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Sacrificio humano



Del latín sacrificĭum, un sacrificio humano es la ofrenda de un ser humano a una deidad en señal de homenaje o expiación. En sentido amplio, es toda muerte ritual de una o muchas personas a manos de un tercero o de una institución.

Los sacrificios humanos fueron practicados en muchas culturas antiguas. Se mataba a las víctimas ritualmente de una forma que pretendía apaciguar o halagar a los dioses. Los sacrificios humanos fueron practicados en las religiones celtas de la Edad de Bronce y en los rituales relacionados con la adoración de los dioses en Escandinavia. Para los habitantes de la antigua Cartago, enemiga sempiterna de Roma, el sacrificio de infantes recién nacidos era también una manera de aplacar a sus dioses. La Biblia contiene también un relato sobre el sacrificio de su hijo Isaac que Dios le pide a Abraham, siendo luego detenido por Dios mismo, al superar la prueba de fe. También, obras artísticas, como La consagración de la primavera del compositor Ígor Stravinski, hacen referencia a los antiguos sacrificios de doncellas en la actual Rusia.

La Biblia condena los sacrificios humanos repetidas veces en el Antiguo Testamento (Deuteronomio; Jeremías) en contraste con los dioses cananeos (Levítico), y no se limita solo a prohibirlo por ser culto a dioses ajenos, sino que lo prohíbe también cuando el sacrificio es para él (Deuteronomio). De hecho, las referencias a los sacrificios humanos a otros dioses responden más al deseo de subrayar la perversión de quienes los adoran, pues de lo contrario se habría condenado simplemente la idolatría, como se hace otras veces.[cita requerida]

El mismo Antiguo Testamento contiene un relato acerca de un sacrificio humano no consumado, cuando Dios ordena a Abraham ofrecerle en sacrificio a su hijo Isaac en un monte ceremonial (Génesis). Abraham se dirigió con Isaac hasta el monte sin decirle que él sería el sacrificado y luego de que este juntara la leña para el holocausto lo ató, lo puso sobre el altar y se dispuso a degollarlo con un cuchillo. En ese instante fue detenido por Dios quien le dice que no mate a su hijo porque «ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único».

Otro ejemplo de sacrificio humano en el Antiguo Testamento es el de la hija de Jefté. Jefté promete a Dios sacrificar en su honor, ofreciéndole la vida del primero salga a recibirle a su regreso si le ayuda a vencer a los amonitas (Jueces 11:31). Al regresar victorioso es su propia hija la que sale a recibirle y Jefté cumple su promesa de sacrificio a Yahve.(Jueces 11:39). El protagonista Jefté no es mostrado positivamente en el relato, sino como alguien impetuoso, que en otra acalorada respuesta en el capítulo siguiente provocó una guerra civil (Jueces 12:3-4).

Algunos estudiosos afirman que el sacrificio solo era simbólico y realmente significaba que ella solamente sería apartada para servir en un tabernáculo (Éxodo) y no privarla de la vida tal como lo hacían los cananeos a sus dioses (Levítico); así, ella habría llorado su virginidad y no su muerte. Sin embargo, en un pasaje del Antiguo Testamento (Números) Dios le pide a Moisés que ejecute a todos los jefes del pueblo ante él, para que su ira sobre Israel se apacigüe.

En el islam, de acuerdo con el relato que hace el Corán, es Ismael el heredero de Abraham y fue a él a quien estuvo a punto de sacrificar. La enseñanza del sacrificio del primogénito es considerada una imagen que habla acerca de entregar lo más preciado por amor y obediencia a Dios.

Algunos estudiosos[1]​ consideran como un acto de complacer la voluntad de Dios, y por lo tanto una forma de sacrificios humanos, la práctica mencionada varias veces en el Antiguo Testamento de cumplir la orden de Dios de matar a todos los habitantes de una ciudad, o variantes de la misma, como matar a todos los seres humanos pero no los animales, o solo los humanos, o solo los adultos. Al Rey Saúl se le quitó su reino por no cumplir esos procedimientos ordenados por Dios, entre otros actos de desobediencia. No obstante en algunas ocasiones conservaban a las mujeres vírgenes como botín de guerra o para poder tomarlas en matrimonio. Con el paso del tiempo los antiguos habitantes del reino norteño de Samaria se volverían al culto de los dioses fenicios llegando algunos, tal como fue el caso del rey Manasés, a sacrificar a sus hijos mediante fuego a Baal (2 Crónicas). En otros pasajes se sugiere que el pueblo judío ha confundido algunas instrucciones de Dios por el contacto con otros pueblos, llegando a negar que instrucciones atribuidas en Dios, incluso los complicados rituales que rodeaban a los sacrificios de animales en libros como el Levítico y el Deuteronomio, sean de origen completamente divino (Ez 20,24-26; Is 1,12; Os 8,13; Os 6,6)[2]

Existe evidencia de que el sacrificio humano fue practicado por diferentes culturas del Antiguo Oriente Próximo y Norte de África. Durante el Predinástico, en las épocas más antiguas del Antiguo Egipto, se sacrificaron sirvientes y oficiales para que fueran sepultados junto con el faraón recién fallecido, de modo que pudieran servirle en el más allá.[3]​ Asimismo, nuevos estudios han probado la existencia de tales prácticas en el Próximo Oriente antiguo, los sacrificios humanos se llevaron a cabo desde al menos el X milenio a.C., alcanzando su punto álgido en la Edad del Bronce, con yacimientos como Ur, o Umm el-Marra[4]​ Por otro lado, la Biblia, además de diversas fuentes grecorromanas se refieren a los sacrificios de infantes realizados por ciertos pueblos, como cananeos, fenicios y algunos israelitas. Estos sacrificios habrían sido realizados mediante fuego, quemando a las víctimas para obtener el favor y la protección de los dioses. El mismo tipo de sacrificio ha sido adjudicado a los cartagineses, quienes eran descendientes de los fenicios.[5]​ El Corán también menciona que el sacrificio humano habría sido practicado por algunos pueblos semitas preislámicos de la Antigüedad.

En los palacios reales de Abomey, en Benín, África Occidental (sitio reconocido por la UNESCO como patrimonio de la humanidad), se puede visitar un templo con la tumba de 42 esposas del rey Guezo que, en 1858, al morir accedieron a ser sacrificadas para ser enterradas vivas con el monarca, luego de haber bebido un líquido que facilitara sus muertes.

Los griegos, romanos, celtas, cretenses, vikingos y otros antiguos pueblos europeos, realizaron sacrificios humanos. Es célebre el caso de Agamenón, personaje de Esquilo, que, al partir para la guerra, para obtener vientos propicios de los dioses, decide sacrificar a su hija, Ifigenia, de belleza excepcional. Ifigenia es salvada en el último momento por la misma Artemisa y se le asigna el rol de sacerdotisa en uno de sus templos. Roma prohibió los sacrificios humanos en el año 97 a. C. e intentó imponer la prohibición en toda Europa con éxito diverso. Sin embargo, las prácticas romanas de sangrientas muertes circenses, constituyen un derivación de los sacrificios humanos que pasaron de manera diversa. También en el Imperio romano la extendida práctica de matar a los hijos no deseados (filicidio) se relacionaba con la patria potestas que autorizaba a los pater familias a «vender, matar, ofrecer a los dioses, subordinar a cualquier ocupación y devorar a los hijos».[6]

El sacrificio humano generalizado en las diversas teocracias del mundo mesoamericano está documentado tanto por los códices como la iconografía precolombina en general, especialmente la azteca y las inscripciones mayas. Además, existen los relatos de los conquistadores españoles, los misioneros y los hallazgos recientes en arqueología. Algunos autores como Pablo Moctezuma Barragán[7]​ quisieran atribuir la evidencia a la mala fe de los conquistadores o ver en los códices representaciones simbólicas. Pero esta posición es considerada sin fundamento alguno por la mayoría de los historiadores y arqueólogos, como puede comprobarse en el número de septiembre de 2003 de la revista Arqueología mexicana, publicada como respuesta a la controversia sobre los sacrificios (Arqueología mexicana es la revista oficial del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México). Los hallazgos arqueológicos dan cuenta de la historicidad de los sacrificios.[8][9][10]​ Ni siquiera los eruditos que más defienden la causa del indigenismo, como Miguel León-Portilla, niegan la historicidad del sacrificio humano en Mesoamérica, como se comprueba en el mencionado número de Arqueología mexicana (:14-15) pero critican el abordaje "amarillista" de muchas publicaciones. Más aún, al final de ese mismo artículo el erudito mexicano concluye su reflexión resaltando una analogía entre el sentido del sacrificio azteca y el de Jesucristo, cuando dice que en Mesoamérica se trataba de un "ofrecimiento que redime a los humanos de su destrucción cósmica" y que en el caso del cristianismo, "fundamento de la redención del género humano."[11]

Los arqueólogos también han descubierto evidencia física de sacrificios humanos en el área andina, sobre todo en el Perú. Los mochica, sociedad agrícola como todas las culturas precolombinas, adoraban las fuerzas de la naturaleza. Consideraban necesarios los sacrificios humanos para mantener el orden del mundo y frenar desastres, como por ejemplo los causados por el fenómeno de El Niño. El estudio de las imágenes en el arte mochica ha permitido reconstruir la más importante secuencia ceremonial. Esta se iniciaba con un combate ritual y culminaba en el sacrificio de los vencidos en combate:

El combate ritual: Se enfrentaban guerreros armados, con finos vestidos y adornos, expresando el carácter ritual de este combate. Este consistía en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, en el que había que quitarle el tocado de la cabeza al contrario pero no matarlo. El objetivo del combate era conseguir víctimas para el sacrificio.

El sacrificio: Los vencidos eran desvestidos y atados, y luego trasladados en procesión a la zona de sacrificio. Los cautivos son mostrados desnudos, aún fuertes y potentes sexualmente. En el templo, sacerdotes y sacerdotisas preparaban a las víctimas para el sacrificio. Las maneras de morir eran variadas, pero al menos uno de ellos moría desangrado. Su sangre era ofrecida a los dioses principales para complacerlos y aplacarlos.[21]​

En Japón, el tipo de sacrificio humano más común fue la práctica de enterrar viva a la víctima debajo de diques, puentes, y castillos al ser fundados, como una oración a los dioses.

Se trata de un rasgo muy poco conocido de los antiguos Aborígenes canarios, pero se ha comprobado tanto arqueológicamente como por las crónicas que estos realizaban tanto sacrificios de animales[12]​ como sacrificios humanos.[12]

Béthencourt Alfonso habla de que "hubo tiempo en que inmolaron víctimas humanas en los altares isleños", mencionando la presencia de un sacrificio de un niño durante el solsticio de verano.[12]​ De hecho, los guanches de la isla de Tenerife tenían por costumbre arrojar por la Punta de Rasca a un niño vivo justo a la salida del sol en el solsticio de verano, en ocasiones estos infantes provenían de cualquier menceyato de la isla, incluso del menceyato más alejado de la Punta de Rasca, el de Anaga. De esto se deduce que era una costumbre común de toda la isla.[12]

También en Tenerife se conocen otros tipos sacrificios humanos asociados a la muerte del mencey o rey, donde hombres adultos se precipitaban al mar.[12]​ Los embalsamadores que elaboraban las momias guanches, también tenían la costumbre de arrojarse al mar un año después de la muerte del mencey.[12]

En Gran Canaria se han hallado huesos de niños mezclados con corderos y cabritos y en Tenerife han aparecido ánforas con restos de niños en su interior. Esto sugiere otro tipo de infanticidio ritual diferente a los que eran arrojados al mar.[13]

Entre las distintas razones que han existido para la práctica del sacrificio humano, parece haber las siguientes:



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