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Virrey de Perú



El virrey (antes visorrey) era el representante personal del rey de España en el Virreinato del Perú: su “alter ego”, es decir, “su otro yo”. Como suprema autoridad del virreinato fue el encargado de impartir justicia, administrar el tesoro público y velar por la propagación del catolicismo y la evangelización de los indios. Durante la existencia del virreinato del Perú gobernaron cuarenta virreyes.

El virrey era nombrado por el rey a propuesta del Consejo de Indias, aunque muchas veces fue el mismo rey quien se encargaba de revisar los nombres de los posibles virreyes. El virrey del Perú residía en la ciudad de Lima, en el suntuoso Palacio de los virreyes, rodeado de una brillante corte, en medio de gran lujo y riquezas y resguardado por una guardia de honor.

El primer virrey así nombrado, Blasco Núñez de Vela, llegó al Virreinato del Perú en 1544. Sin embargo, como autoridad delegada del rey, fue precedido por el gobernador Cristóbal Vaca de Castro, que ejerció sus funciones entre 1541 y 1544, sucediendo a Francisco Pizarro y Diego de Almagro el Mozo (gobernador, de hecho, por un corto periodo, ya que había sucedido a Pizarro tras su asesinato). A partir de entonces, los virreyes gobernarían el Perú hasta el 9 de diciembre de 1824, día en el que es derrotado el último virrey, Teniente General José de La Serna, en la Batalla de Ayacucho.

Muchos virreyes del Perú habían ocupado el mismo cargo en el Virreinato de Nueva España, y el traslado de Ciudad de México a la Ciudad de los Reyes era el premio más codiciado por las autoridades coloniales.

El virrey recibía un sueldo como tal y como presidente de la Audiencia. Además, percibía dinero para la manutención de una guardia. Los sueldos fueron aumentados a medida que se asentó la dominación española. Un virrey mexicano recibía 27.000 pesos anuales, mientras que uno peruano cobraba 41.000 pesos anuales.

Bajo los Borbones, ambos virreyes recibían 60.000 pesos anuales y en algunos casos aún más, lo que se explica por la devaluación de la moneda. Tanto en el posterior Virreinato de Nueva Granada como en el Virreinato del Río de la Plata los virreyes recibían 40.000 pesos anuales.

Para el virrey del Perú no fue tarea fácil administrar un territorio tan vasto. El gobierno de Lima tuvo una carga fuerte, pues era responsable de cada una de las audiencias establecidas en América del Sur: Panamá, Nueva Granada, Quito, Lima, Charcas, Santiago de Chile y Buenos Aires. El virrey tuvo dos campos de acción bien definidos: fue la máxima autoridad en la administración pública (que incluía el manejo del tesoro público y el nombramiento de autoridades) y el principal responsable de la defensa del territorio, pues en su cargo de Capitán General y Gobernador debía resguardar el virreinato de los ataques de corsarios y piratas, y de las agresiones internas, producto de revueltas o insurrecciones populares (aunque éstas no ocurrieron significativamente hasta el siglo XVIII). El virrey era igualmente el principal responsable de propagar la fe católica y de evangelizar a los indios. Así mismo, fue el presidente de la Real Audiencia de Lima, máxima entidad administradora de justicia en el virreinato peruano.

Con las reformas borbónicas el enorme Virreinato del Perú perdió mucho de su inicial territorio al crearse el Virreinato de Nueva Granada y el Virreinato del Río de la Plata.

Los virreyes en el Perú ostentaron distintos títulos: Lugarteniente, Gobernador y Capitán General de los Reinos del Perú, Tierra Firme y Chile, Presidente de la Real Audiencia, Presidente de la Junta Superior de la Real Hacienda, Presidente del Tribunal y Audiencia Real de Cuentas, Superintendente del Juzgado de Policía, Capitán General de los distritos y Gobernador de las Provincias, Visitador de los Castillos y Fortalezas, Vice patrono Eclesiástico, General de la Armada del Mar del Sur.

En un principio el mandato de los virreyes no debía exceder los tres años. Sin embargo, debido al extenuante, prolongado y peligroso viaje que representaba llegar a América y también teniendo en cuenta el tiempo que necesitaba para ponerse al corriente de la situación administrativa, el Consejo de Indias amplió su estancia a cinco años. Aun así, la mayoría de virreyes se quedaron en el cargo mucho más tiempo que el asignado. Al concluir su período de mandato, los virreyes debían rendir cuentas ante el Consejo de Indias a través del llamado Juicio de Residencia, en el cual todos los súbditos del virreinato podían intervenir, estando facultados para denunciar los delitos, las faltas o los errores cometidos por el virrey saliente.

Para controlar las acciones de los virreyes, el Consejo de Indias creó leyes específicas para ellos. Las principales leyes versaban principalmente en el terreno personal: no podían contraer matrimonio con alguna mujer perteneciente a la jurisdicción que administraban, así como tampoco podían ejercer comercio alguno; sin embargo, muchas veces estas leyes no fueron acatadas. Desde 1613 todos los virreyes estaban obligados a elaborar una memoria para informar a su sucesor y al rey sobre sus actividades en el Perú. Estas memorias fueron de gran utilidad para los virreyes sucesores, pues les otorgaba un panorama general del virreinato, tanto en lo administrativo, judicial y económico, como en lo social.

Los virreyes del Perú fueron 40, aunque tras la salida del último virrey José de la Serna fue nombrado en su reemplazo Pío Tristán, que renunció poco después sin haber hecho efectivo su poder, por lo que no se le incluye en la lista.

En ciertos casos (trece en total), asumió el poder virreinal de manera interina el Oidor decano que ejercía de Presidente de la Real Audiencia de Lima en reemplazo del virrey saliente. En dos casos asumieron eclesiásticos: Diego Ladrón de Guevara, obispo de Quito, de 1710 a 1716, y Diego Morcillo Rubio de Auñón, arzobispo de Charcas y luego de Lima, en 1716 (interino) y de 1720 a 1724.

La lista de los virreyes del Perú de 1544 a 1824 es la siguiente:

Todos nacieron en España, a excepción de:



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