Íñigo López de Mendoza y de la Vega mejor conocido como el marqués de Santillana, (Carrión de los Condes, Palencia, 19 de agosto de 1398 - Guadalajara, 25 de marzo de 1458) era el I marqués de Santillana, I conde del Real de Manzanares, XI señor de Mendoza, III señor de Hita y III señor de Buitrago, que además fue un militar y poeta español del Prerrenacimiento, tío del también poeta Gómez Manrique y emparentado también con los poetas Jorge Manrique y, ya en el siglo XVI, con Garcilaso de la Vega.
Personaje clave en la sociedad y la literatura castellana durante el reinado de Juan II de Castilla, provenía de una familia noble inclinada desde siempre a las letras: su abuelo, Pedro González de Mendoza, y su padre, el almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza, fueron también poetas.
También sus hijos continuaron esta labor literaria y de mecenazgo cultural, sobre todo el gran cardenal Pedro González de Mendoza. Su madre fue la riquísima Señora de la Casa de la Vega, Leonor Lasso de la Vega, la cual estuvo casada en primeras nupcias con Juan Téllez de Castilla, II señor de Aguilar de Campoo e hijo del infante Tello de Castilla y por este lado materno estuvo emparentado con grandes figuras literarias de su tiempo, como el canciller Pedro López de Ayala, Fernán Pérez de Guzmán o Gómez Manrique.
Su padre falleció teniendo él cinco años (1404), lo que motivó que su madre, Leonor, tuviera que actuar con gran habilidad para conservar su herencia paterna (señoríos de Hita y de Buitrago del Lozoya, etc.). Parte de su infancia la pasó en casa de Mencía de Cisneros, su abuela. Posteriormente, se formó con su tío, el arcediano Gutierre, que más tarde sería Arzobispo de Toledo.
Muy joven, Íñigo se casó en Salamanca en 1412 con Catalina Suárez de Figueroa, hija del fallecido Maestre de Santiago, Lorenzo I Suárez de Figueroa, y de su segunda esposa María de Orozco, señora de Escamilla y de Santa Olaya, con lo cual su patrimonio aumentó en mucho, transformándole en uno de los nobles más poderosos de su tiempo.
Marchó al poco a Aragón, junto al séquito de Fernando de Antequera, y allí fue copero del nuevo rey Alfonso V de Aragón, donde sin duda conoció la obra de poetas en provenzal y catalán que menciona en su Proemio. Literariamente se formó en la corte aragonesa, accediendo a los clásicos del humanismo (Virgilio, Dante Alighieri...) y de la poesía trovadoresca al lado de Enrique de Villena; en Barcelona trabó relación con Jordi de Sant Jordi, copero, y Ausiàs March, halconero real. En Aragón hizo estrecha amistad también con los Infantes de Aragón, en cuyo partido militaría hasta 1429. Allí nació en septiembre de 1417 su primogénito, Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa, futuro duque del Infantado.
Regresó a Castilla al tiempo de la jura del rey Juan II de Castilla y participó en las luchas de poder entre Enrique de Aragón y Álvaro de Luna, en el bando del primero. Estuvo junto a él en el golpe de Tordesillas y en el cerco del castillo de La Puebla de Montalbán, en diciembre de 1420.
Tras la prisión de don Enrique, regresó a sus posesiones de Hita y Guadalajara. En 1428 nació en Guadalajara su sexto hijo, el que sería Cardenal Mendoza.
Como político, procuró a partir de 1422 inmiscuirse lo menos posible en los asuntos de Estado y mantener a lo largo de su vida la fidelidad al rey Juan II. Ello le llevó a enemistarse primero con los infantes de Aragón en 1429, al no apoyar la invasión de Castilla por parte del rey de Navarra en el verano de aquel año (batalla del río Araviana del 11 de noviembre del mismo año); y más tarde, a partir de 1431, se enemista con el privado real Álvaro de Luna, aunque no por ello volvería a militar en el bando de los aragonesistas. En 1437 es enviado a Córdoba y a Jaén, arrebatando a los moros Huelma y Bexia. Así describe Gonzalo Fernández de Oviedo estas andanzas en sus Batallas y quincuagenas:
De nuevo vuelve a tener fricciones con don Álvaro a causa de los numerosos litigios con que este lo compromete, llegando incluso a tener que defender con las armas sus propias tierras invadidas por el Condestable y Juan II. Gravemente herido en la batalla de Torote (1441) se retiró a sus territorios de Guadalajara, confederándose con los Cerda y pasando con ellos a una posición neutral.
En la primera batalla de Olmedo (1445) estuvo en las filas del ejército real, donde las Coplas de la panadera lo pintan así:
Como recompensa por su ayuda el Rey le concedió el título de marqués de Santillana (a ello alude el poema con "el noble nuevo marqués") y el condado del Real de Manzanares. Ya el año anterior, 1444, había recibido la confirmación real del privilegio a su favor de los derechos que la Corona tenía en las Asturias de Santillana.
Íñigo contribuyó claramente a la caída de don Álvaro de Luna, apresado y ajusticiado en la plaza pública de Valladolid (1453) y contra él escribió su Doctrinal de privados; a partir de entonces comienza a retirarse de la política activa. Su última gran aparición se produce en la campaña contra el reino nazarí de Granada de 1455, ya bajo el reinado de Enrique IV de Castilla. Ese mismo año muere su mujer, Catalina Suárez de Figueroa, y el marqués se recluye en su palacio de Guadalajara para pasar en paz y estudio los últimos años de su vida. El 8 de mayo de 1455 hizo testamento, estando en Guadalajara, y dota en 1456 varios monasterios fundados por él con anterioridad, y fallece en su palacio caraceño el 25 de marzo de 1458.
Hombre de gran cultura, llegó a reunir una importante biblioteca, que después pasó a ser la famosa biblioteca de Osuna, y se rodeó de brillantes humanistas que le tenían al tanto de las novedades literarias italianas, como por ejemplo Juan de Mena o su secretario y criado, Diego de Burgos, quien compuso a su muerte un muy erudito poema, el Triunfo del Marqués, donde destaca su interés por la técnica y los artilugios de la guerra, que modernizó notablemente y aún perfeccionó:
Según sus contemporáneos, su carácter era el de un estoico imperturbable al cual "ni las grandes cosas le alteran ni en las pequeñas le placía entender" (Hernando del Pulgar), algo que confirma Juan de Mena cuando le escribió: "Sois al que a todo pesar y placer / facedes un gesto alegre y seguro". Pero fue el citado Pulgar su primer biógrafo, y pintó así su semblanza:
Gonzalo Fernández de Oviedo, en sus Batallas y quincuagenas, insiste más en su faceta de gran y valeroso guerrero:
En cuanto a su obra literaria, es fruto del cruce de dos tendencias, una culta predominante y otra popular menos representada. Entre los presupuestos directos de su obra se encuentra la cultura clásica grecolatina (César, Salustio, Tito Livio, Séneca, Homero, Virgilio, Aristóteles...), la cristiana (la Biblia) y las literaturas contemporáneas catalana (Ausiàs March, "hombre de asaz elevado espíritu", en sus propias palabras, o Jordi de Sant Jordi), gallega, provenzal, castellana y, sobre todo, francesa e italiana (Guillaume de Lorris, Dante Alighieri, Francesco Petrarca) y se conoce sobradamente su intento fracasado de insertar el endecasílabo y el soneto en la tradición métrica y estrófica castellana por medio de sus 42 sonetos fechos al itálico modo, en que tendrá más fortuna ya en el siglo XVI su pariente Garcilaso de la Vega. Sobradamente conocido es su juicio sobre las poesías populares castellanas "con las que la gente baxa y servil se alegra"; pero su entusiasmo por la tradición culta no empece que esta última influencia, aunque minoritaria y esclava de la otra, se incluya en su obra mediante colecciones de proverbios como los Refranes que dicen las viejas tras el fuego, en que asume la condensada sabiduría popular como asimilable a sus elevados ideales filosóficos estoicos, o en sus Serranillas, en que la refinada tradición culta de la pastorela provenzal se ayunta y une a la popular castiza de la serrana.
A su obra culta pertenece el primer esbozo de historia de la literatura o crítica literaria escrito por un autor castellano, el Prohemio e carta al condestable don Pedro de Portugal, decisivo para la comprensión de su labor literaria y que es al mismo tiempo una poética del prerrenacimiento, una preceptiva y una historia de la literatura europea de entonces. Como poética define la literatura como algo sublime y útil elaborado por una retórica belleza en que la lírica destaca sobre toda prosa:
Otras consideraciones literarias asoman en los prólogos o prohemios que antepuso a sus diversas obras, las Glosas a los proverbios, comentario de su propia obra; la Lamentación en profecía de la segunda destrucción de España, cuyo asunto toma de la Crónica general. Nos han llegado también algunas cartas suyas, verbigracia a Alonso de Cartagena Sobre el oficio de la caballería, o a su hijo sobre la utilidad de las traducciones, etcétera. Entre sus ha citados Sonetos fechos al itálico modo destacan "Clara por nombre, por obra e virtud", "Sitio de amor con gran artillería" y "En el próspero tiempo de las serenas" y en especial un grupo de obras doctrinales constituido por los Proverbios de gloriosa doctrina en versos de pie quebrado y el Diálogo de Bías contra Fortuna, que constituye una defensa del estoicismo muy imbuida de sus lecturas de Séneca dirigida a su primo el Conde de Alba, detenido por el Condestable, al que anima a soportar con paciencia el infortunio. De carácter político y moral son el Doctrinal de privados, una valiente proclama dedicada a su enemigo don Álvaro de Luna, y Otras coplas del dicho marqués sobre el mesmo caso.
Otras obras son de corte alegórico e inspirados en la literatura italiana y las sutilezas cortesanas de la filosofía de amor: la Denfunssión de Don Enrique de Villena, su amigo y maestro, de empaque grandioso, con intervención de la Naturaleza y del poeta, provista de pequeños y sorprendentes detalles de gran vigor poético; Coronaçión de Mossén Jorde, en que alaba al poeta catalán Jordi de Sant Jordi; El planto de la reina; Margarida; Querella de amor ("Ya la gran noche passaba / e la luna se escondía"); Visión, una de sus obras maestras; el Infierno de los enamorados, inspirado en el canto sexto del Inferno de Dante Alighieri; el Trionfete de amor, que adapta y reelabora uno de los Triunfos de Francesco Petrarca; la Comedieta de Ponça, una epopeya en coplas reales dodecasílabas sobre la naval batalla de Ponza que es el más extenso de sus poemas alegóricos y la Canonización del maestro Vicente Ferrer.
De inspiración más popular son las piezas reunidas bajo el marbete de Canciones y decires y sus clásicas Serranillas. Destaca también el Cantar que fizo el marqués de Santillana a sus fijas loando su hermosura.
Existen varias ediciones de las obras completas de don Íñigo López de Mendoza; la de Manuel Durán (Madrid: Castalia, 1975 y 1980), en dos volúmenes (basada en la antigua de José Amador de los Ríos), y la de Miguel Ángel Pérez Priego (Madrid: Alhambra, 1983). Las últimas y más depuradas son las diversas compuestas por Ángel Gómez Moreno y Maxim P. A. M. Kerkhof (Obras completas, Barcelona: Planeta, 1988; Madrid: Biblioteca Castro, 2002 y Madrid: Castalia, 2003).
El mismo marqués meditó ampliamente sobre su obra y la de los autores de su tiempo, como demuestra el prólogo que puso a sus obras, el Proemio e carta al condestable don Pedro de Portugal. En general toda su producción puede inscribirse dentro de la Escuela alegórico-dantesca del Prerrenacimiento del siglo XV; fue sin duda alguna el más ferviente admirador que tuvo Dante Alighieri en España, y también asimiló lo que pudo del humanismo de Petrarca y de Giovanni Boccaccio.
Es especialmente recordado por sus serranillas, poemitas de arte menor que tratan del encuentro entre un caballero y una campesina, a imitación de las pastorelas francesas, pero inspiradas en una tradición popular autóctona propia. Fue el primer autor que escribió sonetos en castellano, estrofa de origen italiano mal conocida aún en Castilla: los 42 sonetos fechos al itálico modo, aunque al parecer Juan de Villalpando también compuso por entonces cuatro sonetos en dodecasílabos. Su obra maestra dentro del estilo alegórico-dantesco es la Comedieta de Ponza, donde describe la batalla naval homónima en coplas reales. Escribió además poemas alegóricos y doctrinales (dezires) y lírica cancioneril, y recopiló una de las primeras colecciones paremiológicas en castellano, los Refranes que dicen las viejas tras el fuego.
A partir del estudio que de su obra hizo Lapesa (1957), se puede distinguir:
El argumento de la obra sitúa al protagonista en un cruel escenario desolado. Fortuna, una de las protagonistas lleva al personaje principal a una montaña donde es asaltado. En su ayuda acude Hipólito, como un caballero de la corte muy bello cuya persona simboliza la castidad. Este último se convierte en la persona que va a guiar al poeta y como "defensor", cuando el protagonista le cuenta que no va a dejar de estar al servicio de la dama, comienzan un viaje que les lleva a contemplar el Infierno y las parejas amatorias de la antigüedad que se hallan en él.
Esta imagen desoladora es la ética o idea moral de la obra, que advierte a los amantes de la situación a la que pueden exponerse si se alejan de este amor que los une.
La obra Los infiernos del amor , nombre con el que se encuentra en fuentes medievales, se encuentra dentro de la poesía cancioneril del marqués de Santillana, aparece en el Cancionero de Palacio ( SA7), donde se reúne la etapa más prolija del autor.
De entre los géneros que el autor cultivó escogió los decires narrativos para contar esta historia que tituló el Infierno de los enamorados. Este es un tópico ya conocido en literatura por varios grandes iconos literarios como Virgilio de la antigüedad grecolatina o Dante, narrando hazañas que siguen el mismo patrón.
Ocupa un lugar importante en la Divina Comedia de Dante Alighieri, la cual resulta ser un poema alegórico que presenta el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. El infierno es la parte en la que afloran los sentimientos negativos y se expresan como tal; las personas lloran, gritan o se lamentan. El tópico de los infiernos está vinculado al amor, debido a la tradición alegórica, es el modelo que van a seguir los infiernos de amor posteriores.
Esta obra es el punto de unión en que se juntan la amplia tradición sobre las visones del mundo y los viajes a través de él, los cuales llegan hasta los puntos más recónditos del mismo.
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