Translatio imperii o traslatio imperii ("traslado del imperio", en latín) es una expresión que se utilizó en distintos contextos como justificación de la legitimidad de un poder imperial por transferencia de un poder similar preexistente. En palabras de J. G. A. Pocock: "Translatio imperii es en varias formas la antítesis de la Decadencia y Caída... implica que el imperio se ha transferido de mano en mano y de lugar en lugar, de los romanos a los griegos [es decir, del Imperio romano al Imperio bizantino ] y de los griegos a los francos [es decir, al Imperio carolingio ] (ambos permaneciendo romanos) y de tal forma habría sobrevivido."
Uno de estos contextos fue el cambio del poder desde el Imperio carolingio al Sacro Imperio Romano Germánico.
Otón I, duque de Sajonia, impuso su hegemonía en Alemania, dificultando las transmisiones hereditarias de los demás ducados y, sobre todo, contando con el apoyo de la Iglesia. Intervino en la Península Itálica controlando la elección papal. Su victoria contra los húngaros (magiares de las estepas del sur de Rusia que se asientan en Hungría e inician incursiones de saqueo sobre Alemania, Italia y Francia), propició su coronación en Roma por parte del Papa Juan XII (962). El Imperio, por lo tanto, pasó de estar ubicado en Francia a estarlo en Alemania. Otón, además, logró la transmisión hereditaria del Imperio, que cada vez se concebía más como una monarquía alemana.
Otón III, nieto del anterior, intentó volver al sueño de un imperio con capitalidad en Roma, que desde ahí pudiese controlar los reinos periféricos. Su sueño murió con él y sus sucesores (Enrique II de Baviera, Conrado II y Enrique III el Negro) tuvieron que concentrarse en reafirmar su dominio en Alemania donde los ducados habían aprovechado la ausencia del emperador para recuperar poder.
Esta translatio imperii antecede al desarrollo de la teoría política que defendía que la sociedad debería ser dirigida por una sola auctoritas (autoridad, voluntad), a la que se someterían las distintas potestas (ejercicio práctico del poder), tal y como ocurría en el ser humano. Las discrepancias venían a la hora de definir quién debía ser el poseedor de la auctoritas: la Iglesia (sacerdotium) representada por el Papado, o el poder laico de los aristócratas (regnum).
Las principales teorías al respecto fueron el agustinismo político (expuesto por Gelasio I ya en el siglo V y que sostenía la superioridad eclesiástica sobre la real) y el cesaropapismo (desarrollada en torno al año 800 en el contexto del Imperio Carolingio, defendía que la jefatura gubernamental debía detentarla el emperador mientras la Iglesia debía ocuparse de asuntos de carácter espiritual.
A partir de este marco teórico, las circunstancias políticas de cada momento hicieron que pesara más una u otra opción. Durante la primera mitad del siglo XI se llegó a un momento en que tanto el Papado, fortalecido por la reforma gregoriana, como el Imperio, se vieron con fuerzas para imponer su visión respecto a la jefatura política de la cristiandad, y que desembocó en la llamada querella de las investiduras.
Translatio imperii es la expresión con la que en el siglo XII se justificaba el poder del Emperador frente al Papa (poderes universales). Viene a decir que el poder del Imperio es mucho más antiguo que la Iglesia, por lo que el poder del Emperador es superior al del Papa, refiriéndose con esto a una supuesta herencia directa del Imperio romano. Es decir, creen que ellos son los herederos directos del Imperio, por eso los emperadores se hacen llamar augustos, y que el poder propio de Roma ha pasado a Alemania, de ahí esa translatio.
La repercusión medieval de esta idea tiene orígenes en San Agustín, que equipara la historia de la humanidad con los seis días de la creación y las seis edades de la vida, así como el pasaje del Libro de Daniel (el sueño de Nabucodonosor) que describe los cuatro reinos que se sucederán en el mundo. El motivo de ese traslado es la decadencia de cada reino, por lo que la primacía y el derecho pasan a otro, renovados y sin los vicios de que se habían cargado en la época anterior. Los reinos medievales se consideran herederos del Imperio romano, pero sin sus defectos paganos; igualmente se considera heredera la Iglesia, que se instala en Roma para redimir su pasado pecador. Tanto el poder religioso como el político reclaman la herencia de esta translatio; en teoría, el estado ideal sería aquel en que los dos se combinaran de manera armoniosa.
En este sentido es a menudo citado el prólogo del Cligès de Chrétien de Troyes, un ejemplo más de los muchos que reflejan esta idea, ya sea en la jurisprudencia o en la literatura. Según el autor francés, tanto la “caballería” como la “clerecía” han pasado de Grecia a Roma y de esta a Francia. Ambos conceptos son inseparables y se identifican con la translatio imperii y la translatio studii. Los reyes medievales se crean genealogías que hacen remontar sus orígenes a héroes míticos de la cultura grecorromana, dando la impresión de una continuación histórica que lleva inevitablemente a su autoridad presente. De la misma manera, se ponen de moda versiones traducidas y noveladas de las obras clásicas (Romance de Eneas, Roman de Troie, etc.) donde los personajes se comportan como caballeros de una corte medieval, demostrando que se trataba del mismo tipo de sociedad.
De acuerdo con la teoría de la concessio imperii, Rousseau afirma que el único titular de la soberanía es el pueblo; pero, a diferencia de esta teoría para la cual el pueblo es un ente ya constituido antes del acuerdo de concesión con el príncipe, el filósofo de Ginebra observa que originalmente existen sólo individuos no-asociados que con el pacto se unen y se convierten en un pueblo.
La sucesión de imperios, de Oriente a Occidente, explícita en la interpretación que se hacía del texto bíblico de Daniel, llegó a uno de sus ápices con las loas al imperio de Felipe II "donde no se pone el sol".
La idea de identificar el imperio con el transcurrir del sol está en la oda XV Augusti Laudes de Horacio: Imperi porrecta majestas ad ortum Solis ab Hesperio cubili ("y la magestad del Imperio se extendió desde donde se pone el Sol hasta donde nace").
Otras monarquías, como la francesa de Luis XIV, también recurrieron a la imagen solar (rey Sol).
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