El Hospicio Cabañas (hoy Museo Cabañas) es un edificio de estilo neoclásico, emblemático de la ciudad mexicana de Guadalajara. Sirvió como hogar de huérfanos de 1810 a 1980. En su interior se conservan algunos de los más importantes murales de José Clemente Orozco. Fue declarado en 1997 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, a iniciativa del entonces Secretario de Cultura del Gobierno de Jalisco, Guillermo Schmidhuber de la Mora, y con el apoyo del experto en historia de Guadalajara, Carlos Eduardo Gutiérrez Arce. En la actualidad, es la sede del Instituto Cultural Cabañas.Es un monumento característico de La Perla de Occidente junto a la Catedral de Guadalajara, la Glorieta Minerva, el Teatro Degollado y los Arcos de Guadalajara.[cita requerida]
El principal artífice de este hospicio, nombrado en sus inicios «Casa de Caridad y Misericordia», fue el obispo navarro Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, quien llegó de España a la capital de la Nueva Galicia en 1796, con fin de ocupar el lugar dejado por fray Antonio Alcalde tras su fallecimiento. Si bien el proyecto original del obispo fue crear una casa de expósitos, el rey Carlos IV ordenó —a través de la cédula expedida en San Ildefonso el 5 de septiembre de 1803— la ampliación de la finalidad del organismo y que se admitieran ancianos de ambos sexos, lisiados, enfermos habituales, huérfanos y caminantes pobres, así como que diera educación y corrección a menores. El diseño del edificio se debió a uno de los arquitectos de la época, el valenciano Manuel Tolsá. La construcción se inició en 1805 y participaron José Gutiérrez, académico de mérito de la Academia de San Carlos, con la dirección material, y el alarife José Ciprés. El inmueble se levantó en un terreno elevado y alejado de la ciudad, cuyo núcleo fue lo que se conocía como «Solar, casa y huerta de ‘El Sabino’», perteneciente al convento de San Juan de Dios, así como sobre los terrenos aledaños que adquirió Cabañas a Miguel Navarro y un pequeño lote que cedió el ayuntamiento de forma gratuita y a perpetuidad. «El perímetro del terreno formaba un cuadrilátero irregular, que medía: 465 1/3 varas en el Norte; 493 2/3 por el Sur; 159 varas por el Este, y 126 varas por el Oeste».
En la actualidad ocupa un área de 23 447 m².
La obra fue financiada tanto por donaciones particulares como por la aportación indígena del agua que producía el Ojo de Agua de San Román, de San José de Analco, por las rentas episcopales y el valor de las haciendas Zapotlanejo, El Salitre, Santa Rosa y Rancho de Juanacastro, propiedad del obispado.[cita requerida]
La institución inició labores, aún sin estar concluida su edificación, el 1 de febrero de 1810 y operó con normalidad hasta agosto pues no escapó al torbellino de la guerra de Independencia, ya que durante la contienda, el brigadier peninsular José de la Cruz instaló allí la Ciudadela de Guadalajara, con sus correspondientes soldados y animales de carga. En 1828, el clero recuperó el edificio e inició los trabajos para su restauración y reconstrucción, los cuales estuvieron bajo la responsabilidad de Martín Ciprés, hijo del citado alarife. Un año más tarde, se abrieron sus puertas exclusivamente como hospicio; sin embargo, durante los acontecimientos originados por la llamada «traición de Antonio López de Santa Anna», las tropas de nuevo se apropiaron del inmueble, aunque solo por una corta temporada.[cita requerida]
En 1836, el recién nombrado obispo Diego de Aranda y Carpinteiro se fijó la meta de concluir la construcción del inmueble, y fue el tapatío Manuel Gómez de Ibarra, discípulo de José Gutiérrez, quien se encargó de las obras de edificación. La capilla fue lo último que se levantó y el proyecto de construcción original se concluyó por fin en 1845. La administración del hospicio pasó a manos de las Hermanas de la Caridad en 1850; la santanderina Ignacia Osés fue la primera directora de esa orden. Una vez más, el lugar fue tomado como cuartel, en esta ocasión en 1852, por un brote de santanismo liderado por Blancarte.[cita requerida]
Las leyes de Reforma y la consiguiente nacionalización de los bienes eclesiásticos, en 1859, afectaron la planta del hospicio. Perdió la huerta, ubicada en el frente oeste del edificio, cuya superficie de cuatro manzanas se fraccionó en cuarenta lotes que se cedieron a particulares por periodos muy largos o indefinidos. También se le recortaron los lados norte y sur, que se prolongaban hasta el río San Juan de Dios. En una parte de ellos se construyó la «Plaza de Toros del Progreso».[cita requerida]
Según el informe redactado en 1865 por Dionisio Rodríguez y J. Ramón Fernández Somellera para informar al Consejo Superior de Beneficencia del hospicio, éste estaba organizado en siete departamentos y con la siguiente población: hombres adultos pobres, 16; mujeres adultas pobres, 48; niños pobres, 137; niñas pobres,182; casa cuna, 31 niños y niñas; de domicilio o visita domiciliaria —aquellos enfermos imposibilitados o pobres que no podían moverse de su casa—, 110, y Departamento de Colegio de Pensionistas y Asiladas —alumnado que tomaba clases de lectura, escritura y aritmética, entre otras materias—, 52. Asimismo, se indicó que trabajaban ahí dieciséis hermanas de la Caridad y que la administración estaba a cargo del arzobispado.[cita requerida]
La gestión de las monjas terminó en 1874, en el momento de la expulsión de las órdenes religiosas del país, al mismo tiempo que el clero retiró la donación que anualmente hacía para el sostenimiento del lugar. Fue entonces cuando autoridades civiles tomaron el mando. Rafaela Ruiz fue nombrada rectora del establecimiento, y los medios para el sustento del hospicio corrieron a cargo de la Beneficencia Pública de Jalisco, con desigual suerte; a la par, se toleró la permanencia de la enseñanza religiosa y de las prácticas de culto. El lugar de la rectoría sería ocupado por Luisa del Castillo y Pacheco, en 1878, tras la renuncia de Ruiz. Y, posteriormente, por Adelaida del Castillo y Pacheco, por Jesusa Ruiz y por Luz Herrera. A esta última le tocó la aplicación de las Bases Reglamentarias del Hospicio en Guadalajara, expedidas en 1883, según las cuales el hospicio se integraría en una casa de expósitos, un asilo de huérfanos, una escuela de artes para mujeres y un asilo de mendigos. A su vez, la directora debía informar al administrador si observaba disposiciones generales para las carreras literarias entre sus asilados. Los niños serían remitidos al Liceo de Varones y las niñas que deseasen obtener el título de Preceptoras, al Liceo de Niñas. Herrera dejó el cargo en 1892 y fue sustituida por la profesora Juana Urzúa, quien debió enfrentar los cambios educativos ordenados por el gobernador Luis C. Curiel, referentes a desplazar el énfasis puesto en ofrecer a los asilados enseñanza superior y centrarse solo en la enseñanza de oficios. Urzúa fue reemplazada dos años más tarde por María Palacios viuda de Novoa, y en 1898 ocupó el puesto Margarita Romo viuda de Padilla y, tras ella, Adriana Flores viuda de Benítez. En l900 ocupó la dirección María de Jesús Ruiz. José López-Portillo y Weber considera que los gobernadores jaliscienses del porfiriato Francisco Tolentino, Luis C. Curiel y Miguel Ahumada fueron los que hicieron que se perdiera la herencia dejada por los grandes benefactores del Estado para socorrer y aliviar a huérfanos y pobres, pues no solo se permite el saqueo y el hurto de los fondos destinados al hospicio, sino que el propio inmueble se vio afectado por los cambios políticos de la nación: en 1910, durante la Revolución mexicana, debió servir de nuevo como sitio militar. López-Portillo y Weber dejó registrado que sus directoras durante el siglo XX fueron: María Castelvide Simoni, Mercedes Díaz de León viuda de Orozco, Aurora Castillo, Esther de Lavat, María Concepción de la Torre, Carolina Segura, María de la Piedad Hernández, Esther Mayagoitia viuda de Guzmán, María Luisa Rodríguez, Josefina Ortiz Mariotte, Emilia Durán de Figueroa y Asunción García Sancho.[cita requerida]
El hospicio siguió su misión hasta 1980, cuando cerró sus puertas y los niños asilados fueron trasladados a nuevas instalaciones.[cita requerida]
Este inmueble es un ejemplo de la arquitectura neoclásica en México. Guarda grandes semejanzas con el Palacio de Minería de la Ciudad de México, también proyectado por Manuel Tolsá, en especial en el pórtico vestibular remetido, el patio de acceso, las puertas laterales centradas con los paños laterales de la fachada y el remate del patio de acceso con el elemento principal de la composición: la capilla, en el caso del Hospicio, según estudio de Víctor Jiménez.
Asimismo, Jiménez informa que «los dos ejes principales —longitudinal y transversal— se cruzan en el centro de la cúpula, que define un tercer eje vertical que es el de mayor importancia en altura».
La capilla, por su parte, tiene una «extraña planta con doble eje de simetría» que no se corresponde con los esquemas habituales de los templos cristianos, a saber, de cruz griega o latina. Su largo máximo, a su vez, ocupa una tercera parte del ancho de todo el Hospicio. Ignacio Díaz Morales resalta la solución de la cúpula como algo nunca visto hasta ese instante en Guadalajara, consistente en «la transición mediante una sección esférica entre el círculo de las pechinas, y otro de menor diámetro, en armónica proporción con el edificio, que es el desplante de la columnata de la cúpula». Ésta se desplanta sobre dos series de dieciséis columnas, jónicas las interiores y dóricas las exteriores, ambas de trazado en estilo romano. El remate es una semiesfera casi perfecta que termina en una pseudo-linternilla que tenía originalmente una escultura de la Caridad. Las bóvedas se levantan sobre arcos torales y lunetos de medio punto, peraltados. El edificio cuenta con abundantes corredores con arquerías y crujías, diez patios por cada tercio lateral dispuestos de forma simétrica, tres patios más grandes y pilares cuadrados. Jiménez resalta que la planta de este inmueble constituye una muestra de la arquitectura plenamente moderna, en clara relación con lo que se hacía en la ciudad de México en esa época. Esto se traduce en el abandono de todo tipo de ornamento, la preferencia por la austeridad y la aplicación absoluta del lenguaje clásico.
En el marco de la entrada a la Capilla Clementina (en honor a José Clemente Orozco), está situado un pequeño mural que explica: «La pintura monumental en el estado de Jalisco es patrocinada por el Gobernador Everardo Topete durante sus años de administración 1935-1939, la primera obra pictórica fue la decoración del paraninfo de la Universidad de Guadalajara, la segunda, en la escalera principal del Palacio de gobierno y la tercera en este edificio». El muralista José Clemente Orozco llegó al Hospicio Cabañas para pintar su capilla. Dicho trabajo se terminó en marzo de 1939.[cita requerida]
Orozco fue consciente de la valía de su trabajo, pues en una carta dirigida al gobernador Silvano Barba González expresó que la obra muralística realizada en ese recinto era «la mayor de todas las ejecutadas durante la época de la pintura mural mexicana, iniciada en 1923».
El pintor zapotlense pertenecía al grupo de artistas posrevolucionarios que pensaban que el arte gráfico debería ser para todos, razón por la cual sus obras eran hechas en lugares públicos, pero en el caso del Hospicio, más que para convertirlo en «público», era para volverlo «cultura». A lo largo de dos años, Orozco pintó 57 murales en paredes, bóvedas, lunetos, pechinas y cúpula de la capilla. Con estos frescos buscó modificar la experiencia corporal del espectador y reforzar la impresión de que la capilla no existía sino como una estructura transparente a decir del especialista Renato González Mello. Este también afirma que Orozco usó «la diferencia entre la escala del blanco y negro y la del color [...] para subrayar los elementos estructurales de la construcción: son 'grises' dos de los muros laterales, y el resto de los tableros sobre los muros se caracteriza por su sobriedad. También tienen esa parquedad cromática todos los tableros sobre las pechinas y el tambor de la cúpula. Por el contrario, en las bóvedas y en la cúpula misma abundan los verdes, los amarillos, los azules y los rojos. Estos se organizan de acuerdo con la lógica exigida por cada composición, pero no hay un acorde cromático que unifique los tableros. En los tableros de las paredes hay paisajes, se hace artificio de la mayor solidez, verticalidad y hasta peso. Por el contrario, en las bóvedas saltan pedazos multicolores, las figuras se confunden y se trenzan, se pierde cualquier noción de dirección».
Una innovación de Orozco en estos frescos fue la representación de la ciudad como eje del discurso, a fin de apreciar la irrupción de lo nuevo, a decir de González Mello, pues el muralista veía con poco agrado los cambios que se iban dando en la traza urbana tapatía y que evidenció en los tableros. A su vez, las bóvedas representarían la mitología de la historia, y en todo el conjunto es posible apreciar múltiples alegorías sobre el progreso, el poder, la violencia o la tecnología, así como metáforas geométricas.
En estos murales expresa varios momentos de la historia de México abordando la Conquista, la la época virreinal y los tiempos modernos. En los frescos, Orozco hizo referencia a la vida prehispánica, al choque cultural durante la Conquista, a la fundación de Guadalajara y tocó escenas de la trágica realidad contemporánea. El mural Hombre en Llamas, en el cual se aprecia una figura humana que «escapa por una bóveda o cúpula ‘abierta en gloria’, como en la pintura barroca», es la pieza clave del conjunto muralístico pues borra cualquier cualidad meramente decorativa y le otorga una nueva dimensión al espacio al convertirlo en uno dedicado a una nueva devoción, la de la cultura. Para Justino Fernández, este mural es «la concepción cumbre y más original del artista» y representa al ser humano «superior [que] ve, discierne y ordena»; en suma, una alegoría de la existencia humana, que «todo existir en conciencia es ardorosa consunción».
La crítica popular afirma que las cuatro caras que lo rodean equivalen a los cuatro elementos de la naturaleza; para otros podría representar la metáfora mitológica del Ave Fénix. La obra del gran muralista, sin embargo, no se reduce a los murales, sino que en el Hospicio se preservan 340 piezas entre pintura, dibujo y gráfica, entre las cuales se encuentran diez piroxilinas, más de cien dibujos para exposición, grabados, dibujos y bocetos, realizados en lápiz, tinta, gouche y temple.
El Hombre de Fuego, además de representar a los cuatro elementos naturales, se suele interpretar popularmente que dentro del mural se identifican los siguientes muralistas:
En 1980 se decide el cambio de vocación del edificio, en ese momento insuficiente para las necesidades de las niñas y niños que acogía, a quienes se traslada a un inmueble debidamente acondicionado. El organismo que se encarga de su tutelaje cambia de razón social por el de Hogar Cabañas.
Durante un periodo de dos años el hospicio es objeto de trabajos de restauración y acondicionamiento para servir como centro cultural y museo. En el centenario del nacimiento de José Clemente Orozco en 1983 reabre sus puertas como sede del Instituto Cultural Cabañas, organismo público descentralizado del gobierno de Jalisco y dedicado a la promoción y difusión cultural. Actualmente se conoce como Museo Cabañas, y el edificio cuenta con 23 patios, 106 habitaciones, 72 pasillos y dos capillas, en una superficie total de 23 447.90 m². Se le ha dividido en salas museográficas para exposiciones temporales y permanentes, cuenta con una sala de cine; en la parte trasera del edificio se encuentra una escuela de artes que depende de la Secretaría de Cultura de Jalisco. Su actual directora es Susana Chávez Brandon.
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