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Civilizaciones



Una civilización es una sociedad compleja,[1][2]​ y por tanto sus rasgos definitorios son su forma de organización, sus instituciones y su estructura social, así como su tecnología disponible y la forma de explotación de los recursos disponibles.[3]

Las civilizaciones se diferencian de las sociedades tribales basadas en el parentesco[4]​ por el predominio del modo de vida urbano (la ciudad, que impone relaciones sociales más abiertas) y el sedentarismo (que implica el desarrollo de la agricultura y a partir de ella todo tipo de desarrollos tecnológicos y económicos con la división del trabajo, la comercialización de excedentes[5]​ y, más tarde, la industrialización y la terciarización).[6]​ Con pocas excepciones, las civilizaciones son históricas, es decir, utilizan la escritura para el registro de su legislación y su religión (aparecidas con el poder político -reyes, estados- y religioso -templos, clero-) y para la perpetuación de la memoria de su pasado (incluyendo la aparición de los conceptos de tiempo histórico y calendario).

Si se utiliza en un sentido amplio, civilización pasa a ser sinónimo de cultura (englobando las visiones del mundo o ideologías, las creencias, los valores, las costumbres, las leyes e instituciones), que se suele aplicar con carácter más general.

Recientemente, surge un nuevo concepto de civilización: «la civilización empieza a aparecer cuando se establece un sistema de vida factible; es decir, una relación apropiada entre el hombre y la naturaleza, de acuerdo con las características de una región determinada».[7]​ De acuerdo a este nuevo enfoque, el desarrollo industrial solo desarrolla a una civilización si este contribuye al bienestar de la sociedad y del medio ambiente. A partir de esta definición, vemos una profunda relación entre civilización y sustentabilidad. Yendo más lejos, se puede decir que el progreso no siempre es acumulativo, sino que es no lineal; el paso del tiempo en una sociedad puede afectar tanto al bienestar de sus miembros como al bienestar de la naturaleza.

Etimológicamente, la palabra «civilización» deriva indirectamente del latín civis (ciudadano) a través de civil y civilizar.

Civilización, un concepto fundacional de las ciencias sociales, tiene un uso conceptualmente distinto, incluso opuesto,[8]​ cuando se emplea intencionalmente en singular, refiriéndose al grado superior de desarrollo de la sociedad humana, con lo que se indica que existe una única civilización; o cuando se hace en plural, para indicar la pluralidad de las civilizaciones a través del tiempo, el espacio geográfico y los distintos rasgos culturales (lenguas, religiones, e incluso los polémicos conceptos de etnias o razas humanas), con lo que se indica que han existido y existen muchas: civilización micénica, civilización andina, civilización grecorromana -o civilización griega y civilización romana-, civilización china, civilización islámica, civilización cristiana, civilización occidental, etc., incluso las identificadas con las naciones europeas que han tenido un mayor peso en la formación histórica de imperios o han ido extendiendo su lengua o su cultura (civilización portuguesa, civilización española, civilización francesa, civilización británica, civilización rusa, civilización alemana, civilización italiana).

La descripción tradicional de la evolución cultural de la humanidad incluía su paso por tres estadios: salvajismo, barbarie y civilización. Esta perspectiva implicaba la idea de progreso, por más que entre sus establecedores estuviera Rousseau, que no veía mejora, sino degradación, en el paso del estado de naturaleza del buen salvaje al estado de civilización, en que el hombre está pervertido y corrompido por la sociedad. El pesimismo rousseauniano fue superado por los intelectuales posteriores, claramente optimistas (positivismo de Auguste Comte).

El predominio europeo desde la era de los descubrimientos (siglo XV), pero sobre todo desde la Revolución industrial (siglo XVIII) y el reparto colonial de África (siglo XIX), en la fase del capitalismo que se conoce como Imperialismo (definición de Lenin), parecía hacer evidente para los contemporáneos la supremacía de todas sus particulares formas de organización: fueran económicas, sociales, políticas, incluso sus creencias y su raza (misionerismo y racismo). Desde ese punto de vista, el concepto ilustrado de civilización universal pasó a imponerse como un modelo a que todas las partes del mundo debían amoldarse, de grado o por la fuerza, por su propio bien; y las potencias imperialistas occidentales debían afrontar, no por ser su interés, sino por ser su sagrada misión, esa carga del hombre blanco (Rudyard Kipling).

El surgimiento de dudas en el esquema es paralelo a su propia formulación, y pueden ubicarse desde la Junta de Burgos y la Junta de Valladolid, en que se realizó el debate de los justos títulos en el que Bartolomé de las Casas tomó partido por los conquistados en vez de por sus compañeros de conquista (aunque desde luego pensaba en su religión como única verdadera). El relativismo cultural que se hace científico con la antropología moderna (Bronislaw Malinowski) va a ampliarse al concepto de civilización, que empieza a usarse en plural, y en pie de igualdad relativa, para definir a cada una de las organizaciones humanas, vinculadas a una forma de entender la vida, más allá incluso del concepto de Religión o de Cultura.

Entendido de este modo, en plural, cada civilización es una entidad cultural que aglutina un sentido más o menos consciente de unidad, y que agrupa en su seno a varias naciones y pueblos distintos.

Determinadas sociedades, por sus especiales logros culturales y por la capacidad de estos de imponerse como comunes a un espacio más o menos amplio, son consideradas por los historiadores como civilizaciones independientes. Un ejemplo claro lo daría la anfictionía que unificaba a todas las polis griegas en torno a determinados lugares de culto (el oráculo de Delfos), festividades (las Olimpiadas) o textos (las obras de Homero) y que las oponía a lo que consideraban bárbaro (extranjero, que habla con sonidos ininteligibles: bar-bar) y no helénico, como los persas.


Pirámide en Teotihuacan. Las construcciones de este tamaño requieren la organización social que encontramos en las civilizaciones. El impacto que el descubrimiento de este tipo de construcciones junto a las complejas sociedades que se les asociaban, tuvo en los conquistadores españoles y en los teóricos que reflexionaron sobre los justos títulos de dominio sobre ellas; está en el origen de las distintas consideraciones y descripciones de los indígenas americanos (de buen salvaje a caníbal despiadado), del debate intelectual que fundó el derecho de gentes y de la reflexión europea sobre el concepto mismo de civilización. También en la Grecia clásica, el contacto con otros pueblos de diferentes lenguas y culturas había sido el desencadenante que estimuló el surgimiento de la reflexión crítica indispensable para el nacimiento de la filosofía y la historia (Tales de Mileto, Heródoto).

Fráncfort, centro financiero de la Unión Europea (un exitoso ejemplo de integración supranacional en el continente más devastado por las guerras hasta la primera mitad del siglo XX), ejemplifica la moderna sociedad postindustrial o de la información, fruto de la evolución tecnológica en su última fase (aplicación masiva de la informática y las telecomunicaciones).

La perspectiva histórica utilizada para clasificar a una civilización (más que a un país) como una unidad, es de origen relativamente reciente. A partir de la Edad Media, la mayor parte de los historiadores adoptaron un punto de vista religioso o nacional. El punto de vista religioso prevaleció hasta el siglo XVIII entre los historiadores europeos, que consideraban la revelación cristiana como el suceso histórico más importante, tomándolo como referencia para su clasificación. Los primeros historiadores europeos no estudiaron otras culturas más que como curiosidades o como áreas potenciales de actividad misionera.

El punto de vista nacional, a diferencia del religioso, se desarrolló a principios del siglo XVI a partir de la filosofía política del estadista e historiador italiano Nicolás Maquiavelo, quien sostenía que el objeto adecuado de estudio histórico era el Estado. El español Francisco de Vitoria, fundador del Derecho internacional, abordó el tema de los derechos de la Corona de España en la conquista de América. Sin embargo, los múltiples historiadores que más tarde realizaron la crónica de los estados nacionales de Europa y América sólo estudiaron las sociedades al margen de la cultura europea, para describir su sumisión a las potencias europeas, a su entender más progresistas. Caso aparte es el de los misioneros y teólogos españoles que profundizaron en el conocimiento y análisis de las civilizaciones recién descubiertas, a veces de difícil caracterización.

Arnold J. Toynbee tipificó 23 civilizaciones universales. MacNeill[10]​ analizó nueve y Melko señaló que existe razonable acuerdo sobre al menos doce grandes civilizaciones de las cuales siete ya no existen (mesopotámica, egipcia, cretense, clásica bizantina, mesoamericana y andina).[11]​ Para Philip Bagby, las civilizaciones mejor definidas y más aceptadas como tales son la egipcia, la babilónica, la china, la india, la greco-romana, la andina, la centroamericana y la cristiano-occidental.[12]​ En su obra Choque de civilizaciones, Samuel Huntington, basándose en Toynbee propone un número más amplio de civilizaciones existentes en la actualidad: la occidental (entre la que distingue como subcivilizaciones la latinoamericana y la ortodoxa del Europa oriental), la musulmana, la judía, la hindú, la sínica, la japonesa, la africana sub-sahariana y la budista.



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