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Colegio de la Compañía



Colegio de la Compañía, colegio jesuita, colegio jesuítico, colegio de los jesuitas, de los padres jesuitas o expresiones similares, son denominaciones que se aplican a instituciones educativas, de muy distinto tipo, regentadas por la Compañía de Jesús; tanto las destinadas a la educación de seglares en todos los niveles de la enseñanza (enseñanza primaria, enseñanza media o enseñanza superior -Categoría:Universidades jesuitas, Categoría:Colegios jesuitas, instituciones educativas jesuitas[4]​-), como las destinadas a la formación de los propios jesuitas (noviciado, juniorado, tercera probación).[5]​ En el Antiguo Régimen los colegios jesuíticos funcionaron con criterios institucionales y educativos diferentes a los colegios universitarios de tradición medieval vinculados a otras órdenes religiosas, y más similares a los colegios humanistas de los siglos XV y XVI (conocimiento de los autores antiguos, respeto a la personalidad del niño, diálogo continuo entre maestro y alumno, espíritu de emulación, búsqueda del equilibrio entre cuerpo y mente y apertura al mundo).[6]​ Desde mediados del siglo XVI se fueron fundando en las principales ciudades europeas, y en colonias americanas y asiáticas, como uno de los principales instrumentos de la Contrarreforma. Fue muy significativa su arquitectura, especialmente notable en las iglesias anejas (iglesia de la Compañía). El documento Ratio Studiorum (1599) estableció el plan general de la "educación jesuita".[7]​ Algunos de los colegios jesuitas más destacados llevaban la denominación de Collegium Maximum ("Colegio Máximo" -la denominación Collegium Minimorum -"Colegio de Mínimos"- correspondía a la Orden de los Mínimos-).[8]

Inicialmente los colegios jesuitas fueron simplemente residencias cercanas a universidades (París -1540-, Padua -1542-, Coímbra -1542-, Valencia -1544-, Valladolid -1545-, Alcalá -1545-, Bolonia -1546-, Barcelona -1546-, Colonia -1546- y Salamanca -1547-),[9]​ pues era en ellas donde los jesuitas se formaban y captaban vocaciones; pero muy pronto se dedicaron estos colegios a la docencia, primero entre los propios jesuitas y luego a todo tipo de alumnos.[10]​ El primero desvinculado de cualquier universidad fue el colegio de Gandía (sede ducal de Francisco de Borja, en el reino de Valencia, desde 1544-1546); aunque desde 1543, y más formalmente desde 1548, los jesuitas de la ciudad india de Goa ya impartían clases de distintas disciplinas a cientos de estudiantes locales.[11]Francisco Javier había llegado a Goa en 1542, y los portugueses de la localidad, que ya habían fundado una cofradía en 1541, le pidieron ayuda para sus proyectos educativos, petición que éste trasladó en carta a Europa, solicitando a Ignacio de Loyola que enviara profesores jesuitas. La iglesia y el Colegio de San Pablo de Goa fueron inaugurados en la festividad de la conversión de San Pablo (25 de enero) de 1543.[1]​ Las noticias de Goa hicieron reflexionar profundamente a Ignacio acerca de la dimensión educativa que convenía a la Compañía, contra su inicial recelo ("no estudios ni lecciones", se ordenaba en la primera versión de las Constituciones, 1541);[9]​ y el año 1544 consintió que Claude Le Jay aceptara una cátedra en la Universidad de Ingolstadt, lo que le convirtió en el primer "profesor jesuita". Una generación más tarde, Roberto Belarmino fue el primer profesor jesuita en Lovaina (1570).[12]​ A finales del siglo XVI se había desplegado una red de dimensión mundial de colegios jesuitas; y la presencia de profesores jesuitas en las universidades era notoria.

El número de escuelas fundadas era de 444 en 1639 (cien años después de la fundación de la Compañía), llegando a 669 en 1739.[17]

Los enfrentamientos intelectuales, políticos y sociales de los jesuitas con otras instituciones, incluyendo otras órdenes religiosas, fueron numerosos. La Pragmática de 22 de noviembre de 1559, por la que Felipe II prohíbe a los estudiantes españoles salir a otras universidades (con unas significativas excepciones), y que tradicionalmente se interpretaba como una reacción católica contra la influencia protestante, pudo ser más bien una reacción antijesuítica, dado el ascendiente que la Compañía estaba alcanzando en Lovaina y otras universidades católicas. En Francia, donde el Parlamento de París expulsó a los jesuitas en 1594 (por el atentado de Jean Châtel, alumno del colegio de Clermont, contra Enrique IV -el mismo rey los readmitió en 1603-), la enseñanza jesuita se vio criticada no solo por los hugonotes (protestantes), sino por el galicanismo católico, y especialmente por los jansenistas (conventos y escuelas cistercienses de Port Royal des Champs desde 1634, Lettres provinciales de Blaise Pascal, 1656-1657). Las acusaciones que se hacían a las prácticas y teorías sostenidas por los jesuitas en sus enseñanzas, identificaron como "jesuitismo" un difuso conjunto de vicios morales e intelectuales vinculados al maquiavelismo, el tacitismo, el practicismo, el laxismo y el casuismo.[18]

Los colegios jesuitas sufrieron una radical discontinuidad a mediados del siglo XVIII con la expulsión de las principales monarquías católicas (Portugal en 1759, Francia en 1762 y España en 1767), culminando con la supresión de la Compañía por el Papa (1773), que fue ignorada en las monarquías no católicas (Prusia y Rusia). La reinstauración de la Compañía de Jesús en 1814 no significó la reocupación por los jesuitas de muchos de los antiguos edificios, a los que se había ido dando otros usos a cargo de otras instituciones, fueran o no educativas o religiosas. En España (donde volvió a expulsarse a la Compañía entre 1835 y el Concordato de 1851),[19]​ el antijesuitismo, como expresión de un anticlericalismo genérico o particularizado en los jesuitas, tuvo un especial campo de desarrollo en las críticas a los colegios jesuitas, habitualmente por antiguos alumnos, como en los libros de Gabriel Miró (A. M. D. G., 1910), Joaquín Belda (Los nietos de San Ignacio, 1916) o Luis Astrana Marín (Memorias de un colegial, 1915), ejemplos de lo que se ha denominado "género narrativo antijesuítico"; habiendo también defensores de los colegios jesuitas, como Rafael Pérez y Pérez (Los caballeros de Loyola, 1919)[20]​ y, paradójicamente, Leopoldo Alas (que, a pesar de hacer provenir de un colegio jesuita al sombrío magistral de La Regenta, recordaba con nostalgia "la infancia, aquellos plácidos días en que yo merendaba con los jesuitas en San Marcos de Keón: con aquellos padres que me daban recetas para ganar el cielo, guindas con aguardiente y muchos pellizcos en las rosadas y mofletudas mejillas").[21]​ Los colegios de la Compañía de Jesús volvieron a ser suprimidos en España como consecuencia de la Constitución de 1931, y reimplantados de nuevo con el nacionalcatolicismo franquista.[22]

Lo "nórdico" en la Europa del Renacimiento se refería a los territorios al norte de los Alpes y los Pirineos.

El sistema francés... [perpetúa] la tradición de la competición por la competición, heredada de los colegios jesuitas del siglo XVIII, que hacían de la emulación el instrumento privilegiado de una enseñanza destinada a la juventud aristocrática.[86]

Ingolstadt.

Patio de los Estudios en La Clerecía (Salamanca).

Mesina.

Saint Omer.

Fiesta en honor de Luis XIII en el Collège de Clermont.

La Flèche.

Colegium Hosianum de Braniewo o Braunsberg

Colegio de los jesuitas de Horta o de San Francisco Javier (Faial, Azores).[99]

Colegio jesuita de Pátzcuaro (México).

Biblioteca del Clementinum.

Vilna.

Lucerna.

Lieja.

Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (México).

Colegio Máximo de Alcalá.

Colegio Máximo de Nápoles (Casa del Salvatore del Gesù Vecchio).



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