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Realismo pictórico



Realismo es la denominación de un estilo o movimiento pictórico que se dio en Francia a mediados del siglo XIX, cuyo principal representante es Gustave Courbet. El propio pintor fue quien acuñó el término al dar nombre al pabellón que hizo construir para una provocativa exposición de 1855, alternativa al Salón de París, bajo el título "Realismo". Allí expuso su obra El taller del pintor, considerada el manifiesto del estilo, que provocó un sonoro escándalo en los medios artísticos por su antiacademicismo y su crudeza, que se calificaba de obscenidad. Posteriormente se identificó con el movimiento especialmente a Honoré Daumier, Jean-François Millet y Jules Breton, y a otros pintores (Jean-Louis-Ernest Meissonier, Henri Fantin-Latour, Thomas Couture, Jean-Léon Gerome, etc.) El crítico de arte Jules Champfleury definió teóricamente la estética del movimiento.[1][2]

Se suelen identificar los principios estéticos del realismo pictórico con los del realismo literario contemporáneo (Honoré de Balzac). El compromiso con las clases bajas y los movimientos políticos de izquierda (en el contexto de la revolución de 1848) marcó la sensibilidad social e ideológica de este grupo de pintores realistas, que conectaría con la vertiente más comprometida socialmente del realismo literario: el naturalismo posterior (Émile Zola).

No debe confundirse el realismo como estilo o movimiento pictórico con el realismo en las artes, un principio general que puede encontrarse en muy distintos estilos artísticos a lo largo de la historia de la pintura.

El realismo pictórico francés está íntimamente conectado con la denominada Escuela de Barbizon, de temática paisajista, a la que pertenecía Millet, y que contaba con pintores como Théodore Rousseau, Jean-Baptiste Camille Corot y Charles-François Daubigny.

Ya desde épocas anteriores se apreciaba un cansancio de los valores románticos y el deseo, entre los artistas más inquietos, de incorporar las experiencias más directas y objetivas en sus obras. El proceso es gradual aunque rápido, y entre el romanticismo pictórico y el realismo se establece una continuidad, sin embargo sus planteamientos ideológicos y formales serán muy distintos. También se establece una relación compleja entre el realismo y el academicismo de la pintura neoclásica, debido a que todavía existe entre los dos una competencia evidente. También es cierto que se influyen mutuamente. Así, aunque los pintores realistas sean excluidos de las grandes muestras oficiales, la pintura académica evidenciara una atención mayor hacia la observación directa de la naturaleza y la realidad del momento.

También en la pintura francesa, como en las demás escuelas nacionales, muchos pintores son identificados con una cierta clase de "realismo" sin pertenecer al movimiento realista de Courbet, como por ejemplo, el realismo costumbrista de inspiración fotográfica de Émile Friant. También el academicista Jean-Léon Gérôme fue un firme defensor de la fotografía, a la que consideraba capaz de sacar a la luz la verdad.[3]

El baño turco, de Ingres, 1862.

La Vérité au fond d'un puits, de Gérome (realizó varias versiones más del mismo tema).

La Discussion politique, de Friant.

La Toussaint, 1888, de Friant.

Ombres portées, 1891, de Friant.

Lo fluido de la transición entre ambos movimientos quedó ejemplificada con la trayectoria artística de Édouard Manet, el precursor del impresionismo, que en realidad no respondía a las convenciones técnicas del tratamiento de la luz y el color de los impresionistas.

Es problemática la aplicación de la etiqueta realista a los pintores de otras escuelas nacionales. La mayor parte de las veces se hace con criterios cronológicos, para englobar a los pintores de mediados del siglo XIX, aun cuando se incurra en la impropiedad de incluir a autores cuya obra se sitúa en la ortodoxia academicista del neoclasicismo o en la tradición romántica. Los géneros de más éxito de la época (la pintura de historia, el retrato, el paisaje y la escena de género) pueden ser tratados desde una perspectiva convencional, costumbrista, o bien de forma rupturista, como hicieron Courbet y Corot.

A medida que se avanza hacia finales del siglo XIX, las fronteras entre el realismo y el impresionismo en cada uno de los pintores que se etiquetan como realistas son difusas, por cuanto ambos estilos coinciden en la preocupación por la luz y el uso de la pincelada suelta, que da a las obras un aspecto esbozado.

El amplio periodo denominado época victoriana (1837-1901) presenció muy diferentes estilos en la pintura británica. La vertiente más conservadora o academicista estuvo representada por la Royal Academy, pero ya con las estéticas del posromanticismo se dieron todo tipo de variantes, como las fantasiosas reconstrucciones de la antigüedad de Lawrence Alma-Tadema y entre las opciones más rupturistas, estimuladas por las reflexiones teóricas de John Ruskin, estuvo el movimiento Arts and Crafts dirigido por William Morris.

Suele considerarse que el movimiento pictórico británico paralelo al realismo francés fue el grupo de pintores de la Hermandad Prerrafaelita y los de su entorno, como Ford Madox Brown,[4]​ pero se trata ya de estéticas posrománticas. También se han denominado pintores realistas ingleses a los de la escuela de Newlyn, de cronología posterior.[5]

La oveja descarriada, de William Holman Hunt, 1852 (prerrafaelita).

Última mirada a Inglaterra, de Ford Madox Brown, 1852-1855.

Primavera, de John Everett Millais, 1856-1859 (prerrafaelita).

Discusión náutica, Charles Napier Hemy, 1877 (Newly).

The Bower Meadow, de Dante Gabriel Rossetti, 1877.

Tepidarium, de Lawrence Alma-Tadema, 1881.

David y Salomón, vidriera de Edward Burne-Jones y William Morris, 1882.

Dante Gabriel Rossetti leyendo "Sonnets and Ballads" a Theodore Watts Dunton, de Henry Treffry Dunn, 1882.

Coche de caballos en la playa, de William Ayerst Ingram (Newlyn).

También se suelen denominar como realistas a los pintores de mediados del siglo XIX en España (Federico de Madrazo –que también puede ser clasificado como romántico– y las siguientes generaciones de esa familia, Mariano Fortuny –muy vinculado con ella–, Eduardo Rosales, Carlos de Haes, Antonio Gisbert, Casado del Alisal, José Moreno Carbonero, Martí Alsina, Vicente Palmaroli, Claudio Lorenzale), incluidos los géneros de mayor éxito del momento: la pintura preciosista, el retrato, el paisajismo y la pintura de historia (o realismo retrospectivo,[6]​ a pesar de sus convencionalismos académicos); incluso recibe esta denominación la producción de temática social (pintura social) de pintores de finales del siglo XIX y comienzos del XX, a pesar de su mayor lejanía estética con el realismo pictórico (Sorolla, Ramón Casas, José María López Mezquita)[7]​ Se ha señalado al escritor naturalista Narcís Oller y al crítico Josep Yxart como los primeros teorizadores del realismo pictórico en España, a partir de una exposición de Bartolomeu Galofre (1886).[8]

Retrato de Próspero Bofarull, de Lorenzale.

Retrato de Eduardo Rosales por Federico de Madrazo, 1867.

El estudio de Muñoz Degrain, de Francisco Domingo Marqués, 1867.

Vaya corte de pelo, de Vicente Palmaroli.

Carmen Bastián, de Fortuny, 1871.

Tejera en la montaña del Príncipe Pío, de Carlos de Haes.

La campana de Huesca, de Casado del Alisal, 1880.

Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, de Gisbert, 1888.

Plaza de toros de Barcelona, de Martí Alsina.

¡Y aún dicen que el pescado es caro!, de Joaquín Sorolla, 1894.

Garrote vil, de Casas, 1894.

Se ha identificado con el realismo francés el movimiento pictórico italiano contemporáneo denominado macchiaioli, que también es un precedente del impresionismo.

Boldini, Giuseppe Abbati, 1865.

Mujer en blanco, Vito d'Ancona.

Ragazza di Crespina, Silvestro Lega.

Via Torta, Telemaco Signorini, ca. 1870.

Diego Martelli en Castiglioncello, de Giovanni Fattori, 1866-1870.

El gran peso del romanticismo alemán hace que la pintura realista en Alemania no se defina con claridad, identificándose con la etiqueta importada de Francia a los pintores de la segunda mitad del siglo XIX que se dedican al paisaje y al costumbrismo. Se caracterizaron por el interés por la luz y la factura preimpresionista, y algunos evolucionaron posteriormente hacia el impresionismo y las vanguardias. Entre ellos destacan Adolph von Menzel, Wilhelm Leibl, Max Liebermann, Franz von Lenbach y Hans Thoma.[10]

Concierto de flauta de Federico el Grande en Sanssouci, pintura de historia de Adolph von Menzel, 1850-1852.

Pastorcillo, de Franz von Lenbach, 1860.

Recreo en el orfanato de Ámsterdam, de Max Liebermann, 1876.

Der Kinderreigen, de Hans Thoma, 1884.

In der Bauernstube, de Wilhelm Leibl, 1890.

Escena naval, de Christian Krohg, 1879

Niño dormido, de Johan Krouthén, 1883

Bautizo, de Michael Ancher, 1888.

La costura de la mujer del pescador, de Anna Ancher, 1890.

Tarde estival en la playa de Skagen. El artista y su esposa, de Peder Severin Krøyer, 1899.

La pintura rusa del siglo XIX se identifica con los movimientos europeos contemporáneos, aunque el término realismo ruso se identifica habitualmente con el realismo socialista del siglo XX.

El grupo más identificable con el realismo pictórico es el denominado peredvizhniki ("vagabundos" o "itinerantes"), caracterizado por su oposición a las restricciones académicas.[11]

Las lavanderas (1901), por Arkhipov.

Los sirgadores del Volga, de Iliá Repin, 1870-1873.

Retrato de Dostoievski, de Vasily Perov, 1872.

El asilo (1889), por Vladímir Makovski.

A mediados del siglo XIX hay un florecimiento de la escuela estadounidense de pintura (escuela del río Hudson, los denominados luministas estadounidenses, el revival colonial), que evolucionó más adelante hacia el impresionismo (tonalismo, impresionismo estadounidense). La equivocidad del término "realista" hace que se aplique, además de a estos pintores de la segunda mitad del XIX, a otros que tienen muy poco que ver con ellos, como los del denominado realismo estadounidense de comienzos del siglo XX (escuela Ashcan); así como al realismo genérico de los pintores de tradición academicista, entre los que destacaron dos pintores nacidos en Estados Unidos, pero que desarrollaron la mayor parte de su obra en Europa, y que, aunque se relacionaron con el realismo, el impresionismo y otros movimientos posteriores, no se identificaron propiamente con ninguno de ellos: James McNeill Whistler y John Singer Sargent.[12]

Campamento indio en Cascades, de Ransome Gillett Holdridge (escuela del Hudson).

Niagara Falls, de Frederic Edwin Church, 1857 (escuela del Hudson).

Al Piano, de Whistler, 1858-1959.

Garganta en las montañas, de Sanford Robinson Gifford (luminista).

Washington cruzando el Delaware, de George Caleb Bingham, 1856-71 (pintura de historia). La escena había sido tratada anteriormente, en estética romántica, por el germano-estadounidense Emanuel Gottlieb Leutze (Washington cruzando el Delaware, 1851).

Las hijas de Edward Darley Boit, de John Singer Sargent, 1882.

Los pintores englobados a partir de 1891 en la denominada escuela de Heidelberg, a pesar de ser identificados con el impresionismo australiano, realizan una obra más identificable con la tradición paisajista anterior.[13]

Tras el calor del día, de Walter Withers, 1891.

Verano dorado, de Arthur Streeton, 1889.

El pionero, de Frederick McCubbin, 1904.

La definitiva implantación de la burguesía como clase dominante la hace pasar de revolucionaria a conservadora. Las causas de 1789 quedaron superadas por el disfrute del éxito económico y de los placeres de la vida.

El papel del artista pasa a ser despertar la adormecida conciencia social sobre los terribles problemas sociales de la industrialización: trabajo infantil y femenino, jornadas laborales interminables, depauperación, condiciones insalubres de las ciudades industriales, desarraigo de la emigración rural, etc.

El desencanto con la reconducción conservadora de la revolución de 1848, que terminó implantando el Segundo Imperio Francés de Napoleón III, llevaron a los artistas a centrarse en lo social. La Comuna de París (1871) fue una nueva oportunidad de hacerles pasar al primer plano de la actividad política.

Augusto Comte elaboraba la filosofía del positivismo, que proponía como única fuente de conocimiento la observación y la experiencia. Los avances de la ciencia y la técnica fomentaron la formulación de una doctrina optimista, la del progreso social. En vez de soñar con la mejoría de la vida, hay que partir de la realidad. El hombre es representado en sus tareas normales y el tema de la fatiga se convierte en motivo de inspiración.

El realismo se vinculó a las ideas socialistas más o menos definidas. Aunque con claras diferencias entre los distintos autores, en general, se aprecia un interés por la situación de las clases más desfavorecidas de la sociedad surgida de la Revolución industrial. Algunos, adoptan una actitud absolutamente comprometida con los intereses del proletariado, participa en acontecimientos políticos del momento y hace un arte combativo. Otros, mantienen una postura más moderada, y endulzan de alguna forma su visión de la realidad.

Los pintores realistas franceses de mediados del siglo XIX compartieron una estética basada en la representación directa de la realidad. La manera cómo se materializaba este principio básico varió desde la crudeza objetiva de Courbet hasta la simplificación gráfica de Daumier, pasando por el filtro idealista de Millet. En cualquier caso, todos compartían la radicalidad de los temas: ante la trascendencia que concedían al tema romanticismo y academicismo, los realistas entendían que no hay temas banales y que, en consecuencia, cualquier cuestión puede ser objeto de interés pictórico.

Este planteamiento tiene una enorme importancia en un momento en el que la pintura está sometida a las reglas de la crítica oficial: los temas, las actitudes, las composiciones y hasta las medidas de los cuadros tienen que ajustarse a estos rígidos criterios. Ante esta situación, los pintores realistas defienden una pintura sin argumento, una captación simple de la realidad, en la cual lo fundamental es la forma en que se representa la imagen, y no su desarrollo narrativo.

El realismo es un término confuso y de muy difícil definición en lo que respecta a las artes plásticas; en general, sólo alude a una cierta actitud del artista frente a la realidad, en la que la plasmación de esta no tiene que ser necesariamente copia o imitación, aunque sí ajustarse a una cierta verosimilitud. Los realistas intentaban plasmar objetivamente la realidad; representar el mundo del momento de una manera verídica, objetiva e imparcial. No podían idealizar. La única fuente de inspiración en su arte debía ser la realidad; y no podían admitir ningún tipo de belleza preconcebida. La única belleza válida debía ser la que suministraba la realidad, y ellos, como artistas, debían reproducir esa realidad sin embellecerla. Cada ser u objeto tiene su belleza peculiar, que es la que debían descubrir.

La característica principal de su estética es la reflexión sobre la realidad, sin idealizar ni la sociedad, ni la naturaleza, ni el pasado, como lo había hecho el romanticismo. Dejaron a un lado los temas sublimes y se centraron en la vida cotidiana. El romanticismo y su idealización de la historia, de la sociedad y sobre todo de la naturaleza, cuyo tratamiento era un motivo de evasión, dio paso al interés por la realidad en sí misma.



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