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Civilización de Nok



La cultura de Nok apareció en Nigeria aproximadamente en el año 500 a. C. y se desvaneció al final de primer milenio de nuestra era, sin que se haya encontrado una explicación razonable, quizá por alguna epidemia o por alguna hambruna. Hoy en día, la estructura social de la cultura de Nok parece extremadamente avanzada, considerando su situación relativamente alejada de otras grandes culturas, y que el resto de África occidental estaba, en esas fechas, asimilando el Neolítico. Ciertas teorías conectan a los Nok con el antiguo Egipto.[cita requerida] Por otra parte, esta cultura es considerada la más refinada productora de terracotas del África subsahariana.

Como se ha citado, ciertas teorías indican que los nok eran descendientes, de alguna manera, de los egipcios. Esto podría aclarar, en parte, la madurez de su cultura y el refinamiento de sus figuras de barro cocido. Pero esta explicación, demasiado ligada al difusionismo decimonónico, parece traída por los pelos, pues parece un intento de sacar de su contexto geográfico a este singular pueblo subsahariano. Realmente no hay pruebas de contactos entre Egipto y Nok, por la que esta propuesta está hoy en día completametne desacreditada ya que tanto étnicamente como lingüísticamente los pobladores de la cultura nok parecen ser pueblos que hablaban lenguas Níger-Congo.

Hace unos 2500 años, los habitantes del norte de África, empujados por una dura sequía, fueron emigrando al sur, hasta el golfo de Guinea, asentándose en aldeas costeras. Estos nuevos pobladores trajeron nuevas costumbres, entre ellas, el cultivo del cereal y la ganadería de bovinos y ovinos. Se sabe que no eran un grupo homogéneo, porque cada comunidad tenía su propio estilo cerámico, pero todos ellos conocían la metalurgia del hierro. , pues, en el inicio de la Edad del Hierro africana y, al parecer, la cultura Nok es una de las primeras culturas de este periodo en el África occidental.

A mediados del Primer milenio antes de nuestra era se produjo un aumento generalizado de las precipitaciones en la zona, provocando inundaciones que obligaron al abandono de numerosas aldeas costeras (cuyos restos arqueológicos han sido localizados: hachas de piedra, restos cerámicos, objetos de hierro...). Los nuevos pobladores se instalaron en las mesetas de Nigeria, hasta el golfo de Benín, recorridas por los ríos Níger y Benué, que por entonces tenían una red hidrográfica subsidiaria muy caudalosa, pero que hoy día se ha secado. Así nacieron los Nok, cuyo bagaje cultural incluye avanzados conocimientos agrícolas y artesanales, además de un alto sentido de la estética. De todos modos, hay investigadores que niegan la existencia de una auténtica Cultura Nok, como el arqueólogo Graham Connah, que piensa más bien que se trata de un grupo de rasgos comunes, propios de la primera Edad de Hierro en esta zona de África, que compartieron culturas independientes de la zona que, en realidad, no formaban una única civilización.

Las primeras noticias de Nok[1]​ se tienen en 1929, en la meseta de Jos (también llamada, de Bauchi: una región del centro de Nigeria y la única que disfruta de un clima templado), durante una prospección minera. Al principio, los restos desenterrados eran abandonados, hasta que, en 1932, se encontró un conjunto de once estatuas perfectamente conservadas cerca de la ciudad de Sokoto (una zona fronteriza del norte, colindante con Níger), fue entonces cuando algunos conocieron los restos de Nok por primera vez.

Algo más tarde, en 1943, cerca de la ciudad de Nok (de nuevo en la meseta de Jos, en el centro de Nigeria), se descubrieron accidentalmente numerosos restos de figuritas en unas minas de estaño. Existe una leyenda, cierta o no, que se cuenta una y otra vez: uno de los mineros se llevó una cabeza a casa para usarla de espantapájaros en una plantación familiar de ñame, y allí estuvo durante un año hasta que llamó la atención del propio director de la mina. Este recuperó la cabeza y otros restos y se los llevó a la capital, Jos, donde se los mostró al administrador civil de la ciudad, casualmente un arqueólogo: Bernard Fagg, que comprendió inmediatamente su importancia. Fagg se trasladó a la mina y pidió a los mineros que le informasen de todos los hallazgos de esa índole que hubiesen conocido, reuniendo más de 150 piezas. Años más tarde, este arqueólogo y su mujer pudieron reunir el dinero para organizar una excavación sistemática que permitió exhumar una importante serie de restos dispersos en un área muy vasta. En 1977, el número de terracotas descubierto ascendía a 153, la mayoría fuera de contexto arqueológico, pues habían sido arrastradas a depósitos erosivos secundarios y repartidas por valles secos, zonas de sabana y otros lugares del norte y del centro de Nigeria, ocupando casi toda la meseta de Jos.

Con el tiempo, nuevos descubrimientos han ido incrementando el área asignada a esta civilización, incluyendo la zona central del valle del río Níger y la parte baja del valle del río Benué. Concretamente, en este último río destacan dos yacimientos en muy buen estado de conservación, al haberse salvado de la erosión. Samun Dukiya y Taruga, donde ha sido posible no solo constatar que se trataba de asentamientos estables, sino además que la fundición y la forja del hierro era autóctona (no importada). Igualmente se recuperaron figuras completas y otros restos como brazaletes, cerámica, puntas de flecha, cuchillos de hierro y herramientas agrícolas.

Las piezas de arte que se han preservado a través del tiempo, casi todas incompletas, son terracotas de una elegancia espectacular, descubriendo un alto grado tecnológico y artístico, tanto en el modelado de la arcilla como en la cocción de la cerámica. Los temas son generalmente figurativos y representan lo que parecen ser líderes, antepasados, estelas funerarias o amuletos. Este exquisito legado es el que ha hecho famoso a esta misteriosa estirpe de artistas, conocidos en todo el mundo por las figuritas tanto masculinas, como femeninas estilizadas con posturas muy variadas, portan numerosas joyas y tienen la cabeza desproporcionadamente grande, cuyos peinados están meticulosamente detallados. Las figuras suelen aparecer rotas, ya que proceden de estratos aluviales formados y destruidos por la erosión de arroyadas esporádicas. Las terracotas suelen estar sepultadas, erosionadas, rodadas y rotas. Raramente se conservan piezas intactas, lo que les da un altísimo valor, no solo intrínseco, sino también comercial.

Las figuras de terracota más antiguas han podido ser datadas en más de 3000 años de antigüedad por medio de las pruebas de termoluminiscencia, aunque el Carbono-14 sitúa la plenitud entre los años 500 a. C. y el 300 de nuestra era. La utilización de arcilla para la realización de estas obras de arte ha sido objeto de varias explicaciones, para unos se trataba de la ausencia de otras materias primas, para otros, los metales eran demasiado valiosos y a menudo refundidos, la madera era víctima de las termitas. La terracota, en cambio, es fácil de conseguir y no es reutilizable. Además, cuenta con la ventaja de poder ser modelada directamente con las manos, sin herramientas (aunque sin duda algunas hubo). De hecho, la especialista Margaret Young-Sánchez, conservadora de las sección de arte indígena de América, África y Oceanía en el museo de Arte de Cleveland, ha podido constatar que no solo se modelaba la arcilla al modo tradicional, sino que, cuando estaba algo endurecida, los artesanos retiraban trozos, con un método que recuerda la talla de la madera. El acabado consistía en un engobe de arcilla casi líquida y un alisado para darle una aspecto bruñido y brillante.

Sin duda, los artesanos nok se sirvieron de su experiencia milenaria en la fabricación de vasijas domésticas: usaban la misma arcilla de grano grueso que para su vajilla y, para su cocción, a veces simplemente secaban al sol las figuras, otras las cocían en hornos abiertos, bien ventilados, a unos 300º C, y, por último, las más apreciables, se cocían en hornos cerrados que conseguían mayores temperaturas.

Las más grandes superaban el metro de altura, lo que implica la construcción de hornos muy sofisticados, aunque fuesen abiertos. Además, por los fragmentos, se sabe que el grosor de las paredes de la terracota era muy uniforme, de este modo, el artesano evitaba problemas en la cocción y se aseguraba de que esta fuese homogénea.

La pericia técnica, así como la maestría estilística constatada en las obras induce a pensar que el arte Nok tiene tras de sí muchos siglos de tradición. No hay indicios de experimentación, de accidentes o fallos en la factura. El estilo tiene una madurez precisa. Por ejemplo, el modelado de los ojos sigue un arco de curvatura perfecta en el párpado superior, superpuesto a un triángulo invertido cuyo vértice es el párpado inferior y en cuyo centro se imprime un círculo.

Véase también:

Probablemente, existieron contactos comerciales entre el norte y el sur del desierto del Sáhara a lo largo del primer milenio a.C., se sabe que había carros arrastrados por caballos. Los pobladores del sur proporcionaban oro, esclavos, marfil y otros productos exclusivos de la fauna tropical, mientras que del norte venía la sal, los tejidos, la cerámica, el vidrio, ciertas frutas e, incluso, caballos. El caballo es un animal que, ciertamente, impresionaba a los nok, que a menudo modelaron extrañas figuras de jinetes, quizá grandes hombres. Estas piezas son consideradas las más valiosas del arte nok.

La cultura de los nok se considera pionera en la agricultura y la metalurgia africanas, pero, en especial, su estilo artístico, influirá decisivamente en las máscaras del antiguo reino Yoruba con capital en Ilé-Ifè y, así como las de Benín (muchos siglos después), iniciando una tradición escultórica naturalista fundamental en el África occidental anterior a la colonización. Por otro lado, el declive de Nok, en el primer milenio, coincide con el surgimiento, a orillas del lago Chad, de otra cultura de nivel equiparable con la que mantuvo cierta rivalidad por las zonas húmedas (lo que explica la aparición de cinturones defensivos en las aldeas). Los Nok, son, además, considerados el núcleo más importante de dispersión protobantú.



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