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Cambio de moneda



Cambista es el que se emplea en el oficio del cambio de moneda, ocupación que se hizo imprescindible con la aparición de las monedas oficiales o divisas de cada uno de los países o ciudades, lo que obligaba a los mercaderes a cambiar por la moneda local la moneda que trajeran con ellos.[1]​ Era necesaria una alta especialización y conocimientos en numismática, metrología y metales para identificar las monedas y distinguir su ley y peso.[2]​ Las tablas o "bancos" de los cambistas fueron el origen de la banca en Europa.[3]

Las sucesivas innovaciones financieras, como la letra de cambio, el papel moneda y las instituciones aparecidas en la Baja Edad Media y la Edad Moderna (Cambio de Aviñón,[4]Taula de canvi, Collegio del Cambio, Amsterdam Wisselbank),[5]​ y la banca moderna y el tipo de cambio flexible en la Edad Contemporánea, permitieron que para el siglo XX ya se desarrollara un mercado de divisas, que permite a bancos y otros intermediarios financieros realizar los cambios de moneda de forma sencilla y transparente, aunque no libre de especulación y otras distorsiones.

En Roma el oficio de cambista era desempeñado por los nummularii. Según Suetonio, el emperador Galba mandó cortar las manos a un nummularius deshonesto en la Hispania Tarraconensis.[6]​ Tras la división del Imperio y la caída del Imperio occidental, el dinamismo económico del Imperio bizantino[7]​ y la posición estratégica de Constantinopla en las rutas comerciales continuó exigiendo la existencia de cambistas; cuyos puestos se situaban, como los de los joyeros, en la Mesé, entre el Foro y el Gran Palacio, encuadrados en corporaciones derivadas de los collegia romanos y sometidos a la autoridad del prefecto de la ciudad.[8]

En el interior del antiguo Templo de Jerusalén no se podían utilizar para pagar las ofrendas (como animales de sacrificio) más que siclos judíos o tirios, de modo que era obligado cambiar las monedas griegas o romanas que trajeran los peregrinos.[9][10]​ En griego (la lengua del Nuevo Testamento y la utilizada por todo el Mediterráneo Oriental) las palabras para designar a los cambistas son kermatistes, trapezites (por la trapeza -mesa o banco-[11]

La reactivación de la circulación monetaria y el comercio a larga distancia entre las ciudades musulmanas medievales exigía la presencia de sayrafi (cambistas) en el suq al-saga ("zoco [mercado] de cambios") de cada una de ellas, situado habitualmente en las proximidades de los jans o qaysariya (zonas destinadas al almacenaje y fiscalización de las mercancías y su venta en subasta -funduq-).[12]

En muchas ciudades europeas de la Edad Media se emitía moneda local, habitualmente con la efigie del gobernante. Cuando los mercaderes acudían a realizar compras y ventas, especialmente durante las ferias, los cambistas les ofrecían el servicio de cambiarles sus monedas por las locales o guardárselas en depósito en sus "bancos", efectuando en sus "cuentas" los ajustes necesarios tras la realización de las transacciones. Así se aminoraban problemas como el desgaste o la falsificación. También ofrecían servicios más sofisticados, como el mantenimiento del depósito en ausencia del depositante y el giro bancario. A medida que crecían las operaciones de los cambistas, estos se convertían en prestamistas, al añadir el tipo de interés a sus tasas de cambio.[13]​ A pesar de los recelos ideológicos y religiosos al ámbito de lo que se consideraba pecado de usura, la propia Orden del Temple proporcionaba este servicio a los peregrinos que iban y volvían de Tierra Santa.[14][15]​ Las grandes riquezas acumuladas por los templarios fueron una de las causas principales de su violento final en beneficio del rey de Francia (1307-1312). Era habitual la presencia en el oficio de judíos, que a su vez tenían un activo papel en los préstamos, particularmente con los reyes (con tasas de interés mayores a las permitidas a los cristianos), y el arrendamiento de rentas o administración de los impuestos, lo que se relaciona con su expulsión sucesiva de distintos reinos.[16]

Al igual que los demás oficios (y particularmente los vinculados al trabajo de los metales preciosos -orífices, plateros, orfebres-), los cambistas de cada una de las ciudades se agruparon en gremios o guildas, y sus "bancos" u oficinas se disponían en la misma calle o barrio.[17]Génova, Medina del Campo (donde destacó Simón Ruiz),[18]Lyon,[19]las de Champaña,[20]​ las de la Hansa y del Rin (donde surgieron los Fugger, los Welser, los Adler y los Hochstätter,[21]​ y más adelante, los Rotschild[22][23]​ (cuya primacía pasó a Amberes y de esta a Ámsterdam).[24]​ En Roma, la concentración de cambistas florentinos en la zona del Vaticano llevó al papa Julio II a promover una serie de construcciones en torno a un nuevo eje urbano (la Via Giulia, con la Casa de Moneda donde posteriormente se creó el Banco di Santo Spirito).[25]

La difusión global de la moneda de plata española se manifestó en su aceptación por los cambistas chinos, que no obstante realizaban sobre sus piezas diversas comprobaciones, como resellarlas (chops) o cortarlas (lo que también permitía utilizarlas para valores fraccionarios).[26]

La máquina de cambio[27]​ o dispensador de moneda es un dispositivo mecánico que proporciona monedas a cambio de otras de distinto valor o procedencia, o bien el "cambio" o "vuelta".[28]​ Puede tener distintas formas. La inventada por Jacques L. Galef se podía llevar en el cinturón, utilizándose por cobradores de los transportes públicos y otras profesiones en las que es necesario el cobro manual.[29]



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