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Cementerio de Recoleta



Público

El Cementerio de la Recoleta es un famoso cementerio de la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Está ubicado en el barrio de Recoleta y contiene las tumbas de personas muy reconocidas. Se inauguró el 17 de noviembre de 1822, durante la gobernación del brigadier general Martín Rodríguez, siendo ministro de Gobierno Bernardino Rivadavia. Se transformó así en el primer cementerio público de la ciudad. Fue diseñado por Próspero Catelin, reservándose el gobierno parcelas para personalidades ilustres en la formación del Estado nacional.[1]​ En 1880, Torcuato de Alvear—el primer intendente de la ciudad de Buenos Aires—encomendó al arquitecto Juan Antonio Buschiazzo para la remodelación del cementerio. Se rodeó con un muro de ladrillos, se pavimentaron sus calles y se construyó una entrada de estilo neoclásico.[2]

Es uno de los atractivos turísticos más populares de la ciudad,[3]​ famoso por sus numerosos e imponentes mausoleos y bóvedas adornados con mármoles y esculturas. Su valor arquitectónico es una muestra de los tiempos en que Argentina era una potencia económica emergente a fines del siglo XIX, y las familias más acomodadas de la ciudad comenzaron a mudarse a la zona de Recoleta y a construir panteones esplendorosos en el cementerio.[4][5][6]​ Muchos de sus mausoleos y bóvedas son obra de importantes arquitectos y más de 90 han sido declaradas Monumento Histórico Nacional.[4]​ El cementerio en sí es considerado Museo Histórico Nacional desde el año 1946.[2]

Los frailes de la orden de los franciscanos recoletos[7]​ descalzos llegaron a la zona en la que se ubica actualmente el Cementerio de la Recoleta, entonces en las afueras de Buenos Aires, a principios del siglo XVIII. Construyeron en el lugar un convento y una iglesia, en 1732, que colocaron bajo la advocación de la Virgen del Pilar. Actualmente la Basílica de Nuestra Señora del Pilar es un Monumento Histórico Nacional. Los lugareños terminaron denominando a la iglesia de los recoletos en simplemente la Recoleta, nombre que se extendió a toda la zona.

Cuando la orden fue disuelta en 1822, el 17 de noviembre[1]​ de ese año, la huerta del convento fue convertida en el primer cementerio público de la Ciudad de Buenos Aires. Los responsables de su creación fueron el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires Martín Rodríguez (sus restos descansan en el Cementerio) y su ministro de Gobierno, Bernardino Rivadavia.

Sus dos primeros moradores fueron el niño negro liberto Juan Benito y la joven María Dolores Maciel.

Durante la década de 1870, como consecuencia de la epidemia de fiebre amarilla que asoló la ciudad, muchos porteños de clase alta abandonaron los barrios de San Telmo y Montserrat y se mudaron a la parte norte de la ciudad, a Recoleta. Al convertirse en barrio de clase alta, el cementerio se convirtió en el último reposo de las familias de mayor prestigio y poder de Buenos Aires. Al mismo tiempo se inauguraba el Cementerio de la Chacarita o Cementerio del Oeste, por oposición al Cementerio del Norte nombre menos común que recibe la Recoleta.

En el ingreso al cementerio hay tres fechas grabadas sobre el piso: 1822 (año de su creación), 1881 (fecha de su primera remodelación) y 2003 (segunda remodelación).[2]

El Cementerio de la Recoleta es una obra de arte en sí mismo.

La entrada principal es un pórtico formado por cuatro columnas de orden dórico griego, concluido durante una de sus grandes reformas ordenada en 1881 por el entonces intendente de la Municipalidad, Torcuato de Alvear. Tanto el frontis exterior como el interior poseen inscripciones en latín. Del lado de afuera el mensaje es de los vivos a los muertos: Requiescant in pace, que significa: Descansen en Paz. Del lado de adentro el mensaje es de los muertos a los vivos: Expectamus Dominum, que significa: Esperamos al Señor.

En el frente, sobre las columnas, se inscriben los primeros símbolos de la vida y de la muerte, representados en once alegorías: El huso y las tijeras: el hilo de la vida que se puede cortar en cualquier momento. La cruz y la letra P: la paz de Cristo en los cementerios. La corona: voto de recuerdo permanente. La esfera y las alas: el proceso de la vida y de la muerte que gira incesantemente como la esfera. La cruz y la corona: la muerte y el recuerdo. La abeja: la laboriosidad. La serpiente mordiéndose la cola: el principio y el fin. El manto sobre la urna: el abandono y la muerte. Las antorchas con llamas hacia abajo: la muerte. El búho: el vigilador, y según algunas creencias, anuncia la muerte. El reloj de agua o Clepsidra: el transcurrir del tiempo o el paso de la vida.[8]

El predio tiene 4780 bóvedas distribuidas en 54 843 metros cuadrados, 80 de las cuales fueron declaradas Monumento Histórico Nacional.[9]​ El cementerio alberga varios mausoleos de mármol, decorados con estatuas, en una amplia variedad de estilos arquitectónicos. Se halla organizado en manzanas, con amplias avenidas arboladas que dan a callejones laterales donde se alinean los mausoleos y bóvedas. Existe una amplia rotonda central de donde parten las avenidas principales, con una escultura de Cristo realizada por el escultor Pedro Zonza Briano, en 1914.

Cada mausoleo presenta el nombre de la familia labrado en la fachada; generalmente se agregan al frente placas de bronce para los miembros individuales.

En un poema, el escritor porteño Jorge Luis Borges (1899-1986) fantaseó con ser enterrado en este lugar, pero finalmente no fue así ya que está enterrado en la ciudad de Ginebra (Suiza).

Descansan en esta bóveda:




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