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Revolución Oriental



La Revolución Oriental fue un movimiento político independentista uruguayo que se produjo últimos años en que la corona de España todavía regentaba el Virreinato del Río de la Plata. Inicialmente tuvo un carácter autonomista ya expresamente sostenido en las Instrucciones que llevaban los diputados orientales al congreso provisional reunido en Buenos Aires en 1813. Hasta ese momento no se había planteado la posibilidad de crear, en el territorio de la Banda Oriental, un país independiente de las demás provincias del Virreinato. Pero, en la lucha por resistir las imposiciones del de Buenos Aires y la consiguiente aspiración a lograr autonomía política fue gestándose un sentimiento particularista y nacionalista (denominado la “orientalidad") que termina siendo uno de los factores determinantes al fundamentar la separación posterior en 1828.

En mayo de 1810 la Junta de Sevilla y el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros fue forzado a la convocatoria de un Cabildo Abierto que se pronunció en su contra. De los 50.000 habitantes, solo 5.000 eran considerados como «vecinos», pero fueron convocados solo 500, de los que concurrieron la mitad puesto que los contingentes de patricios tendieron un cerco «negando el paso a los vecinos honrados y franqueándolo a los de la confabulación», según denunciaría después Cisneros.

Las aproximadamente 260 personas que participaron , representaban a las máximas autoridades virreinales (Real Audiencia, dignidades eclesiásticas, jefes militares), al Consulado de Comercio, al Tribunal de Cuentas, a los altos directores y jerarcas administrativos y a los párrocos eclesiásticos. Los restantes eran vecinos destacados quienes, ya sea por su apellido ilustre o por su floreciente situación económica, asistieron al congreso del 22 de mayo.

A las 9 de la mañana el escribano, declaró constituido el Congreso General Extraordinario que ponía énfasis en la unidad e indivisibilidad de la monarquía española; Cisneros dejaba en claro que toda decisión que no atendiese esta premisa estaría viciada de nulidad. En cuanto comenzaron los debates se apreció que había dos grandes posturas claramente diferenciadas y enfrentadas: quienes, negando autoridad al Consejo de Regencia constituido en la metrópoli, hablaban de acefalía y propiciaban la sustitución del virrey por una autoridad elegida por los criollos, y quienes buscaban dilatar o impedir todo cambio, congelando la situación. Muy pronto se hizo evidente que el llamado "partido criollo" reunía una amplia mayoría y que la suerte del virrey estaba echada.

No se tomaron actas de la reunión, por lo que se hace difícil la reconstrucción de las intervenciones. Esta ha debido realizarse sobre la base de las memorias de los protagonistas, lo que hace que existan grandes contradicciones. Hubo discursos sorprendentes, como el del exgobernador de Montevideo, general Pascual Ruiz Huidobro, quien se alineó a favor de los cambios y propuso la deposición del virrey y la asunción del poder por el Cabildo de Buenos Aires, único exponente, a su juicio, de la soberanía popular. Algunos expusieron posiciones extremistas, como la atribuida por Cornelio Saavedra (en sus memorias) al obispo Lué, quien habría dicho que mientras existiese un español libre, debería ejercer el poder antes que el primero de los americanos. Pero las intervenciones básicas, aquellas que definieron los lineamientos del debate, fueron las del doctor Juan José Castelli, la del fiscal de lo civil de la Real Audiencia, doctor Manuel Genaro de Villota, y la del doctor Juan José Paso.

La intervención de Juan José Castelli constituyó la base de lo que se llamaría luego el Dogma de Mayo, el fundamento teórico de la revolución. Con la caída en prisión de Fernando VII y la defección de la regencia que quedara en su lugar —dijo Castelli— se produjo una situación de acefalía y, de acuerdo con la teoría clásica de la monarquía usufructuaria, la soberanía había retrovertido al pueblo, a la entera nación. El pueblo de España había ejercido dicha soberanía a través de las juntas locales y, más tarde, de la Junta Central Gubernativa de Sevilla. Esta, emanación directa de la voluntad popular, tenía un poder gubernativo legítimo, pero de ninguna manera poderes constituyentes; podía mandar, pero no disponer quién ejercería el poder en caso de su disolución. Al producirse esta, la soberanía tornaba una vez más al pueblo, y se hacía necesaria una nueva manifestación de su voluntad. Por lo tanto, la autoridad del Consejo de Regencia era nula, y particularmente lo era en América, ya que los ciudadanos de las colonias no habían participado en absoluto de su constitución. De todo esto infirió Castelli su premisa básica: los ciudadanos de las colonias americanas, cuyos derechos son esencialmente iguales a los de los peninsulares, han readquirido así la prerrogativa de ejercer libremente su soberanía.

Al mismo tiempo —siguió diciendo— al caducar la autoridad del rey y desaparecer sus organismos depositarios temporales, la potestad de los virreyes y restantes autoridades subalternas también ha cesado. El poder de las instituciones de gobierno dependientes de la Corona es un reflejo directo de esta; por lo tanto, es lógico concluir que al extinguirse la autoridad básica, desaparecen también los poderes que de ella emanan. En particular la del virrey Cisneros, que había sido designado por un organismo —la Junta Central Gubernativa— que ya no existía.

Como conclusión de su medular intervención, Castelli sostuvo que la situación del momento era de acefalía; que la autoridad del virrey y demás instituciones locales había caducado y que el pueblo criollo estaba en condiciones de ejercer su soberanía, dándose el gobierno que mejor conviniese. En su opinión, debía constituirse una junta autónoma de gobierno.

De las exposiciones hostiles a esta postura destacó, por su coherencia, la del fiscal Villota. Este partió del reconocimiento de la situación de acefalía, con los mismos fundamentos que había empleado Castelli, y admitió la retroversión de la soberanía al pueblo; pero sostuvo que esa soberanía era única e indivisible, y que debía expresarse en las Cortes del Reino, como organismo representativo de todo el pueblo español. Ello no había podido materializarse aún por las dificultades derivadas de la ocupación extranjera, y se había transado en la constitución del Consejo de Regencia; pero este, aún admitiendo las objeciones de Castelli, había tenido el reconocimiento posterior de los españoles peninsulares, lo que legitimaba su poder. Por lo tanto –concluyó– es necesario acatar la autoridad de las instituciones vigentes hasta que se puedan reunir las Cortes del Reino, sede única de la soberanía, las que determinarían el rumbo a tomar. Con lógica implacable, negó Villota que aquella reunión de ciudadanos de Buenos Aires pudiera tomar decisión alguna sobre la vigencia o caducidad de instituciones que trascendían el marco de la capital virreinal y comprometían a todos los ciudadanos del territorio; si los porteños podían ejercer su soberanía en ese caso, idéntico derecho tenían los habitantes de las provincias del extenso virreinato, lo que provocaría la desintegración política de la nación española. Su propuesta fue, entonces, mantener la vigencia transitoria de las autoridades hasta que se pudieran reunir las Cortes del Reino o, en el peor de los casos, hasta que hubiera condiciones para reunir un congreso de todo el virreinato.

El otro discurso determinante fue el del abogado doctor Juan José Paso, un hombre que jugaría un papel muy destacado en los años inmediatos dentro de la política del Río de la Plata. Paso coincidió en lo esencial con Castelli, y sostuvo que la situación de ese momento era de acefalía, por lo que se hacía necesaria una expresión de la soberanía popular. Pero la novedad estribó en la respuesta a la fuerte objeción de Villota sobre el derecho de los ciudadanos de Buenos Aires a tomar medidas sobre autoridades cuya jurisdicción trascendía ampliamente el marco urbano. Así como en una situación de crisis familiar —dijo— corresponde al hermano mayor hacerse cargo de los intereses de los menores, así Buenos Aires, "hermana mayor" de las otras provincias del virreinato (por ser la capital), debía investir la representación provisoria de éstas (sus "hermanas menores") hasta que pudiera reunirse una asamblea provincial en la que todos pudieran hacer oír sus opiniones. La muy discutible tesis de la "hermana mayor" —que pasó a formar parte del Dogma de Mayo— encierra la génesis de lo que será la postura política del unitarismo, basada en la necesidad de instalar un gobierno fuerte y centralizado en Buenos Aires, sede de la "civilización" enfrentada a la "barbarie" provincial. Contra esta tesis política se alzará más tarde el vigoroso movimiento provincial autonomista conocido como federalismo.

Todas estas argumentaciones de corte jurídico trataban de justificar posiciones políticas bien diferenciadas; unos, los criollos, pretendían imponer la inmediata caducidad de las autoridades virreinales y su ascenso directo al poder político, mientras los otros —los defensores del sistema colonial— procuraban ganar tiempo impidiendo todo cambio en el statu quo.

Finalizados los debates, se propuso a votación la siguiente fórmula: "Si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Eximo. Sr. Virrey dependiente de la soberanía que se ejerza legítimamente a nombre del señor don Fernando VII, y en quien”. El procedimiento de emisión y cómputo de los sufragios no podía ser más engorroso, ya que cada votante podía proponer la fórmula que mejor le pareciese, y fue necesario hacer un complejo trabajo de clasificación. Fue imposible realizar el escrutinio esa misma noche, y se decidió citar al Congreso para una nueva reunión al otro día, 23 de mayo, a las tres de la tarde. Dicha reunión debió ser suspendida, pues a la hora fijada aún no se disponía de los resultados de la votación. La tarea de clasificar y contar los sufragios estaba a cargo del Cabildo, que sesionaba a puertas cerradas. Por fin, a la noche del 23, se obtuvieron las cifras definitivas: 69 votos a favor de la continuidad del virrey y 155 votos por su sustitución. La fórmula mayoritaria, propuesta por el comandante militar Cornelio Saavedra, constaba de los siguientes pasos:

Se trataba de la consagración total de la teoría de Castelli y Paso sobre la nulidad del Consejo de Regencia y de las autoridades coloniales, y de la función de Buenos Aires como "hermana mayor" de las demás provincias. El Partido Criollo había triunfado.
El Cabildo, compuesto mayoritariamente por elementos conservadores, intentó conciliar posturas por medio de la conformación de una junta de gobierno que presidiría el virrey, imitando el ejemplo de la Junta de Montevideo de 1808 con ocasión de la destitución del gobernador Elío. El día 24 se fue en estas negociaciones; inicialmente el Cabildo emitió una resolución según la cual continuaría en su cargo el virrey acompañado de una junta de gobierno; pero la cerrada oposición de los comandantes militares a esta fórmula determinó que se la sustituyese por otra que creaba una junta presidida por don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Al llegar la noche el Cabildo convocó a dicha junta, que llegó a reunirse, y pretendió someterla a un reglamento que establecía que la autoridad de esta quedaría subordinada a la de aquel (es decir, la junta debía obedecer al Cabildo, aberración jurídica, pues aquella tenía jurisdicción en todo el territorio y este solo en la ciudad de Buenos Aires). Pero Castelli, que la integraba y se había erigido en portavoz principal del Partido Criollo, consideró que todo aquello era una maniobra tendiente a desconocer el pronunciamiento del día anterior y sostuvo la nulidad de lo actuado. La brevísima junta, entonces, decidió disolverse y devolver el mando al Cabildo.

Lo cierto es que, a pesar de sus denuncias y protestas, el virrey fue sustituido por una Junta Provisoria —conocida como Junta de Mayo— presidida por Cornelio Saavedra; en definitiva, 250 vecinos que supuestamente encarnaban el mandato soberano. Elaborado por Mariano Moreno —que a diferencia de Saavedra era partidario de la revolución en términos absolutos—, el documento en el cual se pautan los contenidos del viraje político tiene algunos pasajes que hablan por sí solos:

Por fin el Cabildo avaló la creación de una junta, luego de ciertas presiones a dicha institución. French y Beruti la hicieron, en un documento que estaba formado por unos 400 ciudadanos, y el Cabildo se limitó a oficializar la propuesta. Quedó así integrada la llamada Junta de Mayo, primer gobierno autónomo del Río de la Plata.

Una de las primeras preocupaciones de la Junta de Mayo fue la de lograr el acatamiento a su autoridad por parte de Montevideo (que seguía estando bajo el control español), la ciudad comercial que rivalizaba con Buenos Aires. A esos efectos fue enviado el capitán Martín Galain, que era portador de un oficio de la Junta de Mayo, que aparecía esbozada la tesis jurídica que había llevado a su creación:[1]

A ello, el capitán Galain portaba también un oficio del depuesto virrey Cisneros al gobernador Joaquín de Soria, en que se le informaba lo acaecido y concluía que:


Este oficio, del depuesto virrey Cisneros, que se manifestaba en acuerdo con lo dispuesto por la Junta de Mayo, vale aclarar que más tarde el mismo Cisneros denunciaría ese texto como “arrancado por medio de una coacción”.[4]

El 1 de junio de 1810 se reunió en Montevideo un cabildo abierto en el cual participaron los principales miembros de la sociedad: autoridades civiles, militares y eclesiásticas, y “la parte más sana del vecindario” (el patriciado comercial y saladerista), además del enviado porteño Galain. Allí, y luego de una apasionada discusión, se decidió el principio de acatar la autoridad de la Junta de Buenos Aires, pero con condiciones, y se nombró una comisión para que redactara el pliego que las contuviera.[4]

Pero en la noche del 1 o del 2 de junio anclaba el bergantín “Nuevo Filipino”, portador de abultadas y falsas noticias que hablaban de grandes triunfos de las tropas comandadas por el Consejo de Regencia y del retroceso de los franceses en toda España.[5]

Esto provocó un cambio radical en la situación, y el día 2 se volvió a reunir el Cabildo Abierto. Llevados los pliegos ante el Ayuntamiento reunido en Cabildo Abierto, el 2 de junio “un grito general de la Asamblea determinó que se reconociese al Consejo de Regencia y se suspendiese toda deliberación sobre el nombramiento de Diputado y demás puntos acordados en la sesión anterior, hasta ver los resultados de dichas noticias en la Capital”.[5]​ A pesar de que la Asamblea determinó revocar lo aprobado el día anterior y reconocer la autoridad del Consejo de Regencia, se decidió también acatar la autoridad de la Junta de Buenos Aires siempre que esta reconociera la regencia peninsular, lo que equivalía indudablemente a una negativa.

Simultáneamente se recibían noticias de Buenos Aires, por parte de los emigrados desconformes con las disposiciones de la Junta, que asignaban un carácter revolucionario e independentista al nuevo Gobierno y ponían en duda la autenticidad de la carta de Cisneros a Soria, del 27 de mayo.

Fracasada la misión Galain, la Junta envió a una de sus principales figuras, el doctor Juan José Paso, que llegó a Montevideo el 13 de junio. Era portador de un largo oficio de su gobierno en el que se mantenía una posición ambigua frente al Consejo de Regencia y se instaba a mantener la unidad política platense.

Cuando Paso desembarcó fue alojado extramuros, prohibiéndosele la entrada a la ciudad. Las calles estaban llenas de marinos y de piezas de artillería, y parecía como si la ciudad se preparase para la guerra. Pese a todo, el Cabildo recibió a Paso en sesión cerrada, el mismo día 13 de junio, pero se pospuso a lo que decidiera un cabildo abierto que se realizaría el día 15. Mientras tanto el diplomático porteño debía permanecer extramuros.[4]

El día previsto se desarrolló en Cabildo Abierto; los integrantes eran generalmente los mismos integrantes de la Asamblea de 15 antes, ante el que hizo Paso una exposición que duró 45 minutos. Dando lectura al ya mencionado oficio de la Junta, del día 8. El Dr. Paso informó al Cabildo Abierto sobre lo ocurrido en Buenos Aires, los propósitos que presagiaba la Junta y los motivos para no reconocer la Regencia, solicitando la unión del pueblo de Montevideo con la Capital. Pero sus palabras fueron interrumpidas constantemente por gritos e insultos provenientes del sector organizado por Salazar.[4]

Cuando hubo finalizado, pidió la palabra del propio Salazar, quien sostuvo con vehemencia la legitimidad del Consejo de Regencia y criticó las medidas adoptadas por Buenos Aires. Finalizó su intervención coincidiendo con Paso en que era de mayor importancia conservar, en aquella coyuntura, la unidad platense, pero debía hacerse por medio de un cambio de Buenos Aires y no por un cambio de Montevideo. Es su apoyo habló luego el prestigioso comerciante Mateo Magariños. La posición juntista solo fue defendida por el padre José Manuel Pérez Castellano, un fernandista partidario de la autonomía gubernativa de los criollos; su valiente postura le valió una sanción por parte de las autoridades montevideanas.[4]

Por fin, la situación de Paso, acusado de traidor e insultado de manera cada vez más agresiva por un sector de los cabildantes, se hizo insostenible, y el enviado porteño se retiró, protegido por el coronel Murgunido. El Cabildo Abierto decidió entonces mantener en todos sus términos la resolución del 2 de junio. Y luego prosiguió por reconocer el día 16 de junio el Consejo de Regencia.

Antes de regresar, Paso realizó un último intento en la noche del 16 de junio, tratando por última vez de modificar la actitud de los jefes de Montevideo, demostrándoles con exhibición de documentos, el propósito de Portugal de apoderarse de la ciudad, pero esta nueva tentativa fracasó frente a la firme actitud de los jefes españoles.

Había, sin embargo, un sector de la población que miraba con simpatía la causa autonomista e independentista. El 12 de julio estalló un motín militar dirigido por los oficiales Prudencio Murguiondo y Juan Balbín González Vallejo e inspirado por Pedro Feliciano Cavia. Los amotinados se atrincheraron en la Ciudadela y exigieron, además de reivindicaciones profesionales y económicas, la destitución de Salazar y del capitán Ponce de León. El movimiento fue desbaratado por el gobernador Soria; Murguiondo y Vallejo fueron aprisionados, y Sainz de Cavia escapó a Buenos Aires.

Esta reacción tan negativa por parte de Montevideo hacia la Junta de Mayo se puede entender debido primero al gran contingente militar español, como los veteranos del “Fijo”, los batallones de Artillería, el Batallón de Ingenieros y el imperante cuerpo de Marina, integrados, en su inmensa mayoría, por españoles europeos, sin arraigo en la textura socioeconómica de la Banda Oriental.[5]

Por otra parte se encuentran el grupo de “gente principal, del vecindario y del comercio de esta Ciudad”, siendo hombres que ostentaban un gran poder y riqueza en la sociedad oriental de ese entonces y que mantenían el monopolio sobre algunos productos esenciales de la Banda Oriental controlando la exportación, gran parte de la importación y el importante tráfico de esclavos. Entre ellos se destacan, Batlle y Carreó, Berro y Errazquin, Sáenz de la Maza, Agell y otros. Gravitaba poderosamente en su actitud, la rivalidad comercial con Buenos Aires, en cuya disputa Montevideo había contado, en general, con la protección de las autoridades peninsulares, y en particular después de las invasiones inglesas. La Junta Porteña era para ellos la entronización política de los competidores en el tráfico mercantil del Río de la Plata y la amenazante perspectiva de perder el importante papel del comercio montevideano con Buenos Aires, manteniéndose así fieles a las autoridades españolas.[5]​ Durante los meses de julio y septiembre, la autoridad de Montevideo correspondió a Salazar, hombre que impulsaría una serie de medidas políticas, militares y fiscales buscando pacificar a la campaña oriental y subyugarla bajo el poder de Montevideo con el objetivo cumplir la vieja aspiración montevideana de unificar al territorio de la Banda Oriental bajo su único dominio.

El poderoso e influyente comandante Salazar también adoptó medidas para incrementar el poderío marítimo de la plaza, confiando en que la mejor defensa de esta era el dominios de los ríos. En septiembre escribía a España que “la salvación de América depende de esta plaza”[5]​ y solicitaba se enviaran urgentes auxilios, “porque esta Banda no da para sostener a los empleados y mucho menos para los gastos de tropas y expediciones”.[5]​ Asimismo, y por su influjo, se estudió un régimen de supresión de los privilegios de que gozaba el comercio con puertos extranjeros. Montevideo y Colonia - se convirtieron desde entonces en los principales bastiones en que se afirmaba la obediencia al Consejo de Regencia.


En las villas de la Gobernación de Montevideo, como San José, San Juan Bautista y Guadalupe, se desconoció a la Junta en consonancia con su capital, mientras que en Colonia, Maldonado, Soriano y Rosario del Colla, todas dependientes directamente de Buenos Aires, se acató a la Junta. También prestaron acatamiento a la Junta los comandantes militares Bernabé Zermeño (de la Fortaleza de Santa Teresa), Joaquín de Paz (de Melo) y Francisco Redruello (de Belén).[6]​ Excepto Belén, las demás poblaciones cayeron luego bajo el control de los realistas de Montevideo.

A partir del 3 de septiembre se declaró bloqueado el puerto de Buenos Aires y se envió al capitán de fragata José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo con 9 buques de guerra. El comandante de la estación naval británica, el comodoro Robert Elliot resolvió reconocer la acción de Montevideo, lo que provocó el reclamo de la Junta (que lo consideraba contrario a derecho) y de parte de los comerciantes ingleses, reclamo que fue trasladado por el comandante de la Mistletoe, Roberto Ramsay, al encargado de negocios británico en Río de Janeiro, Lord Strangford.

El 10 de septiembre la flota se presentó frente al puerto de Buenos Aires. Al anochecer destacó sus faluchos y capturó dos lanchas de tráfico con lo que se dio por bloqueada la ciudad. La noche del 16 de septiembre un fuerte pampero provocó una extraordinaria bajante que alejó la flota bloqueadora y provocó que los buques vararan y debieran ser apuntalados. En Buenos Aires se iniciaron preparativos para atacarlos con caballería y balsas artilladas, pero demorada la decisión por temor a una súbita creciente no se inició movimiento alguno. Esa madrugada efectivamente las aguas volvieron a su cauce y el día 21 el bloque se restableció reforzado con la corbeta Diamante.

Ramsay regresó el 10 de octubre con pliegos del vicealmirante Miguel de Courcy, jefe de la estación naval del Brasil, en los cuales desaprobaba el proceder de Elliot y le ordenaba dirigirse a Maldonado, lo que hizo efectivo el 15 de octubre, con lo cual Ramsay quedó al mando de la flotilla en el Plata hasta tanto llegara el mismo de Courcy. El 11 de octubre al ser apresados buques británicos, Ramsay dirigió su pequeño buque contra la capitana realista, la Mercurio, y le dio un últimatum para su liberación. Primo de Rivera cedió ante la amenaza con lo cual, de hecho, el bloqueo quedó suspendido.

Producida la fractura de la unidad administrativa del Río de la Plata, Montevideo debió resolver, además de la cuestiones gubernativas anexas a su separación de la antigua capital virreinal, las económicas y fiscales consistentes en atender “la manutención de la tropa y otros empleados”, proveer los gastos requeridos para preparar la guerra contra los “insurgentes” de Buenos Aires, cuyas escaramuzas iniciales ya se habían producido, e incluso recaudar auxilios para enviar a España, empeñada en la guerra de independencia contra Napoleón.

El 24 de agosto, el Gobernador Soria transmitía al Cabildo la orden recibida de España en el sentido de que los americanos debían auxiliar al Estado en sus apremios. Se implementaron los “Donativos Patrióticos” qué consistían en la creación de comisiones encargadas de recoger casa por casa las contribuciones voluntarias de los pobladores, sistema que se aplicó no solo en Montevideo, sino también en las villas y pueblos del interior. Cabildos y comandantes militares tuvieron a su cargo esta tarea, habiéndose cometido a los últimos “recolectar el producto de todos los ramos de la Hacienda Pública”.[5]​ Los resultados, no obstante las reiteraciones de los perdimientos y la órdenes, no fueron suficientemente satisfactorias.

Simultáneamente el Gobernador Soria resolvió recurrir a la propiedad como fuente de recursos. El 23 de agosto se hizo saber a los Alcaldes, Cabildos y Comandantes Militares que debía procederse a un examen de las tierras realengas en poder de poseedores con “títulos imperfectos o de ocupantes precarios”. A estos efectos se citaría y emplazaría por bando, a fijarse en todos los parajes públicos, a los poseedores, para que exhibieran los justificativos de los trámites de denuncia incompleta en el plazo determinante de cuarenta días.

Esta disposición, ya sugerida en otras oportunidades, al considerarse el problema del “Arreglo de los Campos” causaba una tremenda perturbación en el régimen de tenencia de la tierra, y fue resistida en toda la campaña. Pese a ello, Vigodet, a poco de hacerse cargo del gobierno, reiteró el 20 de octubre, con singular energía, los términos del Bando:

Las actividades fiscales implementadas por Soria y luego repetidas por Vigodet resultaron contraproducentes para los intereses que defendían. Viendo en cada criollo un conspirador en potencia, envió a la campaña unas “partidas tranquilizadoras[4]​ que actuaron con extremo rigor y crueldad contra los reales o presuntos simpatizantes del gobierno porteño.

El 7 de octubre de 1810 llegó a Montevideo desde España Gaspar de Vigodet, nombrado nuevo gobernador de Montevideo, y el 12 de enero de 1811 lo hizo Francisco Javier de Elío, que regresaba con el título de virrey del Río de la Plata. Elío, que había sido extremadamente popular en 1808 como defensor del autonomismo montevideano, seguía siendo un patriota español, enemigo mortal de la idea divisionista. Evitó ir a Buenos Aires y se instaló en Montevideo, desde donde ofició al gobierno de Buenos Aires exigiendo el reconocimiento de su dignidad virreinal. La Junta Grande respondió, con intransigencia, que “el solo título de virrey ofende la razón y el buen sentido”.[4]​ Fiel a su estilo directo, Elío declaró entonces “rebelde y revolucionaria[4]​ a la junta porteña y estableció como capital provisoria del virreinato a Montevideo (12 de febrero de 1811).

La política del virrey no alteró las grandes líneas trazadas por el anterior gobernador Soria, más bien las profundizó. Cerró los puertos orientales a los barcos porteños, reforzó las milicias en varias regiones del territorio, mantuvo las “partidas tranquilizadoras”, confirmó los bandos de Soria sobre la regularización de tierras ocupadas y los “donativos patrióticos”,[5]​ y estableció, además, un empréstito forzoso que debían pagar todos los ciudadanos (clero, comerciantes, empleados, etc.) y que sería devuelto cuando se recibieran auxilios financieros de Perú o España. Contando con el respaldo del capitán Juan Ángel Michelena, que estaba al frente de una flota que patrullaba el río Uruguay. Estas medidas represivas adoptadas por Soria y Elío desde Montevideo, como las anteriores, determinaron que la imagen del gobierno de Montevideo se deteriorase entre amplios sectores de la población rural. La radicalidad de Elío superó incluso al propio Salazar, que pasó a liderar el ala “moderada” de los españolistas y a alejarse cada vez más del virrey.

Como medida propagandística, el gobierno de Montevideo decidió sacar un periódico que pudiera contrarrestar la predica revolucionaria de la Gazeta de Buenos Ayres.[4]​ En septiembre de 1810 la princesa Carlota Joaquina de Borbón envió de regalo una imprenta a la capital de la Banda Oriental, y con ella se imprimió durante varios meses La Gaceta de Montevideo, que fuera dirigida sucesivamente por Nicolás Herrera y por el fray Cirilo Alameda.[4]

El espíritu de la campaña era definitivamente levantisco, en especial luego de la Revolución de Mayo y de las medidas represivas adoptadas por Soria y por Elío desde Montevideo. Joaquín Suárez, con destacadas figuras del patriciado criollo, realizaba reuniones conspirativas, con el fin de promover la revolución en la Banda Oriental. Algunos autores mencionan a la Conspiración de Casa Blanca (actual Departamento de Paysandú), abortada por Michelena el 11 de febrero de 1811, sin embargo autores más críticos piensan que nunca existió.[8]

El 15 de febrero, luego de un supuesto altercado con el brigadier Vicente Muesas, el capitán Artigas abandonó su guarnición de Colonia junto al teniente Rafael Hortiguera y al cura párroco de Colonia, Enrique de la Peña, y se dirigió a Santa Fe y luego a Buenos Aires para ofrecer sus servicios a la Junta. El 28 de febrero de 1811 dos caudillos locales, Venancio Benavídez y Pedro Viera, se pronunciaron a favor del gobierno revolucionario de Buenos Aires a orillas del arroyo Asencio, ubicado en el actual Departamento de Soriano, a unos 10 km de la entonces Capilla de Mercedes. Ese Grito de Asencio ha sido considerado tradicionalmente el principio de la Revolución oriental, aunque el comandante de Belén (bajo dependencia de Misiones), teniente de milicias Francisco Redruello, adhirió a la revolución en 1810 y se mantuvo libre de la acción de los realistas de Montevideo, lo que fue confirmado por su pedido órdenes al gobernador de Misiones, Rocamora, el 10 de agosto de 1810 ante las acciones de Montevideo sobre Colonia y otras localidades orientales,[9]​ quedando a cubierto de un ataque por barco debido a los saltos Grande y Chico del río Uruguay que interrumpían la navegación a la altura de Salto. Una carta de Rocamora a la Junta, con fecha 20 de noviembre de 1810, confirma que Belén se hallaba en su obediencia.[10]​ El 4 de marzo de 1811 Redruello escribió a Belgrano pidiéndole auxilio para los sublevados en Asencio,[11]​ fecha que algunos autores han tomado como día de la insurrección de Belén.

El Grito de Asencio y la subsiguiente toma de Mercedes y de Soriano fueron el inicio de un levantamiento general en la campaña al que un documento artiguista denominaría más tarde como “admirable alarma”.[12]

Así es como Pedro Ojeda reclutó fuerzas al norte del Río Negro; Manuel Francisco Artigas y Andrés Latorre en Florida; Fernando Otorgués, capataz de la estancia real del Cerro, constituyó la División de Dragones de la Libertad, formada por los orilleros de Montevideo, el Pantanoso, el Miguelete y el Cerro. Joaquín Suárez en Canelones, Tomás García de Zúñiga y Warnes en Santa Lucía, los Haedo en Maldonado, los Rivera en Durazno, Lavalleja en Minas, Manuel Artigas en Casupá y Santa Lucía, Blas Basualdo y Baltasar Ojeda en Tacuarembó, Baltasar Vargas (conocido como Baltavargas) en Arroyo Grande, como muchos otros más que se sumaron a la revolución.[4]

Faltaba el caudillo integrador, que sería Artigas. El 6 de febrero llegó a Buenos Aires, donde fue nombrado teniente coronel al mando de las fuerzas que pudiera reunir y subordinado directamente a José Rondeau, quien asumió el 1 de mayo como comandante de la campaña de la Banda Oriental al ser destituido Belgrano a causa de la Revolución del 5 y 6 de abril de 1811. La Junta le dio a Artigas una magra ayuda material inmediata de 200 pesos y 164 blandengues. El 9 de marzo inició el retorno llegando el día 15 La Bajada y el 24 de marzo a Concepción del Uruguay.[13]​ El 9 de abril desembarcó con sus tropas entre Las Vacas y la Calera de las Huérfanas.[14]​ Días después se encontraba en Mercedes, donde casi toda la Banda Oriental estaba en armas, excepto Colonia, Montevideo y otros pueblos que tenían alguna guarnición.

Mientras que en Montevideo, Elío al principio no le dio gran importancia al alzamiento de la campaña oriental entera. Su desenfoque e ignorancia del verdadero estado de aquella, explican el menosprecio y la relativa indiferencia con los que enfrentó los primeros pasos de la revolución. Él mismo expresó en un informe del 18 de marzo al secretario de Estado:

Cuando los hechos habían disipado toda duda sobre la gravedad del alzamiento, otras voces, desde el campo regentista, fueron muy cáusticas en el juzgamiento de las medidas de Elío, que miró –dice Salazar– “con desprecio”,[15]​ las primeras noticias del levantamiento, en “la falsa creencia de que los habitantes se hallaban en el mismo estado de sumisión y apocamiento que anteriormente”.[15]​ Actuaba –agrega el mismo Salazar– “bajo el errado concepto de que cincuenta hombres determinados acabarían con una insurrección de miles, prácticos en el país y favorecidos por todos sus habitantes”.[15]

Luego de su llegada a Mercedes, estableció su Cuartel General en dicho lugar,[16]​ organizando y acelerando desde allí la movilización y la concentración de las milicias. El primer cuidado de Artigas es consolidar el foco inicial, tratando de evitar la excesiva dispersión de las fuerzas, según estaba sucediendo porque la libre iniciativa de los caudillos no estaba orientada por un comando centralizado. Tal situación ponía en peligro a la seguridad y el poder de la revolución.

Para ese momento, los revolucionarios ya estaban ocupando prácticamente toda la campaña de la Banda Oriental, dejando reducidos a los españoles en prácticamente tres puestos fortificados situados al sur: Montevideo, cuyo comando ejercía el virrey Francisco Javier de Elío, Colonia del Sacramento, a cargo de Gaspar de Vigodet, y Maldonado, ocupada por el coronel Viana.

Mientras que la organización de los revolucionarios estaba en vías de ejecución, dado que Artigas trataba de concentrar a todas las fuerzas rebeldes en un solo lugar, operación que se fue haciendo paulatinamente, según el progreso de las partidas de vanguardia artiguista. Artigas toma como base para la organización del ejército oriental, su encuadramiento e instrucción, las tropas veteranas de Blandengues y milicias.

A mediados de abril, Manuel Belgrano, que fuera llamado a Buenos Aires para rendir cuentas de su derrota en la Expedición al Paraguay, nombra a Artigas Segundo Jefe Interno del Ejército de Operaciones de la Banda Oriental, según lo comunica a la Junta en su oficio datado en Mercedes el 27 de abril de 1811. La Junta Grande, en cambio, designa segundo jefe a Rondeau, quien recién llegará a Mercedes a principios de mayo. De acuerdo con las órdenes que había recibido la Junta, Belgrano nombra a Artigas Comandante Principal de las Milicias Patrióticas.[15][17]​ El 7 de mayo, a requerimiento de Rondeau, Artigas eleva la siguiente relación de fuerza:

Al pueblo de Minas y Maldonado guarnecen 300 hombres al mando de don Manuel Artigas, con orden de avanzarse hasta Pando; otros 160, al mando del capitán don Baltasar Vargas, corren desde el Canelón hasta el Cortado, y 200 más al mando de don Antonio Pérez, se aproximan hasta el mismo campamento enemigo que actualmente se halla en Las Piedras, y se compone sus fuerzas de 800 hombres con 4 piezas de artillería de 2 y 4. Estos insurgentes al mando de Posadas, […] han acabado con las vacas lecheras, y comienzan ya a sentir la falta de víveres, que no pueden adquirir en razón de que nuestras partidas los oprimen por todas partes. Con esta fecha, he comisionado a don Fernando Otorgués para que tome la caballada y el ganado de la Estancia del Rey, único refugio en que podrían tener esperanzas nuestros enemigos, y para ello lleva 50 hombres.

Entre tanto, el 20 de abril, las milicias orientales destacadas en la zona del Oeste, unos 400 hombres al mando de Venancio Benavídez, se apoderan del pueblo del El Colla (actual ciudad uruguaya de Rosario) entregado por sus defensores luego de un parlamento en donde se les dieron solo unos minutos para rendirse a discreción[15]​ y en seguida ocuparon las villas de Víboras y Espinillo. Casi simultáneamente fuerzas reunidas por Manuel Antonio Artigas, los hermanos Quinteros y los hermanos Vargas, desalojaron de villa de Porongos, a la guarnición que era fiel a los realistas.

Antes de iniciar las operaciones ofensivas sobre Montevideo, Artigas establece el orden en los pueblos de Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay), Paysandú y Mercedes, a fin de consolidar su retaguardia y organizar las fuerzas y los medios para obtención de recursos. Elío, con sus errores estratégicos y con su actitud inicialmente pasiva y confiada, contribuye al éxito de la Revolución. Al dividir sus fuerzas destacando inicialmente débiles partidas que son fácilmente batidas por los criollos, exalta la moral de estos y favorece la deserción de los partidarios del movimiento que había en sus filas. Por otro lado, estas partidas se ocupan de guarnecer pueblos de escasa importancia militar, en vez de ocupar puntos neurálgicos para las comunicaciones y reunión del enemigo. Por restarle importancia al movimiento subversivo asume una actitud pasiva, y actúa con lentitud y da tiempo a la organización y concentración de las fuerzas orientales.

Estos desaciertos son agravados por las medidas que adopta al enterarse de los primeros éxitos de la revolución, las que revelan su poco tacto administrativo y la desorientación de la que es presa. También mandó levantar una horca en la Plaza Mayor de Montevideo para que en ella “expiasen con prontitud su crimen los traidores a su Rey y a su patria”.[19]​ Las “Instrucciones” que expidió, el 19 de abril, para los comandantes de cuerpos encargados de vigilar la campaña, son minuciosas la descripción de las medidas represivas:

Entre las medidas poco populares están las de instalar una horca, expulsar a los Franciscanos, expulsar a 40 familias criollas vinculadas con los sitiadores, liberar a los malhechores para que combatan a los rebeldes, aplicar la intriga y la represalia como medidas coercitivas, y confiscar las ventas de propiedades pertenecientes a los emigrados y revolucionarios. Ante la ineficacia de estos recursos y ante la gravedad de la situación recién se da cuenta Elío de cómo había socavado España su poder militar al incorporar numerosos criollos a su ejército.

Para atender las necesidades de la defensa de la Plaza de Montevideo el Gobernador Elío trata de organizar nuevas fuerzas constituidas solamente por españoles, tal como el Batallón de Comercio, cuyo Jefe era el Gobernador de la Plaza, con un Estado Mayor, dos Ayudantes y el número de compañías que se pudiera reunir.

Del crítico estado de la Plaza da cuenta el propio Elío en sus numerosos documentos conservados en el Archivo General de Indias.[18]

No obstante con sus éxitos iniciales, Artigas actúa con prudencia, por no contar con suficiente autoridad otorgada por la Junta. Mientras personalmente se ocupa de la organización de las fuerzas patrióticas de Mercedes, confió a su primo Manuel Antonio Artigas el mando de las fuerzas reunidas en Arroyo Grande por los hermanos Bragas y Miguel Quinteros, ordenándoles que se dirigieran sobre Montevideo, construyéndose así en la vanguardia del ejército Oriental.

El 20 de abril, por la tarde, cae El Colla (actual ciudad de Rosario) en poder de Venancio Benavídez, quien remite los prisioneros a Mercedes. El 23 de abril, desde esta última ciudad, Belgrano le informa a la Junta de Buenos Aires: "Mañana sale el Teniente Coronel don José Artigas, Segundo Jefe Interino del Ejército con una partida a estrechar a los enemigos."[21]

El 25, las fuerzas de Benavídez que venían de ocupar "el Colla", junto con las del Capitán Manuel Antonio Artigas que había recuperado Porongos, siguen su camino hacia San José.

Manuel Antonio Artigas inicia sus movimientos siguiendo las alturas de la Cuchilla Grande, teniendo el primer encuentro con las fuerzas realistas en Paso del Rey.

Tras un duro combate los realistas se retiran sobre la Villa de San José, donde se organizan defensivamente. El día 22 de agosto los orientales atacan la villa sin éxito, debiendo retirarse a las alturas inmediatas y reponer el sitio, en espera de refuerzos, que llegan el día 25 de agosto al mando de Benavídez, En tales circunstancias los patriotas atacan la villas y se produce la Batalla de San José, que tras un sangriento combate las tropas orientales vencen sobre las tropas Realistas y la logran ocupar.

En el El Colla, las fuerzas al mando de Manuel Francisco Artigas,[21]​ obtuvieron en pocos días, el dominio de extensas zonas. El 24 de abril ocuparon la villa Concepción de las Minas; el 28, San Carlos, donde había revelado al bando revolucionario, el capitán Juan Correa; el 23, sitiaban Maldonado, la que se entregó de inmediato, capitulando el Jefe de la plaza, Francisco Javier de Viana y ajustando este las condiciones de la rendición efectuadas en 5 de mayo. Como “el señor Viana no puede seguir en el mando de esta plaza por las condiciones achacosas de su salud”,[15]​ Manuel Francisco Artigas puso “a la cabeza de dicho pueblo en lo militar[15]​ al citado capitán Correa, “en atención de su patriotismo”.[15][22]

Manuel Francisco Artigas envió por entonces una partida al mando del comandante Pedro Gervasio Pérez para tomar el Fuerte de Santa Teresa; cumplida esa misión, la misma fuerza pasó a ocupar la villa de Rocha, el 7 de mayo.

Realizadas estas operaciones, hizo saber a Rondeau que marchaba en dirección a Pando, al frente de unos trescientos hombres “con el objeto de estrechar a Montevideo cortándole los víveres y los auxilios”,[15]​ y reclamando, asimismo, se le expidiera “un título legítimo que acredite la realidad de mi comisión… para que se caracterice en toda la dignidad y energía qué deben tener las capitulaciones y demás providencias que he dado desde mi entrada al pueblo de Minas”.[15]​ Rondeau dio amplia satisfacción al pedido del jefe oriental, auxiliándole con municiones, y expidiéndole “el Despacho provisional de Teniente Coronel de la milicia patriótica, nombrándole Comandante de todas las que reunía, en la inteligencia que debe operar bajo la dirección de su hermano don José, a quién V.E. ha nombrado Jefe General de ella”,[15]​ según le comunicaba a la junta bonaerense.

En los primeros días de mayo, Artigas parte con el grueso de sus fuerzas de San José, en marcha hacia Montevideo, según lo había comunicado a la Junta de Buenos Aires en su oficio de fecha de 21 de abril.

Se evidencia que el plan operativo de Artigas es necesariamente ofensivo y consistía en marchar lo más rápidamente hacia Montevideo, con la finalidad de reducir este foco de resistencia, e impedir que se organizara o recibiera refuerzos.[18]

Elío, viendo que los progresos de los revolucionarios amenazaban cercarle entre los muros de Montevideo, cifró, entonces, todas sus esperanzas en una acción militar decisiva, que confió al Capitán de Fragata José Posadas con una fuerza de 1230 hombres, establecido con sus fuerzas en Las Piedras y desplegó su mayor diligencia en proveerlo de armas, municiones y recursos de alimentos.[15]

Las milicias criollas alcanzaban en total unos 2000 hombres, la mitad de los cuales, a las órdenes de Benavides, se hallaban empeñados en el propósito de ocupar Colonia del Sacramento, al amparo de cuyas fortificaciones se había acogido Vigodet.
Artigas, con las fuerzas de su mando, se ubicó estratégicamente en Canelones, el 12 de mayo, dispuesto a vigilar las fuerzas montevideanas acampadas en Las Piedras. Allí las lluvias lo mantuvieron inactivo hasta el día 16. Entretanto, su hermano Manuel Francisco burlaba una partida regentista y lograba incorporársele con 304 hombres, en la tarde del 17, en el campamento ubicado en las puntas del Canelón Chico. Alcanzaron, entonces, los efectivos artiguistas, a 400 infantes y 600 caballos.

El día 18 amaneció sereno”,[15]​ despachó Artigas. “Algunas partidas de observación sobre el campo enemigo”,[15]​ distante un par de leguas y a eso de las 9 de la mañana comenzó el combate: Artigas ordenó al capitán Antonio Pérez —que cubría el ala derecha— que con su caballería, atrajese la atención del enemigo y lo introdujera a abandonar la ventajosa posición que ocupaba en una loma, donde tenía cuatro piezas de artillería, dos obuses y un cañón. “La situación ventajosa de los enemigos, la superioridad de su artillería y el exceso de su infantería sobre la nuestra, hacían la victoria muy difícil…”,[15]​ pero los soldados patriotas, combatiendo con enorme arrojo lograron desalojarlos, obligándolos a replegarse hacia Las Piedras. Entró a jugar en ese momento la última parte del plan táctico de Artigas, consistente en un movimiento envolvente de caballería, que cargó por los flancos y cortó la retirada de los regentistas, quienes “quedaron encerrados en un círculo bastante estrecho”,[15]​ trabándose un vivo combate “pero después de una rigurosa resistencia se rindieron los contrarios quedando el campo de batalla para nosotros”.[15]

De inmediato, Artigas comisión a su ayudante, Eusebio Valdenegro, para ocupar la población, donde se encontraban unos 140 hombres, con un cañón y el parque de artillería, rindiéndose aquellos rápidamente.[23]

La batalla, comenzada a las 11 de la mañana del 18 de mayo y concluida a ponerse el sol, fue desastrosa para los realistas, cuyas fuerzas, en total, estimó Artigas en 1230 hombres; en recuento de pérdidas comprende 150 bajas, entre muertos y heridos; y 482 prisioneros, incluidos 23 oficiales, entre los cuales el propio comandante en jefe, capitán de fragata, José Posadas.[23]

Los regentistas, perdido el único ejército con que podían contar, quedaron encerrados en Montevideo y Colonia.
El mismo día y poco después Benavídez había llegado frente a la segunda ciudad sitiada, Colonia del Sacramento, dirigiendo de inmediato, un oficio “al pueblo y a los jueces de Colonia” exhortándolos a la unión y reconocimiento del Gobierno legítimo de Buenos Aires e intimándoles la rendición de la plaza en término de media hora.[15]​ La “multitud de barcos” de que disponía Vigodet impidieron el “pronto ataque”, hasta que se supieron los resultados de la Batalla de las Piedras, y por el desamparo en que había quedado la capital, los hizo retirarse, dejando desamparada a la ciudad de Colonia del Sacramento. Muy pocos días después, más precisamente el 27 de mayo, Colonia del Sacramento caía en manos de los revolucionarios.

El triunfo de la Batalla de Las Piedras dio a las milicias artiguistas el dominio total de la campaña. Las fuerzas regentistas ya no habían de contar con los medios para imponerse al ejército campesino que se había alzado contra su autoridad. El infatigable Salazar califica, en dos oportunidades distintas, de “pérdida irreparable” y de “cruel catástrofe”, pues en ella se perdió “toda la Marina” que es el “principal apoyo de la plaza”.[24]​ Y nadie se muestra más exaltado y elocuente que él para juzgar los efectos de la batalla:

No fue menor la repercusión en Buenos Aires, en donde la victoriosa acción contribuyó a restablecer el fervor revolucionario, muy decaído por el fracaso de Belgrano en Paraguay y por la lentitud del frente altoperuano.[5]​ La Junta unitaria confirió entonces a Artigas el “empleo de coronel del Cuerpo de Blandengues de la frontera de Montevideo”; y decretó ascensos a los oficiales que valientemente se habían comportado en las acciones de la Batalla de San José y Las Piedras.[25]

Después de la batalla, Artigas destaca patrullas de exploración hacia el Arroyo Miguelete, con la finalidad de explotar al máximo su éxito. Dichas patrullas llegan el día 19 al arroyo Seco y reciben proposiciones para el canje de prisioneros.

Aprovechando el efecto de la moral de su victoria, Artigas exige la rendición de Montevideo. Rechazada esta, la somete a un estrecho sitio privándola de recursos y estableciendo sus huestes en el Cerrito.

Su propósito era atacar la plaza, para aprovechar el estado de depresión moral en que se encontraban sus defensores. No pudo hacerlo por recibir órdenes contrarias de Rondeau, que se incorpora al sitio con sus fuerzas y Estado Mayor el 1 de junio.[26]

Artigas conocía de buena fuente la situación precaria de Montevideo que contaba con pocas reservas en víveres y leña. El trigo almacenado, por ejemplo, alcanzaba para poco más de dos meses, en consecuencia, sometida a un estrecho sitio, no podría resistir por mucho tiempo.

Entre las primeras medidas que adopta Artigas está la sustracción de caballos para restar a los españoles medios de movilidad, con lo que quedan reducidas las salidas de los sitiados. Artigas conocía perfectamente la organización defensiva de Montevideo y su precario estado de conservación en algunos sectores. No ignoraba que estaba perfectamente artillada la muralla, con sus 16 baterías, incluidas las de la Ciudadela. La situación de los sitiados fue empeorando día a día, por lo cual Elío se decidió a solicitar ayuda de la princesa Carlota a la sazón en Río de Janeiro.

Los españoles eran dueños de los ríos, dando fuertes ataques dirigidos por el valiente y activo capitán español Michelena que contaba con unos 600 a 1000 hombres de desembarco. Sus activos cruceros bloqueaban las líneas de comunicaciones de Artigas con Buenos Aires, tomando por tierra hasta Santa Fe, atravesando el río Paraná en la bajada, y luego todo Entre Ríos hasta el Arroyo de la China, para cruzar el Río Uruguay y continuar por tierra hasta Mercedes. Por lo que las líneas de comunicaciones entre las fuerzas artiguistas y el gobierno de Buenos Aires eran sumamente largas, expuestas y tenían numerosos puntos sensibles.

Cuando Vigodet el 27 de mayo abandona Montevideo, siguiendo órdenes de Elío, estas líneas de comunicación seguían inseguras por la actividad de los cruceros españoles.
Inicialmente la escuadra española de Michelena era dueña de los mares, pues había vencido a la primera escuadrilla argentina mandada por Juan Bautista Azopardo en San Nicolás de los Arroyos y bombardeando a Buenos Aires, amenazado con un nuevo ataque si no se levantaba el sitio de Montevideo. Elío por intermedio de dos parientes de Artigas (Manuel Villagrán y Antonio Pereira) le ofrece el grado de General, una elevada cantidad de dinero y la Jefatura de la Campaña Oriental.
Artigas considera un insulto a su dignidad personal tales proposiciones y rechaza indignado a los emisarios.[27]

En julio de 1811, los portugueses, en ayuda de Elío, invaden la Banda Oriental a órdenes del Capitán General de Río Grande do Sul, Diego de Souza, apoderándose de la villa de Melo el día 23 de julio. Antes de penetrar en el territorio, publica un manifiesto sobre “las puras y leales intenciones de su Majestad Real que era pacificar las tierras de Su Majestad Católica y no conquistarlas”.[18]​ Diego de Souza reunió un ejército que se llamó “ejército Pacificador de la Banda Oriental”, que totalizaba unos 4000 hombres.

Dividió sus fuerzas en dos columnas: una al mando del Mariscal Manuel Marques, compuesta por un Batallón de Infantería de Río Grande do Sul, dos escuadrones de Legionarios de San Pablo y uno de Milicia.

La otra compuesta al mando del Mariscal Joaquín Javier Curado compuesta de dos Batallones de Infantería, 2 Baterías Montadas de la Legión de San Pablo, 1 regimiento de Dragones y 1 Escuadrón de Milicias de Rio Pardo y 1 Compañía de Lanceros Guaraníes. Concentró la primera columna en las proximidades de Bagé (en las alturas).

La segunda de las márgenes del Ibirapuitan en San Diego. Para atender la defensa de Misiones Orientales, nombra al Coronel Juan de Dios Menna Barreto, a quien da las tropas necesarias para cumplir su misión.

Recibida la orden de socorrer a Elío, inicia desde San Diego la marcha hacia Montevideo, el 17 de julio de 1811, tomando inicialmente hacia el Sur, penetrando a la Banda Oriental por la invasión del Río Yaguarón. Se proponía atacar la frontera de Santa Teresa, cuando sus defensores la abandonan el 5 de septiembre. El 3 de octubre prosigue su marcha hacia el oeste, sin encontrar resistencia, llegando a Maldonado a mediados de octubre, donde establece su Cuartel General.

Fue en Río de Janeiro el 20 de octubre de 1811 donde tuvo lugar la negociación para un arreglo general de la crisis del Plata. Allí la diplomacia británica, bajo la experta conducción de Lord Strangford, impuso al fin los objetivos de su política: restablecer la paz entre los gobiernos planteases —y acaso también en el Alto Perú— mediante un “statu quo” que dejara en suspenso la disputa entre los “juntistas porteños” y “regentistas” montevideanos. Esto tenía como fin dejar expeditos los medios para que el libre comercio fuera garantizado a los comerciantes británicos y para que se pudiera desarrollar el tráfico mercantil sin sobresaltos ni problemas.

A fines de agosto la Junta Grande envió ante Elío comisionados a fin de o de gestionar un armisticio, dada la grave situación política de las Provincias Unidas del Río de la Plata y las derrotas sufridas en el norte por los ejércitos revolucionarios. Estas negociaciones fracasan porque Elío exigía el abandono total de la Banda Oriental, como condición para cualquier arreglo.

Ante esta actitud de intransigencia los comisionados porteños, pulsan el ambiente del campo sitiador, reuniendo una Junta de Vecinos que, convocada por Rondeau, se reúne en el Cuartel General, situado en la panadería de Vidal.

El 10 de septiembre de 1811 se reunieron los vecinos de extramuros de Montevideo con una delegación del gobierno de Buenos Aires integrada por Deán Funes, Juan José Paso, Joaquin de Sarratea y otros. La concurrencia a dicha reunión realizada en la panadería de Vidal,[28]​ situada sobre la actual calle Joaquín Requena, no excedió las 100.[28]​ Los representantes juntistas dieron cuenta de lo tratado en el momento con el gobernador Elío y explicaron los desastres del Ejército en las zonas del Alto Perú, así como del peligro que significaba el avance portugués. Los orientales expresaron que el sitio no se podía levantar hasta que la Junta escuchara su parecer.[28]

Los delegados del gobierno dieron sus razones para firmar el armisticio y garantizaron –verbalmente– a los orientales que no sufrirían represalias, pero estos se manifestaron radicalmente contrarios a la medida proyectada por los delegados porteños y afirmaron que estaban dispuestos a continuar la lucha por sí mismos.

Mientras que el 7 de octubre de 1811 Elío y Buenos Aires llegan a un acuerdo que será aprobado más tarde.

El 10 de octubre, en un paraje conocido como la quinta (o chacra) La Paraguaya, situada en el actual emplazamiento del Parque Central, hubo una segunda reunión de vecinos con José Julián Pérez, representante del Triunvirato en negociaciones con Elío. Pese a que este prometió a los asistentes (cuyo número se ignora, pero que parece haber sido mayor que en la ocasión previa) “toda clase de socorros” , la opinión pública unánime no cambio: los orientales se comprometían a mantener el sitio por sus propios medios,[29]​ comandados por Artigas. El caudillo parece haber tenido en esta ocasión, un protagonismo señalado y así, Artigas explica su intervención en el debate de la dicha Asamblea:

Estas palabras confirman el disgusto y el rechazo que desde el principio exteriorizo Artigas respecto a la alternativa de un abandono total del sitio a la venganza de sus enemigos.

En este suceso Artigas empezó a tener una importancia preponderante, convirtiéndose a partir de este momento en una gran autoridad política entre los orientales, que, de alguna manera, fue reconocido como jefe por los mismos asistentes, pese a que término por recomendar el acatamiento del armisticio.

Los orientales se vieron obligados a aceptar las tentativas del gobierno de Buenos Aires, o bien iniciar el Éxodo. Se refugiaron en su Jefe para que este los condujera hasta el exilio, los defendiera de su esperanza, expresara su rebeldía.

Refiriéndose Artigas a la noticia de la ratificación del Armisticio que tuvieron los orientales, el 23 de octubre, dice:

Al conocerse esta grave novedad entre las familias acampadas en la reviera del río San José y las milicias orientales, se produjo una gran conmoción, que determinó la realización de una Asamblea espontánea. El propio Jefe de los Orientales descubriría la agitación de los ánimos y la angustia de su pueblo, ante este gran dilema:

Analizaría también el Jefe Oriental las consecuencias de la ratificación del Armisticio, en particular en lo relativo a la situación en que quedaban los orientales, manifestando:

Según Artigas fue así que la Asamblea tomo sus tres resoluciones: En conclusión: la primera resolución en esta Asamblea sancionaba los artículos hechos entre el gobierno porteño y Montevideo. En segundo lugar, se debía detener la Invasión Portuguesa. En tercer lugar, se hacía referencia al inicio del Éxodo Oriental y la necesidad de exiliarse para poder seguir viviendo.

En ese clima de frustración y derrota quedó de manifiesto la voluntad de los orientales de reanudar el combate apenas las circunstancias lo permitieran. De inmediato Artigas al frente de 3.000 soldados retomó su camino hacia en Norte, y un alto número de civiles lo acompañó. El caudillo se opuso a esta emigración masiva en un principio, pero luego ordenó levantar un registro de las familias e individuos que lo seguían.

En total el censo realizado por Artigas contabiliza un total de 4.435 personas y 846 carruajes, pero en opinión general de los historiadores, al no contabilizarse los ejércitos ni las personas que se sumaban al acontecimiento general en el camino (“los que van llegando”) ni demás, se llega a un número aproximado a las 16.000 personas o más.

Participaron personas de todas las clases sociales que se movían en las condiciones materiales más precarias.

1812

Entre el 11 y 13 de noviembre la caravana (que se extendía 50 km, según algunas fuentes) cruzó el río Negro por el Paso del Yapeyú (aguas abajo de la actual represa de Palmar); hacia el 15 de noviembre estaban en Paysandú donde Artigas es designado “Teniente Gobernador, Justicia Mayor, y Capitán de Guerra de Yapeyú”. De Paysandú, partieron el 21; el 7 de diciembre llegaron al río Daymán y el 10 iniciaron el cruce del río Uruguay por el Salto Chico, en una empresa particularmente dura y sacrificada.

El 7 de diciembre de 1811 Artigas dirige un oficio al Gobierno del Paraguay, haciendo una reseña histórica de los sucesos ocurridos desde la insurrección hasta el levantamiento del primer sitio. Desvirtúa las críticas realizadas contra la revolución por Elío en sus proclamas, diciendo que contaba con los más caracterizados vecinos, muchos de ellos acaudalados. No eran, así pues, los depravados ni los bandoleros quienes luchaban por la causa oriental. Se queja, por otra parte, de la actitud indecisa de Buenos Aires que malograba oportunidades favorables y parecía ignorar el sacrificio de los orientales.

Dicho Oficio lo llevó el Capitán Juan Francisco Arias, a quien se entregó también instrucciones para el cumplimiento de su misión. Esta misión tenía por finalidad obtener la colaboración moral y material del Paraguay. Disgustado con Buenos Aires, Artigas busca contacto con la otra provincia poderosa del Virreinato. Entre los auxilios solicitados figuran tabaco, yerba mate, lienzos, etc., señalando su deseo de iniciar de inmediato las hostilidades contra los portugueses que no cumplen el armisticio, robando y desolando la campaña.[18]

Desde su campamento en el río Daymán, Artigas destacó a Otorgués hacia las Misiones Occidentales con 800 hombres, un Escuadrón de Voluntarios, 3 Compañías que comandaba Rivera, y algunas milicias misioneras.

Tras breve resistencia, ocupa y guarnece los pueblos de Yapeyú y La Cruz, que habían sido ocupados por fuerzas portuguesas pertenecientes al Coronel Juan de Dios Mena Barreto (I). Diego de Souza presenta una reclamación ante la Junta de Buenos Aires, para exigir que tanto su Gobierno como el de Montevideo, reconocieran la situación de sus tropas, y tomaran medidas contra Artigas que sumía una actitud de resistencia, al no evacuar totalmente el territorio Oriental, por lo conforme en el Armisticio. El 16 de marzo de 1812, marcha Diego de Souza hacia Paysandú, acampando luego en la desembocadura del Arroyo de San Francisco en el Río Uruguay, donde se atrinchera.

Vigodet, (quien había quedado como Capitán General de Montevideo, al embarcarse Elío para España), se dirigió reiteradamente al Gobierno de Buenos Aires exigiendo que Artigas cumpliera el artículo 6º del armisticio de octubre, que era el de desalojar la Banda Oriental. Para acallar tales protestas, Artigas cruzó el Río Uruguay y se estableció en la costa de occidental del río, donde permaneció 3 meses en espera de la reanudación de las hostilidades, ya que Vigodet había denunciado el armisticio.

Ya en territorio de Entre Ríos, actual Argentina, permanecieron acampados hasta abril y luego se instalaron en la desembocadura del arroyo Ayuí Grande.

Extremadamente duras fueron las condiciones de vida de todos los emigrantes del éxodo oriental en el campamento artiguista del Ayuí. Todas las fuentes coinciden en destacar la precariedad de la vida que debieron llevar quienes optaron por seguir a Artigas después del armisticio de octubre. En sus constantes solicitudes de ayuda (a Buenos Aires, a la junta de gobierno de Paraguay) el caudillo insiste en la escasez de víveres, ropas, armas, municiones, etcétera.

Todo el periodo del Ayuí resulta fermental para la maduración de lo que sería luego la concepción federal de Artigas y para definir las características sociales del artiguismo. Allí se definirá la separación definitiva de Artigas respecto de los gobiernos de Buenos Aires, allí comenzara el caudillo a comprender que los sectores más necesitados y humildes serían también los más fieles. Allí comenzarán sus contactos con las provincias del litoral del Uruguay y el Paraná, que constituirán más tarde su principal zona de influencia.

A las ingentes tareas que demandaba su doble condición de jefe de los orientales y gobernador de Yapeyú (creación de un hospital de campaña, celebración de oficios religiosos, incursiones a la Banda Oriental en persecución de depredadores portugueses) Artigas sumó una actividad positiva ambiciosa e intensa. Mantuvo contacto con algunos jefes y caudillos de Entre Ríos y Corrientes, procurando organizar una acción conjunta contra las correrías portuguesas.

Mientras la respuesta del gobierno paraguayo llegaba, Paraguay se limitó a enviar a su vez a Francisco Bartolomé Laguardia, que trajo tabaco, yerba mate y buenas palabras. A pesar de que esto apaciguaba las necesidades de los orientales que se encontraban en el Ayui, el Jefe de los Orientales, pretendía un mayor compromiso por parte del aislado gobierno de Paraguay. Un oficio de Artigas a la junta paraguaya en abril de 1812 critica esta política y adquiere, a la luz de trágicos hechos posteriores, resonancias de fúnebre predicción:

La asidua actividad diplomática de Artigas desde el Ayuí no podía sino molestar al gobierno de Buenos Aires, que comenzó a ver en el caudillo oriental un insubordinado a su causa libertadora. Tanta importancia dio el Triunvirato a la actuación de Artigas, que decidió enviar a uno de sus miembros, Manuel de Sarratea (o Joaquin de Sarratea), con el preciso objetivo de controlar la situación.

Sarratea, representante de la burguesía porteña liberal y anglófila, tenía entre sus objetivos combatir la influencia de Artigas por todos los medios posibles. Habiéndose instalado con todo lujo en el Salto Chico, realizó una visita al campamento de Artigas. Este, en actitud significativa, ofreció al Triunvirato la dimisión de todos sus cargos políticos y militares y expresó el deseo de conservar solo el de Jefe de los Orientales, pero Sarratea no aceptó esta dimisión (su objetivo era desprestigiarlo y no provocar su ruptura con Buenos Aires mientras conservara su popularidad).

Respondiendo a las quejas de sus jefes contra Artigas por el relajamiento de la disciplina de las tropas, una de las medidas tomadas por Sarratea en el Salto Chico fue tomar a su mando las fuerzas nacionales que estaban en el campamento de Artigas: Regimiento de Dragones de Patria, al mando de Rondeau; Regimiento N° 6 de Pardos y Morenos, al mando de Soler; Regimiento de Granaderos de Fernando VII, al mando de Terrada; Regimiento de la Estrella, al mando de French.

El choque sobrevino cuando Sarratea, a través del oriental Francisco Javier de Viana, que era su jefe de Estado Mayor, trató de dividir las fuerzas militares de Artigas y subsumirlas dentro del ejército de Oriente. Está claro que el caudillo no podía aceptar semejante reorganización, cosa que lo habría privado de toda fuerza. El Regimiento de Blandengues de Montevideo, de 800 soldados al mando de Ventura Vázquez, se pasó al campamento de Sarratea y fue declarado nacional, dándole el N° 4.

Artigas reclamó la devolución de las fuerzas orientales, pero Sarratea se negó. Con el apoyo de sus oficiales, Artigas se negó a cumplir órdenes y dejó claro que consideraba al Ejército de Oriente como auxiliador, distinto y separado del propio. Ante esta rebeldía Sarratea tenía dos caminos: o abrir un conflicto de consecuencias imprevisibles o valerse de la diplomacia. Optó por esta segunda vía, y comenzó por ofrecer cargos y ventajas a quienes abandonaran a Artigas y pasaran a residir en su campamento. Tuvo relativo éxito, y algunos destacados colaboradores del caudillo lo abandonaron, entre ellos Pedro Viera (el héroe del Grito de Asencio), Baltasar Vargas, Eusebio Valdenegro, Ventura Vázquez, Bartolomé Hidalgo, Manuel Calleros, Santiago Figueredo, Santiago Vázquez, Joaquín Suárez y otros. Pasaron al campamento nacional una división de caballería oriental de 800 hombres al mando de Baltazar Vargas y una división de infantería oriental de 700 hombres al mando del comandante Viera.

También hubo fidelidades a Artigas: Miguel Barreiro, Fernando Otorgués, Tomás García de Zúñiga, José Llupes, Francisco Sierra y otros destacados artiguistas pretendieron romper de inmediato con Sarratea y designar una junta de gobierno del pueblo oriental, a la que Artigas se opuso radicalmente, ordenando incluso la prisión de Barreiro y Otorgués. Esto motivó que los responsables de la iniciativa le recordaran que su calidad de jefe provenía de una decisión popular y que si esa era la voluntad de la mayoría, el debía acatarla.

El ejército artiguista quedó reducido a un millar de hombres: División al mando de Manuel Artigas, con 900 hombres; División al mando de Ojeda, con 400 hombres; un piquete de blandengues, con 70 hombres; una compañía de blandengues al mando del capitán Tejera, con 80 hombres.

Gaspar de Vigodet, capitán general que había quedado al mando de las tropas realistas en Montevideo, después de que Elío recibiera la orden de retornar a España y transformar de hecho el virreinato en una capitanía general, era un hombre combativo y optimista, y no demostró mayor interés en mantener vigente el armisticio de octubre de 1811. Por su parte, el gobierno del Triunvirato, una vez desaparecida la amenaza de la intervención de Portugal por el Tratado Rademaker-Herrera, abrió unas negociaciones con Montevideo que, de hecho, significaban una denuncia del mencionado acuerdo; en agosto de 1812 se propuso a Vigodet que aceptara la autoridad del gobierno de Buenos Aires a cambio de una serie de garantías (respecto a cargos y propiedades, representación en el Congreso provincial, etcétera). Todo se hacía en nombre de Fernando VII y para conservar la unidad “de la nación española”. Vigodet contestó a esas propuestas “las desecha el honor, las condena la justicia y las execra el carácter español, que no sabe, sin envilecerse, permitir se le propongan traiciones a su Rey y a su Nación”. De inmediato, el Triunvirato consideró reabiertas las hostilidades y ordenó a Sarratea dirigirse hasta Montevideo; la orden, desde luego, comprendía a Artigas, que no la necesitaba para volver a la lucha si las condiciones estaban dadas.

La vanguardia de las tropas de Sarratea, a las órdenes de los coroneles Ventura Vázquez —Jefe de los Blandengues—, French y Soler, cruzó el río por el paso de Vera, seguida, tiempo después, por el grueso de las fuerzas, que, a mediados de septiembre, también vadeaban el río Uruguay, en un lento movimiento, debido a las numerosas familias que retornaban a sus hogares, y las que fue necesario escoltar. Rondeau a su vez cruzaba por el paso de Mercedes, dirigiéndose rectamente hacia la ciudad de Montevideo, estimulado por las órdenes de Sarratea, que quería prevenir —con la formalización del asedio— la alternativa de una nueva disposición del Gobierno para evacuar la Provincia Oriental.

La demorosa tramitación de estos movimientos de las tropas de Sarratea facilitó el agrupamiento de las partidas sueltas de gauchos errantes que, refugiados en los bosques, para eludir la acción represiva de las “partidas tranquilizadoras” enviadas por Vigodet para atacar a los pequeños focos rebeldes que seguían causando desorden y que decidieron no abandonar la Banda Oriental, estos gauchos “errantes” cuyo jefe principal era José Culta habían prolongado una guerra de recursos, en perjuicio más directo de los escasos hacendados habitantes de la campaña, que verían saqueados sus establecimientos y faenadas sus haciendas. Luego de ataques posteriores a las tropas realistas, el 1 de octubre de 1812 las fuerzas irregulares del caudillo oriental José García Culta con 200 hombres reimplantaban el sitio de Montevideo. El 20 de octubre llegaron las fuerzas de Rondeau para formalizar el sitio a la plaza, tomando posiciones definitivas a tiro de cañón de sus murallas.

Se produjeron, entonces, frecuentes guerrillas entre los destacamentos de los sitiados y avanzadas del ejército patriota; pero sin empeñar una acción decisiva. Sin embargo, la lógica euforia del éxito, muy parcial, logrado por los regentistas en una escaramuza del Arroyo Seco y algunos otros factores propios de los dos bandos hizo propicia la situación para enfrentar una próxima batalla. Así, se libró, el 31 de diciembre, la acción de la Batalla del Cerrito, que presenciaron los habitantes de la ciudad, en sus variadísimas alternativas, desde miradores y azoteas. La fogosidad y el coraje del propio Rondeau dieron la victoria, superando vacilaciones iniciales del comando y éxitos parciales de los españoles, que llegaron a hacer flamear, fugazmente, su bandera, en la cumbre, de donde fueron desalojados, después de una carga de bayoneta y un tremendo combate cuerpo a cuerpo.

En ese combate murió el brigadier Vicente Muesas, el responsable del pasaje de Artigas a la causa revolucionaria.
El 8 de octubre de 1812, un pronunciamiento cívico-militar derrocó en Buenos Aires al primer Triunvirato y lo sustituyó por un segundo que integraban Juan José Paso, Antonio Álvarez Jonte y Nicolás Rodríguez Peña. Sarratea dejaba entonces de ser miembro del gobierno, pero se le mantuvieron sus responsabilidades militares. El Segundo Triunvirato encargó a Carlos María de Alvear entrevistarse con Artigas en procura de un acuerdo, pero Alvear tuvo un accidente y no pudo comunicarse con el caudillo sino por carta, y sin consecuencias. Sarratea, por otra parte, había dicho a Alvear que Artigas era intratable y que había que librarse de él, pues era posible incluso que estuviese en contacto con los españoles.

En el camino hacia Montevideo, y a orillas del río Yi, la situación hizo crisis; enterado Artigas de la conducta de Sarratea y de la imagen que había difundido entre los hombres del nuevo gobierno, y habiendo recibido información de que incluso se preparaba un atentado contra su vida, adoptó medidas de guerra contra el general (separó sus tropas del parque) y le envió un oficio que él mismo llamaría más tarde “Precisión del Yi”. En él realizaba una larga relación de agravios y exigía su remoción del mando. Fue esta la primera ruptura de Artigas con la diligencia porteña. El texto artiguista contenía una de sus más repetidas definiciones:

Sarratea se sintió incapaz de afrontar un conflicto con el caudillo oriental e intentó llegar a un acuerdo por mediación de algunas personalidades de prestigio; pero al mismo tiempo, preparaba su asesinato, para lo cual contó con el apoyo de Santiago Vázquez. La conspiración fue un fracaso, porque eligieron mal a quien debía realizarla: Fernando Otorgués, primo de Artigas y cercano colaborador. Este, un criollo burlón y astuto, fingió seguir el juego y solo lo puso de manifiesto una vez que hubo sacado a los conspiradores “muchas onzas”. Santiago Vázquez, incluso, llegó a enviarle un par de pistolas con las que debía cumplir con su misión.

Entretanto, Artigas había llegado, el 8 de enero de 1813, a un acuerdo con los enviados de Sarratea: el llamado Pacto del Yi. Por este se establecía que el jefe porteño resignara el mando militar, que se retirara junto a algunos de sus jefes (los ex artiguistas Valdenegro, Viera, Ventura Vázquez y otros), que Artigas tendría el mando militar de todas las fuerzas orientales y que las tropas porteñas tendrían el carácter de “auxiliadoras”. Sarratea dijo que sus enviados se habían extralimitado en sus atribuciones y declaró a Artigas “Traidor de la Patria”. Pero, abandonado incluso por sus propios hombres, el 21 de febrero de 1813 transmitió el mando a Rondeau y se marchó a Buenos Aires.

Paralelamente a estos hechos, Artigas procuró aclarar sus relaciones con el nuevo gobierno de Buenos Aires a través de la llamada misión García de Zúñiga. Tomás García de Zúñiga, uno de los principales colaboradores en ese momento debía hacerse escuchar por el Triunvirato y hacerles conocer directamente las causas de su conflicto con Sarratea. Reiteraba las exigencias estipuladas en el pacto del Yi y contenía algunas definiciones de corte federal:

Superado el problema con Sarratea, Artigas y su gente se incorporaron al segundo sitio de Montevideo el 26 de febrero de 1813. De inmediato el caudillo debió de atender la elección de los diputados orientales que debían de representar a la Provincia en la Asamblea General de las provincias que había comenzado a sesionar en Buenos Aires.

Como ya se ha señalado, el verdadero impulsor de la política del Primer Triunvirato fue Bernardino Rivadavia, una de las figuras más controvertidas de la historia argentina pero también, indudablemente, uno de los políticos más creativos y capaces del período. Como responsable del gobierno de las Provincias Unidas, Rivadavia desarrolló una acción reformista ambiciosa y de largos alcances; modificó profundamente la organización militar, creó un Reglamento de Justicia, tomó medidas de difusión de la enseñanza, fundó un museo de historia natural, prohibió el ingreso de negros esclavos (que obtenían su libertad por el solo hecho de pisar territorio provincial), reglamentó la acción del clero y de la administración y un larguísimo etcétera. Desde el punto de vista económico siguió una política librecambista derogando impuestos, autorizando la salida de moneda en metálico y favoreciendo en todo lo posible el comercio con Inglaterra. Se opuso a una declaratoria de la independencia que consideraba "prematura" (de acuerdo a la opinión del ministro británico lord Strangford) y amenazó a Belgrano cuando este desplegó lo que sería más tarde la bandera argentina. Fue drástico en la represión a los españolistas (llamados "sarracenos") y ordenó la ejecución de Martín de Álzaga, el héroe de las invasiones inglesas, al descubrir una presunta conspiración liderada por este.

En cuanto a la marcha de la guerra anticolonial, cosechó muchos más fracasos que éxitos; en la Banda Oriental firmó con Elío el armisticio de octubre de 1811, cuyas gravísimas consecuencias ya se han estudiado. Logró por fin la retirada de los portugueses a través del Tratado Rademaker-Herrera, pero esto revelaba en definitiva que el armisticio de octubre no se había cumplido a cabalidad. Belgrano obtuvo la victoria de Tucumán con el Ejército del Norte, pero lo hizo contraviniendo órdenes expresas del gobierno, que le había ordenado retirarse.

Más allá de su talento y su incansable actividad, las reformas de Rivadavia estaban más inspiradas en un liberalismo utópico y ultramontano que en la dura realidad del territorio. Por ello, concitó mucha más opresión que apoyo.

En definitiva, Rivadavia defraudó a las provincias con su cerrado centralismo (y con ello dio impulso, a su pesar, al federalismo), defraudó a los artesanos y empleados de clase baja porteña, defraudó a los liberales radicales (no declaró la independencia ni logró reunir el tan anunciado congreso provincial) y defraudó a los jefes militares. Generó, en fin, un poderoso movimiento que terminaría por derrocarlo.

Actuaban por entonces, en Buenos Aires, dos organizaciones políticas: la Logia de Lautaro y La Sociedad Patriótica. La Logia Lautaro, creada por algunos jóvenes del patriciado que habían estudiado en Europa (José de San Martín y Carlos de Alvear, los principales), era una organización secreta organizada al estilo másónico. Pretendía imponer una línea política basada en dos grandes principios: Independencia y Constitución. La Sociedad Patriótica, en cambio, era una institución legal que editaba un periódico llamado El Grito del Sud y que preconizaba los mismos principios que la logia. De hecho, actuó como fachada legal de esta. La personalidad más destacada de la Sociedad Patriótica fue el periodista y escritor Bernardo Monteagudo, un mulato culto y astuto, de rica actuación posterior en la revolución americana.

La creciente discrepancia de la Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica con la política de Rivadavia fue gestando una conspiración. La victoria de Belgrano en Tucumán en contra de las órdenes del secretario del Triunvirato (que demostraba que era posible derrotar a los españoles y lograr la independencia) y las maniobras de Rivadavia para controlar la Asamblea Provincial reunida el 6 de octubre en Buenos Aires fueron los factores que precipitaron los hechos. El 8 de octubre de 1812 el Regimiento Granaderos de a Caballo, que comandaba el coronel José de San Martín, se declaró en rebeldía, exigiendo la dimisión del gobierno y la convocatoria de un nuevo cabildo abierto. Este se reunió de inmediato y a él acudió Bernardo Monteagudo con una "petición" rubricada con 400 firmás, en la que se pedía el cese del Triunvirato, la disolución de la Asamblea, la reasunción de la soberanía por el Cabildo, el nombramiento de un nuevo gobierno y la inmediata convocatoria de una nueva asamblea provincial "que decida de un modo digno los grandes negocios de la comunidad". Se daba al Cabildo Abierto veinte minutos para aceptar o rechazar el documento.

Para ese entonces, Rivadavia y sus principales colaboradores (Juan Martín de Pueyrredón, Manuel José García) se habían escondido. El Cabildo, después de algunas negociaciones y bajo la presión de Bernardo de Monteagudo y las tropas de San Martín y Alvear, decidió designar un nuevo poder ejecutivo tripartito; lo integraron Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña (un antiguo "jacobino") y Antonio Álvarez Jonte. En ese mismo acto el Cabildo aprobó un reglamento que debía ai alai el nuevo gobierno y que prescribía, entre otras cosas, que este debía convocar una asamblea general de las provincias dentro del lapso de tres meses “precisa e indispensablemente”. Dicha asamblea tenía como objetivo central redactar una constitución provisoria y tendría un poder tan extenso “como quieran darle los pueblos”. Si bien no se hablaba directamente de independencia, en la fórmula de juramento que se prescribía para los miembros del Triunvirato se eliminaba toda referencia a España y a Fernando VII.

La Asamblea se reunió por fin, con toda pompa, el 31 de enero de 1813. Previamente se había aprobado un procedimiento al cual los pueblos debían ajustarse para la elección de sus representantes, y que resultaba bastante complejo. A medida que se fuese cumpliendo, los diputados provinciales se irían integrando al cuerpo. La primera medida de este fue elegir un presidente, y el nombramiento recayó en Carlos de Alvear por el lapso de un mes.

Alvear, joven militar de 24 años, era nacido en las Misiones Orientales, pero su mentalidad era la propia de un porteño centralista. Apuesto y carismático, su temperamento soberbio y sus tendencias autoritarias le enajenaron rápidamente muchas simpatías. Su actuación en la política rioplatense sería larga y muy destacada, y lo vinculó con frecuencia a la Banda Oriental. Cuando fue elegido presidente de la Asamblea General se hallaba estrechamente ligado a José de San Martín (una versión de la época afirmaba incluso que eran medio hermanos), pero ambos hombres, diametralmente opuestos en temperamento y objetivos, no tardarían en separarse. San Martín, nacido en Yapeyú, es una de las figuras más importantes de la historia de América. Personalidad austera y de extrema rectitud, fue el gran conductor militar de la revolución, y su impresionante cruce de los Andes fue decisivo para terminar con el dominio español en América. Carente de ambiciones políticas, era monárquico moderado; pero se mantuvo al margen de las luchas entre unitarios y federales, aunque sus simpatías por estos últimos fueron aumentando con el tiempo.

Muy pronto se definieron, en el seno de la Asamblea, dos grandes tendencias; los "conservadores", o "alvearistas" (siete diputados) y los "independentistas", o "sanmartinianos" (cuatro). La mayoría, sin embargo (13 diputados), pertenecía al grupo peyorativamente llamado de los "esclavos", sin opinión definida y tendentes a apoyar a uno u a otro según los casos. La diferencia entre unos y otros se dio respecto a la oportunidad y forma de la declaratoria de independencia; los alvearistas, muy vinculados por intereses de clase a Inglaterra, no querían distanciarse de la política de esta, que desaconsejaba por "prematura" una definición al respecto, que le crearía problemás diplomáticos con España, su aliada. Los sanmartinianos, en cambio, estaban integrados fundamentalmente por delegados del interior, y preconizaban un inmediato pronunciamiento independentista. Es evidente que esta diferencia no era sino la punta del iceberg de una distancia mucho mayor, la que separaba irreversiblemente la concepción autonomista e integración! del ledeíalUmo del esquema centralista impulsado por la oligarquía de Buenos Aires según la dicotomía "civilización" contra "barbarie". En este panorama quedan claras las razones que llevaron a la Asamblea, dominada por los alvearistas (en gran parte porque San Martín nunca hizo pesar su prestigio personal en la lucha interna), a rechazar a los diputados orientales elegidos en el Congreso de abril de 1813, los que hubieran reforzado considerablemente a la otra facción.

La Asamblea General instalada en 1813 funcionó hasta que fue disuelta por el motín de Fontezuelas, en marzo de 1815. En ese período, ni declaró la independencia ni aprobó una constitución, lo que revela no solo su fracaso sino las dudas y vacilaciones del patriciado porteño, que llegó a controlarla de forma total. Sin embargo, a su acción se debieron algunas medidas importantes, como el establecimiento de la libertad de vientres (no nacerían más esclavos), la ilegalización general de encomiendas, mitas, yanaconazgos y otras formas de servidumbre indígena, la abolición de los títulos de nobleza, la supresión del Tribunal de la Inquisición, la prohibición del empleo de tormentos y la independencia eclesiástica.

El llamado Congreso de Tres Cruces –conocido también como Congreso de Abril– sesionó entre los días 5 y 21 de abril de 1813 en la quinta de Manuel José Sáinz de Cavia, en el paraje extramuros –hoy día barrio– de Tres Cruces, en Montevideo. Los convocados eran diputados que representaban los pueblos de la Provincia Oriental; se desconoce el número exacto de asistentes y apenas es de conocimiento histórico los nombres de algunos de ellos. La importancia del Congreso fue de capital importancia en el desarrollo del artiguismo, ya que sentó las bases de las ideas federalistas y republicanas de José Artigas.

Se conoce que, en realidad, el cenáculo debió comenzar el 3 de abril, sin embargo se pospuso hasta el 5 debido a las malas condiciones climáticas. El acta levantada aquel día –comienzo de sesiones– decía que se encontraban en el Congreso “Los diputados de cada uno de los pueblos de la Banda Oriental del Uruguay”. Este aspecto ha causado polémica entre algunos historiadores, pues han reincidido en el hecho de que, al parecer, los diputados eran –en su práctica totalidad– terratenientes, gente del patriciado y comerciantes, lo que provocaría como consecuencia de que las políticas sociales a adoptar por el programa Artiguista estuviesen excluidas de la discusión, según esta interpretación.

El simposio celebró solo dos juntas generales –o plenarios–, una el 5 de abril y la otra el 21, fechas de inicio y de cierre de la asamblea respectivamente. El día inicial, Artigas leyó la legendaria Oración Inaugural redactada por Miguel Barreiro, secretario y familiar vinculado estrechamente al caudillo. Dicha oración refleja fielmente la fuerza del pensamiento liberal y democrático de Artigas, plasmado y recordado para siempre en, quizá, la frase que hizo célebre al Jefe de los Orientales:

A continuación, Artigas expuso las finalidades del Congreso: “La asamblea tantas veces anunciada –la Asamblea Constituyente de Buenos Aires– empezó sus sesiones (…). Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación”. Se aconsejó el reconocimiento de la Asamblea Constituyente –lo que finalmente se aprobó– aunque condicionado a un pacto, en lo que Artigas fue claro y determinante: “Ni por asomo se trata de una separación nacional”. Una vez terminado el discurso los diputados tuvieron la libertad de debatir.

El pacto finalmente aprobado contenía ocho ítems que debían cumplir las autoridades constituyentes porteñas, que, en lo esencial, contenían una serie de aspiraciones orientales que nunca oyeron eco en Buenos Aires, encomendadas anteriormente por el caudillo a Tomás García de Zúñiga. Dichas pretensiones eran: el desagravio a Artigas y al pueblo oriental por las ofensas de Manuel de Sarratea, un aval del no abandono al asedio de Montevideo y de recibir pertrechos bélicos para la prosecución de la lucha, y el reembolso por parte de Sarratea de las armas robadas por este al Cuerpo de Blandengues. Las disposiciones 6ta. y 7ma. contienen los aspectos esenciales del convenio:

Según el estatuto aprobado por la Asamblea de Buenos Aires –que desconocía la condición de provincia de la Banda Oriental– preveía un proceder especial para esta en materia de designación de diputados: Se podían elegir solo dos, uno por Montevideo y otro por Maldonado. Sin embargo, el Congreso de Tres Cruces, a su vez, desconoció estas disposiciones y creó otras propias, basadas en el antiguo derecho colonial. Según esta nueva resolución, se elegirían dos diputados por la cabeza de provincia (Montevideo) y uno que represente a su respectiva villa con Cabildo (Santo Domingo de Soriano y Guadalupe de los Canelones, actual ciudad de Canelones) además de un único emisario de poblaciones que contasen con “medio cabildo”; o sea, San Juan Bautista –actual Santa Lucía– y San José de Mayo, logrando la Banda Oriental una representación total de cinco congresistas.

Acatando las nuevas disposiciones orientales y contradiciendo las porteñas, fueron elegidos Mateo Vidal y Dámaso Antonio Larrañaga por Montevideo, Felipe Santiago Cardoso por Guadalupe de los Canelones y Dámaso Gómez Fonseca por Maldonado, Francisco Bruno Rivarola por Santo Domingo de Soriano y el único representante de San José de Mayo y San Juan Bautista: Marcos Salcedo.

Según la costumbre, los diputados fueron suministrados con un conjunto de instrucciones, las célebres Instrucciones del año XIII; uno de los escritos esenciales del artiguismo. Según las investigaciones históricas, no se halló prueba alguna de que las Instrucciones fuesen debatidas por el Congreso antes y durante su redacción, por lo que se tiende a pensar que fueron una empresa realizada exclusivamente por obra y pensamiento de Artigas.

En la sesión correspondiente al 20 de abril, los congresales denominaron los miembros constituyentes de un Consejo o Gobierno que velase por la recuperación y proyección de la economía oriental, siéndole otorgadas la responsabilidad de varias tareas cuyo norte común era el ya mencionado. Se trataba de los albores del denominado Gobierno Económico de Canelones. A modo de paréntesis, dicha sesión se caracterizó por asemejarse a la llamada democracia directa, practicada por los antiguos griegos en el ágora, ya que en ella no solo intervinieron los representantes que conformaron el Congreso el 5 de abril, sino que arribaron para participar en él varios ciudadanos de Montevideo y de otros puntos de la geografía oriental.

Anterior a la maceración del consejo –más precisamente el 19 de abril–, Artigas firmó tres tratados con José Rondeau –representante del gobierno de Buenos Aires–, titulados “Convención de la Provincia Oriental”, “Pretensiones de la Provincia Oriental” y “Pretensiones de las Tropas Orientales”; en los que reitera y afirma su postura y la de los congresales ya expresa en el pacto debatido, y finalmente aprobado, de la convención inaugural del 5 de abril.

Con respecto al rechazo del resto de los representantes de la Banda Oriental en la Asamblea Constituyente bonaerense, la razón última de ello fue la defensa que proclamaban del sistema federalista artiguista, ya que otros diputados –pese a estar mal elegidos, como se ha mencionado– al poseer algunas diferencias, menores o mayores con el federalismo de Artigas, fueron finalmente aceptados.

En ese contexto, el caudillo oriental ordenó al diputado Felipe Santiago Cardoso a idear y desarrollar una campaña de acusación y propaganda sobre la postura de la Asamblea Constituyente en lo que respecta a las demás provincias, y debió pagar por ello con su detención y posterior confinamiento, por orden del gobierno. Larrañaga, desarrollando una labor de mediación ante las cada vez más tirantes relaciones entre Buenos Aires y Artigas, finalmente logró convencer a este último de la congruencia de convocar a una nueva asamblea que regularice el sistema de designación de diputados –Asamblea de Capilla Maciel– y los constituyentes porteños finalmente accedieron a darle a la Banda Oriental una representación de hasta cuatro diputados.

Pese a la intensa labor de Larrañaga en cuanto a la lima de asperezas entre Artigas y Buenos Aires, que dio algunos frutos, es evidente que la convergencia total entre las dos partes estaba muy lejos de ser alcanzada. Ello iría, con el devenir de los hechos posteriores, cada vez más en aumento. Es que, esencialmente, de una orilla y de otra del Río de la Plata se manejaban puntos de vista diametralmente opuestos: mientras que para el Gobierno bonaerense Artigas era un mero jefe militar díscolo, el pueblo oriental lo consideraba el Protector de un pueblo soberano e independiente.

Las Instrucciones del año XIII son un conjunto de veinte artículos, de contenido político e ideológico, que sintetizan la esencia fundamental de las ideas del artiguismo, así como contienen las bases elementales del proceso emancipador, llevado a cabo por José Gervasio Artigas en el contexto de la Revolución Oriental.

El acta que contiene los numerales conocidos como Instrucciones del año XIII fueron elaborados durante el transcurso del Congreso de Tres Cruces, convocado por el caudillo oriental tras su regreso del Ayuí, una vez finalizado el Éxodo Oriental. La finalidad de la asamblea era establecer las bases normativas por las que, una vez obtenida la independencia, se regiría la Provincia Oriental. La intención de Artigas, como ya se ha explicado, no consistía en plantear la separación de la antigua Banda Oriental como un Estado independiente, sino todo lo contrario; incluirla –en calidad de provincia– dentro del nuevo Estado que se estaba forjando en la Asamblea Constituyente de Buenos Aires. Para ello, Artigas organizó una elección, dentro del seno del Congreso, de cinco representantes orientales en la Asamblea Constituyente que planteen allí los pensamientos e ideas políticas de Artigas, plasmadas en las Instrucciones.

Se cree que Miguel Barreiro –sobrino, secretario y personaje muy cercano a Artigas– redactó las Instrucciones, basándose fuertemente en manuscritos y obras procedentes de Estados Unidos, primer país de América en lograr la emancipación colonial, en 1776. Entre los documentos inspiratorios figuraban traducciones del Acta de Independencia, el Acta de Confederación y los ensayos de Thomas Paine Sentido común y La independencia de la costa firme justificada por Thomas Paine treinta años ha, este último contenía a su vez textos de las constituciones estaduales de Estados Unidos. Además, en la confección del documento también se utilizaron antiguas normas españolas de derecho como fuente.

De los veinte puntos que componen las Instrucciones, poseen especial importancia los primeros tres artículos, transcritos a continuación:

Una vez llegados a Buenos Aires los emisarios orientales con la versión definitiva de las Instrucciones, presentando la propuesta que contenía el acta a la Asamblea Constituyente, esta rechazó a los delegados y sus propuestas mediante el pretexto de que no fueron elegidos mediante la implementación del sistema exigido por la asamblea bonaerense, que implicaba menos representación oriental en la misma. Sin embargo, el real motivo del repudio se hallaba en las Instrucciones, ya que la mayoría del conciliábulo planteaba la institución de un sistema de gobierno unitario con base en Buenos Aires, algo que Artigas descartaba de plano; no solo por una traición a sus principios federalistas, sino también por violar uno de los puntos del acta:

Este artículo establece la posición que defendían los revolucionarios orientales sobre el llamado Centralismo Porteño y la vieja rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires expresada en la lucha de puertos. Para Buenos Aires, Artigas y su federalismo comenzó a ser visto como un muro que interrumpía sus intereses, y por lo tanto lo consideraban como un díscolo militar insubordinado antes que el jefe civil de su pueblo. Posteriormente, las rispideces entre orientales y bonaerenses se agravarían.


Los planteamientos propuestos por Artigas en las Instrucciones del año XIII, contradecían altamente al ideario político de la dirigencia porteña, que se basaba en principios totalmente distintos. Para esta, incluso en sus elementos más lucidos y honestamente liberales, el Estado debía organizarse según principios de jerarquización política que contemplaran la “natural” división social. Eso solo era posible estableciendo un gobierno centralizado y poderoso, al cual debían subordinarse las provincias previo acuerdo de participación de este. El desarrollo solo era posible en esta concepción, si existía una clase dirigente provista de poderes capaces de crear una legislación justa, equilibrada y racional, a la que todos debían someterse para entrar en el sendero del progreso, la cultura y la prosperidad. Esta dirigencia debía, por supuesto, surgir de la clase ilustrada, que en su gran mayoría residía en las ciudades, y particularmente en Buenos Aires. La ciudad, vinculada a las corrientes económicas, intelectuales y políticas del mundo, representaba la “civilización” frente a una “barbarie” provincial de reminiscencias feudales que era necesario, precisamente, “civilizar”.

Frente a esta idea se alzaba la visión federal, más amplia y democrática, basada en los derechos de las comunidades y la idea de que una nación solo podía construirse con la aportación igualitaria de todos sus sectores sociales. Una visión enraizada en un concepto de igualdad profundamente sentido por la población humilde del medio rural, que repetía como un sonsonete que “naide es más que naide” y que rechazaba la idea de que la conducción debía estar monopolizada por los ilustrados y los doctores. Ante la pretensión hegemónica de estos, instalados mayoritariamente en Buenos Aires, el federalismo, a la vez integrador y celoso de la defensa de los derechos de los pueblos, aparece como una necesidad inevitable. Artigas lo concibió no solo por sus lecturas de textos norteamericanos, sino por su experiencia de los tremendos hechos de 1811, en el curso de los cuales los derechos de su pueblo oriental fueron desconocidos en aras de intereses extraños, que se pretendían superiores.

El programa político de las Instrucciones del año XIII era, entonces, totalmente inasumible por los hombres que dirigían los destinos de la naciente comunidad política platense. Su pretensión de una igualdad provincial, que de alguna forma apuntaba a una equidad de derechos por encima de las clases, parecía un sinsentido irracional para Rivadavia, Sarratea o Alvear, significaba poner en el mismo plano a la “civilización" y la barbarie”. Y los caudillos líderes que lo impulsaban, comenzando por Artigas, eran, en la concepción de ellos, “anarquistas”, en el sentido de favorecedores del caos, de enemigos del centralismo civilizador. El entendimiento era imposible. Los que lo intentaron como José San Martín, terminaron marginados y frustrados. Estos dos idearios políticos altamente antagónicos pronto conllevarían a una mayor ruptura entre Artigas y el gobierno de Buenos Aires.

Considerado prioritario por José Artigas, el denominado Gobierno Económico de Canelones surgió en la Oración inaugural del Congreso de Tres Cruces, celebrado en abril de 1813. Dado su carácter prioritario, el día 20 de abril de aquel año —un día antes de finalizar el Congreso— ya se constituyó formalmente en Villa de Guadalupe, actual ciudad de Canelones; ya que Montevideo se encontraba sitiada por las tropas del Jefe de los Orientales y su entonces aliado, José Rondeau, pues la ciudad amurallada aún estaba bajo control español.

Acudieron a la primera junta del Gobierno Económico los habitantes de extramuros de Montevideo, quienes, en una particular muestra de democracia directa —se asemejaba más a una asamblea popular que a un gobierno propiamente dicho— se eligieron a los diez miembros permanentes del Consejo y a su jefe. Estos fueron Santiago Sierra, Francisco Plá, León Pérez, José Revuelta, Tomás García de Zúñiga, Juan José Durán, José Gallegos y Miguel Barreiro; los dos últimos escribano y secretario del presidente, que a la postre resultó ser Artigas. Sin embargo, el caudillo oriental declinó aceptar el cargo y finalmente Bruno Méndez ejerció funciones.

Muchos textos históricos suelen ignorar o darle relativa poca importancia a una de las primeras medidas del Gobierno, que no fue sino la Declaratoria de Independencia de la Provincia Oriental. Dicha proclamación —que no era de carácter secesionista, ya que en ese momento la viabilidad de Uruguay como país independiente ni siquiera se había formulado— era, prácticamente, una traducción de uno de los numerosos textos que Artigas poseía sobre la experiencia federalista estadounidense: la Constitución particular del estado de Massachusetts. El juramento, dispuesto a los miembros del Gobierno, comenzaba así:

El Congreso de Tucumán, tres años más tarde, instó a las provincias federales –Oriental, Misiones, Misiones Orientales, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe– a intervenir en el mismo con el objeto de declarar la independencia (se hizo finalmente el 9 de julio de 1816), Artigas mencionó que “Esta provincia —la Oriental— hace tiempo ya que proclamó su independencia”; refiriéndose sin lugar a dudas a la declaración emancipadora del Gobierno Económico.

Dicho Gobierno ejerció sus funciones –entre las que estaban la recaudación de impuestos, la administración de la Justicia, fomento de las actividades agropecuarias y ganaderas, gerenciamiento y disponibilidad de los bienes de los emigrados, abastecimiento del Ejército y difusión de la vacuna antivariólica– hasta que fue relegado y finalmente disuelto por el Congreso de Capilla Maciel, efectuado entre el 8 y el 10 de diciembre de 1813. Sin embargo, más allá de la efímera existencia del Gobierno Económico —apenas ocho meses— merece particular destaque la efectividad de la obra administrativa artiguista, lo que la absuelve de su carácter modesto.

Surgido como consecuencia del rechazo de los diputados orientales en la Asamblea Constituyente de 1813, celebrada en Buenos Aires, el Congreso de Capilla Maciel se efectuó por influencia de Dámaso Antonio Larrañaga sobre José Artigas, entre los días 8 y 10 de diciembre de 1813. El objetivo fue, entonces, corregir esa falta, lo que explica la breve duración del conciliábulo.

Tras considerar la propuesta de Larrañaga, Artigas designó a José Rondeau como organizador del mismo, e instaron a los pueblos de la Provincia Oriental a elegir sus respectivos representantes. Como se ha mencionado, el congreso se reunió el 8 de diciembre de 1813 en la Capilla del Niño Jesús, más conocida como Capilla Maciel –ya que se encontraba situada en la quinta del entonces extinto filántropo Francisco Antonio Maciel–, sita en las márgenes del arroyo Miguelete, en Montevideo. Se presentaron a la misma 20 delegados que representaban a 23 pueblos, y se designó como secretario de la asamblea a Tomás García de Zúñiga y como presidente a Rondeau debido a su “conocida moderación y prudencia”, lo que demuestra la estima y confianza que por aquel entonces el caudillo oriental le daba.

El 9 de diciembre de 1813, los congresistas eligieron tres representantes de la Provincia Oriental a la asamblea provincial, que resultaron ser Dámaso Antonio Larrañaga, Luis Chorroarín y Marcos Salcedo –todos ellos sacerdotes– a los que se les sumaba Dámaso Gómez Fonseca, quien ya estaba en Buenos Aires con el objeto de integrarse a la asamblea. Aquel mismo día, además, fue seleccionado un nuevo gobierno para la Provincia Oriental, decisión que ignoró completamente la existencia del Gobierno Económico de Canelones que se encargaba de las funciones administrativas y de contralor de la provincia, designado el 20 de abril de aquel mismo año en el Congreso de Tres Cruces. Sin embargo Tomás García de Zúñiga, integrante de dicho gobierno, no realizó al parecer objeción alguna y aceptó el nuevo cargo que le fue impuesto.

Este episodio revela la contradicción existente –y por ende, un incuestionable desconocimiento– entre lo resuelto en el Congreso de Tres Cruces y en el de Capilla Maciel, algo que Artigas no había premeditado ni tampoco deseaba que sucediera. Además dejó entrever un cambio de actitud en personajes que hasta el momento habían cooperado con el caudillo, como por ejemplo Tomás García de Zúñiga, Juan José Durán y José Rondeau, en el caso de este último también involucraba a un evidente doble juego.

Al día siguiente —10 de diciembre—, el congreso se encontraba preparando las actas que contenían las decisiones resueltas para su signatura, cuando de improviso el oficial artiguista Gorgonio Aguiar se hace presente con un oficio del mismo Artigas, en el que establecía como revocadas todas aquellas decisiones tomadas en la junta por contradecirse con las decisiones surgidas en el Congreso de Tres Cruces, las que consideraba no solo válidas sino también en plena vigencia. El oficio continuaba indicando el derecho a los delegados a contradecir las decisiones del congreso anterior, “pero debéis tener la prudencia de examinarlas”, y finalizaba con una indicación en la cual se exhortaba a los congresistas a suspender las sesiones hasta recibir confirmación de sus delegantes. Según términos de Artigas:

Tras el recibo del oficio por parte de los congresales, la reacción posterior a la lectura del mismo fue de molestia y confusión. El disgusto fue tal, incluso, que uno de los congresistas, Francisco Martínez –representante de Soriano– interrogó: “¿Quién era Don José Artigas para dar leyes o prescribir reglas a los representantes de los pueblos?”. Además, declaró que “si se hubiera sabido lo que contenía (el oficio) debía no haberse abierto, pero ya que se ha leído, soy del parecer que no se le conteste”. Finalmente se decidió contestarle al caudillo, declarándole “que no se hacía innovación alguna” en lo decretado, y se disolvió el congreso. Como consecuencia, Artigas cumplió su palabra e inició la Marcha Secreta que involucraba la rotura final de relaciones con las autoridades de Buenos Aires y el proclamado desconocimiento de lo resuelto en el Congreso de Capilla Maciel.

Muchos historiadores, artiguistas inclusive, destacan en esta junta el desatino de la petición de Artigas sobre la suspensión de las deliberaciones mientras escribía a cada uno de los pueblos con el objeto de saber su coincidencia con lo resuelto; sin mencionar la rápida omisión de lo resuelto en el Congreso de Tres Cruces. Además, existen señas de que la junta se apartó de la falta de presión que debían tener los concejales para deliberar con absoluta libertad. José Manuel Pérez Castellano, sacerdote que participó del consejo, escribió en su Relación Historial que “Aunque —Rondeau— hubiera concurrido sin tropa al congreso, venía acompañado de un ayudante que se quedó a la puerta, del lado de afuera, y a la menor contraseña podía llamar de alguna parte cercana a ocho o diez Dragones que con sus sables no hubieran dejado títere con cabeza”.

Luego de finalizado el Congreso de Capilla Maciel, con su autoridad seriamente menoscabada por una asamblea representativa de los pueblos orientales que lo había ignorado, Artigas adoptó una serie de graves decisiones. La primera de ellas fue abandonar el sitio de Montevideo, lo que implicaba la ruptura total con las autoridades revolucionarias de Buenos Aires. El 20 de enero de 1814, de noche y en silencio, el caudillo se retiró con el grueso de sus tropas; dejó sin embargo, como fuerzas de observación, a dos regimientos mandados por Manuel Vicente Pagola y su hermano Manuel Francisco Artigas, dejando así desguarnecida el ala izquierda de la línea sitiadora. Artigas marcha hacia el N acampando en la calera de García, sobre el río Santa Lucía Chico en situación de expectativa. Allí se le incorporan casi todas las fuerzas orientales que totalizan unos 3.000 hombres. Artigas denomina a este acto “marcha secreta”.

De allí se dirige Artigas al NE, atravesando el Río Negro, próximo a la barra de Salsipuedes y continuando luego hacia Batoví para establecer por último su Cuartel General en Belén donde llega en los últimos días de mayo o primeros de abril y comienza una vasta campaña de extensión del federalismo en las provincias del litoral argentino, en particular Entre Ríos y Santa Fe. A partir de ese momento la dimensión del caudillo del Jefe de los Orientales trascendería de manera creciente el ámbito provincial para adquirir significación en una vasta zona del territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Su rápida marcha hacia el NE estaba impuesta por las informaciones que poseía Artigas referente a las concentraciones de fuerzas porteñas en Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe.

Lleva así inmediatamente sus fuerzas al campo estratégico, con la finalidad de situarse en una posición central para actuar en una forma ventajosa contra sus enemigos, mientras se mantiene a salvo de cualquier ataque sorpresivo. De esta manera logra una superioridad estratégica indudable, que él se encarga de acentuar mediante la actuación de destacamentos ofensivos hábilmente comandados y mejor situados.

Para hostilizar a las tropas porteñas al mando de Rondeau que se encontraban sitiando Montevideo, Artigas dejó a Rivera, quien debía impedir la llegada de ganados y caballos para abastecer al ejército sitiador, quitándole sus medios de movilidad y subsistencia. Rivera ocupa el Paso de la Arena en Santa Lucía, interceptando un importante camino que iba a las zonas de abastecimiento.

Con el objetivo de cortar todas las vías de comunicación terrestre de las fuerzas porteñas que sitiaban Montevideo. Artigas deja a Otorgués en Fray Bentos, con misión de hacer demostraciones sobre las costas del Río Uruguay, constituyendo una verdadera amenaza de invasión. Su misión incluía la posibilidad de poder cooperar, en cualquier momento, en las operaciones que llevaran a cabo en Entre Ríos. Como lo establece Gregorio F. Rodríguez, Artigas se retiró del sitio para estar “en el seno de sus recursos y poder actuar de acuerdo a sus principios”. Momentáneamente las provincias del litoral argentino pasaran a ocupar el centro de gravedad de sus actividades, en el seno de las cuales encuentran amplio apoyo sus ideas federales.

La retirada de las fuerzas artiguistas del sitio de Montevideo y las subsiguientes acciones hostiles de Artigas hacia el gobierno Porteño provocó inmediatas reacciones; los españoles de Montevideo enviaron una delegación ante el caudillo proponiéndole pasarse a su causa (misión Larroba-Costa), a la que dio una cortes pero firme negativa. Luego de la retirada de las tropas artiguistas en la “marcha secreta” también causó la reacción del Director Gervasio de Posadas (tío de Carlos de Alvear) que declaró en un documento el 11 de febrero a Artigas infame, privado de sus empleos, fuera de la ley y enemigo de la patria al tiempo que prometía 6.000 pesos a quien lo entregara vivo o muerto. Luego de eso Artigas desde su campamento en Belén abre las hostilidades contra el Directorio Porteño. Según lo establecen los escritores Arce y Vitale Delmonte en su obra “Artigas” (página 29), dicho documento ya estaba proyectado antes de esa fecha y se esperaba solo un pretexto para hacerlo público, tal como lo prueban unos manuscritos sin firma que se conservan en el Archivo General de la Nación Argentina.

Como reacción al decreto de Posadas, Artigas declara la guerra al Directorio y subleva las provincias del litoral, fomentando el levantamiento de las milicias entrerrianas y correntinas que defendían el río Paraná y el río Uruguay contra las incursiones de las tropas de desembarco de Michelena.



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