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Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn Saig ibn Bayyá



Ibn Bayyah (ابن باجة), conocido en castellano como Avempace, fue un filósofo musulmán andalusí de nombre completo Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn al-Sa'ig ibn Bayyah (أبو بكر محمد بن يحيى بن الصايغ). Nació en la capital de la Taifa de Saraqusta (hoy es Zaragoza) hacia 1080. Se sabe que murió en Fez en 1139.[1]​ Además de la filosofía, cultivó la medicina, la poesía, la física, la botánica, la música y la astronomía. Es mejor conocido por ser el difusor de la filosofía post-aristotélica en Europa.

Fue visir en Taifa de Saraqusta, con Ibn Tifilwit de 1114 a 1116. Antes de que este último muriera en una operación militar contra los cristianos. Ibn Bayya estaba muy cerca de Ibn Tifilwit, le escribió un elogio y poemas. En 1118 la Taifa de Saraqusta fue reconquistada por Alfonso I fundando Zaragoza. Se cree que dejó la ciudad con dificultad y fue encarcelado por los invasores. Aparte de este período de encarcelamiento, del que informa en una carta a su amigo Ibn al-Imâm, en la que dice que emprendió la redacción de un tratado filosófico durante su detención, no se tiene información sobre su vida durante el período comprendido entre 1118 y 1136. Permanece en el círculo de poder almorávide y sigue ejerciendo de visir con Yaḥyà ibn Yûsuf Ibn Tâshufîn. Aparece en Sevilla en 1136 con su discípulo Abû l-Ḥasan Ibn al-Imâm. Autor de obras matemáticas, metafísicas y morales muy apreciadas por los musulmanes y a menudo elogiadas por Ibn Tufayl, profesó una filosofía mística que le hizo ser acusado de herejía por sus correligionarios. Debido a su trabajo, representa en Occidente lo que Al-Fârâbî representa en Oriente.

Nació en lo que hoy es Zaragoza entre 1070 y 1090 de familia humilde, hijo de plateros, cuando Zaragoza estaba ocupada por los almorávides. El gobernador, Ibn Tifilwit, lo recibió entre sus íntimos, nombrándolo visir, cargo que ocupó probablemente de 1115 a 1117. Durante ese periodo fue enviado a una misión diplomática ante los hudíes desterrados, pero fue hecho prisionero por éstos, aunque por poco tiempo. En 1118, con la conquista cristiana, se ve obligado a emigrar. Luego lo encontraremos en Játiva, Almería, Granada y Orán, hasta recalar en la ciudad de Fez, donde murió, probablemente envenenado en 1139.

Sus obras abarcan casi setenta títulos,[2]​ aunque la mayoría no ha llegado hasta nosotros. Destacan, en primer lugar, los comentarios a las obras de Aristóteles, que parecen pertenecer a la primera etapa de su producción, y que corresponde a sus inicios en Zaragoza. Así los Comentarios a la Física, a la Lógica, el tratado Sobre el alma, el de la Generación y corrupción, la Historia de los animales y la Historia de las plantas, entre otras.

Entre sus obras originales, que podrían pertenecer a una etapa posterior, en el exilio, hay que mencionar sobre todo tres: El régimen del solitario, el Tratado de la unión del Intelecto con el Hombre y la Carta del adiós. Todas ellas fueron vertidas al castellano por el excelso arabista aragonés Miguel Asín y Palacios.

El filósofo Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn al-Sa'ig ibn Bayyah, conocido en España como Avempace, es una de las personalidades más relevantes de la historia intelectual y filosófica del mundo árabe.

La importancia de Ibn Bayyah o Avempace radica en tres puntos pero no se reduce a ellos:

Tenía vastos conocimientos de medicina, matemáticas y astronomía.

Ibn Bayya destacó fundamentalmente como filósofo, pues fue el iniciador en al-Ándalus de un pensamiento filosófico puro, conocido en el mundo árabe como «falasifa», que se distinguía del pensamiento teológico, que era el que generalmente se daba en al-Ándalus. Para ello el pensamiento racional se desvinculaba de cualquier fin religioso, y su camino debía ser el de la lógica aristotélica. Es en este punto donde Avempace traza el camino que seguirían Averroes y Maimónides, que además continuaron muchas de sus líneas filosóficas. Por otro lado, el pensamiento hispanomedieval anterior a Avempace buscaba fundamentalmente encontrar una explicación racional a la verdad revelada del Corán, y para ello intentaba conciliar un neoplatonismo ascético o místico con el pensamiento.

Si bien Ibn Bayya fue pionero como filósofo, su actividad intelectual se desplegó en muchos otros campos del conocimiento. Profesionalmente era médico, y por ello era farmacólogo y botánico, ya que estas tres disciplinas estaban estrechamente conectadas en el islam, pues se usaba el conocimiento de las plantas como base de la curación. Como músico fue asimismo célebre entre sus contemporáneos. En cuanto a la formación intelectual, era obligado en el mundo árabe dominar las disciplinas científicas más valoradas que eran la física y la astronomía, que en su tiempo no se distinguía claramente de la astrología; y asimismo la retórica y la poesía, tanto o más consideradas que las ciencias, pues la música, las matemáticas y la poesía mantenían una indisoluble relación.

Su obra capital, titulada El régimen del solitario, es una protesta moral contra el materialismo y la vida mundana de las clases dominantes de la época. Afirma que, dada la corrupción de la sociedad, el hombre que ha comprendido su verdadera condición debe mantenerse al margen de ella, al menos con el pensamiento.

Su pensamiento tuvo gran influencia en Ibn Rushd (Averroes) y Alberto Magno. La mayoría de sus escritos no se vieron completados (o bien organizados) debido a su pronta muerte.

Fue muy temprana su inclinación a la música y la poesía, que en la época eran indisociables. Todos los autores coinciden en sus dotes para el canto, la ejecución, la composición y la teoría musical. En este campo escribió un extenso tratado titulado Fi-l-‘alhan (Sobre las melodías musicales), hoy perdido. Además compuso un comentario al tratado sobre la música de Al-Farabi, que, en opinión del historiador argelino Al-Maqqarí (1591-1634) hacían inútiles todos los libros escritos sobre el tema con anterioridad.

En cuanto a su actividad como poeta, nos han llegado algunas composiciones y anécdotas que reflejan su ingenio y dotes poéticas, pero su posible producción nos es desconocida. El islamólogo español Emilio García Gómez (1905-1995) considera que fue Avempace quien fundió por primera vez la poesía árabe clásica con las formas romances de la lírica de influencia cristiana; según el mismo autor el resultado fue la forma de moaxaja llamada zéjel, compuesta en árabe dialectal y adaptado a la melodía de las canciones cristianas.

Recientemente, el portal Webislam de conversos españoles al islam, publicó que la partitura de la Nuba al-Istihlál de Avempace (siglo XI), con arreglos de Omar Metiou y Eduardo Paniagua, guarda una similitud casi absoluta con la marcha granadera (siglo XVIII) que es hoy himno oficial de España.[3]

Redactó en este campo y en colaboración con Abu-l-Hasán Sufián al-Andalusí un Libro de las experiencias, con el que se quería completar el Libro sobre los medicamentos simples del toledano Ibn Wafid (m. 1075), el Abenguefiz de los farmacólogos latinos medievales, y aunque el libro se perdió, se sabe de él por las más de doscientas alusiones y citas que de él hace el malagueño Ibn al-Baitar (h. 1190-1248). Se conservan solo dos breves tratados, el Kalam 'ala ba'a kitab al-nabat (Discurso acerca de algunos libros sobre las plantas) y Kalamu-hu fi-l-nilufar (Discurso sobre el nenúfar).

En el primero de estos tratados se comprueba que Avempace, junto con Averroes e Ibn Zuhr o Avenzoar, es el eslabón entre los dos grandes botánicos andalusíes: Al-Bakrí (m. en 1094) y Al-Gafiqí (m. en 1166). Por otro lado parece ser que esta obra influyó directa o indirectamente en el De vegetalibus de San Alberto Magno (1206-1280). En el segundo se plantea, poniendo como ejemplo el nenúfar, que no tiene raíces terrestres, si hay una clara división entre el reino animal y el vegetal e indaga sobre la reproducción vegetal, sobre la que Aristóteles había concluido que no había reproducción sexual, sino que dependía de la nutrición y el crecimiento. Avempace plantea la posibilidad de la sexualidad vegetal, aunque no llega a ninguna solución definitiva, que no llegaría hasta la obra de Rudolf Jacob Camerarius (1665-1721).

Hay que recordar que Avempace se dedicó toda su vida a su profesión de médico, por la que fue muy reputado desde sus comienzos en Zaragoza hasta el fin de sus días en Fez, y que su medicina se basaba fundamentalmente en el conocimiento de las propiedades curativas de las plantas, lo que hacía que todo gran médico fuese a su vez un profundo conocedor de la botánica.

En el terreno de la física, las ideas de Avempace nos han llegado a través de los testimonios de Averroes y a través de un manuscrito que contiene un comentario a la Física de Aristóteles y una carta dirigida a su amigo Ibn Hasday. Las fuentes que emplea para estos comentarios son el comentario a la Física del estagirita de Alejandro de Afrodisias (siglo III) y las ideas neoplatónicas de Juan Filopón (siglo VI). Su física es más teórica que práctica, y contrasta con la de Averroes pues esta teñida de platonismo.

Avempace escribe el pequeño tratado Nubad yasira 'ala al-handasa wa-l-hay'a (Fragmentos sencillos sobre geometría y astronomía) y por una cita de Maimónides. Una vez más, se apartó de Aristóteles al concebir un sistema astronómico sin epiciclos pero con esferas excéntricas, al modo de Ptolomeo.

La astronomía era una ciencia fundamental para el mundo árabe, pues era la disciplina obligada para todos los sabios, que completaba o daba sentido a la física, la matemática y otros saberes. Las tablas diseñadas por los astrónomos árabes fueron la base de los libros de astronomía de Alfonso X el Sabio (siglo XIII).

No hay que olvidar, sin embargo, que los científicos islámicos consideraban la astronomía y la astrología como una misma área científica, lo que hace que sus conclusiones, muchas veces orientadas a la adivinación (pues era para ellos solo la lectura del gran libro celeste creado por Alá) y a otros fines, no tienen el mismo objeto que en nuestros días.

Su pensamiento se puede resumir de la siguiente manera: el ideal del hombre es el conocimiento puro, la especulación y la contemplación pura.

Dice en la Carta del Adiós refiriéndose a la ciencia y la filosofía:

Se trata, como se ha dicho, de una «contemplación pura» es decir, desprovista de acción, buscada por sí misma y no por el placer y felicidad que nos pueda reportar ni en esta vida ni en la otra. En esta situación, «el hombre deja de ser humano para convertirse en divino», porque con semejante contemplación el hombre se identifica y funde con Dios.

Si para Avempace es válida la definición aristotélica de hombre como «animal racional», sin embargo, no es la que apunta a lo más radical y fundamental del hombre, puesto que, por encima de la razón, está el «intelecto», el «hombre intelectual».

En efecto distingue entre tres niveles en el hombre:

Pero para Avempace este último nivel es difícilmente alcanzable debido a que las circunstancias de la vida en sociedad ponen todo tipo de trabas a su consecución. Por ello, Avempace, por primera vez en la historia, y en una idea que será muy cara a la ascética, a Kierkegaard o a Nietzsche, propone el apartamiento de la sociedad política en que vive para cumplir ese destino último. El hombre debe emprender un camino íntimo con un objetivo claro al que dirigir todos sus pasos, el «régimen del solitario», para de este modo alcanzar la excelsitud. El término «régimen» (tadbir en árabe) es aclarado en su libro El régimen del solitario con estas palabras:

Sigue entonces aclarando que el régimen solo se puede dar en los seres racionales e intelectuales, que son los únicos capaces de proponerse un fin para ordenar, dirigir, gobernar sus acciones de cara al mismo. Por eso,

Cuando un grupo de hombres alcancen la excelsitud podrán establecer «una comunidad en que reine la justicia y la salud», no necesitando ni médicos, pues todos conocerán el modo en que deben alimentarse y administrarse remedios. Esta república, basada en la de Platón, es el ideal político al que se llega en la Política de Avempace, como nueva sociedad civil muy distinta de la que se partía. Por tanto, queda claro que el hombre es un ser social por naturaleza, y solo excepcional y accidentalmente se aparta del estado corrupto para poder buscar su propia perfección que luego aplicará a la sociedad regida por la verdad, la virtud y el amor entre los hombres.



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