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Arquitectura barroca



La arquitectura barroca es un período de la historia de la arquitectura que vino precedida del Renacimiento y del manierismo; se generó en Roma en 1605 y se extendió hasta mediados del siglo XVIII por los estados absolutistas europeos.

El término barroco, derivado del portugués barocco, 'perla de forma diferente o irregular', se utilizó en un primer momento de forma despectiva para indicar la falta de regularidad y orden del nuevo estilo. La característica principal de la arquitectura barroca fue la utilización de composiciones basadas en puntos, curvas, elipses y espirales, así como figuras policéntricas complejas compuestas de motivos que se intersecaban unos con otros. La arquitectura se valió de la pintura, la escultura y los estucados para crear conjuntos artísticos teatrales y exuberantes que sirviesen para ensalzar a los monarcas que los habían encargado.

En algunos países europeos como Francia e Inglaterra y en otras regiones de la Europa septentrional se produjo un movimiento más racionalista derivado directamente del Renacimiento que se denominó clasicismo barroco. A lo largo del siglo XVIII se fue desarrollando en Francia un movimiento derivado del Barroco que multiplicaba su exuberancia y se basaba fundamentalmente en las artes decorativas que se denominó rococó y se acabó exportando a buena parte de Europa.

Contrariamente a las teorías según las cuales el movimiento barroco surgió a partir del manierismo, fue el renacimiento tardío el movimiento que acabó desencadenando en último término el Barroco. De hecho, la arquitectura manierista no fue suficientemente revolucionaria para evolucionar radicalmente, en un sentido espacial y no solo superficial, a partir de los estilos de la antigüedad a los nuevos fines populares y retóricos de la época del contrarreformismo.

Ya en el siglo XVI, Miguel Ángel Buonarroti había anunciado el Barroco de una forma colosal y masiva en la cúpula de la basílica de San Pedro de Roma, así como las alteraciones en las proporciones y las tensiones de los órdenes clásicos expresados en la escalera de acceso a la Biblioteca Laurenciana de roma, del mismo autor, y la enorme cornisa añadida al Palacio Farnese. Estas intervenciones habían suscitado diversos comentarios en su época por su brusca alteración de las proporciones clásicas canónicas. No obstante, en otras obras Miguel Ángel había cedido a la influencia manierista, por lo que fue sólo tras el fin del manierismo cuando se redescubrió a Miguel Ángel como el padre del Barroco.

El nuevo estilo se desarrolló en Roma, y alcanzó su momento álgido entre 1630 y 1670; a partir de entonces el Barroco se extendió por el resto de Italia y de Europa.

La influencia del Barroco no se limitó al siglo XVII; a principios del siglo XVIII se desarrolló el estilo denominado rococó, que no siendo una pura continuación del primero podría ser considerado como la última fase del Barroco.

En el barroco se produce un cambio radical en el modo de entender la ciudad. El espíritu de la “ciudad-estado” cerrada en sí misma que de un modo u otro había subyacido en la ciudad medieval y en el Renacimiento, desaparece para dar paso a la ciudad capital del Estado. En ella, el espacio simbólico se concibe subordinado al poder político, cuyo papel sobresaliente tratará de destacar la arquitectura urbana mediante un nuevo planteamiento de perspectivas y distribución de espacios. Los elementos formales cobran fuerza frente al carácter humanista de la polis griega. La ciudad del barroco se ve como la imagen de su gobernante, cuya importancia se mide por su tamaño y por el número de sus habitantes.

A la planificación centralizada de la ciudad ideal renacentista se contrapone la visión de la ciudad capital barroca, más dinámica y abierta a sus propios límites, y al mismo tiempo punto de referencia para todo el territorio.

Durante el Renacimiento, la ciudad se encontraba encerrada en sí misma, de manera física y sensible, ya que el habitar se limitaba casi exclusivamente a lo que sucedía dentro de las murallas. En una escala menor, los espacios públicos eran poco comunes y los espacios privados muy frecuentes. El proceso de urbanización del Barroco fue el motor del de la configuración de la ciudad como un todo.

La catedral (sede del obispo) representa un importante hito dentro de la historia de las ciudades novohispanas. A nivel del paisaje urbano, por la preeminencia de su volumetría en medio del contexto edificado, y simbólicamente porque además de representar a los poderes religiosos real y civil acompaña prácticamente a lo largo de su edificación a la historia del desenvolvimiento de la ciudad.

En la mitad del siglo XVII, el desarrollo de una técnica decorativa que incide directamente a favor de los propósitos que configuraron la sensibilidad del barroco: Las yeserías. A partir de modelos copiados tanto de las ilustraciones de libros (grutescos y tarjas fundamentalmente) como de los artesanos renacentistas europeos, los primeros grupos de yeseros provenientes de España se establecieron  en Puebla a partir de la cuarta década del siglo XVII, extendiendo la influencia de su trabajo a la vecina Tlaxcala; el trabajo de argamasa  (mezcla de cal y arena) aplicado generalmente en los marcos de las portadas, como el de los yesos  que vistieron los interiores  de los recintos religiosos, consistió en modelar estos materiales plásticos apoyándose en la estructura de barroco o piedra de muros y bóvedas, e ir creando revestimientos que paulatinamente se apoderan no solo de la totalidad de las superficies,  sino de la calidad particular de los espacios, al establecer una sintonía plástico-expresiva cuya resonancia ambiental aniquila la homogeneidad geométrica de la arquitectura creando un discurso de frenética movilidad aparente.

Entre las iglesias, el punto de partida de la arquitectura barroco puede considerarse la Iglesia del Gesù de Roma, construida a partir de 1568 según el proyecto de Jacopo Vignola. El edificio, que representa una síntesis entre la arquitectura renacentista, manierista y barroca, satisfacía plenamente las nuevas exigencias surgidas tras la Contrarreforma: la disposición longitudinal de la planta permitía acoger al mayor número de fieles, mientras que la planta de cruz latina con numerosas capillas laterales suponía un retorno a la tradición del Concilio de Trento. Así de hecho lo hará constar una figura tan importante como el cardenal Borromeo:

Por otro lado, la presencia de una cúpula subrayaba la centralidad del espacio hacia el fondo de la nave, y presagiaba la búsqueda de una integración entre el esquema longitudinal y el centralizado. También la fachada, construida según el proyecto de Giacomo della Porta, anticipaba los elementos más marcadamente barrocos, comparables a los de los alzados de Santa Susana y San Andrés del Valle.

De este modelo derivaron una serie de iglesias de planta longitudinal centralizada o planta central alargada, caracterizadas por el eje longitudinal y por la presencia de un elemento catalizador de la composición, generalmente una cúpula.se construyó en los años 1985


Si los arquitectos manieristas alteraban la composición rigurosa de las fachadas renacentistas añadiéndoles temas y decoraciones caracterizadas por un intelectualismo refinado, pero sin modificar la lógica planimétrica y estructural de la fachada de los edificios, los arquitectos barrocos modificaron tanto la composición en planta como en fachada, generando una concepción nueva del espacio. Las fachadas de las iglesias dejaron de ser la continuación lógica de la sección interna, para convertirse en organismos plásticos que marcaban la transición entre el espacio exterior y el interior. El espacio interior, por tanto, estaba compuesto a partir de figuras complejas basadas en elipses y líneas curvas, y se definía a través del movimiento de los elementos espaciales, diferenciándose radicalmente de la concepción renacentista que generaba una sucesión uniforme de elementos dispuestos de forma simétrica entre ellos.

En la arquitectura civil del momento se puede distinguir entre dos tipos de construcciones nobles: el palacio, situado generalmente en el interior de la ciudad, y la villa del campo.

El palacio italiano y sus derivados europeos permanecieron fieles a la tipología residencial desarrollada durante el Renacimiento, con un cuerpo edificado cerrado en torno a un patio interno. Se dotó a las fachadas principales de cuerpos centrales resaltados y decorados mediante el uso de órdenes gigantes, que ya habían sido anticipados por Palladio. Se extendieron los ejes de simetría al interior del edificio, donde se abrían el vestíbulo y el patio interno; por ejemplo, el eje longitudinal introducido en el Palacio Barberini de Roma contribuía a la definición de la planta y subrayaba la conexión con el exterior del edificio. Por otro lado, este palacio constituyó un punto importante del desarrollo de la tipología residencial palaciega italiana: la planta se constituía en forma de H, y la entrada se producía mediante un profundo atrio que iba haciéndose más estrecho sucesivamente, hasta llegar a una sala elíptica que servía de centro nodal al palacio entero

En Francia, no obstante, el palacio urbano de la nobleza, denominado hôtel, recuperó para sí el esquema de los castillos medievales. El clima más duro reclamaba una optimización del soleamiento en las principales estancias, lo que generó fachadas escalonadas y grandes alas laterales. El cuerpo principal se encontraba retrasado respecto a la calle y precedido de la cour d'honneur, un espacio de transición abierto al exterior que al mismo tiempo separaba el palacio de la ciudad. Un ejemplo de este esquema es el parisino Palacio del Luxemburgo, construido a partir de 1615 por Salomon de Brosse. Aquí, a diferencia de otros edificios del mismo estilo y época, los pabellones angulares no fueron destinados a locales de servicio, sino que contenían estancias principales en cada planta.

Fue notable el desarrollo francés de residencias en el campo, los denominados châteaux, que llevaron a la realización de extensos complejos de los que partían los ejes viarios principales que ordenaban el entorno. Entre ellos cabe destacar el Palacio de Vaux-le-Vicomte (1656-1659), proyectado por Louis Le Vau, y el Palacio de Versalles, máximo símbolo del absolutismo francés y cuyas labores de reconstrucción fueron iniciadas por el mismo Le Vau por encargo de Luis XIV.

El paisaje ideal de la época barroca halló su expresión más característica en el jardín francés especialmente en las creaciones de André Le Notre. El jardín francés se concebía como un paisaje infinito ordenado geométricamente y centrado en el palacio el cual representa el foco del sistema. Pero la verdadera finalidad es la sensación de espacio infinito que se materializa en un eje longitudinal dominante. Todos los demás elementos están relacionados con ese eje, el cual divide dos mundos: el mundo urbano del hombre y el mundo ampliamente abierto de la naturaleza.

Versalles representa la verdadera esencia del medio ambiente del siglo XVII: dominio, dinamismo y apertura. Hacia fines del siglo, todo el paisaje en torno a París se transformó en una red de sistemas centralizados e infinitamente extendidos. La resolución simbólica que parecían tener las plazas para representar el poder del monarca terminó siendo una resolución paisajística para el usuario.

Así, la ciudad comienza a formar parte del paisaje y se adueña del mismo. El exterior se integra al interior como un integrante más del espacio. Lo que antes era una planta cerrada ahora se “abre” para producir una vinculación entre lo artificial y lo natural, provocando puntos de encuentro entre el mundo de la ciudad y el mundo natural del jardín y del paisaje.

El barroco es un estilo que cruza la historia, nunca pretendió ser entendido por la razón, por la inteligencia, sino captado por los sentidos, buscó en el espectador efectos emocionales, no racionales.

El Barroco surge en el escenario artístico europeo en dos contextos muy claros durante el siglo XVII: de entrada había la sensación de que, con el avance científico representado por el Renacimiento, el clasicismo, aunque hubiera ayudado en este progreso, no estaba en condiciones de ofrecer todas las respuestas necesarias a las dudas del hombre. El Universo ya no era el mismo, el mundo se había expandido y el individuo quería experimentar un nuevo tipo de contacto con lo divino y lo metafísico. Las formas lujuriantes del Barroco, su espacio elíptico, definitivamente antieuclidiano, fueron una respuesta a estas necesidades.

El segundo contexto es la Contrarreforma promovida por la Iglesia católica. Con el avance del protestantismo, el antiguo orden cristiano romano (que, en cierto sentido, había incentivado el advenimiento del mundo renacentista) estaba siendo suplantado por nuevas visiones de mundo y nuevas actitudes ante lo Sagrado. La Iglesia sintió la necesidad de renovarse para no perder los fieles y vio en la promoción de una nueva estética la oportunidad de identificarse con este nuevo mundo. Las formas del barroco fueron promovidas por la institución en todo el mundo (especialmente en las colonias recién descubiertas), haciéndolo el estilo católico, por excelencia.

Autores como Manuel G. Revilla, José Juan Tablada y Diego Angulo perciben una división tajante de las cualidades formales de nuestra arquitectura barroca según el siglo al pertenezcan; es decir que dividen la arquitectura barroca novohispana en dos siglos: El XVII y el XVIII.

Revilla considera que en el siglo XVII se produce la arquitectura barroca propiamente dicha, caracterizada por la alteración de las proporciones de los elementos arquitectónicos, multiplicación en las formas de los arcos, frontones rotos, abundantes, irregulares y toscas molduras y la aparición de la columna de fuste retorcido o historiado. Aunque todavía se conservan perfiles rectos y entrepaños sin decorar.

Para Revilla es en el siglo XVIII cuando el estilo adquiere madurez y entonces se le puede dar un nombre diferente al de simplemente barroco, se le puede llamar churrigueresco. En la columna se convierte en pilastra cubierta de profusa ornamentación; se decoran todos los entrepaños, las líneas se rompen hasta el infinito y la escultura se convierte en un elemento decorativo más de los edificios.

José Juan Tablada, continúa la misma línea de pensamiento que Revilla y también divide la arquitectura barroca en dos momentos: el barroco hispánico o barroco mexicano, propio del siglo XVII, y el churrigueresco mexicano, desarrollado en el siglo XVIII.

Las características que el autor atribuye al barroco hispánico son: cúpulas y airosos  campanarios, al exterior, en tanto que en el interior, los templos tienen la simple austeridad de las basílicas.

La arquitectura barroca italiana se refiere a la arquitectura barroca practicada en la península itálica, en lo que hoy es Italia, en una época en que las ciudades-estado gradualmente habían ido perdiendo su independencia y estuvieron bajo la dominación extranjera, primero bajo España (1559-1713) y después Austria (1713-1796). Se inició en Roma a principios del siglo XVII, se difundió primero por las ciudades italianas y, luego en al resto de Europa y América y ejerció su influencia en todo el mundo católico. Precedido por el Renacimiento y el manierismo, se desarrolló a lo largo de todo el siglo XVII, durante el período del absolutismo,[1]​ y fue sucedido por el rococó y el neoclasicismo.[Nota 1]​ El término barroco, originalmente despectivo, indicaba la falta de regularidad y orden, que los defensores del neoclasicismo, influenciados por el racionalismo de la Ilustración, consideraban una indicación de mal gusto.[1]​ De hecho, las características fundamentales de la arquitectura barroca, altamente decorativa y teatral, fueron las líneas curvas, con patrones sinuosos, como elipses, espirales o curvas con una construcción policéntrica, a veces con motivos que se entrelazan entre sí, para ser casi indescifrables. Todo tenía que despertar asombro y el fuerte sentido de la teatralidad empujaba a los artistas a la exuberancia decorativa, combinando pintura, escultura y estuco en la composición espacial y subrayando todo a través de sugestivos juegos de luces y sombras.

El estilo barroco se considera generalmente consustancial con la Contrarreforma, aunque luego también fue adoptado por las élites de los países protestantes del norte de Europa y por los del mundo eslavo ortodoxo. Su nacimiento en Roma a partir del Manierismo es coincidente con el de la compañía de Jesús —fundada en 1537 para fortalecer la influencia católica perdida y evangelizar el Nuevo Mundo— y con la del Concilio de Trento (1545-1563), que reformó los excesos más patentes de la Iglesia católica, cuya reputación se veía empañada por el patrocinio sistemático y por el escándalo de las indulgencias. Coincidió con el establecimiento de nuevas órdenes religiosasbarnabitas, jesuitas, oratorianos, teatinos— que demandaban nuevas iglesias, de un nuevo que inspirasen sorpresa y asombro, lugares para la propaganda de la fe católica en los que se perseguía la belleza con unas decoraciones cada vez más expansivas.

Los arquitectos barrocos tomaron los elementos básicos de la arquitectura renacentista, incluidas las cúpulas y las columnatas, y los hicieron más altos, más grandiosos, más decorados y más teatrales. Los efectos interiores a menudo se lograron con el uso de la Quadratura, o pintura trompe-l'oeil, combinada con la escultura; el ojo era dirigido hacia arriba, dando la ilusión de que se está mirando al cielo. Grupos de ángeles esculpidos y figuras pintadas se amontonan en el techo. La luz también se usó para lograr un efecto escénico; fluía desde las cúpulas y se reflejaba en una abundancia de dorados. Las columnas retorcidas también se usaron a menudo para dar una ilusión de movimiento hacia arriba, y los cartouches y otros elementos decorativos ocupaban cada espacio disponible. En los palacios barrocos, las grandes escaleras se convirtieron en un elemento central.[4]

Los primeros ejemplos en los que este estilo es plenamente reconocible se pueden encontrar en algunas obras de Carlo Maderno (fachada de Santa Susanna (1585-1603), fachada y nave de San Pedro del Vaticano (1603-1626) y la basílica de Sant'Andrea della Valle (1608-1625), cuya fachada fue completada en 1655-1665 por Carlo Rainaldi), de Martino Longhi, el Joven (fachada de la iglesia de los Santos Vicente y Anastasio (1644-1650) en Trevi) y de otros, en los que destaca el intento de reforzar el eje central de las fachadas mediante el uso gradual de pilastras, semicolumnas y columnas.

Alcanzó su apogeo en el alto barroco (1625-1675), cuando Gian Lorenzo Bernini —cuya influencia en la vida artística de la época se ha llegado a calificar de dictadura[5]​ —, Francesco Borromini y Pietro da Cortona contribuyeron a desarrollar aún más el lenguaje barroco, ya no solo en la aplicación de elementos decorativos, sino en la misma concepción del espacio basándose en la elaboración de nuevas formas como elipses, espirales y curvas policéntricas. La mayoría de sus contribuciones están relacionadas con edificios religiosos: iglesias de Sant'Andrea al Quirinale (1658-1670) y de la Asunción, en Ariccia, de Bernini; Sant'Agnese en Agone, San Carlo alle Quattro Fontane (1634-1646), Sant'Ivo alla Sapienza (1643-1662) y nave central de San Giovanni in Laterano (1646-1650), de Borromini; San Lucas y Santa Martina (1634-1650), Santa Maria della Pace (1656-1667) y fachada de Santa Maria en Via Lata, de Cortona. Aunque no faltaron fábricas civiles (como el palacio Barberini, de Bernini y Borromini, el palacio Montecitorio, de Bernini y Carlo Fontana, el palacio Chigi-Odescalchi, también de Bernini, y el palacio de Propaganda Fide y la galería en perspectiva del palacio Spada, de Borromini). Después de Bernini y Borromini, Carlo Fontana fue el arquitecto más influyente de Roma (fachada cóncava de San Marcello al Corso).

Cabe destacar también las transformaciones urbanas, principalmente debido a la actividad del papa Sixto V que, con el apoyo técnico de Domenico Fontana, promovió el primer proyecto moderno de planificación urbana de la ciudad de la Roma. Se trazaron nuevas vías en grandes ejes rectos que conectaban las áreas más importantes de la ciudad y los principales edificios religiosos y administrativos, y se construyeron o reorganizaron grandes plazas (plazas del Popolo, Navona y San Pedro) y edificios importantes.

El estilo barroco pronto se extendió más allá de los confines de la ciudad, llegando primero a Turín, donde la corte la casa de Saboya, particularmente receptiva, necesitaba plasmar en obras ambiciosas su reciente promoción política, y para ello empleó a un destacado trío de arquitectos: Guarino Guarini, Filippo Juvarra y Bernardo Vittone.[6][7]​</ref> Destacan la expansión de la ciudad de Carlo y Amedeo di Castellamonte, las residencias de la casa real de Saboya, las villas y palacios de Turín,[8]​ y en especial la capilla de la Sábana Santa, la iglesia de San Lorenzo y el palazzo Carignano, todos de Guarini.

El estilo llegó a Milániglesia de San Giuseppe, de Francesco Maria Richini—, a Veneciabasílica de Santa Maria della Salute, de Baldassare Longhena, con una planta octogonal unida a un santuario bordeado por dos ábsides—, a Nápoles —donde Francesco Grimaldi, Cosimo Fanzago, Ferdinando Sanfelice estaban activos, de los que se recuerdan respectivamente la capilla real del Tesoro de San Gennaro, la iglesia de Santa Maria Egiziaca en Pizzofalcone y el palazzo dello Spagnolo—, a la región de Apuliabasílica de Santa Croce en Lecce, con decoraciones derivadas del plateresco español— y a Sicilia[9]​ —especialmente después del terremoto de 1693: catedral de Sant'Agata en Catania, catedral de San Giorgio en Ragusa, iglesia de San Domenico en Noto—. La Toscana, por otro lado, permaneció vinculada a los gustos tardomanieristas (capilla de los Príncipes, con una planta octogonal, adornada con ricas incrustaciones creadas con piedras semipreciosas) y la producción más propiamente barroca puede datarse a principios del siglo XVIII.

La última fase de la arquitectura barroca italiana se ejemplifica en Nápoles por el Palacio de Caserta, de Luigi Vanvitelli. Transición ya hacia la arquitectura neoclásica, siguiendo el modelo de otros palacios borbónicos (palacio de Versalles, palacio Real de Madrid), se integra en el paisaje circundante. Sus dimensiones son extraordinarias; se le considera el mayor edificio de la Europa del siglo XVIII.


Santa Susana en las Termas de Diocleciano, diseñada por Carlo Maderno en 1596

San Carlo alle Quattro Fontane (1638-1641)

San Lucas y Santa Martina (1634-1635), de Pietro da Cortona

Santos Vicente y Anastasio de Trevi (1644-1650), de Martino Longhi, el Joven

Santa Maria della Pace (1656-1667), de Pietro da Cortona

Santa María in Campitelli (1659-1667), de Carlo Rainaldi

En la España, la afirmación del Barroco se encontró con las dificultades debidas a la decadencia económica del reinado de Felipe III. En la segunda mitad del siglo XVI, Felipe II había mandado construir el importante complejo del Monasterio de El Escorial, construido en su mayor parte según el proyecto de Juan de Herrera (1530-1597). A Herrera se debe también el proyecto de la Catedral de Valladolid, en el que se refuerza el concepto del eje central y que sirvió de modelo para la Catedral de México.

Progresivamente, la arquitectura española del siglo XVII fue evolucionando hacia el estilo barroco, aunque no dejó grandes ejemplos significativos. La mayor parte de las influencias barrocas fueron recogidas de forma exclusivamente decorativa, especialmente en las iglesias. Este lenguaje, que resultaba rápidamente comprensible incluso para el segmento de la población menos instruido, fue exportado con éxito a las colonias americanas.

Entre los edificios religiosos más importantes del siglo XVII en España puede destacarse la Colegiata de San Isidro en Madrid, iniciada en 1629, la iglesia de Santa María Magdalena de Granada (iniciada en 1677 con planta longitudinal derivada de los edificios con esta disposición de la Antigua Roma) y la Basílica de la Virgen de los Desamparados en Valencia, de planta elíptica.

I.- Periodo purista o postherreriano (abarca los dos primeros tercios del siglo XVII). La penetración del barroco -en sus formas arquitectónicas italianas (plantas complicadas, movimiento de fachadas, decoración abundante y creadora de contrastes de luz)- va a ser lenta. La presencia de la ideología religiosa de la Contrarreforma y el prestigio de la monarquía de Felipe II pesan sobre el arte de la época: se prefiere la sobriedad, la sencillez y la uniformidad. Hay una evidente pobreza de materiales –ladrillo, tapial y yeso- junto a una depuración de líneas -al estilo de El Escorial-. Así como un escaso desarrollo del movimiento en plantas y alzados; se prefiere la línea recta a la curva; hay un predominio de la Iglesia de nave única con capillas entre contrafuertes -tipo de la iglesia del Gesù de los Jesuitas. Las fachadas expresan la misma sencillez de planos: "De un espíritu abstracto, los palacios, las Iglesias y conventos son con fachadas de paramentos lisos a base de grandes rectángulos ligeramente resaltados e interiores de diáfana blancura en la que solamente se recortan de manera neta las decoraciones de cuadrados y triángulos geométricos de las bóvedas, resultando conjuntos graves y apaciguados para aquellos que los contemplan al exterior o penetran al interior".[10]

Ejemplos de este tipo de arquitectura lo tenemos en la Colegiata de San Isidro de Madrid (construida por un jesuita: es de planta de cruz latina similar a la del Gesù, o a San Andrés de Mantua de Alberti); la iglesia de la Encarnación (Madrid); la Cárcel de Madrid (hoy ministerio de Asuntos Exteriores), la Casa de la Villa de Madrid, la Plaza Mayor de Madrid, la ciudad de Lerma (Burgos); el palacio del Buen Retiro. Estos cinco últimos edificios siguen la línea llamada "estilo escurialense, caracterizado por la sobriedad de líneas, los volúmenes compactos y torres cuadrangulares en las esquinas, techumbres apiramidadas, agujas en los vértices torres, tejas de pizarra negra. En esta época destacan unas especiales concepciones urbanísticas españolas: las plazas mayores, organizaciones casi cerradas, centro de los espectáculos religioso-políticos (procesiones, autos de fe de la Inquisición, predicaciones, recepciones de reyes), formados por distintos bloques de edificios que se unen dejando, bajo ciertas arcadas, paso a las calles periféricas. La más famosa es la Plaza Mayor de Madrid.

II.- Finales del siglo XVII. Se comienza a complicar la arquitectura; primero penetran las formas decorativas del barroco italiano (columnas de orden gigante y salomónicas, movilidad de planos en las fachadas, etc.), y luego las formas espaciales (plantas ovaladas, o cóncavo-convexas, llenas de movimiento).Destacan: fachada de la Catedral de Granada -de Alonso Cano-, dispuesta a manera de arco de triunfo de tres calles, cubiertas de arcos de medio punto; el Pilar de Zaragoza; la torre de las campanas y la del Reloj (Domingo de Andrade) de Santiago de Compostela. Durante el siglo XVII son escasas las construcciones; ya a finales de siglo se construyen: el presbiterio de la Catedral de Valencia. Las obras más barrocas son la fachada de la Catedral- claro ejemplo de los movimientos de fachadas al estilo de Borromini- : entre el escaso espacio que quedaba entre capilla del santo cáliz y Miguelete, se despliega una fachada a modo de biombo con tres calles plegadas en movimientos sinuosos cóncavo convexo, recargada de decoración en relieve y esculturas. La capilla de la Virgen de los desamparados: de planta ovalada, con espacios de entrada o capillas; destacando el camarín de la Virgen. Otros ejemplos son el museo de Bellas Artes, San Pío V y la torre de Santa Catalina, Palacio del Marques de Dos Aguas.

III.- Corriente nacional: Churrigueresco. Durante el siglo XVIII se acelera la construcción de edificios; resalta la plena asimilación de las formas espaciales de Italia (De Borromini y Bernini) en edificios como: San Marcos de Madrid, las Salesas Reales de Madrid, San Francisco El Grande -Madrid-, Palacio Real de Aranjuez -capilla. Son todos ellos edificios en los que destaca su compleja planta con juegos de curvas y contracurvas, cambitación de formas ovaladas, tangentes y secantes; con alzados en los que las cúpulas, bóvedas, etc. son de gran complejidad (destacan las cúpulas encamonada creadas por Francisco Bautista en e1 siglo XVIII: son un sistema de doble cúpula en el que el intradós es de madera y yeso, mientras que el exterior se despega y separa quedando un espacio hueco para lograr mayor efecto de altura y monumentalidad. Al ser de menor peso permite la constitución de espacios más desahogados).

Por otro lado, la arquitectura del siglo XVIII aumenta la tendencia ornamental hasta límites nunca conseguidos; a este estilo se le llama Churrigueresco: por el nombre de la familia con este apellido que produjo mayores obras. Es una decoración de amontonamiento de formas en ciertos lugares del edificio –puertas, fachada, etc; sobresalen por su monumentalidad y aparatosidad. frente al resto del edificio de líneas más sóbrias-. Destacan: colegios de Anava y Calatrava en Valladolid, plaza Mayor de la ciudad de Salamanca. De Pedro Ribera son el puente de Toledo en Madrid, y el Hospicio de Madrid. Otros edificios de este estilo son: San Telmo en Sevilla. La fachada del Obradoiro en Santiago, etc. Esta fachada de Casas y Novoa sustituye a la románica construida delante del Pórtico de la Gloria; es una monumental fachada estructurada como un grandioso arco de triunfo en diversos planos de profundidad (hasta tres) y de una gran verticalidad.

Otra complicación del barroco español se encuentra en los espacios creados para dar cabida a las imágenes religiosas como: reliquias, sagrario , sacristías e imágenes de gran devoción : vienen a combinarse teatrales efectos en la utilización del espacio,, la luz indirecta y de procedencia extraña, la pintura, escultura, etc. Son pequeños lugares en los que el barroquismo estalla en su mayor grado de complicación y teatralidad. Destacan el Transparente de la catedral de Toledo (de Narciso Tomé), el camarín y tabernáculo de la Cartuja del Paular, o el Sagrario de la Cartuja de Granada (Francisco Hurtado Izquierdo). Otra de las grandes escuelas del barroco español, es la fundada a inicios del siglo XVIII por Francisco Hurtado Izquierdo, en Priego de Córdoba. En la que intervinieron, sucesivamente, los hermanos Sánchez de Rueda, Juan de Dios Santaella, Francisco Javier Pedraxas, Remigio del Mármol y José Álvarez Cubero.

La arquitectura barroca francesa, a veces llamada clasicismo francés,[11]​ fue un estilo de arquitectura que floreció durante los reinados de Luis XIII (1610-1643), Luis XIV (1643-1715) y Luis XV (1715-1774), en los que se iniciaron una serie de construcciones de gran fastuosidad, que pretendían mostrar la grandeza de los monarcas y el carácter sublime y divino de la monarquía absolutista, especialmente de Luis XIV, el «rey Sol» —el astro rey, de quien emana toda la sabiduría, toda la luz, y que con su gloria ilumina a toda Francia—, quien tomó el palacio de Versalles como expresión de su poder y de su propia persona, convirtiéndose así en el prototipo de residencia áulica del príncipe absoluto. Coincidirá, con un periodo de bonanza económica, en el que una amplia nobleza y una burguesía pudiente serán capaces de permitirse los excesos y las costosas representaciones de estilo teatral. Aunque se percibe cierta influencia de la arquitectura barroca italiana, esta fue reinterpretada dando prioridad a la sobriedad, la armonía y la claridad, siendo más fiel al clasicismo renacentista. Fue precedida por la arquitectura renacentista y por el manierismo y fue seguida, en la segunda mitad del siglo XVIII, por la arquitectura neoclásica.

Los franceses llaman «clásica» a la arquitectura del siglo de Luis XIV y de sus sucesores y rechazan la denominación, peyorativa en francés,[12]​ de «barroca». Esta oposición entre un clasicismo «razonable» a la francesa y un barroco «excesivo» a la italiana encuentra su origen en la voluntad, afirmada desde el siglo XVII, de suplantar a Roma y, de hecho, aparece en el momento en que Versalles y la corte del rey Sol toman el lugar de Italia como centro de influencia cultural. El punto de inflexión será en abril de 1665 con el rechazo de los planes de Bernini para la columnata del Louvre: el arquitecto más famoso y solicitado de Europa era rechazado por la corte de Francia. Sin embargo, algunos historiadores del arte consideran la arquitectura francesa de los reinados de Luis XIII y sobre todo, de Luis XIV y Luis XV como barroca: creen que la mayoría de las construcciones francesas «clásicas», sean religiosas o civiles, podrían haberse construido en otros lugares de Europa y que reúnen todos los elementos barrocos: el gusto por la magnificencia, la perspectiva, la decoración.[13]​ Ese barroco francés influirá profundamente en la arquitectura civil del siglo XVIII en toda Europa.

Las primeras realizaciones de relevancia corrieron a cargo de Jacques Lemercier (capilla de la Sorbona, 1635) y de François Mansart (château de Maisons-Laffitte (1624-1626); Iglesia de Val-de-Grâce (1645-1667). Posteriormente, los grandes programas áulicos se centraron en la nueva fachada del palacio del Louvre (1667-1670), obra de Louis Le Vau y de Claude Perrault, en el ahora desaparecido château de Marly (1679-1696), en ciertas alas del inmenso château de Fontainebleau. Pero no se puede atribuir el desarrollo de la arquitectura barroca únicamente a las dominios de la corona, ya que fue en ese momento cuando proliferaron también muchas obras de dominio noble y burgués como los châteaux en las zonas rurales —el château de Dampier construido para el duque de Chevreuse, el ala barroca del castillo de Blois, el ya mencionado Maisons Laffitte (cuya realización marcará un antes y un después en la arquitectura francesa) —y los hôtels particuliers en las zonas urbanas; por ejemplo el Hôtel de Toulouse, actual sede de la Banque de France, o el Hôtel de Soubise (1624-1639), posteriormente remodelado para convertirse en claro ejemplo del estilo rococó.

Pero el principal programa del siglo será el palacio de Versalles (1669-1685), nuevamente un encargo para Le Vau continuado por Jules Hardouin-Mansart. De este último arquitecto conviene también destacar la iglesia de San Luis de los Inválidos (1678-1691), así como el trazado de la plaza Vendôme de París (1685-1708).[14]​ Aunque originalmente inspirados en el barroco italiano, bajo Luis XIV, se dio mayor énfasis a la regularidad, al orden colosal de las fachadas y al uso de columnatas y cúpulas, para simbolizar el poder y la grandeza del Rey. Este mensaje está claramente presente en la disposición de salones (el dormitorio de Luis XIV ocupa el centro del palacio y está dispuesto exactamente sobre el eje este-oeste, los salones de estado están dedicados cada uno a una divinidad romana, o lo que es lo mismo a un planeta, etc), así como en la fuente de Apolo; cuyo carro tira del sol, el cual, al estar la fuente mirando hacia el este, parece que va a emerger del agua. Muy pronto, el palacio y la ciudad que surgirán en Versalles se convertirán en un suntuoso signo de propaganda política y escenario de un sinfín de extravagancias y derroches. A partir de Versalles, tanto el palacio como el modelo de jardín francés se difundieron por las cortes europeas.

Ejemplos notables del estilo son el Gran Trianón del Palacio de Versalles y la cúpula de la iglesia parisina de iglesia de San Luis de los Inválidos (1678-1691), otra obra de Jules Hardouin-Mansart (que alberga actualmente los restos de Napoleón Bonaparte) junto con el conjunto adyacente del Hôtel des Invalides. En los últimos años de Luis XIV y en el reinado de Luis XV, los órdenes colosales desaparecieron gradualmente, el estilo se hizo más claro y vio la introducción de la decoración de hierro forjado en los diseños de rocaille. El período también vio la introducción de plazas urbanas monumentales en París y en otras ciudades, en particular la plaza Vendôme y la place de la Concorde. El estilo influyó profundamente en la arquitectura secular del siglo XVIII en toda Europa: el palacio de Versalles y el jardín formal francés fueron copiados por otras cortes de toda Europa.[15]

La arquitectura barroca está en deuda con los franceses por la invención del château de tres cuerpos de edificación. El modelo vigente hasta entonces era el del palazzo italiano: una fachada austera, a veces grandiosa, dando a la calle, con uno o más patios interiores con columnatas o no. La creatividad de los arquitectos se expresaba en los márgenes, en la gran escalera o la galería interior. Aunque el diseño palaciego de tres alas abiertas ya se había establecido en Francia como solución canónica en el siglo XVI, fue el Palacio de Luxemburgo (1615-1631) de Salomon de Brosse el que determinó la dirección sobria y clasicista que la arquitectura barroca francesa va a tomar. Para la reina madre María de Medici, de Brosse puso a punto el palacio con tres cuerpos de edificación que se convertiría en el modelo esencial de la arquitectura palaciega. Por primera vez, el corps de logis se subrayó como la parte representativa principal de la construcción, mientras que las alas laterales fueron tratadas como jerárquicamente inferiores y fueron apropiadamente reducidas. La torre medieval ha sido completamente reemplazada por la proyección central en la forma de una puerta monumental de tres pisos. De Brosse mezcló en el diseño elementos a la francesa (techos abuhardillados y decorados) y elementos italianos (en particular el tratamiento «rústico» de la fachada de piedra, como la del palacio Pitti que añoraba la reina madre). Esa síntesis es característica del estilo Luis XIII.

Palacio del Luxemburgo (1615-1620), de Salomon de Brosse

Château de Maisons-Laffitte (1630-1651), de François Mansart

Château de Vaux-le-Vicomte (1656-1661), cerca de Paris, de Louis Le Vau y André Le Nôtre

Los estudios de arquitectura realizados en Italia por el escenógrafo Inigo Jones y el joven Earl of Arundel constituyeron un impulso inicial que abrió paso a una reorientación fundamental de la arquitectura inglesa, que seguía atrapada en las formas tardomedievales y manieristas. The Queen's House, en Greenwich, pone de manifiesto el brusco cambio de tendencias. El palacio de la reina consta de dos bloques rectangulares unidos entre sí por un puente, conectándolo con el que fue el Greenwich Hospital, hoy conocido como la Old Royal Naval College, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Sobre la planta baja almohadillada se levanta el piano nobile, la planta noble, que se abre al jardín mediante una amplia galería con columnas dóricas. Aparte de Jones hubo muy pocos arquitectos de renombre en este periodo, pero entre ellos cabe citar a Isaac de Caus, que erigió Wilton House, con sus elegantes y fastuosas estancias en forma de caja denominadas The cube y The Double Cube.

Sin duda si hay un arquitecto inglés que destaque por la maestría de sus obras ese es Sir Christopher Wren, quien consiguió imponer en Inglaterra el clasicismo de cuño romano. En 1666, tras el gran incendio de Londres, se le convocó junto con sus colegas para presentar propuestas destinadas a la reconstrucción y urbanización de la que era una de las ciudades más pobladas de la tierra. La impresionante catedral de Saint Paul, cuya silueta es inconfundible en el horizonte de la ciudad, y 51 iglesias más son obra del maestro Wren. También la ampliación del palacio de Hampton Court por orden de Guillermo III de Inglaterra fue llevada a cabo por el mismo entre los años 1689 y 1692.

John Vanbrugh y Nicholas Hawksmoor otorgaron al estilo de Wren unas dimensiones aún más monumentales y sobre todo más pintorescas y teatrales. A partir de 1699 tuvieron a su cargo la construcción del imponente Castle Howard al norte de Yorkshire. El recinto entre cour et jardin (entre patio y jardín) consta de un ala de aposentos similar a un corredor en cuyo centro destacan el salón abierto al jardín y la gran sala cuadrada abierta al patio. En 1715 y 1717 respectivamente publicaron los dos volúmenes del Vitruvius Britannicus, con grabados de edificios británicos clásicos y la traducción de los Quatro libri dell'architettura de Andrea Palladio, lo que provocó un nuevo cambio revolucionario: El neopaladianismo. Esta tendencia tenía como objetivo un retorno a las "reglas nobles y verdaderas" de la Antigüedad tal y como las habían interpretado Palladio e Inigo Jones. El principal protagonista de este movimiento fue Lord Burlington, experto en arte que con su Chiswick House creó un edificio de asombrosa semejanza con las obras de Palladio. Por último cabe destacar otras hermosas obras del barroco británico que se materializan en la residencia de los Duques de Devonshire, conocida como Chattsworth en Derbyshire, Inglaterra, de la mano del arquitecto William Talman en 1694; sin olvidar claro está el monumental Blenheim Palace construido en 1710 por el antes mencionado John Vanbrugh, para el duque de Marlborough de parte de la Reina Ana.

Arquitectura del Barroco flamenco es una denominación historiográfica para la arquitectura del Barroco en los Países Bajos de los Habsburgo o "Países Bajos del Sur", territorio denominado genéricamente como "Flandes", por oposición a los "Países Bajos del Norte" que se habían independizado, y con los que mantuvieron una clara diferencia tanto en lo político como en lo religioso (el Sur, católico, mantuvo una sociedad estamental, el Norte, protestante, protagonizó una de las primeras revoluciones burguesas).

Las formas artísticas también fueron claramente diferenciadas (Barroco flamenco frente a Barroco holandés), particularmente en pintura; aunque también en arquitectura. En el Sur se emprendieron importantes proyectos en el espíritu de la Contrarreforma. En ellos, los floridos detalles decorativos están más estrechamente vinculados a la estructura, excluyendo así preocupaciones de superfluidad.

Arquitectura del Barroco en los Países Bajos del Norte, del Barroco holandés o expresiones similares, son denominaciones historiográficas para la arquitectura del Barroco en el espacio de los "Países Bajos del Norte" o "Provincias Unidas" (denominado habitualmente "Holanda", por ser esta su parte más rica y poblada), que en la época (siglo XVII y comienzos del XVIII) consolidó su independencia frente a los Habsburgo (Guerra de los Ochenta Años, 1568-1648), diferenciándose de los "Países Bajos del Sur", vinculados a esa dinastía. Además de las diferencias políticas y sociales (revolución burguesa en el Norte, monarquía autoritaria o absoluta en el Sur) destacan las religiosas (protestantismo en el Norte y catolicismo en el Sur). Mientras que la arquitectura de los Países Bajos del Sur (ejemplificada en los edificios de Amberes) se vio más influida por el Barroco contrarreformista romano de Bernini y Borromini, la República Holandesa encargó formas más austeras para las residencias de la Casa de Orange y los edificios públicos.

Como en el Barroco inglés, se desarrolla el Palladianismo, caracterizado por la sobriedad y contención. Los valores cívicos republicanos pretenden conectarse con los de la Antigüedad clásica. Son característicos los diseños de Hendrick de Keyser, quien fue determinante en el establecimiento de un estilo de influencia veneciana a comienzos del siglo XVII, con edificios como la Noorderkerk ("Iglesia del Norte", 1620-1623) y la Westerkerk ("Iglesia del Oeste", 1620-1631) en Ámsterdam.

Los principales exponentes de la arquitectura holandesa de mediados del XVII fueron Jacob van Campen y Pieter Post. Adoptaron las formas de de Keyser: elementos eclécticos como pilastras de orden gigante, tejados con gablete, frontones centrales y vigorosos campanarios. Sus desarrollos estilísticos, anticipan el Clasicismo inglés de Christopher Wren. Entre los edificios más ambiciosos del periodo están los ayuntamientos (Stadhuis) de Ámsterdam (1646, hoy Palacio Real) y Maastricht (1658), diseñados por Campen y Post, respectivamente. Por otra parte, las residencias de la Casa de Orange están más próximas a mansiones burguesas que a palacios reales. Dos de ellas, Huis ten Bosch y Mauritshuis, son bloques simétricos con grandes ventanales, desprovistos de la decoración ostentosa que caracteriza a otras arquitecturas barrocas. El mismo efecto de austeridad geométrica se consigue sin gran coste o efectos pretenciosos en la residencia de verano del Estatúder en Het Loo.

La importancia de Holanda hizo que la influencia de su arquitectura traspasara sus fronteras: arquitectos holandeses fueron contratados para importantes proyectos en la Alemania del Norte, Escandinavia y Rusia, diseminando su estilo por estos países. La arquitectura colonial holandesa se construyó en lugares como el valle del río Hudson, donde se edificaron casas de ladrillos rojos con gablete, y todavía puede verse en Willemstad (Curaçao), aunque pintada de colores.


Zuiderkerk (1603-1611)

Oost-Indisch Huis (1605-1606), sede de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales

Montelbaanstoren (1606)

Noorderkerk (1620-1623)

Westerkerk (1631)

Hay ciertos caracteres que dan personalidad al barroco novohispano, tanto en la composición de los edificios cuanto en el aspecto formal. Los más notorios son los siguientes:

La génesis de la arquitectura barroca se inicia en Italia, con figuras tan determinantes como Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini.

En España, la arquitectura barroca va a estar presidida por el gusto por la desornamentación y la sobriedad que había introducido el estilo herreriano, con importantes edificios en los que impera un estilo mesurado y casi clásico.

En América, tras la conquista española, el lenguaje del barroco se desarrolló en forma importante enriqueciéndose con la mano de obra y los conceptos propios de la arquitectura y arte precolombinos, como el uso extensivo de colores brillantes, destacándose en forma especial el barroco mexicano, peruano y el cubano.

En Alemania y en Austria la inspiración italiana combinada con la francesa creará edificios de gran exuberancia decorativa, sobre todo en los interiores, de luminosidad brusca, que darán paso al estilo Rococó (El Rococó se define por el gusto por los colores luminosos, suaves y claros).

En Inglaterra predomina el equilibrio y la austeridad.



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