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El Cadejo



El Cadejo (llamado Cadejos en Costa Rica), en la narrativa folclórica de Mesoamérica, es un perro espectral de gran tamaño, ojos brillantes, que arrastra cadenas, y que durante las noches aparece en sitios solitarios para cuidar o atormentar a los borrachos o trasnochadores, siendo muy conocida su leyenda en las zonas rurales e incluso urbanas de México y Centroamérica.[1][2]​ En varias regiones de Centroamérica la leyenda habla de dos cadejos, uno blanco, benigno y protector, y otro negro, monstruoso y malvado. En Costa Rica el Cadejos es uno solo, de color negro y, aunque monstruoso, generalmente es inofensivo.

Aunque la palabra «cadejo» para designar a este ser es de origen español, las raíces mitológicas del Cadejo se encuentran principalmente en la mitología maya y en las tradiciones chamanísticas de los pueblos nahuas de Mesoamérica, donde son frecuentes los mitos aborígenes sobre chamanes y nahuales que pueden tomar la forma de animales para ejercer sus funciones religiosas y funerarias, rituales en lo que se utilizaban ornamentos de jade, pieles de animales, plumas de aves y máscaras.[3][4]​ Entre los mesoamericanos, el perro ejercía la función de compañero de los muertos en su viaje al más allá.[5]​ La leyenda es, pues, producto del mestizaje, y a su vez, es el vestigio de una antigua creencia que supone que todo humano posee un animal de compañía. Este mítico animal es el doble del hombre, de tal manera que la enfermedad o la muerte del primero conllevan la enfermedad o la muerte del segundo. En la actualidad, se puede establecer una comparación con el pensamiento religioso occidental, que expresa que el hombre tiene un ángel guardián que lo protege de los peligros.[6]

La leyenda del Cadejos ha encontrado resonancia en la literatura y la cultura popular de los pueblos centroamericanos, y se ha asociado, de forma paralela, a muchas otras leyendas sobre perros monstruosos y espectrales alrededor del mundo.

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra cadejo proviene del castellano, y surge del cruce de las palabras «cadarzo» (del griego ἀκάθαρτος akáthartos 'impuro', un tipo de seda basta de los capullos enredados, que no se hila a torno), y «madeja» (del latín mataxa, que significa: 1. hilo recogido sobre un torno o aspadera, para que luego se pueda devanar fácilmente, y también, 2. mata de pelo). De esta forma, el uso de esta palabra para designar a este perro espectral parece estar más relacionada con el enigmático significado del personaje mismo más que con el origen o forma de este ser sobrenatural, al ser el Cadejo, básicamente, una criatura lanuda y desaliñada.[7]

Es muy posible que el origen del Cadejo como ser mitológico se encuentre en la mitología maya-quiché. Las leyendas de los cadejos espectrales centroamericanos parecen estar emparentadas, en cuanto a su origen, con los nahuales.[3][4]​ En la mitología mesoamericana, un nahual es un animal que se considera espíritu protector de cada persona. De acuerdo con algunas tradiciones, se dice que cada persona, al momento de nacer, tiene ya el espíritu de un animal, que se encarga de protegerlo y guiarlo. Estos espíritus usualmente se manifiestan como una imagen que aconseja en sueños o con cierta afinidad al animal que les tomó como protegidos. Por ejemplo, una mujer cuyo nahual fuera un cenzontle tendrá una voz privilegiada para el canto.

Pero no todos tienen un contacto tan leve: se cree que los brujos y chamanes (llamados texoxes) del centro de Mesoamérica podían crear un vínculo muy cercano con sus nahuales, lo que les da una serie de ventajas que ellos saben aprovechar. La visión del gavilán, el olfato del lobo o el oído del ocelote pasan a ser herramientas de estos videntes e incluso se afirma que algunos, más preparados, pueden hasta adquirir la forma de sus nahuales (lagartos, perros o tigres, véase teriantropía) y utilizar esta habilidad de diversas formas, no todas ellas bien intencionadas, según la tradición popular. En México, se le ha dado el nombre de nahuales a los brujos que pueden cambiar de forma. Sin embargo, se cree que el contacto con sus nahuales es también común entre los chamanes que buscan el beneficio para su comunidad, aunque no se valen de la capacidad de transformación; para estos, el nahual es una forma de introspección que le permite a quien lo practica tener un estrecho contacto con el mundo espiritual, gracias a lo cual encuentra con facilidad soluciones a muchos de los problemas que afligen a los que buscan su consejo.

Entre los mexicas, por otra parte, destaca la figura del dios Huehuecóyotl como tramposo dios de la música, el baile y la canción, representado en el Códice Borbónico con la forma de un coyote. Él es parte de la familia de dioses mexicas de Tezcatlipoca, y tiene sus poderes para transformarse. De todas las deidades aztecas, Huehuecóyotl representaba la dualidad en términos del bien y el mal. Más un bromista que un dios ayudador, emparentado de alguna forma con los dioses tramposos en forma de coyote de las tribus aborígenes de Norteamérica, a menudo se le asociaba con el dios Xólotl, también con forma de perro y con poderes de transformación. El xoloitzcuintle, raza de perro originaria de México y Centroamérica, lleva su nombre, y a menudo se asociaba a este animal, en la mitología azteca, con la muerte, dado que se creía que los xoloitzcuintles acompañaban a las almas de los difuntos cuando viajaban al Mictlán, el inframundo, por lo que eran sacrificados y enterrados junto con los muertos a los que debían guiar, cumpliendo entonces el perro la función de guardián protector de las almas en su viaje al más allá.

En el sureste de México, sobre todo en el estado de Yucatán, el uay peek (en maya: brujo, hechicero, nigromántico, encantador, mago, nagual.)[8]​ es un brujo que se puede transformar en un perro negro, enorme y de ojos rojos, y aprovecha este estado para asustar a gente y profanar las tumbas de los cementerios. Otras versiones dicen que el Uay Peek ataca a cualquiera que se encuentra, y que es la reencarnación de Kakasbal, un espíritu maligno.[9][10][11]

El escritor nicaragüense Eduardo Zepeda-Henríquez, en su artículo El Cadejo: mito nicaragüense, sugiere que el mito del cadejo está arraigado en el imaginario social provinciano como una fuente moral. De este forma, para Zepeda, el cadejo, más que un espíritu protector, es un espíritu merodeador que sale a asustar a los trasnochadores callejeros y concluye que la presencia de este ente sobrenatural es una forma de escarmiento ejemplar para la gente de mala vida que implica el pecado original o un remordimiento de conciencia histórica. Así mismo, Zepeda-Henríquez intenta ver el origen de la palabra cadejo en la tradición mitológica griega (el mito de Licaón) y latina (la leyenda del hombre lobo narrada por Ovidio). El escritor costarricense Luis Ferrero Acosta también atribuye su origen a un sincretismo del concepto del nahual o alter ego del dios Quetzalcóatl, un perro, el dios Xólotl y el cinocéfalo (monstruo con cabeza de perro), que según refiere Plinio, se contaba para asustar a los arrojados marinos que pretendían aventurarse en la Mar Tenebrosa, y que representaba a un ser humano con cabeza de perro, ojos llameantes y, a veces, arrastraba cadenas.[3]​ Otro escritor costarricense, Carlos Gagini, atribuía su origen al oso hormiguero gigante, animal grande de pelambre larga y negra y afiladas garras, cuyas incursiones nocturnas en la Costa Rica aldeana contribuyeron a la creación del mito.[12]

En cuanto a su significado, el Cadejo es a la vez un espíritu protector y una criatura maligna. Desde su perspectiva negativa, el Cadejo usurpa la confianza de los seres humanos mediante el terror, mientras que en su faceta positiva, el poder regenerador de la naturaleza al proteger a los seres humanos del peligro. En la literatura indígena de América, sobre todo en la maya, es muy importante este concepto de dualidad. El cadejo blanco es un eco del nahual como el espíritu compañero y el cadejo negro es un reflejo del nahual como el brujo que se metamorfosea.[6]

Según la tradición oral, el cadejo es un mítico animal fantasmagórico que se aparece a las personas que vagan por caminos nocturnos, particularmente a los ebrios, con la función moral de asustarlos para que enmienden su camino. Se cree que cuida a aquellos que se embriagan y deambulan por las noches ayudándoles a encontrar el camino a casa o bien durmiendo cerca de ellos para evitar les roben o dañen.[13]​ Las versiones varían dependiendo del sitio geográfico donde se cuenta la leyenda, aunque los hechos básicos son siempre los mismos. La leyenda es popular en toda Centroamérica, parte de México (Oaxaca, Chiapas, Baja California, Veracruz y en otros lugares) y norte de Colombia. En Nicaragua y Honduras, se ha relacionado la leyenda del Cadejo con el críptido conocido como Acosador nocturno, un perro que guarda un gran parecido con el Cadejo negro.

Las descripciones más prolíficas corresponden al Cadejo negro. Todas coinciden en que es un perro grande, negro, de ojos rojos como brazas, que arrastra pesadas cadenas.[3][14]​ El escritor costarricense Carlos Luis Fallas, en el glosario de la novela Marcos Ramírez, lo describe como "animal fantástico, de ojos fosforescentes y espesa pelambre, negra y muy larga".[12]​ Otra versión de Costa Rica también le agrega patas de cabra y dientes de jaguar.[15]​ En algunas versiones de Nicaragua, es capaz de manipular su cuerpo para crecer, a manera de perro gigante. En su cuento El Cadejo, el escritor salvadoreño José Efraín Melara Méndez lo describe como " una especie de perro pequeño que seguía a las personas pero no les hacía daño. Aunque a veces la gente no lo veía, oía sus pasos característicos semejantes a las pisadas de un chivo." Para el escritor hondureño Jesús Aguilar Paz, "no hay que confundir el Duende con el Cadejo: éste es un cuadrúpedo nocturno que se alimenta de cadáveres putrefactos y al andar le suenan los huesos, siendo luminosos sus ojos y peligroso su encuentro." Miguel Ángel Asturias omite que tiene forma de perro, e incorpora tres distintas especies en un cuerpo, «con cascos de cabro, orejas de conejo y cara de murciélago».[6]

También se le atribuyen poderes místicos como el poder evitar ser dañado por aquel al que protege o por lo que lo trate de dañar, siendo así inmune a las armas blancas y de fuego. Por lo general al verse atacado desaparece en el aire como una sombra y reaparece detrás de su atacante. En Nicaragua y en algunas zonas de Costa Rica, sobre todo en la zona del Pacífico norte (Guanacaste y norte de Puntarenas), el Cadejo (específicamente, el negro) lleva sobre el cuello un collar blanco, pues en algunas versiones de esas regiones el Cadejo fue en vida un sacerdote que es maldecido, representando este collar blanco un cuello clerical.

En México, se cuenta que, cuando aparece el Cadejo, los perros lloran como si el mismo demonio estuviera viniendo; y es que, según se dice, devora las crías de los perros (o también cualquier perro) los cuales están estorbándole su paso, por lo que es recomendable para ellos esconder a los canes si se sospecha su presencia o su cercanía. Esta avidez del Cadejo por devorar perros también aparece en algunas versiones de Colombia.

Sobre el origen de este ser, las leyendas se pueden agrupar en tres grupos de versiones:

El primer grupo reúne versiones de El Salvador, Honduras, Guatemala y México,[16]​ donde se atribuye su creación, en el caso del perro blanco, a Dios, y en el del negro, a Satanás, creados con la intención de cumplir diferentes funciones. La leyenda dice que, tras observar todos los males que aquejaban al pueblo, Dios decidió crear una figura que atemorizara al humano pero con el fin de protegerle. De allí surgió un ser con morfología de perro, con los ojos rojos y de color blanco como las nubes que se encargaría de protegerle. El demonio, enojado por la acción del Padre, formó una copia idéntica pero de color negro, que provoca pavor en aquel que le observa.

El segundo grupo de versiones, como las de México, Belice, Costa Rica y Colombia,[18]​ atribuye su creación a una maldición de un padre furioso sobre su hijo, un joven o hombre libertino sentenciado a volverse un alma en pena cubierta con cadenas, o bien, su otra versión, donde es el hijo bueno quien busca asustar al padre borracho a modo de castigo por su mal comportamiento, pero falla y su padre la maldice con esta forma de perro para cuidar y proteger a todas las personas, especialmente a borrachos como él.[19]​ En Belice, los dos cadejos surgen de la misma persona: un hombre muy libertino, malo, desobediente, flojo, que no trabajaba, borracho y mujeriego. Su padre, quien estaba cansado de su comportamiento, le hacía entrar en razón. Sin embargo, eso no impedía que el ingrato del muchacho cambiara su forma de ser. Entonces su padre, enfurecido, lo maldijo (o primero lo maltrata, según otras versiones), condenándolo a cuidar a los borrachos como él. Frente a sus padres, el muchacho se transformó en una bestia: un perro enorme, negro y de ojos rojos. Ante el asombro y el terror de su madre, ella le roció agua bendita por el lomo, sacando el alma de buena del muchacho, que tomó la forma de perro blanco, siendo el antagonista del otro.

En Costa Rica, la leyenda narra la existencia de un solo cadejo, este suele ser el hijo de un gamonal o un anciano. Es un muchacho dado a la bebida, irresponsable, vagabundo y amigo de fiestas y desórdenes, hasta que un día causa el más profundo disgusto de su padre, quien le maldice con los peores apóstrofes, vertiendo sobre él tanta indignación y dolor de espíritu que el muchacho termina transformándose en ese ser. Otra versión costarricense narra, por el contrario, que el joven es bueno y el borracho es el padre. Cansado de las continuas borracheras de su padre, el joven elabora un plan para que este se reforme. Para ello, lo espera en un camino solitario, saliéndole repentinamente disfrazado con una gruesa piel negra de animal y arrastrando unas cadenas. Al ver que su padre estuvo a punto de desmayarse del susto, el hijo se despoja de su atuendo, confesando su plan para hacerlo recapacitar, pero el padre, alcoholizado e iracundo, lo maldice diciendo: Echado y en cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos, amén. A partir de ese día, el Cadejos acompaña a los hombres trasnochadores, guiando su camino a casa y alejando cualquier peligro que pueda encontrar.

Finalmente, se da el caso particular de algunos lugares de México, es que se cuenta que al morir una persona, esta vuelve a cuidar de sus seres queridos en forma de un cadejo.[20]

También hay «cadejos-brujos» (también conocidos como nahuales) los cuales son brujos que, a través de un hechizo, pueden transformarse en un cadejo. Aprovechan este estado para cometer fechorías como matar gallinas, matar a otros animales, destruir cosas, asustar, asechar mujeres, robar (llevándose con la boca) o, sobre todo cuando hay luna, esperar en sitios poco transitados y que un individuo pase y quede atemorizado por aquel perro y sus ojos diabólicos. Se dice que estos brujos pueden transformarse a la medianoche bajo a una ceiba o pochota, ya que en la simbología maya el Yaxché (una ceiba) era un puente o una conexión entre el cielo, la tierra y el inframundo.

En El Salvador, Honduras, Belice, Guatemala y Nicaragua, se cuenta la existencia de dos perros, uno negro y uno blanco, e incluso de tres, agregando una variante gris en el caso de Guatemala, que cuida a los niños desamparados o enfermos. Por regla general, el Cadejo blanco es benigno, mientras que el negro es maligno. El blanco, animal de compañía, protege al hombre contra todos los males que lo esperan en los caminos solitarios, incluido el cadejo negro. El negro anda vagabundeando para asustar o atacar a los trasnochadores. Cuando los dos criaturas se encuentran, ocurre una batalla sangrienta entre sí.[6]​ En las zonas rurales y montañosas de El Salvador, se asocia al cadejo con la tipología de hombre y mujer, así se dice que el perro blanco es el guardián de los hombres y el negro de las mujeres.

El Cadejo negro generalmente se asocia con el mal: persigue a distancia a los caminantes nocturnos, los que vienen de fiestas, festivales, carnavales, juegos de azar o cantinas. Al seguir a su víctima, araña el suelo con sus garras. Si el sonido se oye cerca es que él está lejos y cuando se oye lejos es que está muy cerca, prácticamente encima, es lo último que oirá antes de que ataque. Esta particular característica aparece también en algunas versiones de las leyendas de la Llorona y el Silbón. Como espíritu malo, ataca y mata al caminante nocturno, abalanzándose sobre él, derribándolo, golpeándolo hasta dejarlo mal herido y sin sentido, dundo, tartamudo, con mucha fiebre, hasta que muere.

El Cadejo blanco, por el contrario, es el antagonista del negro, el protector de las personas que cruzan su camino, un espíritu que protege al hombre que sale por las noches, un guardián que siempre acompaña a la persona hasta dejarla en su casa. Actúa como guía para prevenir a las personas de que se encuentren con el Cadejo negro. Aunque benigno, alguna versión también cuenta que al Cadejo blanco jamás hay que tratar de hacerle daño, porque entonces él se lanza sobre su agresor y lo revuelca en el suelo, lo muerde y lo deja herido mortalmente.

Los cadejos blanco y negro, al encontrarse, se enfrentan entre ellos, donde muchas veces, por invocación de poder santo, el cadejo blanco derrota al negro, y la que fuera su víctima vive para contar la historia. Los cadejos nunca se matan cuando se enfrentan, a pesar de los encarnizados combates que libran en sus encuentros nocturnos. Según la tradición, ninguno de los dos es más fuerte que el otro. Su encuentro representa pues, la lucha entre el bien y el mal. En algunas versiones de Guatemala, a veces los cadejos se unen para salvaguardar a sus protegidos de otro espectro como la Llorona, la Siguanaba o de algún maleante, aunque en el estado de Chiapas, México, los campesinos también cuentan que el Cadejo también coopera junto a la Tishanila para castigar a los que andan en malos pasos.[22]​ En un episodio de la novela Marcos Ramírez, del escritor costarricense Carlos Luis Fallas, un campesino cuenta que el Cadejos lo acompañaba para protegerlo de las brujas, después de que el campesino lo había tratado con respeto.[23]

En el sur de México (además en el estado de Hidalgo), Costa Rica, Panamá y el norte de Colombia, el Cadejo es un ente único. Fabio Baudrit lo describe como un perro negro grande, similar a un lobo adusto, flaco, erizo, lanudo, con dos intensos ojos rojos encendidos y radiantes, cola larga y ancha, de afiladas uñas largas que resuenan en el pavimento, mientras arrastra unas gruesas cadenas. No obstante su aspecto aterrador, no es de carácter bravo o sanguinario, y jamás ataca a ningún hombre. Concreta su maleficio a seguir tenazmente al hombre parrandero y trasnochador, generalmente en estado de ebriedad, hasta la puerta de su casa, y algunas veces, a esperarlo en la entrada de su habitación (con sus ojos rojos brillando en la oscuridad del umbral), como un mudo reproche. Siempre conserva la distancia. Contra él son inútiles balas o armas blancas, y antes de verse forzado a hacer el mal, desaparece. También, cuando los niños se desvelan, puede ser evocado, y al poco tiempo se escucharán las uñas en las baldosas o las paredes de la casa, con su aliento resoplando por una hendija de la ventana, sin marcharse hasta que halla silencio y el niño caiga en profundo sueño.[24]

En Panamá, el Cadejo es un perro enorme, negro y de ojos rojos que despide un fuerte olor a azufre, como una manifestación misma del diablo. Se aparece en Corpus Christi, a la medianoche, a los hombres mujeriegos o borrachos, a los cuales devora, se lleva su alma o los arrastra directamente al infierno. A pesar de ser una manifestación demoníaca, algunas veces también se le considera un protector, puesto que también puede cuidar a este tipo de personas hasta llegar a su casa sanos y salvos.[25]

Como todo ser espectral, a veces las leyendas también cuentan la forma de defenderse de un Cadejos. Por ejemplo, en Honduras, la tradición cuenta que, para repeler al Cadejo negro, se deben decir oraciones como "que huele a santo", "que huele a incienso" o "permiso compadre Alejo". En su novela Marcos Ramírez, el escritor costarricense Carlos Luis Fallas recoge un episodio donde un campesino se enfrenta al Cadejos, donde el personaje, tras fallar en atacar al Cadejos usando una cruceta, espanta al espectro amenazándolo con la cruz de la empuñadura del arma, mientras exclama "¡Vencés al filo, maldito, pero la Cruz te vence a vos!".[26]

En México, para salvarse o protegerse de esta entidad, hay que vestirse al revés, luego poner orines en un cinturón y darle latigazos, haciendo que se vaya. Se cree que se puede hacer amistad con él: consiste en caminar con los pies juntos (sin importar lo difícil que sea) y, si se acerca, se debe escupir en la palma de la mano y ofrecerle un escupitajo, y esto hace el Cadejo acompañe o cuide al trasnochador. También tiene su lado benevolente, pues cuida de todas las personas (aunque en la mayoría de versiones es, generalmente, maligno).[cita requerida]

Aunque el Cadejo como tal (con sus pequeñas variantes locales entre países) es un ser espectral perteneciente básicamente al imaginario mexicano y centroamericano, existen algunas leyendas del resto de América Latina donde se pueden apreciar paralelismos.

En Colombia, la leyenda del Hombre Caimán, un ser con cuerpo de caimán y cabeza de hombre, presenta semejanzas en cuanto al origen del personaje: un hombre es maldecido a transformarse en ese ser debido a sus malas acciones.

En Chile, tenemos la leyenda de la Calchona, el espectro de una bruja con cuerpo de oveja, y patas delanteras, rostro y cabello de mujer, y que vaga sola por los caminos; y el Guallipén, perteneciente a la mitología mapuche, un espectro maligno con cuerpo de oveja, cabeza de ternero, las patas torcidas y feo pelaje.

En Paraguay, son conocidas las leyendas del lobizón, el Yaguareté-Abá (hombre tigre) y el Ao Ao, monstruos legendarios de la mitología guaraní. El primero, especialmente, presenta muchas semejanzas con el Cadejo, además de con la leyenda europea del hombre lobo.

En Argentina, específicamente en las zonas rurales de las provincias norteñas, existe la creencia que en ocasiones un espíritu familiar, puede tomar la forma de un perro llamado "El Familiar". Este ser sería un perro mítico de pelaje negro, de tamaño fuera de lo normal, con ojos color rojo sangre, y cadenas colgadas al cuello. Aparece después de la medianoche, hace notar su presencia arrastrando cadenas y haciendo llorar a los perros. Además se dice que es realmente un demonio,[27][28]​ la manifestación del diablo en forma de perro. Una leyenda del Familiar se remonta hasta el siglo XIX en una fábrica de azúcar, donde se rumoreaba que tanto el dueño como los empleados pactaban con el diablo a cambio de dinero, creerse su negocio y torturar al tal empleado que fuera capaz de estar en rebeldía. De ahí, obtienen a un espíritu familiar en forma de perro para que devorara a un empleado rebelde. Una vez que el dueño murió, ya nadie alimentaba al Familiar, el cual se escapó de la fábrica, vagando errante en busca de víctimas para devorar. También se dice que al devorar a alguien, no parará hasta devorar a toda su familia. Habita en los maizales y quien se atreva a entrar a uno de estos, corre el riesgo de ser devorado. También es posible que hacer pacto él para que cuide de sus pertenencias, o para un compromiso.

Los mitos y leyendas de perros infernales abundan en el folclor de varios países de Europa: los griegos Cerbero y Ortro, los "black dogs" ingleses, como el Moddey Dhoo de la Isla de Man, el Gwyllgi de Gales, el Black Shuck que aterroriza la costa de Norfolk, Essex y Suffolk (esta leyenda en particular parece ser la inspiración para El sabueso de los Baskerville de Arthur Conan Doyle), etc; el lobo hechizado de la mitología castellana, el Dip o perro vampiro catalán, el Cŵn Annwn de la mitología celta, el Garm de la mitología escandinava, etc.

Numerosos escritores han utilizado la leyenda del Cadejo como tema para su obra: José Efrén Melara Méndez (El Cadejo) y Manlio Argueta (Los perros mágicos de los volcanes), en El Salvador; el premio Nobel de literatura Miguel Ángel Asturias (Leyenda del Cadejo, le menciona también en su obra cumbre El señor Presidente) en Guatemala; los escritores costarricenses Fabio Baudrit (Cadejos), Carlos Luis Fallas (Marcos Ramírez), Rubén Coto (Espantos), Mainor Arias Uva (en el poema Para aprendices de mago del libro Cuentos de lunas para un duende), Eduardo Chaves Montero (El Cadejos, Camino a casa, El compañero y Un hombre valiente, de los libros Volvamos a los cuentos y Cuentos con espinas) y Mario González Feo (Yo y la larva). El personaje también ha aparecido en historietas y algunas novelas gráficas.

Recientemente, en el año 2019, la serie estadounidense llamado Víctor y Valentino lanzó un episodio dedicado al Cadejo, llamado Los Cadejos, donde Valentino guarda rencor contra Víctor, que, sin saberlo, atrae a un cadejo malvado, una bestia mitológica parecida a un lobo.



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