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Teoría de la generación espontánea



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La generación espontánea es una hipótesis obsoleta sobre el origen de la vida que sostenía que ciertas formas de vida (animal y vegetal) surgían de manera espontánea a partir de materia orgánica, inorgánica o de una combinación de estas.[1]​ Nunca se obtuvo por método científico, pero se llegó a esa conclusión por evidencia visual.

Se trató de una creencia profundamente arraigada desde la Antigüedad, ya que fue descrita por Aristóteles, luego sustentada y admitida por pensadores de los siglos XVI y XVIII como René Descartes, Francis Bacon e Isaac Newton. El naturalista belga, Jan Baptiste van Helmont, en 1667, escribía en su obra Ortus Medicinae:[2]

La generación espontánea se sustentaba en la observación de procesos naturales como, por ejemplo, la putrefacción. Es así como se explicaba que, a partir de un trozo de carne descompuesta, apareciesen larvas de mosca, gusanos del fango, organismos de los lugares húmedos, como sapos y ranas e incluso ratones. Generalmente, se aplicaba a insectos, gusanos o seres pequeños.

Al inicio el filosofo Aristóteles escribió acerca del origen espontáneo de plantas, testáceos e insectos a partir de materia descompuesta.[3]​ Explicó que se originaban gracias a una interacción de fuerzas capaces de dar vida a lo que no la tenía con la materia no viva. A esta fuerza la llamó entelequia. La teoría sigue la creencia hilozoísta de la tradición griega, que contempla de modo animista el universo como un ser vivo y por tanto como capaz de generar vida a partir de sus cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Para Aristóteles, la vida requiere de un principio material (combinación de los cuatro elementos) y uno activo. Este último era el calor y este lo produce el corazón en los humanos y algunos animales, y en el caso de la generación espontánea, eran los rayos del sol o el viento.[4][3]​ Sin embargo, Aristóteles creía que no era generación espontánea como lo entendemos hoy sino "ayudados de la influencia de los cuerpos celestes que creían ser de una naturaleza superior".[5]

Comenzó a ser objetada por la escolástica del siglo XIII con la frase de Tomás: "Los antiguos sabios admitían la 'generación equívoca' conforme a la cual algunos organismos nacían de la materia inorgánica, principalmente en otro tiempo viva, no por virtud de las solas fuerzas de la materia, como quieren los defensores de la generación espontánea, sino ayudados de la influencia de los cuerpos celestes que creían ser de una naturaleza superior".[6]​ Hoy en día, la comunidad científica considera que esta teoría está plenamente desechada. Diversos experimentos se realizaron desde 1668, para encontrar respuestas, hasta que Pasteur demostró definitivamente, a mediados del siglo XIX, que la teoría de la generación espontánea es una falacia, postulando la ley de la biogénesis, que establece que todo ser vivo proviene de otro ser vivo ya existente.[7]

Francesco Redi (1626-1697), reconocido médico italiano, fue uno de quienes dudaron de la generación espontánea: pensaba que los insectos jamás podrían nacer de la putrefacción. Con el propósito de demostrarlo, diseñó un experimento para determinar si se desarrollaban larvas de moscas si no se dejaba a ninguna mosca adulta entrar en contacto con la carne. Puso la carne en tres frascos: uno de ellos permaneció abierto y selló los otros dos. En el frasco abierto, observó que había moscas continuamente. Después de un corto período, había gusanos únicamente en el frasco abierto. Redi llegó a la conclusión de que los gusanos aparecían en la carne descompuesta solo si las moscas habían puesto antes sus huevos en la carne.[7]

Los que se oponían a las ideas de Redi, porque apoyaban la idea de la generación espontánea, alegaron que no se había permitido que el aire entrara a los frascos sellados, por lo que la falta de aire evitaba que hubiera generación espontánea. Redi rediseñó su experimento y empleó gasas para tapar los frascos: estas permitían que entrara el aire, pero no las moscas. Al final de la experiencia no aparecieron gusanos en la carne, pero los huevos de las moscas quedaron depositados sobre las gasas.

Los experimentos de Redi presentaron evidencia en contra de la teoría de la generación espontánea. Aun así, los defensores de esta teoría no la consideraron suficiente.

Lazzaro Spallanzani (1729-1801) demostró en 1769 que no existe la generación espontánea de la vida, abriendo de alguna forma el camino a Pasteur quien trabajaría en el asunto en el siglo XIX. Tras rechazar la teoría de la generación espontánea, Spallanzani diseñó experimentos para refutar los realizados por el sacerdote católico inglés John Turberville Needham, quien había calentado y seguidamente sellado caldo de carne en diversos recipientes a lo largo de todo este experimento. Debido a que se habían encontrado microorganismos en el caldo tras abrir los recipientes, Needham creía que esto demostraba que la vida surge de la materia no viviente. No obstante, prolongando el periodo de calentamiento y sellando con más cuidado los recipientes, Spallanzani pudo demostrar que dichos caldos no generaban microorganismos mientras los recipientes se mantuvieran herméticamente cerrados y habiendo sido esterilizados.[8]

En 1866, Louis Pasteur (1822-1895) realizó una serie de experimentos sumamente eficaces para demostrar definitivamente que también los microbios se originaban a partir de otros microorganismos. Siguiendo la recomendación de Balard,[9]​ utilizó dos frascos de cuello de cisne (similares a un Balón de destilación con boca larga y encorvada). Estos matraces tienen forma de "S" con cuellos muy alargados que se van haciendo cada vez más finos, terminando en una abertura pequeña. En cada uno de ellos metió cantidades iguales de caldo de carne (o caldo nutritivo) y los hizo hervir para poder eliminar los posibles microorganismos presentes en el caldo. La forma de "S" era para que el aire pudiera entrar y que los microorganismos se quedasen en la parte más baja del tubo.

Pasado un tiempo, observó que ninguno de los caldos presentaba señales de la presencia de microorganismos y cortó el tubo de uno de los matraces. El matraz abierto tardó poco en descomponerse, mientras que el cerrado permaneció en su estado inicial. Pasteur demostró así que los microorganismos tampoco provenían de la generación espontánea. Gracias a Pasteur, la idea de la generación espontánea fue desterrada del pensamiento científico y a partir de entonces se aceptó de forma general el principio que decía que todo ser vivo procede de otro ser vivo. Aún se conservan en el Museo Louis Pasteur de París[10]​ algunos de estos matraces que el científico utilizó para su experimento.



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