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Calixto III



Calixto III (Torreta de Canals, Játiva, Reino de Valencia, 31 de diciembre de 1378-Roma, Estados Pontificios, 6 de agosto de 1458) fue un religioso español, papa número 209 de la Iglesia católica, desde 1455 a 1458. Su nombre de nacimiento fue Alfonso de Borja.

Único hijo varón de Domingo de Borja, «un bon home, llaurador de Xàtiva», y de Francisca o Francina de Borja o de Llansol, fue también el primogénito, y tuvo cuatro hermanas: Isabel, Juana, Catalina y Francisca.[1]​ Alfonso de Borja fue miembro de una familia de la pequeña y mediana nobleza de Játiva, originaria probablemente de la ciudad fortificada de Borja en Aragón, atendiendo a la costumbre de muchos de los conquistadores de tomar el apellido del lugar de nacimiento.[2]

Estudió leyes en la universidad de Lérida, de la que también fue profesor, donde llamó la atención del antipapa Benedicto XIII, que lo atrajo a su causa en el enfrentamiento que el Cisma de Occidente había provocado en la Iglesia. Su apoyo al antipapa le valió ser nombrado canónigo de la catedral de Lérida y, a la muerte de su obispo, en 1412, vicario capitular.[3]

Llamado a su servicio como jurista y diplomático por Alfonso V, enfrentado al romano pontífice, a la muerte de Benedicto XIII, en 1423, dio breve apoyo a Gil Muñoz, elegido sucesor del papa Luna por tres de sus cardenales con el título de Clemente VIII. Poco después, enviado a Peñíscola por Alfonso V, deseoso de un acercamiento a Roma, logró la renuncia de Gil Muñoz y su sometimiento al papa Martín V. El éxito de su negociación, supuso el fin del cisma que había dividido a la Iglesia desde 1378 y la reconciliación entre el rey de Aragón y el papado. En recompensa, Alfonso fue nombrado obispo de Valencia en 1429.[3]

En Valencia permaneció poco tiempo pues continuó prestando sus servicios al rey de Aragón Alfonso V, especialmente en los asuntos napolitanos. Se negó, no obstante, a participar en el concilio de Basilea en condición de embajador de Aragón y puso todo su empeño y dotes diplomáticas al servicio del entendimiento entre el papa Eugenio IV y el rey aragonés, al que convenció para que retirase el apoyo que había prestado inicialmente al concilio cismático. El papa le premió con el capelo cardenalicio el 2 de mayo de 1444.

A partir de ese momento estableció su residencia en Roma, manteniéndose neutral y alejado de las disputas entre los Orsini y los Colonna y distinguiéndose en la curia por sus conocimientos jurídicos y su austeridad de vida,[3][4]​ aunque también dio comienzo entonces a una práctica que definiría su pontificado: el nepotismo, ofreciendo a sus sobrinos Luis de Borja y Rodrigo de Borja importantes cargos y beneficios eclesiásticos. Durante el papado de Nicolás V contribuyó a alcanzar la paz de Lodi, que aseguraba el equilibrio entre Milán, Florencia y Nápoles y permitía hacer frente al peligro turco. Por lo mismo se opuso a las conquistas del condottiero Giacomo Piccinino en Siena, a pesar de ser este aliado del rey de Aragón, dando prueba así de su rectitud de criterio e independencia frente a consideraciones de afinidad nacional de lo que hizo gala durante su pontificado, especialmente cuando a la muerte de Alfonso V de Aragón rechazó reconocer a su hijo Ferrante como rey de Nápoles alegando derechos feudales de la Iglesia sobre aquel reino.[4]

Consejero del papa Nicolás V, a la muerte de este, en 1455, fue elegido papa como solución de compromiso, gracias a su avanzada edad y a la neutralidad que había observado en las disputas entre los Colonna y los Orsini, que hubieran preferido al griego cardenal Bessarion. Proclamado sumo pontífice el 8 de abril de 1455 con el nombre de Calixto III, una de sus primeras decisiones fue canonizar a su paisano san Vicente Ferrer, del que se dijo que le había profetizado la elevación a «la más alta dignidad a que puede llegar un hombre mortal».[5][6]

Su elección fue muy mal recibida por los romanos y los italianos en general, temerosos de que el nuevo pontífice, «uno catalano d'anni ottanta» según se lamentaba Vespasiano da Bisticci,[7]​ contribuyese a incrementar la influencia aragonesa en la península tras la ocupación de Nápoles. Temían, además, que los principales cargos eclesiásticos cayesen en manos de extranjeros, a lo que sin duda contribuyó el nepotismo del nuevo pontífice que, desconfiando de quienes recelaban de un papa extranjero, se rodeó de sus más directos allegados, comenzando por sus tres sobrinos favoritos: Rodrigo de Borja, futuro papa Alejandro VI, obispo de Gerona y de Valencia, vicecanciller de la Iglesia, y Juan Luis del Milà, obispo de Segorbe, hechos cardenales en 1456, y Pedro Luis de Borja, designado capitán general de la Iglesia.[5][8]

Su atención como pontífice se centró en la pacificación de Italia y la reconquista de Constantinopla, que había caído en manos turcas en 1453. Para ello el 15 de mayo de 1455 proclamó la bula de cruzada y envió delegaciones a Inglaterra y Alemania, a donde acudió como legado el cardenal Nicolás de Cusa, Francia, Portugal, Aragón y especialmente, por pesar sobre ellos mayor amenaza, a Hungría, a donde envió como legado al cardenal Juan Carvajal, que también visitó Alemania y Polonia. Para sufragar los gastos vendió su vajilla de oro y plata y objetos de arte al rey de Nápoles.[9]​ En julio de 1456 un ejército heterogéneo, reclutado por Juan Carvajal y Juan de Capistrano y dirigido por Juan de Hunyadi, jefe del ejército húngaro, logró levantar el cerco de Belgrado, sitiado por el ejército del sultán turco, Mahomet II.[10]​ El llamamiento de Calixto III a los príncipes cristianos para aprovechar la ocasión, sacando partido de la victoria, fue desoído. Los prelados alemanes protestaron contra los «gravamina» que Roma imponía con el pretexto de la cruzada y la Universidad de París apeló la bula de cruzada ante el concilio universal.[11]​ El conflicto desencadenado por Giacomo Piccinino en Siena hizo que se derivase a él parte del dinero y tropas destinados a la cruzada. Ante ello, Calixto no dudó en dirigirse a persas y armenios, enemigos de los turcos, y respaldó a Jorge Castriota, Skanderberg, príncipe albanés, que derrotó a los turcos en Tomorniza en septiembre de 1457. También la flota pontificia dirigida por el cardenal Ludovico Scarampo con apoyo napolitano venció a la turca en Metelino, pero los objetivos de la cruzada no se alcanzaron.[12]

También en 1456, estableció una comisión que anuló el juicio que, en 1431, había condenado a Juana de Arco y la declaró inocente de los cargos de brujería por los que había sido quemada en la hoguera. Ese mismo año promulgó la bula Inter Caetera por la que garantizaba a los portugueses la exclusividad de la navegación a lo largo de la costa africana.

A su muerte, el 27 de junio de 1458, Alfonso V de Aragón dejó el reino de Nápoles a su hijo Ferrante I. Los adversarios de la corona de Aragón ofrecieron el trono a René d'Anjou, conde de Provenza. Calixto III aprovechó para hacer valer los derechos feudales de la Iglesia sobre el reino, reservando a la Santa Sede el estudio de los derechos de cada uno de los pretendientes. Por bula de 12 de julio reclamó esos derechos y ordenó a los napolitanos que no prestasen juramento a ninguno de los candidatos. Llegó incluso a enviar a su sobrino Pedro Luis de Borja a luchar contra Ferrante, reconocido como rey por Milán y Florencia. Solo la muerte de Calixto III el 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración por él instituida en recuerdo del sitio de Belgrado, puso fin al conflicto. Unas horas antes de la muerte del pontífice, Pedro Luis, tras entregar al colegio cardenalicio Sant'Angelo, huyó de Roma por temor a la furia desatada por los romanos contra «los catalanes», pero descubierto en Civitavecchia fue asesinado el 26 de septiembre siguiente.[13][14]

Poco apreciado por los humanistas, que en su predecesor Nicolás V habían encontrado un espléndido mecenas, su frugal estilo de vida (los gastos de la curia se redujeron en más de un tercio durante su pontificado y los candelabros de plata de la capilla papal se sustituyeron por otros de plomo) y la atención puesta en la cruzada, se interpretaron como falta de aprecio por las artes y las letras, y como incapacidad para entender el naciente movimiento humanista, a pesar del apoyo que concedió a Lorenzo Valla, al que nombró secretario pontificio y canónigo de San Juan de Letrán. Francesco Filelfo y Vespasiano da Bisticci lo acusaron de dispersar la colección de manuscritos reunida por Nicolás V en su biblioteca vaticana, a la que Calixto III legó su colección de libros jurídicos, pues para obtener fondos con destino a la cruzada vendió algunas valiosas encuadernaciones. Con objeto de desacreditar al papa, tachándolo de supersticioso, Bartolomeo Platina puso en circulación la leyenda de que Calixto III había ordenado que las campanas de las iglesias tañesen todos los días a mediodía contra la amenaza que representaba el Halley, visible en 1456, al que según el matemático francés del siglo XVIII Pierre-Simon Laplace, Calixto III habría excomulgado. La orden, en realidad, había sido dada para recordar a los cristianos el peligro turco y la necesidad de la cruzada, según recogía la bula de 29 de junio de 1456, en la que ni siquiera se mencionaba al cometa.[15]




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