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Naturalismo (literatura)



El naturalismo es un estilo artístico, sobre todo literario, emparentado con el realismo, basado en reproducir la realidad con una objetividad documental en todos sus aspectos, tanto en los más sublimes como los más vulgares, desagradables o sórdidos. Su máximo representante, teorizador e impulsor fue el escritor Émile Zola, quien expuso sus fundamentos teóricos en el prólogo a su novela Thérèse Raquin y, sobre todo, en su ensayo Le roman expérimental (1880). El naturalismo surge como contra parte al romanticismo, al igual que el realismo, y se extendió sobre todo entre 1870 y 1890.[1]

Desde Francia, en 1870, el Naturalismo se extendió a toda Europa en el curso de los veinte años siguientes adaptándose a las distintas literaturas nacionales. El naturalismo presenta al ser humano sin libre albedrío, determinado por la herencia genética y el medio en que vive (determinismo). En él influyen el Positivismo de Auguste Comte, que no considera verdad ni valora lo que no puede ser objeto de experiencia y de método científico; el Evolucionismo natural de Darwin (en 1859 se publica El origen de las especies) y el Darwinismo social de Herbert Spencer, que niega la espiritualidad del hombre al negar la intervención divina, así como el materialismo histórico de Marx y Engels (en 1848 se había publicado el Manifiesto comunista).

También experimenta el influjo de las ciencias naturales y, sobre todo, de la medicina y la reciente ciencia de la genética: el austriaco Gregor Johann Mendel (1822-1902) había formulado las leyes fisiológicas de la herencia que condicionan al ser humano en 1865. Hipólito Taine afirmaba que “la virtud y el vicio son productos como el vitriolo y el azúcar”. Junto a este materialismo, influyeron poderosamente en Zola los principios incluidos en La Médecine expérimentale (1869) de Claude Bernard. Zola considera que «el novelista está formado por un observador y un experimentador" que aperciben los síntomas de enfermedad de la sociedad:

Esto es, lo que se conoce en filosofía como Determinismo. De aquí deriva otra importante característica del Naturalismo, una crítica (implícita, ya que el valor documental y científico que se pretende dar a la literatura de este tipo impide aportar opiniones propias) a la forma como está constituida la sociedad, a las ideologías y a las injusticias económicas, en que se hallan las raíces de las tragedias humanas.

En suma, los rasgos definitorios del Naturalismo se reducen a los siguientes:

Cabe destacar que, si bien Realismo y Naturalismo son muy parecidos en el sentido de reflejar la realidad tal y como es (contrariamente al idealismo romántico), la diferencia radica en que el Realismo es más descriptivo y refleja los intereses de una capa social muy definida, la burguesía, mientras que el Naturalismo extiende su descripción a las clases más desfavorecidas, intenta explicar de forma materialista y casi mecanicista la raíz de los problemas sociales y alcanza a hacer una crítica social profunda; además, si el individualismo burgués es siempre libre y optimista en su fe liberal de que es posible el progreso sin contrapeso y labrar el propio destino, el naturalismo es pesimista y ateo merced al determinismo, que afirma que es imposible escapar de las condiciones sociales que guían nuestro sendero en la vida sin que podamos hacer nada para impedirlo. Por otra parte los naturalistas españoles hacen uso de un narrador omnisciente y se alejan del impersonalismo que busca el maestro francés Émile Zola; por otra parte, estas novelas no consiguen una reproducción continua de la realidad, objetivo que sí busca Émile Zola, sino que acumulan en exceso los aspectos que quieren destacar causando un desequilibrio en que se pierde el valor documental que busca Zola.

Las características de la novela naturalista son las siguientes:

Se considera que el Naturalismo es una evolución del Realismo. De hecho, la mayoría de los autores realistas evolucionó hacia esta corriente materialista, si bien otros orientaron su descripción de la realidad hacia el interior del personaje llegando a la novela psicológica.

El Naturalismo, al igual que el Realismo, refuta el Romanticismo rechazando la evasión y volviendo la mirada a la realidad más cercana, material y cotidiana, pero, lejos de conformarse con la descripción de la mesocracia burguesa y su mentalidad individualista y materialista, extiende su mirada a las clases más desfavorecidas de la sociedad y pretende explicar los males que padecen de forma determinista.

El Naturalismo tenía como objetivo explicar los comportamientos del ser humano y sus narradores pretendían interpretar la vida mediante la descripción del entorno social para descubrir las leyes que rigen la conducta humana.

Al surgir en París los novelistas iniciadores de este movimiento como Zola y posteriormente Flaubert describen de manera cruda y realista principalmente el contexto social de la capital de Francia y solo después se animaron a describir otros ambientes.[3][4][5]

En Francia, aparte del líder de esta estética Émile Zola, y de la "historia natural y social" de su ciclo de novelas Les Rougon-Macquart, son naturalistas Guy de Maupassant (Bel ami, Cuentos), Alphonse Daudet, Gustave Flaubert y otros autores de menor fuste (los hermanos Edmond y Jules de Goncourt, por ejemplo).

En Portugal, la gran figura del naturalismo fue Eça de Queiroz, pero también tuvieron su importancia Júlio Lourenço Pinto y Abel Botelho.

En Rusia difundió el movimiento el gran crítico literario Belinski y lo siguieron en algunas de sus obras autores importantes, sirviendo en cierta manera Gógol como precursor: Dostoievski, Goncharov, Chéjov, Máximo Gorki de la primera época y otros.

En Alemania el Naturalismo destacó sobre todo en el teatro; lo introdujeron Arno Holz y Johannes Schlaf, pero destacan los hermanos Carl Hauptmann (1858-1921) y sobre todo Gerhart Hauptmann (1862-1946), así como Hermann Sudermann y Max Halbe.

En Italia el Naturalismo se denominó Verismo y tiene su principal autor en Giovanni Verga (1840-1922), y su obra maestra en la novela de este autor titulada Los Malavoglia (Los Malasangre); también siguieron esta estética Luigi Capuana (1839-1915) y Matilde Serao (1856-1927), así como una serie de autores menores de novelas regionalistas como Girolamo Rovetta, Grazzia Deledda y Renato Fucini.

En Gran Bretaña el gran novelista y poeta y narrador del naturalismo fue Thomas Hardy; también fue utilizado por Arnold Bennett (1867-1931) y David H. Lawrence, y en el terreno dramático puede reconocerse alguna influencia de los postulados naturalistas en George Bernard Shaw a través de la asimilación que hace de dicha estética el dramaturgo noruego Henrik Ibsen; también siguió esta tendencia el dramaturgo sueco August Strindberg de la primera época, antes de volverse hacia el simbolismo y el expresionismo.

En España participaron de este movimiento hombres comprometidos con posturas cercanas al Krausismo o la izquierda como Galdós (La desheredada), Clarín y Vicente Blasco Ibáñez. Desde la óptica conservadora puede también hablarse de un Naturalismo cristiano no rigurosamente pesimista ni determinista en el que militaron autores como Emilia Pardo Bazán, Luis Coloma, José María de Pereda (que se acercó al naturalismo en su novela La Puchera), el marqués de Figueroa, José de Siles, Francisco Tusquets, Ángel Salcedo y Ruiz y Alfonso Pérez Gómez Nieva. Otro tercer grupo estaría integrado por los hombres de la revista Gente Nueva, luego ampliado en otra revista, Germinal, de ideología más extremista y que estaría integrado por los escritores del llamado Naturalismo radical: Eduardo López Bago, José Zahonero, Remigio Vega Armentero, Enrique Sánchez Seña, Joaquín de Arévalo, José María Matheu Aybar, Manuel Martínez Barrionuevo, Eugenio Antonio Flores, Silverio Lanza, Emilio Bobadilla, Alejandro Sawa, Joaquín Dicenta (quizá el poeta y dramaturgo del naturalismo más importante en castellano), Félix González Llana, José Francos Rodríguez, José Ortega Munilla, Jacinto Octavio Picón, Ernesto Bark, Ricardo Macías Picavea, José López Pinillos y algunos otros más.[6]​ En lengua catalana destaca Narcís Oller. Epígonos del naturalismo son en cierta medida Felipe Trigo y Augusto Martínez Olmedilla.

Empero, y con la excepción de algunos ensayos serios, como La desheredada, de Galdós, lo que se practica en España no es un auténtico naturalismo zolesco, sino una fórmula conciliadora que extrae algunos recursos formales de Zola sin seguir su doctrina ideológica (ateísmo, positivismo, determinismo). Este sincretismo es el que practican Pardo Bazán o el marqués de Figueroa.[7][8][9][10]

En América, vinculado al llamado Indigenismo, representan el Naturalismo los puertorriqueños Matías González García y Manuel Zeno Gandía ( La charca, 1894), el chileno Augusto d'Halmar y la peruana Clorinda Matto de Turner quien alcanzó un gran éxito con su novela Aves sin nido. Otra figura destacada del naturalismo peruano fue Mercedes Cabello de Carbonera cuya novela Blanca Sol fue muy controvertida. El argentino Eugenio Cambaceres tiene importancia por destacar la decadencia de las clases privilegiadas con novelas como Música Sentimental y Sin rumbo. En México, destacaron Federico Gamboa con su célebre novela Santa; Ángel del Campo, que usó el pseudónimo de "Micrós", y Vicente Riva Palacio. En Venezuela, el Naturalismo o Realismo fue practicado por Rómulo Gallegos en muchas de sus novelas (Canaima...) y cuentos. En Cuba destaca sobre todo Carlos Loveira, acompañado de Miguel de Carrión y Jesús Castellanos. En Centroamérica, Enrique Martínez-Sobral practicó el naturalismo en la novela "Alcohol".[11]

A los Estados Unidos este movimiento llegó bastante tarde, aunque es posible reconocer el Naturalismo en las obras de Frank Norris (Epopeya del trigo), Stephen Crane (La roja insignia del valor), Jack London (Martin Eden, La muchacha de las nieves, La llamada de la selva, Colmillo blanco) y Theodore Dreiser (Una tragedia americana), así como una evolución importante en el Nuevo periodismo americano de, por ejemplo, Truman Capote.



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