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Cristológico



La cristologia es la parte de la teología cristiana que dedica su estudio al papel que desempeña Jesús de Nazaret, en tanto designado con el título de «Cristo» o «Mesías», que significa "ungido". Podría dividirse en tres grandes etapas: desde la vida y muerte de Jesús hasta el Concilio de Calcedonia, desde éste hasta la época de la Ilustración, y desde esta última hasta nuestros días.

La cristología no se desarrolló en el cristianismo primitivo como disciplina, sino como predicación y enseñanza transmitida oralmente sobre las enseñanzas, vida y muerte de Jesús de Nazaret, lo cual fue dando origen a diversos escritos, que a la postre conformaron los llamados Evangelios, entre otros; algunos incorporados como canónicos y otros discutidos (v. gr. los llamados Evangelios apócrifos). Con estas fuentes, la figura de Jesús de Nazaret, predicada como el Cristo, planteaba interrogantes sobre su condición humana en relación con Dios, puesto que las enseñanzas en las comunidades primitivas presentaban dicha figura con el título de «Hijo de Dios», y, por lo tanto, de condición divina.

Así, muy tempranamente, aparecieron interpretaciones de la persona de Jesús que diferían de la predicación original de los primeros discípulos de Jesús o, al menos, cuestionaban sus fórmulas. Una de las primeras fue el llamado «adopcionismo», que postulaba que Jesucristo no era hijo "natural" de Dios, sino que, siendo meramente de condición humana, había sido adoptado por Dios como su hijo. Otra corriente primitiva, muy extendida, fue el arrianismo, que también cuestionaba la divinidad de Jesús, reconociéndolo como «hijo» de Dios, pero inferior al Padre. Estas corrientes —entre otras— originaron disputas en los ámbitos cristianos que llevaron al Concilio de Nicea I, el cual se pronunció por la doble naturaleza de Jesucristo: humana y divina.

No obstante, la relación entre las dos condiciones de Jesús —humana y divina— y en especial con Dios, también planteó diversos interrogantes y posturas respecto a Dios mismo, en especial en cuanto al trinitarismo. Así pueden mencionarse el nestorianismo, el monofisismo y el monotelismo.

Ya promulgado el Edicto de Milán por Constantino, y la consecuente mayor libertad de los cristianos para difundir y debatir su fe, se celebraron el Concilio de Éfeso (431) primero y luego el Concilio de Calcedonia (451), donde se definió con meridiana claridad la fórmula dogmática, poniendo fin en gran medida a las disputas:

La definición de Calcedonia respecto de Jesús de Nazaret se conoce como la Unión Hipostática (de "hipóstasis"=persona), y, en síntesis, podría enunciarse como:

Uno y el mismo Jesucristo en dos «naturalezas» unidas de manera real (no afectiva ni simbólica), inconfusa (sin mezcla), inmutable (sin cambio) e inseparable (para siempre) en la única Persona divina (hipóstasis).

Esta definición cristológica, a su vez, autorizó a que se siguiera aludiendo a María como «Madre de Dios» y no solamente Madre de Jesús.

La claridad de expresión de la definición de Calcedonia llevó a que durante los siglos siguientes la Cristología se limitara a precisar los términos de «naturaleza» y «persona». Asimismo, las doctrinas que se hubieron de apartar de la definición dogmática fueron acusadas de herejías, en algunos casos con persecuciones y enfrentamientos violentos.

De todos modos, hasta la actualidad, diversas confesiones cristianas aceptan en mayor o menor medida la definición de Calcedonia (v. gr. Anglicanos, Protestantes, Ortodoxos, etc.).

La invención de la imprenta, la crisis política y moral de la Iglesia Católica y consecuente Reforma Protestante, y los descubrimientos geográficos y científicos, dieron lugar, en la cultura europea, a la llamada época de la Ilustración. Con la revalorización de la razón como instrumento de conocimiento, fueron tomando fuerza las verdades verificables por la ciencia y poniéndose en duda todo el bagaje cultural hasta el momento. Las investigaciones que hasta entonces eran privativas de los conventos, en un medio de escasa alfabetización, pasaron a ser asumidas por toda aquella persona ávida de conocimientos.

En este contexto, la Cristología dio un giro de paradigma, puesto que lo que se llevó a la mesa de discusión es la autenticidad histórica de sus fuentes primarias, es decir, de los Evangelios; apareciendo como cuestión cristológica nueva y central la historicidad de la vida y muerte de Jesús de Nazaret relatada en ellos, llegándose incluso a poner en duda su propia existencia histórica.

Así, H.S. Reimarus (1694-1768), profesor de lenguas orientales en Hamburgo, redactó un manuscrito de cuatro mil páginas promoviendo la distinción en los evangelios entre el proyecto de Jesús y la intención de sus discípulos. Posteriormente, David Friedrich Strauss (1808-1874) publicó en 1837 su vida de Jesús (Das Leben Jesu), afirmando que el elemento clave para comprender los evangelios es la categoría de mito. Como reacción a estas posturas, se formó la llamada "escuela liberal" de la búsqueda de la vida de Jesús, representada por H.J. Holtzman, K.H. Weisäcker, K. Hase, B. Weiss, D. Schenkel, A. Harnack y E. Renan[1]​, entre otros. Esta escuela considera que es posible "reconstruir" la vida de Jesús a partir de fuentes «históricamente puras», es decir, sin el sesgo de la fe.[2]

En este punto cobran relevancia los estudios de Rudolf Karl Bultmann (1884-1976) y la llamada «teología del kerigma». La tesis central podría sintetizarse en dos conceptos: a) no es posible acceder al "Jesús histórico" con las fuentes con que contamos y b) tal circunstancia no es importante para la fe en el kerigma, es decir, en el mensaje central de la fe en Cristo como Salvador de la humanidad. Para Bultmann, el cristianismo comenzó con el Cristo-predicado, es decir, con el kerigma de la primitiva iglesia. Este kerigma supone sin duda la existencia histórica de Jesús, pero no manifiesta ningún interés por la crónica de esa vida[2]​. En consecuencia, la salvación cristiana proviene de la fe sola, y este aspecto hizo que la postura de Bultmann tuviese amplia aceptación —no unánime— en el campo protestante.

A partir de la tesis de Bultmann proliferó una «tercera generación» de investigadores, en especial teólogos, con un gran número de obras. En el ámbito protestante puede destacarse a O. Cullmann, W. Pannenberg y J. Moltmann; en el católico a W. Kasper, H. Küng, E. Schillebeeckx y K. Rahner.

De esta profusión de estudios y debates puede concluirse, con carácter general:

Varias controversias importantes se originan a partir de la negación de la divinidad de Jesucristo, es decir, de su igualdad con el Padre. Una de las primeras y más extendidas es el arrianismo, que llevó al Concilio de Nicea I. También son importantes las controversias con el nestorianismo y con el monofisismo (y sus variantes, el monotelismo y el monoenergismo), que se debatieron en varios Concilios Ecuménicos con el resultado de diversos decretos, cánones y profesiones de fe. Otras controversias cristológicas son las de los docetistas y de los adopcionistas.

La adopción del Símbolo Niceno-Constantinopolitano (Credo de Nicea-Constantinopla) respecto de la fe cristiana y del Concilio de Calcedonia (451) en relación al punto de vista cristológico, fueron claves tanto para intentar ordenar la doctrina cristiana como para un nuevo comienzo de la discusión cristológica.[3]​ Así, se puede precisar la mayoría de las cuestiones controvertidas sobre si Cristo es de naturaleza divina, de naturaleza humana, o ambas; y de ser ambas naturalezas, cómo coexisten o interactúan.

Una de las más antiguas disputas en el cristianismo se centra en si Jesús es Dios. Un número de ramas cristianas primitivas creían que Jesús no era divino, sino simplemente un profeta, Meshia humano, como está prometido en el Antiguo Testamento. Esta doctrina, originada en la comunidad judeocristiana en Nazaret, de Jesús como un simple profeta, como está prometido en el AT, y en realidad sin unidad con el Padre, como la segunda persona de la Trinidad, Dios verdadero y Hombre verdadero, se conoció como la herejía ebionita por parte de la ortodoxia que prevaleció, no porque lo considera profeta, ni porque lo considera humano, sino porque solamente lo considera un hombre común y corriente pecador y no Hijo de Dios como también está prometido en la Tanaj (que incluye la Torah). Las inclusiones de las genealogías de Jesucristo en Mateo 1,1-17 y en Lucas 3,23-28 se usaron para explicar la creencia de que Jesús es el Cristo en la línea de David. Una explicación alternativa es que las naturalezas de Cristo estaban en oposición una con la otra, que Jesucristo solamente tenía la ilusión de un cuerpo humano y que, por lo tanto, no tendría ancestros humanos. Esta doctrina parece ser que perteneció a los cristianos gnósticos, llamados «docetas», o Docetismo, que fueron calificados de herejes por las autoridades ortodoxas de la Iglesia.

Una postura que tienen muchos que creen en el Binitarianismo es que Jesús era el Verbo, y por lo tanto Dios (Juan 1) antes de su nacimiento, pero que no era completamente Dios mientras estuvo en la Tierra, en el sentido de que no haría nada sobre esa naturaleza (Juan 5,19.30;8,28), y que Jesús se hizo completamente Dios luego de la resurrección con toda autoridad (Mateo 28,18) y poder de Dios como lo tenía antes de su Encarnación. Hoy en día esto se considera por la mayoría de la ortodoxia cristiana como una herejía moderna.

En el credo Niceno-Constantinopolitano ya está contenida la definición ecuménica del Concilio de Calcedonia. Este punto de vista indica que Cristo "posee dos naturalezas", divina y humana, que están unidas en una misma persona, Jesucristo, sin que ninguna de las naturalezas pierda sus propiedades ni su individualidad pero sin estar separadas. Es el dogma de las iglesias Católica y Ortodoxas, y también es el punto de vista de la Comunión Anglicana (que no obliga dogmas), y de la gran mayoría de las iglesias Protestantes. Una de las doctrinas relacionadas en profundidad con la naturaleza de Jesús en la tierra es la de la kenosis.

En cambio, otras posturas proclaman que Jesús fue completamente divino pero no completamente humano. La postura estrictamente monofisita establece que la naturaleza humana de Cristo se "disolvía" o era "consumida" por la divina, mientras que la postura monotelista establece que Cristo existe con una naturaleza híbrida, simultáneamente humana y divina, única en el universo. La postura Docetista establece que Cristo era nunca completamente humano, sino solamente aparentemente humano. El semi-docetismo niega parcialmente la humanidad, usualmente afirmando que Cristo no fue sujeto a tentación ni a ninguna debilidad humana de hambre, fatiga o miedo a la muerte.

Otras posturas aceptan la idea de Jesús como hombre, por ejemplo la postura nestoriana establece que lo divino y lo humano compartían el mismo cuerpo pero retenían dos separadas personalidades. La postura adopcionista establece que Jesús nació como hombre, pero se convirtió en hijo de Dios por adopción al ser bautizado en el río Jordán. La postura del psilantropismo establece que Jesús es literalmente "solamente humano" y en ninguna forma divino.

Existe también la postura Judío-Mesiánica de que Yeshuwah y YHWH son la misma entidad, y Roah haQodesh y 'Elohiym son partes separadas de Dios. YHWH aparece en el TaNaKh, mientras que Yeshuwah es la forma encarnada de YHWH en Briyth Chadasha. En esta postura, Yeshuwah nace completamente humano y se vuelve completamente Dios en su bautismo por Roah haQodesh (simbolizando nuestra inclusión en la familia de Dios en nuestro propio bautismo con Roah haQodesh).

La mayoría de los que encarnacionistas citan el texto bíblico de Filipenses 2:6 y afirman que "Jesús existía en la forma de Dios antes de venir a la Tierra (Filipenses 2:6), lo que no implica que era igual a Él". Sin embargo, una lectura objetiva de ese texto deja en claro que el texto no menciona jamás que los acontecimientos que narra sucedieran antes del nacimiento de Jesús y es poco probable que los cristianos de origen judío a quienes fue dirigida la carta entendieran que el texto aludía a alguna forma de existencia previa. Dado que el texto no menciona lugar (el cielo según los encarnacionistas) o momento (antes de nacer según los encarnacionistas) dependemos del contexto para establecer estas dos realidades objetivas. El texto refiere a "Jesucristo". La mención de "Jesucristo" remite inmediatamente al lector Filipense al ser humano llamado Jesús y considerado Cristo (Mesías) por sus seguidores. 'Este Jesús tenía forma de Dios ante los hombres tal como la propia Biblia hebrea dice que Moisés tenía forma de Dios ante Faraón. ([Éxodo]] 7:1,2)' Pese a tal autoridad , Jesús se humilla como un esclavo tal como dice el texto "en su condición de hombre" y no en una condición previa a ser hombre. El hecho de que la palabra griega original "morphos" alude a autoridad, rango o categoría y no a naturaleza queda claro en el propio texto donde es empleada para referirse a "forma de esclavo" siendo que el ser esclavo no implica una naturaleza sino una categoría o rango. Este empleo de la palabra "morphos" era habitual en el griego koineé en el cual fue escrito el Nuevo Testamento.

En la teología neo testamentaría, Jesús era el equivalente a Adán. Los judíos aguardaban el nacimiento en la tierra de un Mesías, profeta o líder humano enviado por Dios o nacido mediante intervención milagrosa de Dios y no el descenso de una criatura celestial pre existente. Los primeros cristianos identifican a ese Mesías con Jesús de Nazaret, del cual se dice que era equivalente a Adán, el primer ser humano según la Biblia.

Jesús era completamente humano de acuerdo a las escrituras, y según sus seguidores no tenía la mancha del pecado heredado de Adán, por lo que no tenía ninguna tendencia propia de sí mismo al pecado, sino que tenía que ser impulsado por una fuerza externa para inducirle a pecar (Satanás el Diablo). El relato de las tentaciones de Jesús que aparece en el capítulo 4 de Mateo y en el capítulo 4 de Lucas indican que fue el Diablo quien intentó hacer que Jesús pecara, y no una tendencia al mal existente dentro de él; esto es lo mismo que experimentaron Adán y Eva, solo que en el caso de estos dos últimos, Satanás tuvo éxito al inducirlos a pecar contra Dios. Como consecuencia la muerte de Jesús, al no ser consecuencia del pecado (pues Jesús nunca pecó, según Hebreos 4:15) y por lo tanto ser totalmente inmerecida (pues son los pecadores los que merecen morir, según Romanos 6:23), adquiere un valor redentor (como el de un sacrificio, según 1 Juan 2:1, 2), pues "paga" a Dios el precio del pecado heredado de Adán, y posibilita a los seguidores de Jesucristo tener la esperanza segura de que Dios los liberará de la esclavitud al pecado y a la muerte, en virtud del valor del sacrificio de Jesús. A esto se le conoce como "rescate" o "salvación".

Una vez resucitado Jesús, su cuerpo desaparece de la tumba y pese a que los primeros discípulos al verlo creen que Jesús resucitó como un espíritu, Jesús los corrige y les dice explícitamente : "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo" (Lucas 24:39) Luego de su resurrección, Dios lo ensalza a un puesto superior al que tenía durante su ministerio en la tierra. (Juan 17:5, Filipenses 2:8-10). Este ensalzamiento pone a Jesús por encima de cualquier otro ser, excepto a su Padre (1 Corintios 15:27, 28). (Juan 17: 1. Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; Juan 17:5. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. Juan 17:10. y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Juan 17:11. Y ya no estoy en el mundo; mas estos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Juan 17:21. para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Juan 17:22. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.]])

Los católicos y calvinistas siguen las enseñanzas de San Agustín de Hipona sobre el pecado original en cuanto a que el ser humano no solamente hereda la tendencia a pecar, sino la culpa del pecado también. Comúnmente citan a Pablo: "Y así el pecado entró al mundo a través de un hombre y la muerte por el pecado, y así la muerte se les legó a todos los hombres, porque todos los hombres pecaron" (Rm 5,12). Sin embargo, esto no resuelve la cuestión sobre Jesucristo. Si todos nacimos con la culpa del pecado, Cristo también nacería pecador.

Para resolver esto, se reconoció el dogma católico sobre la Inmaculada Concepción de María. Este dogma no debe confundirse con el del nacimiento virginal de Cristo, que es comúnmente denominado la Inmaculada Concepción.

De acuerdo al dogma, María, la madre de Jesús, fue preservada por Dios del pecado original en virtud de los méritos de Cristo, naciendo así sin pecado. Así se dice que María nunca pecó en su vida. El resultado es que cuando Jesús nació, no heredó la naturaleza pecadora de la humanidad. Nació con la naturaleza de Adán antes de la caída, no luego de la misma como el resto de nosotros.

El problema se encontraría en que negaría la misma naturaleza luego de la caída en la que los demás vivimos. Parece también inconsistente con otras citas de Pablo:

- "Ya que Dios ha hecho lo que la ley, debilitada por la carne, no pudo hacer: enviando a su único Hijo en la semejanza de la carne pecadora, condenó al pecado en la carne, para que el justo requerimiento de la ley se cumpliera en nosotros, que caminamos no de acuerdo a la carne sino de acuerdo al Espíritu" (Rm 8,3-4)

- "Ya que los hijos tienen carne y sangre, él también compartió en su humanidad para que con su muerte pudiera destruir a aquel que mantiene el poder de la muerte—es decir, el diablo— y liberar a aquellos cuyas vidas estaban esclavizadas por su miedo a la muerte. Pues ciertamente no es a los ángeles a los que ayuda, sino a los descendientes de Abraham. Por esta razón tenía que ser hecho como sus hermanos en todos los sentidos, para que pudiera hacerse misericordioso y el fiel alto sacerdote al servicio de Dios, y que pudiera interceder por los pecados de la gente. Pues él mismo sufrió cuando fue tentado, y es capaz de ayudar a aquellos que han sido tentados" (Hb 2,14-18)

En armonía con lo mencionado en los tres anteriores párrafos, la Biblia sostiene claramente que la concepción de Jesús en el viente de María no se debió a relaciones sexuales (Lucas 1:34), sino al poder del Espíritu Santo de Dios (Lucas 1:35). De seguro para Dios no es nada difícil encargarse de que María, aun siendo imperfecta, concibiera a un hombre perfecto. Es por esa razón que tuvo que ser una virgen (Lucas 1:27), para que después no se adujese que Jesús era hijo de un padre humano, y por lo tanto imperfecto también. Asimismo, lo que hizo Dios no creó a un nuevo ser, sino que formó a un ser humano en el vientre de María tal como lo describe el ángel Gabriel en el evangelio de Lucas. Ese ser, luego de nacer (y no antes) sería llamado por esta razón "Hijo de Dios" dado que no tendría padre humano. Es muy concluyente que según las escrituras el ángel Gabriel le diga a María que Jesús "Será grande y será llamado Hijo del Altísimo" y no que "Es grande y es llamado hijo del altísimo". Esto coincide con la teología, el credo y la esperanza judía de aquel entonces: el Mesías sería un ser humano nacido milagrosamente y no un ser celestial encarnado en un cuerpo humano un concepto proveniente del pensamiento griego posterior.

De seguro María no creía que ella misma estaba libre de la mancha del pecado original, puesto que ella y José cumplieron con un requisito de la Ley establecido en Levítico 12:1-8, que dice claramente el procedimiento para purificarse del pecado cuando nacía un bebé (cosa que sería innecesario hacer si ella tuviera la misma pureza que tenía Eva antes de pecar, pues a esta última más bien se le había bendecido y se le había ordenado que llenara la Tierra con Adán su esposo, según dice Génesis 1:28, lo que implicaría tener muchos hijos). Este simple hecho registrado en la Biblia pone en seria duda la validez de la doctrina de la "Inmaculada Concepción" de acuerdo con algunos, pero otros arguyen que igual que hizo Jesucristo al bautizarse, siguiendo la Tradición, María acudió a purificarse como signo de obediencia y respeto a la Ley vigente en ese momento, como una judía más que era.

Otras iglesias, como la Iglesia Ortodoxa o Protestantes como los Adventistas del Séptimo Día dicen que los católicos y calvinistas fallan en entender la verdadera naturaleza del pecado original. Dicen que hay una gran diferencia entre la tendencia al pecado (es decir la tentación) y el actual acto de pecar.

La ortodoxia oriental y los adventistas argumentan que Pablo dice que Cristo, como cualquier otro ser humano, heredó la misma debilidad del cuerpo humano como el resto de la humanidad. Ni Cristo ni ningún otro ser humano heredaría en sí la culpa del pecado. Lo que Cristo heredaría sería la tendencia al pecado. Las tentaciones de Cristo serían el testimonio de esto. Sintió la misma clase de hambre, la misma debilidad.

- "Por esta razón [Jesús] tuvo que ser hecho como sus hermanos en todo aspecto, de forma que pudiera ser misericordioso y fiel alto sacerdote al servicio de Dios, y que pudiera interceder por los pecados de las personas" (Hb 2,17).

Un ortodoxo oriental y un adventista podrían argumentar que entender la naturaleza humana de Cristo es tan crucial como entender su misión y su ministerio en la Tierra, tanto como su naturaleza divina.

- "Porque han invadido el mundo muchos seductores que no confiesan a Jesucristo manifestado en la carne. ¡Ellos son el Seductor y el Anticristo!" (2 Jn 7)

En relación con esto, se puede argumentar que tener hambre no es una debilidad. De ser así, entonces a los perfectos Adán y Eva no se les habría puesto en un jardín paradisíaco en el cual tuvieran a su disposición todos los frutos de casi todos los árboles (excepto el de la ciencia del bien y del mal, según Génesis 2:16, 17) para satisfacer sus necesidades alimenticias y las de sus futuros hijos. La sensación de hambre (más bien el apetito, pues nunca fue la intención de Dios el que la humanidad sufriera hambre) es un mecanismo fisiológico creado por Dios que permite al ser humano saber cuál es el momento adecuado para alimentarse, el cual, más que otras necesidades de la humanidad como el sexo, puede ser mal empleado, degenerándose en trastornos alimenticios como anorexia, bulimia o glotonería. Por lo tanto, el que Jesús sintiera hambre después de ayunar ¡40 días! (Lucas 4:1, 2) muestra que era humano, no que había heredado la tendencia al pecado.

Lo que hace necesario que los seres humanos sean rescatados de la esclavitud al pecado heredado de Adán es el simple hecho que, aunque no son culpables directamente de lo que hicieron Adán y Eva, sí llevan en sus cuerpos el defecto que esta mala acción produjo en todos ellos, lo que los induce a su vez a pecar. Pero dado que los descendientes de Adán y Eva no son directamente culpables, a ellos Dios les puede mostrar misericordia y limpiarlos de sus pecados por la fe de ellos en Jesús, cosa que es imposible hacer con Adán y Eva, puesto que su decisión de rebelarse contra Dios fue tomada de manera deliberada, estando en perfección, y por lo tanto sin la pesada influencia del pecado heredado que ha oprimido a los demás seres humanos.

Cristo o Mesías

Sin lugar a dudas, junto con el de Hijo de Dios, el de Cristo es el título más extensamente aplicado a Jesús de Nazaret.

En la teología católica, se dice que Cristo cumple las funciones de profeta, sacerdote y rey, por ello uno de los títulos otorgados a Jesús es "Cristo Rey", y existe un día festivo asociado con el otorgamiento de este título. Este título está conferido para indicar que Cristo debería gobernar sobre todos los aspectos de la vida, incluyendo la vida política. De esta manera, este título se opone al concepto del secularismo.

Handel se refería a Jesús como el "Rey de Reyes" y "Señor de Señores" en su oratorio El Mesías, una referencia al pasaje bíblico Timoteo I 6:15.

Hay una larga tradición en la utilización de este nombre tanto para Cristo como para Dios Padre, especialmente en el Catolicismo medieval. Por ejemplo, Juana de Arco utilizaba frases como "Rey Jesús, Rey del Cielo y de todo el mundo, mi legítimo y soberano Señor" (en una carta dictada por ella el 17 de julio de 1429).

En el Éxodo 3 cuando Dios se aparece en la zarza ardiente, Moisés le pregunta acerca del nombre por el cual debe ser llamado. En la traducción Septuaginta Dios responde «ἐγώ εἰμι ὁ Ὤν». «Ὁ Ὤν» ((H)O ON) traducido del hebreo «אהיה», también llamado tetragrama, pero determinarlo en las lenguas indoeuropeas ha sido dificultoso. Es ampliamente aceptada como "YO SOY EL QUE SOY", "El Único Existente", "El que es", "EL SER", o significados similares. En los íconos de la Ortodoxia oriental Jesús es usualmente retratado con una cruz inscrita en su halo, y por el modo de identificarlo con el Dios que se reveló a sí mismo frente a Moisés con las letras ὁ, Ὤ, y ν están frecuentemente escritas en sus brazos.

Al iniciarse el tercer siglo, la nomina sacra, los nombres de Jesús, fueron algunas veces acortados por la contracción en las inscripciones Cristianas, resultando en secuencias de letras griegas tales como IH (iota-eta), IC (iota-sigma), o IHC (iota-eta-sigma) para Jesús (griego: Iēsous), y XC (chi-sigma), XP (chi-ro) y XPC (chi-rho-sigma) para Cristo (griego: Christos). Aquí la "C" representa la forma "alunada" medieval de la letra griega sigma; sigma podría también ser transcrita en el alfabeto latino por el sonido, dando IHS y XPS. Algunos de estos monogramas griegos continuaron usándose en latín durante la Edad Media. Eventualmente el significado correcto fue mayormente olvidado, y las interpretaciones erróneas del monograma IHS condujeron a la falta ortográfica del "Jhesus". Casi al finalizar la Edad Media, IHS llegó a ser un símbolo con la "H" apareciendo como una cruz y bajo ella tres clavos, mientras que la figura entera estaba rodeada por rayos. IHS llegó a ser la característica iconográficamente aceptada de San Vicente Ferrer y de San Bernardino de Siena. Bernardino, al final de sus sermones exhibiría este monograma devotamente a su audiencia por lo cual fue criticado y más aún llevado ante el Papa Martin V. El fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas), Ignacio de Loyola, adoptó el monograma en su sello y este se convirtió en el emblema de su institución. IHS fue algunas veces equivocadamente entendida como "Jesus Hominum (o Hierosolymae) Salvator", es decir, Jesús, el Salvador de los hombres (o de Jerusalén=Hierosolyma).



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