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Acción del 9 de agosto de 1780



La captura del doble convoy inglés de 1780, acción del 9 de agosto de 1780 o batalla del cabo de Santa María (1780) se produjo en el marco de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, y más concretamente, en la Guerra anglo-española (1779-1783) cuando partiendo de la información proporcionada por los servicios de inteligencia españoles, una flota combinada hispano-francesa al mando del director general de la Armada Española, don Luis de Córdova, consiguió apresar —sin apenas resistencia y cuando aún no se habían separado— a dos convoyes ingleses, uno con destino a la India y otro con destino a América, que cargados de tropas, pertrechos y armas se dirigían a prestar apoyo a las guerras coloniales británicas en ultramar.[1]

En 1780, el Reino Unido de Gran Bretaña se enfrentaba a uno de los momentos más críticos de su historia, al sostener una guerra que acabaría perdiendo frente a los colonos rebeldes de Norteamérica, episodio conocido como la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. La situación se agravó cuando España y Francia se aliaron en su contra y decidieron apoyar militar y políticamente el alzamiento de las colonias americanas. Además, los británicos sostenían al mismo tiempo una dura guerra colonial en la India, subcontinente que acabarían anexionando a su imperio a lo largo del siglo XIX.

A pesar de que la Marina Real británica empezaba a emerger como la primera marina de guerra del mundo, las armadas española y francesa aún estaban en condiciones de hacer frente a la británica operando en flotas combinadas. Precisamente, en el verano de 1779, una operación de este tipo bajo mando del almirante francés Louis Guillouet, conde de Orvilliers, y del español Luis de Córdova, sembró el pánico en las costas británicas tras poner en fuga a la escuadra del canal de la Mancha y apresar el navío HMS Ardent, dejando el terreno libre para la invasión hispano-francesa del Reino de Gran Bretaña. La población abandonó precipitadamente las localidades costeras y el comercio naval inglés y la Bolsa de Londres cesaron su actividad, en un ambiente de terror que no se había vivido desde los tiempos de la guerra anglo-española del siglo XVI, acentuándose la situación de desamparo de los británicos por el hecho de que las mejores unidades del ejército británico se encontraban combatiendo en ultramar.[2]​ Finalmente, y a pesar de la insistencia del almirante español para lanzar de inmediato la invasión,[3]​ Guillouet, comandante supremo de la escuadra combinada, no se decidió a ordenar el desembarco. Tras una espera de varios días, estalló una epidemia en los buques franceses que no tardó en extenderse a los españoles,[2]​ por lo que la flota franco-española tuvo que retirarse a Brest perdiéndose la oportunidad de asestar un golpe definitivo al Reino de Gran Bretaña. En cualquier caso, este episodio condicionaría las actuaciones posteriores de la Marina Real británica, puesto que a partir de entonces la obsesión del Primer Lord del Almirantazgo fue la protección de las costas británicas a todo trance.

Así, en el verano de 1780 partió de la localidad de Portsmouth un convoy compuesto por 55 mercantes armados, escoltado por la flota del canal de la Mancha, que debería dividirse en dos en algún punto del Atlántico, dirigiéndose una parte a la India para apoyar la guerra colonial, y la otra a Norteamérica para combatir a los rebeldes de las Trece Colonias. Las órdenes del almirantazgo fueron que la escolta abandonara al convoy a la altura de Galicia para regresar inmediatamente al canal de la Mancha. Los mercantes debían navegar alejados de las costas ibéricas y de las rutas comerciales habituales para evitar encuentros fortuitos con navíos españoles o franceses, y contarían tan solo con el apoyo de un navío de línea y dos fragatas. Los agentes de inteligencia españoles destacados en Londres consiguieron averiguar la fecha de salida del convoy y la posible ruta que iba a seguir antes de dividirse, enviando inmediatamente la información al conde de Floridablanca.

En aquellos momentos, Luis de Córdova, que había sido nombrado Director General de la Armada Española en febrero de ese año, se encontraba vigilando el estrecho de Gibraltar al mando de una flota de veintisiete navíos de línea y varias fragatas, a la que se había sumado una escuadra francesa de nueve navíos y una fragata mandados por Mr. de Beausset.

Con esta escuadra cruzaba habitualmente entre los cabos y costas de Portugal, internándose en el mar todo lo necesario para proteger la arribada de los convoyes provenientes de América y abrir paso a los buques españoles, que provenientes de El Ferrol o Santander, se dirigían a Cádiz.

Córdova ejercía el mando supremo de la flota combinada a pesar de las quejas de los franceses, que dudaban de su capacidad por haber cumplido el almirante español los 73 años. Por su parte, Floridablanca no dudaba en absoluto de la valía del viejo militar y ya en una carta fechada en noviembre de 1779 y dirigida al conde de Aranda afirmaba que «el viejo ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest».».[3]

En ese empeño colaboraba con Córdova, desde el 15 de abril, José de Mazarredo como segundo en el mando, ejerciendo como mayor general de la Armada del Océano, lo que hoy sería el jefe de su Estado Mayor.

El bilbaíno comenzó a adiestrar a fondo las dotaciones, «de Capitán a paje, y el manejo del material de quilla a perilla», y organizó constantes comisiones de pequeñas agrupaciones de navíos y sutiles para patrullar las derrotas del golfo de Cádiz y el Estrecho, comisiones que, ocasionalmente, incluían bombardeos sobre el Peñón.

Por allí solía cruzar D. Luis de Córdova, al mando de la escuadra hispano saliendo a patrullar el Estrecho desde el 9 de Julio para interceptar una escuadra avistada que se creía era británica al mando del almirante Geary. La escuadra compuesta por 22 navíos españoles, 9 franceses además de seis fragatas, una corbeta y tres balandras dispuestas de la siguiente manera:

Atlante, Bourgogne* Jefe de Escuadra, San Joaquín, San Pascual y la fragata Santa Lucía

Purísima Concepción Comandante General, Rayo, San Rafael, San Justo, Scipion* (74) y la fragata Santa Rufina Primera escuadra

Marselles*, San Carlos, Galicia, Ángel de la Guardia, y fragata Santa Bárbara

Santísima Trinidad Comandante general, Hero*, San Fernando, Oriente, San Eugenio y la fragata Santa Perpetua

San Vicente, Protecteur* Jefe de Escuadra, Serio, Brillante, Cesar* y la corbeta Santa Catalina

Santa Isabel Comandante general, Firme, Terrible, Zodiaque*, la fragata Carmen y las balandras Activa, Golondrina y Bizarra

Escuadra ligera y cuerpo de reserva al mando del jefe de escuadra Mr. Bausset Glorioso* jefe de escuadra, Septentrión, Miño, Zele* y la fragata Nereide*

Con ellas regresó a Cádiz el 18 de julio, cuando se descubrió que la escuadra que buscaban eran buques de guerra marroquíes que escoltaban un convoy.

Patrullando el estrecho, dejó Córdova a seis navíos, tres fragatas y una corbeta al mando de don Miguel Gastón.

Entre su salida y arribada al puerto de Cádiz, habían llegado al mismo los navíos franceses Terrible de 110 cañones, Atrevido de 64, Leon de 64, Sagitario de 56 junto a la fragata Aurora provenientes todos ellos de Tolón y el navío francés Actif de 74 cañones proveniente de Brest.

Vueltos a puerto, se dispuso que saliendo de Cádiz el 31 de Julio patrullara por aquellas aguas entre los cabos de Santa María (36°57′36″N 7°53′18″O) y San Vicente (37°01′30″N 8°59′40″O) disponiendo la flota de la siguiente forma.

En total, 18 navíos españoles —Santísima Trinidad, Purísima Concepción, Rayo, San Carlos, Santa Isabel, San Miguel, San Eugenio, San Justo, Galicia, Ángel de la Guarda, San Vicente Ferrer, Brillante, Firme, San Joaquín, Atlante, San Dámaso, Septentrión y Miño— junto a 14 franceses —Glorieux, Bourgogne, Zodiaque, Scipion, Zelé, Marsellais, Cesar, Hero, Protecteur, Terrible, Actif, Hardy, Leon y Sagittare—, acompañados por tres fragatas españolas —Asunción, Santa Perpetua, Santa Bárbara— y una francesa —la Nereide—, más una corbeta española —Santa Catalina—, una balandra —Golondrina— y una balandra ligera —Patache—, repartidos en tres escuadras y una escuadra ligera con funciones de cuerpo de reserva de nuevo al mando de Antonie Hilarion de Beausset.

Por el lado inglés, el almirante Geary, del Western Squadron, había establecido su crucero en el golfo de Vizcaya. Las noticias que se habían publicado en las gacetas, eran que el almirante inglés destacaría fragatas en busca de la escuadra aliada, para venir a batirla en cuanto supiese de su salida. Las fuerzas que Inglaterra tenía entonces en Europa eran de 34 navíos y aunque se aseguraba que Geary había hecho su salida con solo 22, se suponía que se había ido reforzando y que nunca se decidiría a bajar hacia nuestras latitudes sin contar al menos con unos 30.

Tenía Córdova órdenes de no rebasar el Cabo de San Vicente, y por sus inmediaciones estaba al comenzar el mes de agosto con sus 32 navíos de línea, cuando recibió despachos del conde de Floridablanca avisándole de la salida de Inglaterra de dos convoyes con destino hacia las Indias Orientales y Occidentales que, escoltándolos por un navío y dos fragatas hasta las islas Azores, se separarían sobre ese punto y tomarían a partir de entonces su respectivo rumbo. En el aviso se le prevenía que los buscara con empeño y diligencia, lo cual hizo en seguida, adentrándose en el Atlántico.

Todo había empezado unas semanas antes, cuando los espías de la corona española en Londres se hacen con los informes que detallan la salida al mar de un gran convoy que llegado un punto se dividirá en dos con la intención por una parte de dirigirse a las Antillas inglesas para avituallar a la escuadra de Rodney y a las tropas inglesas enfrascadas en los combates por la independencia de sus colonias norteamericanas mientras la otra parte se dirigiría a la India donde Gran Bretaña libraba otra guerra colonial contra las naciones hindúes maratas, el rebelde Hider Ali Kan y la escuadra francesa de las Indias Orientales.

El informe es muy detallado, señala la fecha aproximada de partida y el rumbo previsto que ha de seguir. El convoy partirá el 29 de julio de Portsmouth rumbo al Sur escoltado por la escuadra del Canal de la Mancha, los navíos Inflexible (64), Buffalo (60) y la fragata Alarm (32) hasta las islas Sorlingas o Scilly, donde tomara el relevo la escuadra de Geary que lo acompañara hasta la altura de Galicia desde donde la escuadra volverá a Inglaterra y solo quedarían como escolta el navío de línea de 74 cañones Ramilles al mando del el comandante de la flota John Moutray, y las fragatas de 36 cañones Thetis al mando del comandante Linzee y Southampton al mando del comandante Garnier.

Una vez dejado el paralelo de Galicia el convoy inglés y su exigua escolta seguirán rumbo Sur recalando en Madeira hasta las Canarias donde una parte virará al Oeste y el resto seguirá rumbo al Cabo de Buena Esperanza camino de la India procurando en todo momento mantenerse lo más alejado posible de nuestras costas ya que su principal objetivo es evitar encuentros con la flota española.

De forma casi simultánea a este aviso y confirmando la información transmitida por los agentes de Londres recibió el secretario de Estado José Moñino y Redondo, conde de Floridablanca, a través del Capitán General de Cuba la información recogida por la red de agentes secretos creada por Juan de Miralles y que tenía su sede en Filadelfia, de que una fuerte escuadra de buques británicos mercantes y de guerra, iba a zarpar de Inglaterra con tropas de refuerzo, material de guerra, alimentos y municiones para Rodney y las fuerzas que combatían en las Trece Colonias rebeldes.

Confirmadas por estas confidencias la importancia y detalles del convoy Floridablanca ideó, en el mismo cuarto del rey, un golpe que salió perfecto gracias a que por la enfermedad de su titular – el marqués de Castejón- despachaba interinamente los asuntos más urgentes de la Secretaría de Marina además de los propios como Secretario de Estado «Se tuvo esta gloriosa y utilísima acción por una especie de milagro, (concurriendo) las combinaciones de recibir yo las noticias, mi diligencia en aprovecharlas, y la proporción que me daba el despacho interino de Marina» . En la Real estancia, Floridablanca defendió ante el rey un plan para interceptar la flota a la altura de las Azores. Tras alguna vacilación, el rey concedió la autorización para aprovechar sobre la marcha las favorables circunstancias, expidiendo de inmediato correos a Cádiz y a Lisboa, de cuyos puertos salieron bajeles hacia el crucero de la escuadra, siendo el buque gaditano el primero que aviso a Córdova de los propicio de la ocasión.

La escuadra combinada hispano-francesa abandonó las aguas del estrecho y se adentró en el Atlántico guiándose por las suposiciones hechas a partir de la fecha de salida, las características del convoy británico y la ruta más probable suministrada por los agentes españoles enviando varias fragatas de exploración que batieron una amplia zona del océano.

El 29 de julio de 1780, el capitán John Moutray había zarpado de Plymouth al mando del navío Ramillies (74) y las fragatas Southampton, Thetis de 36 cañones que escoltaban las provisiones, vituallas y pertrechos militares transportados en más de 70 East Indiamen (bajeles mercantes ingleses de la carrera de Indias). El convoy y sus tres escoltas gozaron de la protección de la flota inglesa del Canal hasta unas 112 millas de las islas Scilly o Sorlingas volviendo de vuelta a Inglaterra cuando el 3 de agosto el convoy alcanzó la altura de las costas gallegas. Una vez separados de la Home Fleet el resto siguió la derrota paralela a la costa atlántica lusa y el día 6 al anochecer tenían Lisboa a la vista por babor momento en el que Moutray envió dos balandras para reponer agua y fruta en las despensas de los navíos.

Cuando apenas habían vuelto al grupo el 8 de agosto y a latitud 36°40′N y 15°W de longitud, desde la cofa mayor del Ramillies (74), donde Moutray arbolaba su estandarte, un grito advirtió de la presencia de varias velas no identificadas al sur-suroeste. Tras atisbar en esa dirección, vieron que se trataba de dos fragatas españolas y dos francesas en facha inmóviles en el medio del océano, a unas 4 millas de distancia. Moutray ordenó al convoy cambiar el rumbo, aumentar vela y seguirle buscando el viento. Por no ver las señales o por simple desobediencia el convoy de mercantes siguió su rumbo sin atender la orden de Moutray acercándose a la costa en dirección a la punta más meridional portuguesa, el cabo de San Vicente camino de la isla de Madeira.

Mientras tanto el día 8 de agosto la escuadra combinada hispano francesa navegaba con vientos del Norte de vuelta del Oeste hasta acercarse a 1 grado del meridiano de las islas de Madeira. La calina de este tórrido día estival había impedido al vigía la visión de toda la fuerza enemiga. En este punto Mazarredo propuso no pasar más al Oeste, porque ya no habría encuentro de buque enemigo alguno que navegase para América o la India, siendo necesario para esto navegar entre 1 y 3 grados al E de la isla de Madeira.

El general Córdova aprobó la propuesta, ordenó virar y navegar vuelta del Este. Se llevaban siempre cazadores en largas descubiertas, estaba la escuadra ligera a barlovento y se divisaba un amplio horizonte. Al anochecer parece que el navío Miño de la escuadra ligera hizo la señal de «tres velas a barlovento», pero no se volvieron a repetir dichas señales ni el navío se acercó a dar cuenta de semejante novedad seguramente por la escasa entidad del avistamiento.

A la una de la madrugada del 9 de agosto de 1780, navegando la escuadra en formación de tres columnas una de las fragatas en descubierta avista en el horizonte gran número de velas al Norte de las Madeira en la latitud de 35°50′ y longitud de 12°52′, y da aviso de su descubrimiento al cuerpo principal de la flota descargando una serie de cañonazos. Sin embargo, la distancia con el resto de la escuadra es enorme y desde el castillo de popa del Santísima Trinidad, aunque a barlovento divisa la señal no puede concretar el número de disparos, su significado y con ello ni la cantidad ni entidad del avistamiento. No obstante, Córdova, seguro de que el oficial al mando repetirá el aviso en cumplimiento de lo que manda el reglamento, espera con sus oficiales la nueva tanda de cañonazos.

Pasados unos minutos, a la una y cuarto, la fragata repite la señal y ahora con toda la oficialidad a la expectativa sí pueden contarse los disparos y se pudo percibir que significaba «vista de embarcaciones que no pertenecían a la escuadra» y el Mayor, José de Mazarredo, procede a cronometrar el tiempo que transcurre desde el primer fogonazo a escucharse la primera señal sonora.

No podía dudarse de que era algún objeto de consideración, pues por una, dos ni tres velas, la fragata o navío que hizo la señal no alborotaría la escuadra de esa manera. Se oían al mismo tiempo cañonazos en número y orden que no formaban señal de las nuestras. Sin embargo, la información proporcionada por la fragata llena de dudas a algunos sobre si en realidad habrán encontrado a la escuadra inglesa del Canal al mando del almirante Geary o al convoy más fuertemente escoltado de lo que se esperaba.

La opinión generalizada era que podría ser el almirante Geary y que no convenía entrar en empeño a oscuras, sin conocimiento de sus fuerzas y con la notable desventaja en el andar de los nuestros al no estar los cascos de nuestros navíos forrados con cobre como los ingleses.

Mazarredo manifestó al General su opinión de que el almirante Geary no podía bajar a estas latitudes salvo que tuviera la intención de buscar nuestra escuadra, que en este caso no podía suponerla en aquel paraje, a 100 leguas del cabo de San Vicente, que en consecuencia de ningún modo creía allí al almirante inglés y que aunque lo fuera, si los enemigos eran superiores, era ya inevitable el combate.

Por el contrario creía que siendo velas enemigas, pocas o muchas, se dirigían a la isla de Madeira, que según la duración de 63 segundos entre los fogonazos y el ruido de los cañonazos, los buques debían estar a unas 4 leguas (1 legua = 2,7 millas = 5,5 km) y que si siguiéramos de la misma bordada del Este, amanecerían lejos por nuestra popa, siendo imposible darles alcance, mientras que virando y tomando el bordo de poniente, con el poco viento del NNE que hacía, con que anduviesen un par de leguas hasta el día y dos o tres que el convoy hiciese en su derrota amanecerían precisamente a la vista, por lo cual era necesario virar sin pérdida de tiempo. El general accedió a lo propuesto y se efectuó la virada inmediata de la escuadra para que el encuentro con el convoy tuviera lugar al amanecer.

A su profundo dominio de la navegación, don Luis unió la astucia, y les preparo una trampa a los ingleses. Ordena poner un farol encendido en lo alto del trinquete del palo de proa del Santísima Trinidad. La añagaza da resultado y los barcos británicos, creyendo que se trata de una señal de su propio comandante, pasan toda la noche navegando directos hacia la boca del lobo, y en efecto a las 4 y cuarto de la madrugada con las primeras luces del alba se empezó a contar una, y seguidamente muchas embarcaciones, todas unidas y con dirección a nuestra escuadra.

Amanecido el día 9, a la vista del convoy y al darse cuenta los ingleses de que los barcos de enfrente son españoles viran de inmediato e inician la desbandada. Demasiado tarde, los españoles y sus aliados franceses se dedican a dar «caza general» y marinar las presas que se iban haciendo entre escoltas y mercantes.

Córdova alineó 13 buques en la vanguardia, con el Trinidad ocupando el 6.º lugar, y voló la señal de persecución inmediata, mientras que 10 navíos, de los cuales media docena portaban la bandera francesa bajo el almirante Bausset, iniciaron la caza del convoy inglés cuya captura se prolongó hasta bien entrada la noche. En la desordenada persecución los buques españoles y franceses iban seleccionando y capturando presas según su propio criterio.

Una vez alcanzados, los mercantes se iban entregando sin presentar apenas oposición ya que, si bien todos ellos iban armados, poco podían hacer frente a los poderosos navíos de línea de modo que a las 5 de la mañana con 16 navíos de la escuadra habían logrado encerrar hasta 36 embarcaciones, que fueron rendidas y marinadas y aunque sobrevino una llovizna que dejaba muy corto horizonte para ver las embarcaciones que huían, se continuó la caza contra ellas.

Más de 50 mercantes que transportaban efectos por valor de dos millones de libras fueron reducidos en una audaz maniobra envolvente de la flota franco-española. Desplegadas en arco oblicuo desde la costa, 8 fragatas empezaron a martillar el aparejo de los Indiamen, que acabaron dispersos e ingobernables. Tan pronto como el capitán John Moutray —que a bordo del Raimilles y junto a las fragatas Tethis y Southsamtom navegaba a retaguardia y barlovento del convoy— se dio cuenta del número de navíos enemigos y escucho los cañones del Santísima Trinidad, inició una veloz de huida ciñendo inmediatamente el viento para alejarse de nuestra escuadra.

Todos los bajeles ingleses intentaron lo propio. Mr Bausset al mando de la escudara ligera junto a otros navíos ente los que se contaba el Purísima Concepción del almirante español Miguel Gastón, que estaba a vanguardia de la escuadra combinada hispano francesa, intentaron darles caza con el mayor empeño pero, aunque se soltó todo el trapo de los nuestros, no pudo lograrse su alcance por el barlovento que ya tenían y su excesiva ventaja en el andar, en cuyas circunstancias tomaron estos Jefes la acertada determinación de cargar sobre los mercantes que huían hacia el S.O. y lograron interceptarlos.

Cerca del cabo Santa María, Santiago Liniers, comandando una flotilla de 3 cañoneras anejas al Concepción, abrió fuego sobre la fragata inglesa Helbrech (30), la más adelantada y que trataba de unirse al Ramillies. Las cañoneras la inhabilitaron con un fuego certero y continuo, quedando a la deriva. Liniers la apresó personalmente desde la suya, mientras que las otras dos lograron frenar también el avance de la Royal George (28), que fue capturada al momento.

Los cañonazos del Trinidad demolieron los cascos del Monstraut y el Geoffrey, también de 28 piezas que trataban de huir. La fragata inglesa Gaton (30) estuvo a punto de perderse por un incendio que se declaró en el velacho y que se propagó rápidamente, tras ser acribillada desde el Concepción. Cuando llegó la dotación de presa, toda la cubierta estaba sembrada de cascotes, entre los que se encontraban los restos del trinquete. Aun así, pudo salvarse y tras ser reparada fue incorporada a la armada española con el nombre de Colón.

Con ellos y con los detenidos por el resto de la escuadra, quedaron al anochecer marinadas 51 presas sin que se hubiesen escapado más que por el Este un bergantincillo muy velero, y unas 6 o 7 embarcaciones que el Jefe Mr. Bausset vio muy a barlovento, cuando daba caza a los 3 buques de guerra. Sin embargo la jornada no había concluido y a las mencionadas 51 se agregaron tres más perseguidas y apresadas por la fragata Nereide y otros navíos que ibas a retaguardia como la fragata Hércules de 36 cañones incorporada al paso del convoy a Cádiz con su carga arboladura, jarcias y otros repuestos para navíos con destino a Jamaica; la fragata Carlota de 14 cañones que entró a puerto con la fragata Nereide y que conducía a la esposa e hijos del general John Dalling, Gobernador de Jamaica, y la fragata Real Carlota.

Iniciada la inspección de los buques apresados, los aliados comprendieron la importancia del golpe asestado al Reino de Gran Bretaña, pues no sólo se habían capturado 52 buques (3 transportes más serían capturados en días posteriores),[4]​ sino también 80 000 mosquetes, 3000 barriles de pólvora, gran cantidad de provisiones y efectos navales destinados a mantener operativas las flotas británicas de América y el océano Índico, vestuario y equipación para doce regimientos de infantería, y la ingente suma de 1 000 000 de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro (todos los buques y bienes capturados estaban valorados en unas 600 000 libras). Además se hicieron cerca de 3000 prisioneros, de los cuales unos 1400 eran oficiales y soldados de infantería que pasaban como refuerzos a ultramar.

Las pérdidas supusieron para el Reino Unido el mayor desastre logístico de su historia naval, superando incluso al sufrido por el convoy PQ 17, perdido frente a fuerzas alemanas más de un siglo y medio después, durante la Segunda Guerra Mundial. El número de buques y hombres capturados, así como la cantidad de más de 1 millón de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro que pasaron a manos españolas, provocaron fuertes pérdidas en la Bolsa de Londres, lo que perjudicó gravemente las importantes finanzas que el Reino de Gran Bretaña mantenía para poder sostener las lejanas guerras que libraba.

Jorge III sufrió una lipotimia cuando recibió la noticia, no solo por el varapalo a las arcas del Estado, sino porque acababa de perder una importante suma de su propio patrimonio que, aconsejado por su secretario, había invertido en 3 valores de la bolsa londinense. El índice general del incipiente parqué se había desplomado 18 puntos porcentuales tras conocerse la captura de todo el convoy con destino a la India. La compañía de seguros Lloyd´s, una de las inversiones del soberano inglés, entró en números rojos la semana siguiente al conocimiento de la acción naval, tras tener que afrontar pólizas por un valor superior a la mitad de sus activos y perdió el 60 por ciento de su cotización en bolsa. Esta victoria española, añadida a las graves pérdidas ocasionadas por los temporales del Caribe provocó una crisis financiera entre los aseguradores de marina de toda Europa.[5]​ Muchos entraron en bancarrota, y las tasas de seguro de guerra, ya elevadas, subieron a niveles desorbitados. También se incrementó el descontento público contra el ministro británico y la dirección de la Royal Navy.

Marinado y conducido a Cádiz el convoy fue sometido al dictamen del Juzgado de Presas, fue declarado por de buena y legítima presa, lo cual fue comunicado por el presidente de la Junta de Presas de la Isla de León a D. Luis de Córdova, instándole a la presentación de los diputados apoderados de la escuadra combinada para proceder a la descarga, almacenaje y venta de los cargamentos y las embarcaciones.

En los mismos términos que la escuadra española se beneficiará de las concesiones otorgadas por S. M. en la Adicional de la Ordenanza de Corso de 1779, iba a ver recompensada su actuación la francesa amparada por la Ordonnance du Roi du 28 mars 1778 (artículos I y II).

Los españoles se comportaron con gran humanidad con sus prisioneros, devolviendo el generoso trato recibido por sus compañeros por parte del Almirante George Brydges Rodney.[6]

Cinco de los barcos capturados fueron puestos al servicio de la flota española. La armada de España comisionó el Hillsborough de 30 cañones como Santa Clotilde de 12 cañones en calidad de urca; el Mountstuart de 28 cañones como el Santa Balvina de 34 cañones; el Royal George de 28 cañones como el Real Jorge de 34 cañones; el Godfrey de 28 cañones como el Santa Biviana de 34 cañones y el Gatton de 28 cañones como Santa Paula de 34 cañones.[7]



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