéjar, renacentista, barroco y neoclásico.

Antes de la ampliación monástica, el santuario se mantuvo como priorato secular durante cuarenta y ocho años en los reinados de Alfonso XI de Castilla y Enrique II de Castilla, bajo patronato real y señorío civil. En 1389 pasó a ser monasterio, según una real provisión expedida por Juan I de Castilla. Sus nuevos moradores fueron los monjes de la Orden Jerónima, una comunidad de 32 miembros procedentes de San Bartolomé de Lupiana. En 1835 tuvo lugar la exclaustración, quedando la iglesia para uso de parroquia dependiente de Toledo. Años después se declaró al conjunto Monumento Nacional (1879). Alfonso XIII consignó una Real Orden para la entrega del santuario a los frailes franciscanos, con lo que comenzó una nueva etapa. Pío XII, en 1955, encumbró el santuario a la condición de basílica.[1]

En su interior se custodia la imagen de la Virgen de Guadalupe (Extremadura, España), Patrona de Extremadura y Reina de la Hispanidad.

Después de la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, la hegemonía de los almohades llegó a su fin y tuvieron que replegarse al norte de África. En la península quedó como reino fuerte el reino de Granada. Pero en África los almohades se encontraron con otro enemigo, los benimerines, que una vez conquistados Marruecos, Argelia y Túnez, pusieron los ojos en la península declarando la guerra santa a los reinos cristianos y ocupando las ciudades de Rota, Algeciras y Gibraltar. La oposición les llegó años más tarde, cuando en 1340 se dio la batalla del Salado: Benimerines contra la coalición cristiana castellano-portuguesa al mando de los reyes Alfonso XI de Castilla y Alfonso IV de Portugal. La victoria fue para la coalición cristiana y los benimerines tuvieron que retirarse al norte de África.

La tradición cuenta que Alfonso XI se había encomendado a la imagen de la Virgen de Guadalupe, muy venerada, y que había sido encontrada tiempo atrás en las inmediaciones del río Guadalupe.[nota 1][2]​ El rey no tuvo ninguna duda sobre la intercesión de la Virgen en la victoria de la batalla del Salado y en agradecimiento mandó construir una iglesia en el lugar donde ya había una modesta ermita. Así se convirtió en el protector del primer santuario dedicado a esta virgen.[3]​ A partir de ese momento se fue formando alrededor del santuario una puebla reconocida por Alfonso XI como lugar de realengo.

Los orígenes de la iglesia del monasterio como santuario dedicado a la Virgen de Guadalupe tiene una estrecha relación con el reinado de Alfonso XI.

Hubo un monje llamado Diego de Écija[4]​ que escribió una crónica del monasterio entre los años 1467-1534 con el título de Libro de la invención de esta Santa Imagen de Guadalupe y de la erección y fundación de este monasterio; y de algunas cosas particulares y vida de algunos religiosos de él.[nota 2]​ Según fray Diego, el origen fue una capilla o eremitorio que se levantó a raíz de la aparición de la imagen a un pastor de nombre desconocido, en los albores del siglo XIV.

Siglos después, en 1743, el monje llamado Francisco de San José puso nombre al pastor de la leyenda identificándolo con Gil Cordero de Santa María, uno de los primeros pobladores del lugar.[5]​ Siguiendo la narración del cronista, sobre el sitio del humilde eremitorio se levantó una iglesia pequeña en los primeros años del siglo XIV; fue el edificio que conoció el rey Alfonso XI en 1330 y que por entonces ya estaba ruinoso. El rey mandó agrandarlo y ampliarlo para que se trasformara en un templo digno de la devoción de la Virgen de Guadalupe, con el añadido de hospitales para los numerosos peregrinos que allí acudían. En seis años se hicieron las ampliaciones y arreglos oportunos bajo la supervisión de Toribio Fernández que era el procurador del cardenal Pedro Gómez Barroso. Para su reconstrucción se aplicó el estilo mudéjar toledano.

A raíz de la victoria obtenida en la batalla del Salado, el rey Alfonso XI visitó de nuevo el lugar para ofrecer a la Virgen de Guadalupe su agradecimiento. Esta segunda visita tuvo una importante repercusión en el devenir del santuario. El rey hizo donación de varios trofeos obtenidos en la batalla y además dictó un real privilegio en 25 de diciembre de 1340 en el que se exponían dos peticiones a la autoridad eclesiástica: la creación de un priorato secular y la declaración de patronato real. La respuesta no se hizo esperar y el 6 de enero de 1341, el obispo de Toledo Gil Álvarez de Albornoz redactó un documento por el que se instituía el priorato secular de Santa María de Guadalupe y se reconocía el patronazgo en la figura del rey y de sus sucesores.

A continuación el rey propuso como primer prior al cardenal de Curia y Corte Pedro Gómez Barroso, que fue también obispo de Cartagena en 1326.[6]​ Este cardenal fue el principal custodio del santuario. Por su intervención, Alfonso XI mandó que se establecieran los límites, en una carta escrita en Illescas en 1337.[7]​ El siguiente paso fue el amojonamiento de la puebla y el santuario tras lo cual quedó Guadalupe independiente y emancipada de Talavera de la Reina.

Pedro Gómez Barroso murió en Aviñón en 1345 y el rey presentó a su sucesor Toribio Fernández de Mena; con este motivo hubo una confirmación de las concesiones de priorato y patronazgo expedida en el mes de agosto, firmada en el monasterio del Paular. En octubre el arzobispo Gil Álvarez de Albornoz ratificó la confirmación. En ese mismo año hubo otro acuerdo: Alfonso XI cambió sobre la puebla la condición de realengo por la de señorío civil, de manera que pasó a ser propiedad de la autoridad eclesiástica, es decir del prior secular.

El prior Toribio murió en 1367 y fue enterrado en la iglesia de Guadalupe. Le sucedió Diego Fernández cuyo mandato coincidió con el reinado de Enrique II y de Juan I. A Diego Fernández le sucedió Juan Serrano en 1383, que fue el último de los priores seculares. A los seis años de su priorato, en 1389, hizo entrega del santuario a la orden jerónima y marchó a ocupar su nuevo puesto como obispo de Segovia. Durante estos 48 años de priorato secular, el santuario creció en importancia, especialmente por la devoción a la Virgen de Guadalupe muy extendida por todo el reino. A ella acudían peregrinos de distintas procedencias. Para facilitar el acceso a los viajeros que llegaban desde el norte, el arzobispo de Toledo Pedro Tenorio mandó construir en 1383 un puente sobre el río Tajo. En su entorno se fue formando una villa, «El Puente del Arzobispo».[6]

Juan I había heredado el patronazgo sobre el santuario tal y como estaba establecido desde los tiempos de Alfonso XI. Estando todavía en posesión de sus derechos como patrono, dictó el 15 de agosto de 1389 en Sotosalbos una real provisión por la que ordenaba que el santuario se ampliase y se elevase en monasterio regido por monjes reglares en sustitución de los canónigos seculares. De acuerdo con esta disposición real, Juan Serrano —último prior de Guadalupe — entregó el santuario a fray Fernando Yáñez de Figueroa que por entonces era prior del convento jerónimo de San Bartolomé de Lupiana situado a 20 km de Guadalajara. De esta forma pasó la iglesia de Guadalupe a formar parte de un extenso complejo monástico. A continuación el rey renunció a su derecho de patronazgo entregándolo a fray Fernando y a sus sucesores. Todo esto se hizo con los trámites respectivos y requeridos para el cambio:

Finalizó la toma de posesión el 30 de octubre aceptando públicamente el inventario de los bienes. Cinco años más tarde, en 1394, Benedicto XIII entregó la bula «his quae pro utilitate» confirmando la transformación del santuario de Guadalupe en monasterio.[8]

La Puebla de Guadalupe no admitió de buen grado el sometimiento civil al prior del monasterio. Hubo protestas y pleitos sobre todo a lo largo de los tres primeros siglos del mandato; pero el pueblo no consiguió nunca un concejo propio e independiente. Los monjes jerónimos fueron durante 463 años los gobernantes absolutos. A lo largo de los siglos el conjunto monástico fue creciendo y haciéndose grandioso, con una extensión de alrededor de 22 000 m² cuadrados. Muchas y muy importantes fueron las obras y mejoras hechas por los jerónimos durante este tiempo. Creció también en espiritualidad y devoción a la Virgen de Guadalupe, devoción que se extendió por toda la península e islas Canarias y que fue extensible a Hispanoamérica a partir del Descubrimiento.[9]

Es histórica y conocida la relación que tuvo este monasterio con los Reyes Católicos y Cristóbal Colón. Los reyes recibieron aquí a Colón en 1486 y 1489; en 1492 tras la conquista de Granada vinieron a este lugar en busca de paz y descanso. En el mes de junio los monarcas firmaron dos sobrecartas[10]​ que enviaron a Juan de Peñalosa:[11]​ una era para Moguer y otros lugares; otra para Palos. El texto requería el cumplimiento de las reales provisiones de 30 de abril de 1492:

En 1493 volvió Colón a Guadalupe en cumplimiento de la promesa escrita en su diario de a bordo para dar las gracias por el descubrimiento de América. El 29 de julio de 1496 tuvo lugar el bautizo de los indígenas americanos trasladados al viejo continente en concepto de criados.[13]

El 18 de septiembre de 1835, siendo prior fray Cenón de Garbayuela, el monasterio dejó de pertenecer a la orden jerónima para convertir su iglesia en parroquia secular dependiente de la archidiócesis de Toledo. Su primer párroco fue el ex prior fray Cenón que se mantuvo desde 1835-1856. Los años que siguieron a la exclaustración hasta 1908 las dependencias monacales sufrieron abandono, pillaje y ruina. En estos años se alzaron voces de denuncia y campañas para la restauración lideradas por escritores, intelectuales y ciudadanos de la Puebla. Los sucesos más importantes para el resurgimiento fueron la peregrinación regional del 12 de octubre de 1906 y la declaración del Patronato de Nuestra Señora de Guadalupe a favor de Extremadura, otorgada por Pío X el 20 de marzo de 1907. Como consecuencia de estos actos se encomendó la custodia y dirección del santuario-parroquia a la orden franciscana. En noviembre de 1908 se recibió la Real Orden de Alfonso XIII escrita el 20 de mayo de ese año más un rescripto del Papa ejecutado por el ministro general el 8 de agosto junto con el cardenal arzobispo de Toledo con fecha de 3 de noviembre. Así comenzó una nueva etapa, con los frailes franciscanos al frente.[14]

Los franciscanos iniciaron la reconstrucción y habilitación arquitectónica, artística y espiritual recuperando parte de lo desamortizado, consiguiendo un complejo monástico de grandes dimensiones. Pío XII lo declaró basílica en 1955 y Juan Pablo II lo visitó el 4 de noviembre de 1982. A partir de la autonomía de Extremadura como Comunidad el monasterio recibió más ayudas, reformas, actividades culturales y honores. El 24 de julio de 1992, con motivo de las celebraciones del V Centenario recibió la Medalla de Extremadura en la persona de fray Serafín Chamorro, guardián franciscano del monasterio.[nota 3]​ Otro honor que recibió el conjunto monástico y su entorno fue el pertenecer al Patrimonio de la Humanidad.

En el ala de poniente del claustro se encuentra el museo de bordados en una nave de unos 240 m². Fue inaugurado en 1928 en presencia del rey Alfonso XIII. Allí se exponen ornamentos sagrados y otras telas dedicadas al culto que fueron fabricados en los talleres de bordadura del monasterio, por monjes y seglares, desde el siglo XIV. Esta colección es en parte procedente de donaciones. Fray Gonzalo, fraile muerto en 1425, es el primer bordador cuyo nombre figura en los archivos.[cita requerida]

Por último, entre los museos del monasterio, cabe citar el Museo de Pintura y Escultura, situado en la antigua repostería del mismo, y que cuenta con obras de Juan de Flandes, Zurbarán, Goya, Juan Correa de Vivar, Nicolás Francés, Egas Cueman, Pedro de Mena y El Greco entre otros.

Gonzalo de Illescas, de Francisco de Zurbarán.

El Greco, La Coronación de la Virgen, 1591.

Goya, Confesión en la Cárcel, 1808-1812.



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