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Sucesión apostólica



Dentro de la teología católica, ortodoxa y copta, la doctrina de la sucesión apostólica mantiene que la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y la Iglesia copta son las sucesoras y herederas espirituales de los apóstoles. De esta forma, la validez y la autoridad del ministerio ordenado (u orden sagrado) deriva de los apóstoles. Sin embargo, en la gran mayoría de las denominaciones protestantes esta doctrina es rechazada o bien es entendida de modo diferente.[cita requerida]

La Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y la Iglesia copta denominan sucesión apostólica a "la transmisión, mediante el sacramento del Orden, de la misión y la potestad de los Apóstoles a sus sucesores, los obispos. Gracias a esta transmisión, la Iglesia se mantiene en comunión de fe y de vida con su origen, mientras a lo largo de los siglos ordena todo su apostolado a la difusión del Reino de Cristo sobre la tierra".[1]

La Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y la Iglesia copta afirman que la sucesión apostólica se mantiene mediante la ordenación de obispos de forma personal e ininterrumpida desde los tiempos de los apóstoles. Esto es, los apóstoles ordenaron a obispos, los cuales de forma ininterrumpida han seguido ordenando nuevos obispos hasta hoy.

Esta doctrina de los obispos como sucesores de los apóstoles, los cuales a su vez habían sido elegidos y configurados por el mismo Cristo, es formulada por primera vez por san Clemente a finales del siglo I. Sin embargo, su formalización hubo de esperar al surgimiento de las diversas doctrinas gnósticas entre los siglos I y IV, al proclamar sus seguidores que existía una tradición oculta que se remontaba al propio Cristo y a los apóstoles. La Iglesia Católica utilizó la doctrina de la sucesión apostólica para contrarrestar las predicaciones de los gnósticos, haciendo énfasis en la figura del obispo como preservador de la verdad revelada transmitida por los apóstoles.

Seria muy largo en un escrito como el presente enumerar la lista sucesoria de todas las Iglesias. Por ello indicaremos cómo la mayor de ellas, la más antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y establecieron los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la predicación de la fe a los hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de cualquier manera, ya sea por complacerse a sí mismos, ya por vana gloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos ilegítimos. En efecto, con esta Iglesia (de Roma), a causa de la mayor autoridad de su origen, ha de estar necesariamente de acuerdo toda otra Iglesia, es decir, los fieles de todas partes; en ella siempre se ha conservado por todos los que vienen de todas partes aquella tradición que arranca de los apóstoles. En efecto, los apóstoles (Pedro y Pablo), habiendo fundado y edificado esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración; y de este Lino hace mención Pablo en la carta a Timoteo. A él le sucedió Anacleto, y después de éste, en el tercer lugar a partir de los apóstoles, cayó en suerte el episcopado a Clemente, el cual había visto a los mismos apóstoles, y había conversado con ellos; y no era el único en esta situación, sino que todavía resonaba la predicación de los apóstoles, y tenía la tradición ante los ojos, ya que sobrevivían todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles (...) A Clemente sucedió Evaristo. Y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar a partir de los apóstoles, fue nombrado Sixto, y después de éste Telesforo, que tuvo un martirio gloriosísimo. Luego, Higinio; luego, Pío, y luego Aniceto; y habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el duodécimo lugar después de los apóstoles, ocupa el cargo episcopal Eleuterio. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros (...) Policarpo no sólo fue instruido por los apóstoles (...) sino que también fue nombrado obispo de la Iglesia de Esmirna, por los apóstoles de Asia (...) vivió muchos años, y se murió dando un glorioso ejemplo con su martirio. Siempre enseñó las cosas que él había aprendido de los apóstoles, y que la Iglesia trasmite, y que son, por cierto, verdaderas. De estas cosas dan testimonio todas las iglesias de Asia, como lo hacen también todos los sucesores de Policarpo hasta el presente (...) Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de la vida (...) Y esto ¿qué implica? Si surgiese alguna discusión, aunque fuese de alguna cuestión de poca monta, ¿no habría que recurrir a las iglesias antiquísimas que habían gozado de la presencia de los apóstoles, para tomar de ellas lo que fuere cierto y claro acerca de la cuestión en litigio? (...) Es necesario obedecer a los presbíteros de la Iglesia, aquellos que, como hemos mostrado, pertenecen a la sucesión de los apóstoles (...) Pero los demás, aquellos que no tienen parte en la sucesión primigenia, se reúnan donde se reúnan, son para ser tenidos bajo sospecha.

La Iglesia anglicana y luterana reclaman tener sucesión apostólica. Motivo por el cual es el intento incansable de la Iglesia Católica para recuperar a esos fieles. Lo que ha sido la causa y motivo principal del Concilio Vaticano II.

Sin embargo, las iglesias nacidas desde el siglo XIX en adelante, conceden poca o ninguna importancia a esta doctrina (puesto que, de acuerdo a su interpretación de las Escrituras, eliminaron las figuras de obispos y sacerdotes), enfatizando la libre interpretación de la Biblia como lazo de continuidad con la fe de Cristo y los apóstoles. En las denominaciones protestantes es imposible constatar una línea de sucesión apostólica ya que según la enseñanza tradicional esta yace condicionada a la permanencia de los ministros ordenados en la unidad de la Iglesia.

Cabe mencionar que, según la ley canónica y la generalidad de los teólogos conservadores, esta sucesión solamente tiene validez entre varones, por la naturaleza misma del sacramento del Orden, causa principal por la que algunas iglesias partidarias de esta doctrina han experimentado en las últimas décadas fuertes conflictos debido a la ordenación episcopal de mujeres, tal como ocurre entre los anglicanos. Por su parte, las Iglesia Católica no acepta tales ordenaciones.

Desde los primeros siglos de la era cristiana los Padres de la Iglesia, sobre todo los apologistas hicieron un marcado énfasis en el principio de la sucesión apostólica, como demostración de la legitimidad y autoridad de la Iglesia Católica ante las sectas cismáticas emergentes.

Y así, a medida que iban predicando por lugares y ciudades, iban estableciendo –después de probarlos en el espíritu– a las primicias de ellos, como obispos y diáconos de los que habían de creer.



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