El calendario romano fue el primer sistema para dividir el tiempo en la Antigua Roma. Según la tradición mítica, el calendario romano fue creado por uno de sus dos primeros reyes, Rómulo.
El primitivo calendario romano fijaba la duración de los meses en 29 días, 12 horas y 44 minutos con meses lunares de 29 o 30 días. El mes era la fracción mayor y el día la menor, aunque después se dividió en horas.
Los romanos consideraban que el día se iniciaba a medianoche. Al establecerse el año (de annus = anillo) le fijaron una duración de 10 meses (sistema decimal), pero más tarde, por influencia griega, se pasó al año de 12 meses, con 368 días y ¾ de otro, con meses de 30 y 29 días alternativamente, y cada dos años un año con 13 meses, ajustándose progresivamente el sistema suprimiéndose o agregándose días. Así se estableció un año que comenzaba en primavera (en el mes dedicado al dios de la guerra Marte, o sea el mes martius = 'marzo'), luego seguía el mes que se abre (aprilis = 'abril'), el del crecimiento (maius = 'mayo') y el del florecimiento (junius = junio). Luego los meses seguían por orden del quinto al décimo: quintilis (julio), sextilis (agosto), septembris (septiembre), octobris (octubre), novembris (noviembre) y decembris (diciembre); seguía el mes de apertura de los trabajos agrícolas (januarius = enero) y el mes de las purificaciones (februarius = febrero). Si se añadía otro mes, este no tenía nombre pero se le llamaba mercedonius por estar consagrado a la paga.
Con los progresivos reajustes se fijaron meses de 31 días (marzo, mayo, julio y octubre), de 28 días (febrero, que cada cuatro años tenía 29 días) y de 29 días (los demás), intercalándose un mes de 27 días cada dos años. Así el primer y el tercer año del ciclo tenían 355 días cada uno; el segundo año 383 días; y el cuarto año 382 días, o sea en total 1474 días. Cada mes se dividía en semanas de entre 4 y 9 días: la segunda y cuarta semana del mes eran de 8 días, la tercera de 9 días (salvo en febrero que eran 8 y en el intercalar que eran 7) y la primera semana era de 6 días en los meses de 31 y de 4 en los demás. El anuncio de la duración de la primera semana se llamaba anuncio de las calendas, a las semanas de nueve días el noveno día se llamaba nonae o nonas y al primer día de la tercera semana se le llamaba idus (o ides). A cada periodo de cinco años se le llamaba lustro, debido a que se hacían sacrificios (lustrum) el año después de la revisión del censo que era cada cuatro años.
Fue utilizado hasta el 46 a. C., año en el que Julio César, que en ese momento era dictador y Pontifex Maximus, decretó una reforma en el calendario, asesorado por el griego Sosígenes de Alejandría, creando el calendario juliano.
Originariamente, muchas culturas antiguas utilizaban el calendario lunar para contar el tiempo. Los pueblos itálicos primitivos tenían diferentes calendarios lunares, cada uno con su propio número de meses, su propia duración del año y de los meses; por ejemplo, los habitantes de Alba Longa tenían un calendario de 10 meses, de 18 a 36 días cada mes; los de Lavinia tenían otro de 374 días distribuido en 13 meses; los etruscos tenían meses basados en la luna llena. Estos calendarios tenían una base lunar, el comienzo de los meses solía marcarse con la aparición de la luna nueva.
Según la tradición, el calendario romano fue creado durante el reinado de Rómulo, mítico fundador de Roma. Comprendía diez meses lunares. Entre el fin del último mes y el comienzo del año siguiente había un período que no correspondía a ningún mes, dado que era el periodo en que no había labores agrícolas ni actividad militar (es invierno en el hemisferio norte). Este período se dedicaba en parte a ritos de purificación colectiva en la transición de un año a otro; era una especie de "tiempo muerto". El calendario, por tanto, duraba alrededor de 304 días. El equinoccio de primavera se situaba en el primer mes.
Los primeros meses se denominaron con un nombre derivado de la divinidad o culto al que estaban consagrados. El resto era nombrado solo por el orden que le corresponde. En años posteriores, varios reformadores cambiarán el nombre de alguno de estos últimos.
El calendario fue reformado a partir de la época etrusca (siglos VII-VI a. C.), aunque los historiadores romanos de la época atribuían la reforma al rey Numa Pompilio, segundo rey de Roma (716 a.C. a 674 a. C.).
En esta reforma, se modificó la duración de los meses para que duraran 29 y 31 días alternativamente (para los romanos, los números pares traían mala suerte) y se añadieron dos meses adicionales después de diciembre: Ianuarius y Februarius. Así el año pasó a durar 355 días.
La tradición de empezar el año en marzo continuaba hasta el siglo ii a. C., tanto en el aspecto político, con la toma de posesión de las magistraturas anuales, como en el militar, dando inicio a las campañas bélicas. Desde 153 a. C. se cambió el ciclo lunar por el ciclo solar. De aquí que, dado que el año natural empezaba y acababa en el solsticio de invierno, a finales de diciembre, el calendario pasó a comenzar en enero. A pesar de este cambio, los meses conservaron sus nombres anteriores. Por lo tanto el septembris (según el nombre el séptimo mes) se convirtió en el noveno mes.
Como después de la reforma de Numa Pompilio las cosas no se arreglaron, ya que seguía el calendario lunar oficial desfasado con el curso estacional, basado en el ciclo solar, se optó por añadir cada cuatro años dos meses, uno de 22 y otro de 23 días, denominados mercedonios, o intercalares.
El complicado sistema de ajuste de los meses para que los años se ajustasen al ciclo solar era controlado por el Colegio de Pontífices, pero nunca se solucionó satisfactoriamente ese desfase.
Los romanos distinguían cuatro estaciones, denominadas: ver (primavera), aestas (verano), autumnus (otoño) e hiems (invierno).
Para fijar el año de un acontecimiento había diferentes sistemas que son los siguientes:
De este modo, se podían indicar los años de tres maneras. Por ejemplo, el año del consulado de Cicerón y de la conjuración de Catilina (63 a. C.) podía expresarse de las siguientes maneras: DCXC ab Urbe condita (año 690 de la fundación de Roma); M. Tulio, C. Antonio consulibus (año en que fueron cónsules Marco Tulio y Cayo Antonio); y CDXLVI post reges exactos (año 446 tras la expulsión de los reyes).
Para indicar los días del mes, los romanos tenían un sistema muy complicado, heredado de la época del calendario lunar primitivo. No numeraban los días del 1 al 31, sino que en cada mes había tres días clave:
Si querían indicar una de estas tres fechas fijas, la ponían en ablativo junto con el adjetivo del mes correspondiente:
Si se trataba de indicar el día anterior o posterior de las tres fechas anteriores, se ponía el adverbio pridie o postridie seguido de la fecha y del adjetivo correspondiente del mes en acusativo. Por ejemplo:
Si se trataba de cualquier otra fecha, se contaban los días que faltaban para llegar hasta el más próximo de las tres fechas fijas y se colocaba la expresión ante diem, seguida del número de días contado (expresado en numeral ordinal o en números romanos), del nombre de la fecha fija con la que se relacionaba, y del adjetivo del mes de esta última, todos ellos en acusativo. Para hacer la cuenta también se sumaba el día de la fecha fija. Por ejemplo:
En el calendario también se marcaban los días que eran no hábiles por motivos religiosos para reunir al pueblo en asamblea o para celebrar juicios. Estos días aparecían en el calendario como nefasti (n); eran casi la tercera parte de los días del año durante la época de la República. En la época imperial, estos llegaron a ser la mitad de los días del año. El resto eran los llamados dies fasti (f), o hábiles. Algunos eran nefasti solo a efectos judiciales, y se podían reunir las asambleas (comitias), por lo que se llamaban comitiales. Otros días de significación intermedia, en los que solo algunas cosas estaban prohibidas, eran los dies intercisi.
Cada ocho días figuraba uno de descanso (nundinae); era el día de mercado, aprovechado para cuestiones oficiales, para ir a las termas, visitar a los amigos, etc.
A estos días se le añadían los de las grandes fiestas religiosas (feriae) y los de ludi o juegos cívico-religiosos, que llegaban a durar varios días (y también aumentaron en la época imperial).
Las vacaciones escolares coincidían casi con las actuales: las de verano del 1 de julio al 15 de octubre, y dos más cortas, en marzo por las fiestas de honor a Minerva, diosa de la sabiduría, y en diciembre, por las Saturnales, del 17 al 25.
Los romanos no dividían el día en 24 horas o en 24 partes iguales durante todo el año.
Repartían el tiempo de luz (el día) en doce horas. De esta manera, en verano, las horas resultaban más largas que en invierno. Para medir las horas, utilizaban relojes de sol (horologium, v. reloj de sol), y más raramente de agua (clepsydra, v. clepsidra).
Inicialmente, se dividía el día y la noche de acuerdo con las manifestaciones visibles de la naturaleza, así:
Posteriormente, las horas se expresaron con números ordinales: hora prima, hora secunda, hora tertia, etc. La hora prima era la primera del día, la del amanecer. La hora que marcaba el final del día, la puesta de sol, era la hora duodécima. De la hora sexta, que marcaba el mediodía, procede la palabra siesta.
La noche se dividía en cuatro partes denominadas vigilia: prima vigilia, secunda vigilia, etc. Tenían una duración diferente según fuera la época del año.
Esta distribución en cuatro partes y el propio nombre guardaban relación con los turnos de vigilancia de los campamentos militares. También las unidades de bomberos de Roma, de carácter militar, se denominaban vigiles: cohortes vigilum.
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