El sakoku (鎖国? literalmente «país en cadenas» o «cierre del país») fue una política de relaciones exteriores del Shogunato Tokugawa, donde nadie, fuera extranjero o japonés, podía entrar al país, o salir de él, bajo pena de muerte. Estuvo en vigencia desde 1639, cuando fueron expulsados de Japón todos los extranjeros europeos, particularmente los comerciantes y misioneros católicos provenientes de España y Portugal que habían llegado a las islas japonesas en gran número durante la segunda mitad del siglo XVI.
La instauración del sakoku no implicaba el aislamiento completo de Japón, sino que todas las relaciones comerciales o culturales de Japón con el resto del mundo serían mantenidos en un nivel muy reducido, y siempre bajo el control directo del bakufu, impidiendo así que cualquier súbdito japonés intentase mantener contacto con extranjeros de modo particular. De hecho, este último supuesto estaba severamente prohibido. El bakufu pretendía con ello eliminar la posible amenaza de ataque extranjero que implicaba la presencia de misioneros católicos españoles o portugueses, considerando que ambas potencias mantenían importantes colonias en Asia Oriental (como Filipinas o Macao); en esos años aún persistía la unión política de España y Portugal y el Shogunato Tokugawa temía un ataque militar español o portugués y consideró que prohibir el libre contacto con los extranjeros era una forma de impedirlo.
Asimismo, el bakufu veía con gran desconfianza al catolicismo al cual se habían adherido los daimyo locales de Kyūshū, y que introducía una ideología extranjera potencialmente peligrosa para el centralismo de los Tokugawa. Tras las guerras de Toyotomi Hideyoshi, su sucesor Tokugawa Ieyasu ansiaba establecer un gobierno absoluto y unificado en Japón, luchando así por suprimir, por la persuasión o la violencia, todo desafío a sus planes. Precisamente el sakoku era una herramienta útil para este fin.
Los únicos contactos de Japón con los extranjeros durante la vigencia del sakoku eran mantenidos con el reino de Chosen (en la actual Corea) en la isla de Tsushima, con la Dinastía Ming de China mediante las Islas Ryukyu dependientes del Clan Shimazu, y con las Provincias Unidas de los Países Bajos mediante el islote artificial de Dejima (situado en la bahía de Nagasaki), siendo que ya en 1613 los comerciantes de Inglaterra habían abandonado Japón sin esperar al sakoku ante la silenciosa hostilidad de los Tokugawa. Cabe destacar que en estos tres casos las operaciones de intercambio comercial eran realizadas en pequeñas islas, zonas específicamente alejadas del territorio japonés propiamente dicho, siendo que el bakufu en realidad apreciaba mantener un contacto reducido con el mundo exterior, lo suficiente para conocer avances tecnológicos y la situación político-económica externa (especialmente apreciada al contactar con la dinastía Ming de China y con los neerlandeses) pero lo bastante restringido para evitar influencias foráneas sobre el pueblo nipón.
Asimismo debe tenerse en cuenta que a los extranjeros participantes en el intercambio del sakoku se les prohibía estrictamente salir de dichas zonas para entrar en territorio japonés (salvo para visitas de homenaje a la corte del shōgun), ni se permitía a los comerciantes japoneses la libre entrada a dichas islas, debiendo tener un previo permiso del bakufu para estas operaciones.
A lo largo de los años existieron tentativas de diversas potencias extranjeras para forzar el fin de sakoku y exigir una apertura del Japón al mundo exterior de modo irrestricto, siendo que ya en 1647 hubo un fallido intento de galeones hispano-portugueses de penetrar en Nagasaki por la fuerza. Desde fines del siglo XVIII hubo intentos desde Rusia, Francia, Estados Unidos, y Gran Bretaña por contactar con Japón, ya fuera enviando embajadas o desembarcando comerciantes (siendo siempre rechazadas ambas clases de intento). Tras la Guerra del Opio, el Reino de los Países Bajos consideró prudente enviar una carta oficial al propio bakufu alertando sobre los avances imperialistas de Gran Bretaña en Asia Oriental, pero en Japón se desoyeron tales advertencias, pese a que la élite intelectual estaba bien informada (y preocupada) sobre el creciente poderío de las grandes potencias de Europa, temiendo que Japón quedase rezagado sin remedio si los europeos forzaban la ruptura del sakoku por la fuerza.
El sistema de sakoku duró en la práctica hasta 1853, año en que el Comodoro Matthew Perry se presentó en la misma bahía de Tokio (y no en Nagasaki) con una flota de buques de guerra estadounidenses para exigir la apertura comercial y forzó posteriormente la firma por parte de Japón del Tratado de Kanagawa. El término sakoku, sin embargo, no fue utilizado hasta el siglo XIX. No obstante, pese a la apertura iniciada en 1853, aún era ilegal para los japoneses abandonar el territorio de su país hasta que ello fue permitido por la restauración Meiji.
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