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Cipitío



El Cipitío (también llamado Cipitio, Cipitín, Cipitillo, Cipito, Cipe, Cepit, Juan o Tzipitío), su nombre original es Cipit. Este es un personaje legendario de origen náhuatl en Nicaragua, Honduras, México, Guatemala[1]​ y El Salvador. Cipit proviene de una historia religiosa de la época precolombina que narra su árbol genealógico y los motivos por los cuales fue castigado junto a su madre, Sihuehuet. Tiene vestimenta y costumbres sumamente peculiares, se le atribuye una diversidad de habilidades, facultades y poderes sobrenaturales que, sin perjuicio de nadie, usa para divertirse. En El Salvador y México se utiliza la leyenda para lograr diversos fines educativos en niños.[2][3]

El personaje es parte importante de la cultura salvadoreña, convertido en un icono de los vestigios ancestrales del país. Autores y guionistas han retomado la figura en sus obras; además, ha sido fuente de inspiración para el rodaje de una serie televisiva que trata problemas culturales y sociales salvadoreños desde la perspectiva de la leyenda del Cipitío.

Según cuenta la leyenda, nació de la relación que tuvo su madre, la diosa lunar Sihuet o Sihuehuet con el dios Lucero de la Mañana, por lo que hubo una traición al dios Sol.[4][3]​ Por ello, el dios de dioses, Tláloc, condenó tanto a la madre como al hijo. A la madre la degradó de su categoría de diosa Luna a mujer errante y al niño le condenó a nunca crecer y conservarse por siempre en la edad de diez años.[5][6]

Otra versión cuenta que, su madre sedujo a un príncipe nahua Yeisun, hijo de Tláloc, con quien tuvo un hijo a quien llamaron Cipit. Pero su madre nunca se hizo cargo de él y lo descuidó para irse con sus amantes. Tláloc, al enterarse de esto, maldijo a la madre ingrata y a Cipit lo condenó a ser un niño de 10 años hasta el fin de los tiempos.[7]​ Aunque también existen otras versiones en donde Cipit muere a causa del descuido de su madre.

Durante siglos, Cipit fue el dios de las relaciones prohibidas y adúlteras y su nombre se relaciona con el dios Xipe Tótec.[8]​ En la actualidad es un icono de la Cultura de El Salvador, donde es representado como un niño alegre que vaga errante.[9]

El Cipitío es un ser propio del folklore salvadoreño, guatemalteco y mexicano. La leyenda ha evolucionado de generación en generación, adaptando elementos de la misma para no perder vigencia, aunque en el fondo, conserva su esencia ancestral. El nombre proviene del nahuat Cipit, que significa niño, de donde se deforma la palabra "Cipote" utilizada para nombrar a los infantes en El Salvador.[10]​ O también podría derivar del náhuatl, tzipitl, que significa 'niño desmedrado'.[11]

El Cipitio es hijo de dioses, pero su aspecto es el de un niño de baja condición social y económica. Su condición de niño queda en evidencia por su enorme barriga y el poder de teletransportarse. Viste ropa de manta blanca, caites(sandalias) y un sombrero de palma puntiagudo y de grandes alas.[12]

Al igual que el Boraro, el Cipitío tiene una deformación en los pies, los tiene al revés, y por ello causa confusiones por donde camina. Cuando los campesinos intentan seguir sus huellas se pierden puesto que, dada la deformación física, siguen el camino de manera errónea, van al lado contrario. [5]​ En el sur de México, sobre todo en el estado de Chiapas, no utiliza sombrero.[2]

Frecuenta los trapiches de las moliendas de caña, le gusta comer y bañarse con cenizas, también le gusta frecuentar ríos y es un eterno enamorado de las muchachas a las que constantemente espía, silba o arroja piedrecitas y flores. Su alimentación está basada en cenizas y guineos. Además la mitología cuscatleca lo ubica en San Vicente, aunque puede teletransportarse con facilidad.[9]

Aunque no es ofensivo, le divierte hostigar. Generalmente hace bromas con las cuales se burla de las personas con una risa sonora.[10]​ De igual manera, se ha escuchado mencionar en la lengua salvadoreña que cuando una chica es objeto de su hostigamiento, la solución para alejarlo es comer en el baño, frente a la taza de un inodoro, debido a que se supone que él siente asco fácilmente con los malos hábitos de las personas, por lo que se supone que ésta es la solución más efectiva cuando una mujer está siendo objeto de sus hostigamientos.[13]

En el estado de Chiapas, en particular la Costa y en Soconusco, la leyenda de los zipes (también escrito como cipes) se refiere a que estos seres son animales con forma de niños que se caracterizan por tener los pies volteados, de tal manera que el talón va por delante y los dedos hacia atrás. Aunque son de facciones correctas, son panzones y con piernas delgadas.

Estos misteriosos seres no hablan, solo balbucean «zipe», de ahí su nombre. Caminan en manadas como los coyotes y se alimentan de cenizas, por eso son conocidos como "Cenicientos". Estos animales-niños son difíciles de atrapar. Cuando se intenta atraparlos oponen gran resistencia y chillan con desesperación y temor. Hay quienes afirman que estos seres pueden ser domesticados, aunque se requiere de mucho tiempo y paciencia pero pueden llegar a ser muy serviciales.[2]

En localidades y ranchos más apartados se culpaba al "zipe" de la desaparición de niños pequeños que no habían sido bautizados. La gente decía que se los llevaba al monte para convertirles en sirvientes. En otros relatos este ser sobrenatural suele asustar a viajeros solitarios que se aventuran a transitar caminos apartados por la noche: a esos incautos el Zipe les trepa a las monturas, mientras ríe y profiere bromas o insultos por algunos minutos para después desaparecer en la oscuridad. También era común que se le apareciera a las mujeres que se bañaban en los ríos con la intención de seducirlas.[3]

En Guatemala, se le conoce como el Sombrerón o Tzitzimite.[14]​ El Tzitzimite es “un hombrecito muy pequeño, vestido de negro, con un gran cinturón muy brillante. Tiene un sombrero negro, pequeño también, y unas botas con tacones que hacen ruidito”.

A este personaje le gusta “subirse a los caballos y hacerles nudos en la cola y en las crines. Estos nudos, que son así de menuditos, cuesta un bigote deshacerlos”. Al Tzitzimite también le agrada perseguir y molestar a las mujeres de pelo largo y ojos grandes.

Cuando le gusta alguna muchacha, no la deja ni a sol ni a sombra: se le aparece en las noches cuando está dormida y después de haberle enredado el pelo, le baila y le canta con su guitarra. También se le aparece a las horas de comida y le echa tierra en el plato. No le deja comer por lo que la joven mujer va adelgazando.

De acuerdo con la idea popular, el Tzizimite tiene la altura de un dedo de la mano y cabe escondido en la almohada. Es un espíritu juguetón y doméstico. Su sombrero es tan grande que tiene que arrastrarlo, recorriendo a la hora del crepúsculo ciudades y campos. Cuando encuentra a la mujer de sus amores, amarra sus mulas al primer poste que encuentra, descuelga su guitarra que lleva al hombro y empieza a cantar y bailar.

En la tradición indígena este personaje también está arraigado. Tzitzimite es una figura de primer orden en la cosmogonía indígena, puesto que con ese nombre se conoce al brujo indígena.

Televisión Cultural Educativa de El Salvador produjo de 1990 a 1992 la serie "Las Aventuras del Cipitío", protagonizada por el actor nacional José Rolando Menéndez Castro,[15]​ quien acompañado de actores locales, dio vida en la pantalla a un personaje propio del país. En 2005, el Ministerio de Educación lanzó la serie "Las nuevas aventuras del Cipitío", las cuales son transmitidas por Canal 10. Las historias se ven enriquecidas con personajes como el Brujo Barbujo (Manuel de Jesús Martínez, Lic. José Simeón Duarte, Luis Menéndez y Juan Antonio Ruiz), Humazón (Danilo Colocho), Tamagás (Juan Salomón Paredes), Malévolo (Neil Chávez, Julio Flores y José Fernández), Todoloco (Raúl Parada), La Bruja Malinchinela (Ana Celina Morataya y Kryssia García), El Conde de Contrafisco (Francisco Ramos), Beto Arrazador (Luis Mejilla), Don Progreso (Oscar Morales) y Dora Metralla (Kenia Valencia).[16]

En cuanto a la fidelidad de la serie con respecto a la tradición, el aspecto físico del Cipitío es casi exactamente calcado del tradicional, salvo por los pies al revés, que por ser un actor humano, no podían simularse tan fácilmente. Las historias son bastante distantes de la tradición, intentando tratar temáticas contemporáneas y responder a las necesidades actuales de la niñez salvadoreña.

Varios autores salvadoreños lo han mencionado o incorporado en algunas de sus obras. Miguel Ángel Espino, en su libro Mitología de Cuscatlán cita:

Salarrué, por su parte, en su libro Trasmallo incluye un cuento llamado El Cipe, donde en un diálogo entre dos personajes de la campiña salvadoreña se le describe:

El escritor Manlio Argueta, publicó en 2006 una adaptación de la leyenda "El Cipitío", en el que suaviza su perfil de duende y lo adapta a un niño. Ilustrado por Vicky Ramos, "El Cipitío" de Manlio Argueta narra lo esencial de la leyenda a nivel infantil.



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