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Nacionalcatolicismo



¿Dónde nació Nacionalcatolicismo?

Nacionalcatolicismo nació en Portugal.


El nacionalcatolicismo[1]​ es la denominación con la que se conoce una de las señas de identidad ideológica del franquismo, el régimen dictatorial con el que Francisco Franco gobernó España entre 1939 y 1975, el del Estado Novo portugués bajo el régimen autoritario, católico y corporativo de Antonio de Oliveira Salazar entre 1933 y 1974 o el del dictador católico Ante Pavelić (1941-1945) en la Croacia ocupada por los nazis.

Desde antes de la guerra civil española, uno de los focos de tensión durante la Segunda República Española fue la división entre las dos Españas de las que hablaba Antonio Machado. Sin pretender establecer prioridades, la lucha de clases y el nacionalismo (centrífugo en Cataluña, País Vasco y Galicia y centrípeto en la derecha española) serían dos de esas líneas divisorias, pero la tercera era el enfrentamiento entre la Iglesia católica, de un lado, y de otro la intelectualidad republicana y lo que podría llamarse las masas (muy poco articuladas entre sí).

El anticlericalismo tenía precedentes rastreables muy atrás, al menos hasta la quema de conventos de 1835, durante la primera guerra carlista. Desde ese momento el clero, al tiempo que pierde su riqueza territorial por el proceso de desamortización, hereda el papel de chivo expiatorio que habían tenido hasta entonces los judíos en la historia de España; no para toda la población, sino para las masas urbanas y los campesinos no propietarios en proceso de descristianización y para las élites burguesas. Se había encontrado una válvula de escape para el descontento popular que lo desplazaba a un objetivo relativamente desprotegido.

La recuperación de posiciones de la Iglesia coincidió con su progresiva desvinculación de los carlistas; se firma el concordato de 1851 bajo el reinado de Isabel II, integrándose los neocatólicos en el sistema político de la Restauración a través del Partido Liberal-Conservador de Antonio Cánovas del Castillo. La depuración de los más conspicuos liberales de la universidad, que se vieron obligados a fundar la Institución Libre de Enseñanza para ejercer su libertad de cátedra, nos indica en qué estado se encontraba el panorama intelectual: radicalizado entre católicos tradicionalistas (Marcelino Menéndez y Pelayo) y librepensadores (Francisco Giner de los Ríos).

Desde finales del siglo XIX, se aplica con éxito desigual la doctrina social de la Iglesia, que busca el encuadramiento de los obreros católicos y los pequeños propietarios rurales para contener el avance de sindicatos y partidos de clase. Ya en el siglo XX, un activo periodismo católico (Ángel Herrera Oria, El Debate) ponía de forma moderna un poderoso medio de comunicación al servicio de su mensaje. En 1935 aparece el Ya, periódico de la Editorial Católica, que desde el nombre de su cabecera muestra la impaciencia de este pujante movimiento. Será el periódico católico durante todo el período franquista.

La derecha aprovechó con habilidad el anticlericalismo de la Segunda República Española, tanto la política soberanista y laicista (disolución de la Compañía de Jesús, enseñanza laica) como los casos de violencia anticlerical (incendios, profanaciones, atentados contra sacerdotes, religiosos y fieles católicos), para sustraer a la mayoría de los católicos del apoyo a la República. Se interpretó que la mayoría relativa de la CEDA en las elecciones de 1933, en que votó la mujer por primera vez, tuvo que ver con ello.

La ajustada mayoría del Frente Popular en las elecciones de 1936 y el recrudecimiento de la violencia, intensificada como consecuencia del caos que siguió al golpe de Estado de julio de ese mismo año, dieron el empujón definitivo para que la mayoría de los católicos de toda España apoyaran a los sublevados. Los asesinatos de clérigos (la mayoría de los obispos entre ellos), religiosas y la destrucción y profanación de edificios y todo tipo de arte religioso proporcionó más argumentos a los sublevados. Símbolo de todo ello, el fusilamiento del Monumento al Sagrado Corazón de Jesús, que reinaba en el centro geográfico de España. Miles de soldados sublevados llevaban sobre el corazón una estampita que rezaba: «¡Tente bala, el Sagrado Corazón de Jesús está conmigo!».

Muchos de los obispos supervivientes se dejan ver levantando el brazo en saludo falangista, para mostrar su apoyo a Franco. Uno de los más activos es el Cardenal Gomá, redactor de un texto definitivo: la Carta Colectiva del Episcopado Español. El golpe de Estado que da lugar a la Guerra Civil, llamado Alzamiento Nacional por los sublevados, se había convertido en una cruzada, y Franco, hombre providencial, en el nuevo don Pelayo. Parte de los miembros de la Iglesia veían a Franco como «salvador» ante los episodios violentos vividos entre 1934 y la Guerra Civil.

Se ha atribuido la acuñación del término al canónigo José María González Ruiz,[2][3]​ no estando claro el sentido originario del término —si fue como expresión peyorativa o como una defensa de la restauración religiosa—, y que no tuvo un uso literario extendido hasta los años sesenta para referirse a características que marcaban mucho más al primer periodo del franquismo que al más tardío, en que se moderaron. Cualquiera que fuera, en ambos casos suponía dos evidentes analogías: hacia el exterior, la comparación del régimen de Franco con el nacionalsocialismo alemán que fue su aliado durante la Guerra Civil Española y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial; hacia el interior, como lectura de una división interna dentro de las llamadas familias del franquismo, se comparaba al nacionalsindicalismo, componente esencial de la ideología y práctica política del falangismo, y que era la familia que dentro del régimen manifestaba una más fuerte oposición a la familia católica, de más tradición dentro de la derecha española, luego rebautizados como tecnócratas, especialmente aquellos provenientes del Opus Dei. La habilidad de Franco para apoyarse sucesivamente en una u otra familia, repartiendo responsabilidades entre ellas, es una de las claves que le mantuvo en el poder.[4]

El cambio de expectativas sobre el resultado de la Segunda Guerra Mundial fue trascendental para que Franco decidiera abandonar la retórica fascista de los falangistas y apostara decididamente por la retórica católica, más asumible por los aliados occidentales. Precisamente el Catecismo patriótico español del obispo Menéndez-Reigada (sin imprimátur), manual de adoctrinamiento aprobado por el Ministerio de Educación Nacional franquista y con una retórica antisemita y antidemocrática, fue retirado como libro de texto en las escuelas a partir de 1945, coincidiendo con el fin del conflicto y la consiguiente derrota de las potencias del Eje.[5]

La homologación internacional de la ideología nacionalcatólica ha de hacerse a lo que Hugh Trevor-Roper ha definido como fascismo clerical, siendo el más tardío y exitoso de estos. Es imposible la homologación con la democracia cristiana, cuyas señas de identidad en la posguerra europea eran el europeísmo y el antifascismo (aparte de las que sí compartiría, como el anticomunismo y la vinculación a valores religiosos).

Con semejantes consignas se atravesó la dura posguerra de veinte años —hasta 1959— en que Franco iba obteniendo paso a paso el reconocimiento internacional, con el sostenido apoyo del Vaticano, con el que se estableció en 1953 un Concordato decididamente favorable. La católica es la religión oficial, quedando las demás relegadas al ámbito privado. El Estado pone en nómina a los clérigos y se dota a la Iglesia de una amplia exención de impuestos. La institución tiene una autonomía prácticamente plena en la educación, que llegará a ser una suerte de imagen invertida de la escuela laica de la República (véase El florido pensil).[6]

Los maestros, figura equivalente en la represión del bando nacional a los curas en el bando rojo, habían pasado por una dura depuración tras la guerra a cargo de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica del Estado, presidida por el escritor católico José María Pemán. A cambio, Franco hereda de la Monarquía Católica el derecho de presentación de obispos y la costumbre de entrar bajo palio en los templos. En las monedas aparece su efigie rodeada por la expresión: «caudillo de España por la gracia de Dios». Se erigieron templos característicos, sirviendo como ejemplo la Basílica del Valle de los Caídos.

Al igual que con los partidos que apoyaron el alzamiento (parte de la CEDA, la Comunión Tradicionalista, JONS, Falange Española) se formó el Movimiento Nacional (con las siglas FET y de las JONS), se procuró la unificación de los grupos católicos de la Segunda República (Asociación Católica Nacional de Propagandistas) en la Acción Católica.

La sociedad es progresivamente recristianizada, ya sea de grado o forzadamente. Miles de niños y jóvenes no bautizados en los años anteriores lo son ahora, ya que para diversos trámites administrativos se necesita certificado de bautismo. Se declaran inválidos los matrimonios únicamente civiles y los divorcios. Es la época de las vocaciones tardías o precoces (mil sacerdotes anuales entre 1954 y 1956) y la censura moral en películas y libros. Que Gilda se quitara un guante bailando fue un escándalo de graves proporciones. Es buen reflejo el ensayo de Carmen Martín Gaite Usos amorosos de la postguerra española (1987).[8]

Uno de los momentos culminantes del espíritu nacionalcatólico sería el Congreso Eucarístico de Barcelona, celebrado en 1952. Sin embargo, la situación habría de cambiar. En la cerrada España de la posguerra podía mantenerse hasta cierto punto la pureza de fe y costumbres, pero el mismo concordato dio el pistoletazo de salida a la apertura del régimen al exterior. Esta comienza el mismo año 1953 con la firma de los acuerdos con Estados Unidos. Los tecnócratas del Opus Dei en el poder modernizan la economía. El turismo y la emigración se añadirán eficazmente a todo ello, además de la llamada Ley Fraga de 1966, que eliminó la censura previa. Las costumbres y la moral tradicionales no sobrevivirán a la transformación de la sociedad preindustrial.

Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica se aleja progresivamente del franquismo. Obispos como Vicente Enrique y Tarancón dirigen un proceso que acabará con una cárcel especial para sacerdotes opositores al régimen en Zamora, que llegó a albergar a ciento veinte clérigos,[9]​ y un obispo nacionalista vasco (Antonio Añoveros Ataún) prácticamente declarado persona non grata. Los movimientos cristianos de base, próximos ideológicamente a la teología de la liberación que empezaba a formularse en América Latina por sacerdotes locales y otros provenientes de España, mostraban una oposición al régimen tan firme como la de los ilegales partidos de izquierda y cobijaban las actividades de muchos opositores. La HOAC, hermandad obrera de Acción Católica, se había ido separando de las posturas oficiales del Movimiento Nacional, y de sus miembros salieron militantes para CC. OO., la FST, UGT y la USO[cita requerida], así como políticos de izquierda. Fue especialmente relevante la figura del «cura obrero» o de barrio, párrocos que se preocupaban más por los problemas diarios de la clase media y baja española que por cuestiones dogmáticas.

No obstante, seguía habiendo grupos ultracatólicos, con presencia de obispos como Guerra Campos, a los que puede englobarse en lo que dio en llamarse el búnker (los sectores más recalcitrantes del franquismo) con la Confederación Nacional de Excombatientes y la parte más inmovilista del Movimiento Nacional que intenta impedir la transición a la democracia tras la muerte de Franco. Algunos, como los Guerrilleros de Cristo Rey, llegan a recurrir a la violencia contra manifestaciones de la oposición e incluso atentan contra librerías que utilizan la tímida apertura para sortear la censura.

El punto final histórico del nacionalcatolicismo, como teoría central del Estado español, llegaría con el nuevo concordato y la Constitución de 1978, que define a España como un Estado aconfesional, reconociendo a la Iglesia católica como una institución con la que el Estado ha de tener una relación especial.

En la Francia de los años 1920, la Federación Nacional Católica de Édouard de Castelnau ya había avanzado un modelo similar.[10]​ Aunque llegó a tener un millón de miembros en 1925, tuvo una corta vida y en la práctica nunca alcanzó una importancia real; para 1930 había desaparecido prácticamente.[11]

Durante las décadas de 1930 y 1940, el movimiento croata Ustaše de Ante Pavelić expuso una ideología similar,[12]​ aunque ha recibido otras denominaciones, incluyendo "catolicismo político" y "Croatismo católico.[13]​ Otros países en Europa Central y Oriental tuvieron otros movimientos similares de inspiración franquista que combinaban catolicismo con nacionalismo, como fue el caso de Austria, Polonia, Lituania y Eslovaquia.[14]

En la Argentina, su principal medio de propaganda fue la revista Cabildo, actualmente dirigida por Antonio Caponnetto,[15]​con una marcada línea editorial xenófoba y antisemita.[16][17][18][19]​ Los dictadores José Félix Uriburu, Pedro Eugenio Aramburu fueron identificados como nacionalcatólicos.[cita requerida]

En otros casos es utilizada como justificación para cometer delitos o usurpar el poder por «derecho divino», como por ejemplo la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu, que utilizó como justificativo de su poder en las «connotaciones providenciales» que él poseía, para justificar el usurpamiento del poder a través de un golpe de Estado. Francisco Franco, al igual que Aramburu, creía que era un enviado de Dios en la tierra y se adjudicó el título de «caudillo de España por la gracia de Dios».



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