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Viento del pueblo



Viento del pueblo (1937) es un poemario de Miguel Hernández. Este poemario pertenece a su segunda etapa poética, considerada como poesía bélica y de urgencia. En la obra se habla del sufrimiento de los pobres por la opresión a causa de los líderes políticos. A la vez sobre el amor que pasa desapercibido que ya no es dirigido solo a la mujer, sino al hombre y a la naturaleza.

Se ha pasado del yo, de la intimidad lírica, al nosotros, al compromiso social, bélico y político con una ideología a la que servirá de propaganda.[1]​ A este libro pertenecen poemas tan emblemáticos como Aceituneros (Andaluces de Jaén) y El niño yuntero.

Carece de una estructura precisa, su forma métrica predominante es el romance, y destaca por su lenguaje directo y propagandístico. El libro toma su nombre del poema homónimo del libro Vientos del pueblo.[2]

Leopoldo de Luis divide los poemas de este libro en tres unidades temáticas:

Llega a dedicarle un poema entero:

en el ocio sin brazos, sin música, sin poros,

no usaréis la corona de los poros abiertos

ni el poder de los toros.


Viviréis maloliendo, moriréis apagados:

la encendida hermosura reside en los talones

de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados

como constelaciones.


Entregad al trabajo, compañeros, las frentes:

que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,

con sus lentos diluvios, os hará transparentes,


de los trabajadores terrestres y marinos

[…] Endurecidamente pobladas de sudores

[…] conducen herrerías, azadas y metales.

[…] Como si con los astros el polvo peleara

como si los planetas lucharan con gusanos,

la especie de manos trabajadora y clara

lucha con otras manos.


Feroces y reunidas en un bando sangriento

avanzan al hundirse el cielo vespertino

unas manos de hueso lívido y avariento

paisaje de asesinos.


No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,

mudamente aletean, se ciernen, se propagan.

Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,

vientos del pueblo me arrastran,

me esparcen el corazón

impotentemente mansa,

delante de los castigos:

los leones la levantan

y al mismo tiempo castigan

con su clamorosa zarpa.


No soy un de pueblo de bueyes,

que soy de un pueblo que embargan

yacimientos de leones,

desfiladeros de águilas

y cordilleras de toros

con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes

Críticos como Agustín Sánchez han visto en esta obra influencia de Vicente Aleixandre y Nicolás Guillén y sus ideas acerca de la poesía de guerra y de la necesidad de que esta estuviera imbuida de la experiencia de combate en el frente[4]



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