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Castellano medieval



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      Iberorromance
       Ibero-occidental

El español o castellano medieval —también llamado romance castellano[1]​ (AFI: [roˈmantse kasteˈʎano])— se refiere a las variantes del español habladas en la península ibérica entre el siglo IX hasta entrado el siglo XV aproximadamente; más específicamente, antes de que sucediera el reajuste consonántico que daría origen al español contemporáneo. La primera obra extensa de la literatura en español medieval es el llamado Cantar de mio Cid o Poema de mio Cid, creado a finales del siglo XII o principios del XIII por autor anónimo.

Los primeros testimonios seguros del castellano medieval se remontarían al siglo XI. En otro tiempo se consideró que la Nodicia de Kesos era uno de los textos más tempranos, aunque hoy en día se considera que ese texto tiene rasgos de un romance asturleonés, igualmente, las glosas emilianenses podrían corresponder a un romance navarroaragonés y no propiamente castellano. Los primeros testimonios literarios conservados se remontan al siglo XII en adelante.

El latín tardío de la península del que procede el castellano medieval experimentó una larga serie de cambios fonológicos y gramaticales hasta llegar al castellano moderno. Convencionalmente se agrupa la evolución de la lengua como:

Desde un punto de vista fonológico y gramatical el estadio más antiguo testimoniado es una lengua con importantes diferencias gramaticales y fonológicas con el castellano moderno, y es la lengua que se describe en este artículo.


 Español moderno

 Chabacano

 Palenquero

 Papiamento

 Judeoespañol


El sistema fonológico del castellano antiguo era mucho más cercano al de las demás lenguas romances que el inventario actual. El inventario más antiguo que se puede reconstruir con seguridad se habría mantenido más o menos sin cambios entre los siglos X y XVI aproximadamente. Ese inventario habría estado dado por tres pares de sibilantes, sordas y sonoras con valor de distinción fonológica:

En castellano medieval no existía el sonido fricativo velar sordo [x] correspondiente a la grafía moderna j o g (ante e, i) en la lengua moderna; tampoco existía el sonido interdental fricativo sordo [θ], del castellano de la península ibérica, que se representa hoy con las grafías z o c (ante e, i).

La v siempre se pronunciaba como un sonido fricativo, aunque no se sabe con certeza si su realización exacta era bilabial o labiodental. Una incongruencia de la lengua de la época era que la grafía <f> podía representar no solo su valor fonético actual sino también una aspiración (cf. la h inglesa), que luego desaparecería en la pronunciación de muchas regiones pero quedaría representada por una h etimológica: fasta ("hasta"), fablar ("hablar"). En algunos lugares de América y España aún se pronuncia la h, como en harto con [h] fricativa glotal.

Un fenómeno característico de algunos momentos del castellano medieval fue la llamada «apócope extrema» (véase Apócope en castellano).

El inventario tratado en la sección anterior puede resumirse en la siguiente tabla de fonemas:[2]

Destaca en el sistema anterior que existía una serie completa de fricativas sonoras, desaparecida en español moderno, a través de diversos cambios: /β /> /b/, /ɸ /> /f/ o "Ø" según el contexto fonético; /z /> /s/, /ʒ/> /ʃ/> /x/. También desaparecieron varias fricativas a través de los cambios: /ĵ /> //, /dz/> /z̪̺/ > /s̪̺/, /ts/> /s̪̺/. Este último fonema /s̪̺/ (sibilante predorso-alveolar) dio en español de la península ibérica /θ/ y en el resto del español /s/ (usualmente con articulación predorso-alveolar también).

A partir de finales del siglo XVI y mediados del siglo XVII el inventario fonológico habría quedado reducido por la pérdida de sonoridad en las fricativas y el reajuste de las sibilantes al siguiente inventario:

Los textos en español medieval muestra los mismos cinco grafemas del español moderno < a, e, i, o, u > aunque algunas alternancias del tipo siento/sentimos (frente a lleno/llenamos) y cuezo/cocemos (frente a coso/cosemos) son evidencias de que originalmente debió existir una diferencia entre vocales semicerradas (/e/, /o/) y vocales semiabiertas (/ɛ/, /ɔ/). Este sistema es similar al de muchas lenguas romances como el gallego, el portugués (excluyendo sus vocales nasales) o el catalán. Sin embargo, los fonemas /ɛ/, /ɔ/ —que solo se daban en sílaba tónica— debieron desaparecer rápidamente, dando lugar a diptongos crecientes /je/, /we/ en sílaba tónica (*tɛnes > tienes, *pɔdo > puedo) y a vocales semicerradas /e/, /o/ en sílaba átona. El siguiente cuadro resume las vocales presentes en español medieval arcaico reconstruibles a partir de la evidencia del latín y las alternancias presentes en español medieval tardío:

El origen de estas vocales se remonta a distinciones de cantidad presentes en latín clásico y transformadas en el latín tardío en distinciones de abertura. En principio en sílaba tónica se mantiene el timbre de la vocal del latín tardío, excepto en casos en que una sílaba produce un efecto de metafonía provocando que la vocal tónica fuera un poco más cerrada. La siguiente tabla resume el origen de las vocales del español (los casos de metafonía se indican mediante met):

La ortografía del español medieval, en lo que respecta a las sibilantes, es idéntica a la que se sigue usando en portugués moderno, lengua que sigue reflejando los valores fonéticos originales (al no haber sufrido el reajuste de las sibilantes que se dio en español medio entre los siglos XVI y XVII). La ortografía española se debe a la reforma de 1815. El antiguo sonido del castellano medieval [z] se representaba como ⟨ s ⟩ entre vocales, y en español moderno solo aparece como alófono frente a consonantes sonoras. Ejemplos de grafía de las sibilantes son:

Los términos xeque 'jeque' y xerife 'jerife' son préstamos del árabe, xeque del árabe šeikh y xerife del árabe šarīf; que en español moderno tienen un sonido /x/ (de la j) para lo que inicialmente fue /š/.

Las letras ⟨b⟩ y ⟨v⟩ posiblemente marcaban sonidos diferentes; ⟨b⟩ representaba una oclusiva en posición inicial (y tal vez entre vocales); mientras que ⟨v⟩ entre vocales representaba una aproximante o fricativa labial (o labiodental), y en posición inicial tenía el mismo sonido [b]. En la reforma ortográfica de 1815, se decidió que ⟨b⟩ y ⟨v⟩, que por entonces ya no correspondían a sonidos diferentes, representaran etimológicamente la grafía latina siempre que fuera posible (con muy pocas excepciones como boda < lat. vota). Algunos ejemplos de ortografía antigua:

La letra ⟨f⟩ presentaba dos alófonos, uno labiodental [f] y otro labial [ɸ] (como en fuente). El primero dio normalmente en español medieval tardío y español medio /h/ representado como ⟨h⟩ (aunque flor > flor no *hlor y fiel > fiel no *hiel), mientras que el segundo dio en español moderno [f]. Mientras que la mayoría de ⟨h⟩ del español medieval eran puramente etimológicas y eran mudas (ya que la /h/ original del latín había caído). Ejemplos:

Nótese que en muchos cultismos (fama, falso) se mantiene el sonido [f]. El cambio /f/ > /h/ fue gradual y no se dio uniformemente igual en todas partes. Esa es la razón por la que existen variantes como: Fernández / Hernández (< esp. med. Fernández), Ferrero / Herrero, fierro / hierro o fondo / hondo; satisfacer / hacer.

En el cambio del castellano antiguo al español moderno se produjeron numerosos cambios analógicos y regularizaciones, especialmente en el paradigma verbal. Por ejemplo, en español antiguo son frecuentes formas de pretérito perfecto simple en -uve, muchas retenidas aún en la lengua moderna (anduve, tuve, ...), pero otras ya desaparecidas como (conuve, 'conocí' o similarmente truxe, 'traje', ...).

El estadio (1) corresponde a formas universalmente regularizadas en todas las variedades del español, el estadio (2) corresponde a formas generalmente regularizadas con formas arcaicas dialectales marginales, el estadio (3) corresponde a tendencias del español que se encuentran más asentadas en unos dialectos que en otros. Finalmente el estadio (4) es una tendencia regularizadora que solo se encuentra en fases iniciales de adquisición de la lengua.

Otra característica en que difieren el español medieval y el español moderno es el número de prefijos. A partir del siglo XIII aparecen en español nuevas perífrasis, frecuentemente apoyadas por preposiciones, para indicar valores de obligación, posibilidad, dirección, mandato, ruego, etc. Por el contrario, ciertas perífrasis o elementos clíticos de la flexión verbal pasan a ser afijos. Así las formas de futuro correspondientes a cantar-é, cantar-ás, cantar-á, ..., que en español moderno son inseparables y, por tanto, verdaderos afijos, eran separables en español medieval:

La primera oración tiene un significado de futuro, no hay un significado de obligación (como lo habría en español moderno en '*los hemos de matar a todos').

Estas formas analíticas de futuro, presentes hoy en día únicamente en la lengua portuguesa, son consecuencia de la sustitución de las formas latinas de futuro por perífrasis compuestas de infinitivo con el verbo haber. La síntesis de estas construcciones perifrásticas dará lugar a las formas actuales de futuro. Sin embargo, durante algún tiempo la reminiscencia de aquellas formas perifrásticas permitió la interposición de elementos pronominales.

El futuro analítico presentaba una construcción más rígida, al exigir que la oración se iniciase por las formas verbales. Por otra parte, el paralelismo con las formas sintéticas presentaba dificultades cuando se aplicaban a determinados verbos irregulares: hacer, tener, venir, poder, etc. Según la profesora Concepción Company, en la lengua española medieval estas formas de futuro se presentan estables durante toda la Edad Media; entre un 8% y un 17% de los casos estudiados, durante todo este tiempo no se observan cambios fundamentales, pero en el siglo XVI su uso disminuye notablemente y se puede decir que la forma ha desaparecido de la gramática española a finales del siglo XVI. [3]

Los nombres sufrieron relativamente pocos cambios en el paso del español medieval al español moderno en cuanto a su flexión. Destacan entre los principales cambios:

El español medieval usó la forma vos, que era al igual que ahora una forma de segunda persona, pero se empleaba tanto para el plural como forma de respeto. Para distinguir ese uso se introdujo una forma de plural informal vosotros que se oponía a vos. La forma vos tendió a generalizarse, de manera similar a lo que sucede en las variantes de español con voseo. Por esa razón se hizo común en situaciones formales usar la forma vuestra merced > vuesarced > vuesaced > vuested > usted (con muchas otras variantes) que marcaba aún más la distancia y el respeto. La generalización como forma de plural de vosotros llevó por analogía a la creación de la forma nosotros (presente hoy en día en todas las variedades). Posteriormente en Andalucía, Canarias y América la forma vosotros sería substituida por ustedes.

En los pronombres clíticos (me, te, la, lo, le, ...) los cambios se centran especialmente en el orden sintáctico. En español medieval tendían a ser posverbales con mayor frecuencia que en español moderno (de hecho con formas finitas el español moderno requiere el ascenso de clítico obligatorio a posición preverbal).

Algunos ejemplos muy antiguos en el Poema de Mio Cid muestran casos de leísmo:

Aunque en general en español medieval existen casos documentados de leísmo, este tiene una difusión menor que la que alcanza hoy en español del centro de la península ibérica. Otro cambio que afecta a le es que en español antiguo, cuando acompaña a un clítico de objeto directo de tercera persona, tiene un alomorfo ge- (que en español moderno se confunde con > se):

El origen de estas formas está en las expresiones latinas con ILLE, ILLA:

Hacia el siglo XV se habría completado el cambio ge- /že-/ > /še/ y posteriormente un proceso de reanálisis morfológico dio /še/ > se.

En castellano medieval los perfectos compuestos de los verbos de movimiento se construían con el auxiliar "ser":

La pertenencia o posesión se expresaba con el verbo aver (haber):

En el pretérito perfecto compuesto, el participio pasado solía concordar en género y número gramaticales con el objeto directo. Por ejemplo:

Las características (1) a (3) ya no se presentan en el español moderno, aunque otras lenguas románicas, como el francés y el italiano, las siguen manteniendo. La característica (3) también pervive en asturleonés:

Los pronombres personales átonos podían ir enclíticos (pospuestos al verbo) no solo en el imperativo positivo, en infinitivo y en gerundio, sino también en cualquier forma verbal, incluso en los sustantivos (como lo atestiguan muchas de estas formas en el poema del Cid).

Generalmente, los pronombres átonos eran enclíticos en las oraciones principales y proclíticos en las subordinadas, como en los siguientes ejemplos:

El orden de palabras dentro de la frase era algo más libre que el del español moderno, muchas veces con el verbo al final: Cuya es la cosa, genitivo caso es.

Otro aspecto en que difieren el español moderno del medieval es que el primero requiere el uso de la preposición a cuando el objeto directo es una persona (y ocasionalmente un ente animado):

Este uso de a en castellano antiguo no era obligatorio, y se reservaba para oraciones en las que podía existir ambigüedad como en mordió el perro al gato. Otras diferencias relacionadas con el marcaje de relaciones sintácticas, que en latín llevaban ablativo, mediante la preposición de o a que ya no se usa para esos usos en español moderno:

Cuando en español moderno se substituyen por otras preposiciones u otras construcciones.

El vocabulario evoluciona constantemente a lo largo de la historia de una lengua. Hay vocablos que poco a poco se vuelven arcaicos o desusados; luego son sustituidos por nuevos términos o simplemente cambian de significado. Además, el desarrollo de la tecnología también conlleva la incorporación de nuevas palabras al vocabulario de un idioma. En el castellano medieval, existían palabras, hoy desusadas, que ya resultaría imposible entender sin ayuda del diccionario: cras (del latín CRAS 'mañana' con el sentido del "día siguiente"); man (del latín MANE 'amanecer'); uço (uzo) (del latín USTIUM 'puerta pequeña, postigo').

Una curiosidad del español antiguo es que muchas palabras que llevaban un grupo consonántico culto latino como -CT- o -PT- estaban simplificadas. Pero luego la forma culta fue reintroducida en la lengua, dando a veces dobletes con diferentes significados. Por ejemplo: ACCEPTARE > acetar (forma antigua) > aceptar (forma moderna); CAPTARE > catar (forma antigua, con el significado de "mirar") > captar (forma moderna); RESPECTUS > respeto (forma antigua) > respeto y respecto (formas modernas).

A continuación se presentan algunas formas en latín y sus correspondientes en castellano medieval y en español moderno.

Lo siguiente es un fragmento del Cantar de mio Cid (versos 330–365), una oración que se puede escuchar en pronunciación medieval restituida para la época (interpretación de Jabier Elorrieta). En la primera columna puede verse la transcripción normativa del manuscrito original; en la segunda, la traducción en la lengua moderna.



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