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Sara de Ibáñez



Sara Iglesias Casadei, conocida como Sara de Ibáñez (Chamberlain, Tacuarembó, 10 de enero de 1909 - Montevideo, 3 de abril de 1971), fue una poeta uruguaya.[1][2]​ Esposa del poeta Roberto Ibáñez, fue conocida cariñosamente como «Gran Sara» por escritores como Octavio Paz.[3]​ Entre otros premios obtuvo el Premio de la Academia Nacional de Letras y el Premio Nacional de Literatura en 1972.

Vivió de niña en Chamberlain, departamento de Tacuarembó, hasta que su familia se mudó a Montevideo. Fue profesora de enseñanza secundaria desde 1945.[2][3]

Se casó con el también poeta Roberto Ibáñez, de quien tomó su apellido como nombre artístico. La pareja tuvo tres hijas, Ulalume, Suleika y Solveig, que también se convirtieron en escritoras. Ulalume se trasladó a México donde, bajo el nombre de Ulalume González de León, se desarrolló como poeta, traductora, ensayista y editora.[4]

Llevó una vida recogida y privada.[2]​ Comenzó a escribir de niña, aunque no publicó un libro hasta cumplidos 30 años. Todos sus libros recibieron premios en Uruguay, además de dos póstumos.[2]​ Sara tenía por costumbre escribir dos libros a la vez al igual que hacía su marido; cada uno era diferente en tema y estructura.[2]

En vida fue aclamada por varios poetas contemporáneos, como Pablo Neruda, quien prologó uno de sus libros, comparándola con Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral y María Luisa Bombal, y expresó su admiración por sus poesías en varias ocasiones.[3][2][5]​ Mistral también citó a Ibáñez, de su poesía misteriosa y de significados profundos,[2]Jules Supervielle alabó su conocimiento de la poesía occidental, especialmente del simbolismo francés,[2]​ y así Vicente Aleixandre, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Cecilia Meireles, Manuel Bandeira, Carlos Drummond de Andrade, Josep Carner, Rafael Alberti, León Felipe, Octavio Paz, Amado Alonso, Emilio Noulet entre otros.[2]

Sara de Ibáñez destaca por su poesía misteriosa y casi hermética,[6]​ de cierta tradición barroca,[7]​ e ideas claras y descarnadas.[3][5]​ Su hermetismo causa, sin embargo, dificultades de interpretación que hacen accesibles sus escritos tan sólo a minorías cultas.[8]​ Mostró en muchas ocasiones los temas del suicidio y de las batallas. Su obra se caracteriza por la angustia de la existencia, el desamparo, la muerte, el amor, la autoaniquilación de la humanidad y la relación hombre-Dios.[3][2]​ En menor medida, trata el sentimiento patriótico (Canto a Montevideo)[3]​ y la condena a la guerra (Hora ciega).[9]​ Sus libros más representativos son La batalla y Apocalipsis 20.[2]

Se ha notado un gusto por la simetría, iniciando varios versos de la misma manera o estableciendo reglas de palabras antónimas.[3]​ Buscaba la perfección técnica y la pureza y transparencia de las imágenes.[2]​ Llegó a ser una maestra de la métrica y el ritmo.[2]



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