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Elementales



Los elementales, también conocidos como seres elementales, espíritus elementales o genios de la naturaleza, son una categoría de seres mitológicos relacionados directamente con los elementos de la naturaleza, de la que se les considera formadores y protectores. Al estudio de los elementales se le conoce como Elficología (del francés Elficologie) o Feericología; en países de habla inglesa se conoce como Fairyology.

Según las creencias populares, los elementales se encuentran en otra dimensión distinta a la material en la que los humanos se mueven normalmente. Se cree que los animales y los niños pequeños tienen la capacidad de verlos. Se dice que es posible hacer rituales para invocarlos y que son usados en la brujería y en la alquimia con el fin de lograr objetivos mágicos.

Los elementales fueron descritos por primera vez, de manera teórica, en las obras alquímicas de Paracelso, quien se basó a su vez en la teoría de los elementos naturales sistematizada por Empédocles y Aristóteles en la antigua Grecia. Según Paracelso y sus seguidores, las cuatro categorías básicas de elementales son las siguientes: gnomos (de la Tierra), ondinas (del Agua), sílfides (del Aire) y salamandras (del Fuego),[1]​ aunque existen otras clasificaciones, dependiendo de las fuentes y de los lugares.

Los antiguos romanos creían en la existencia de los genius loci («genios del lugar»), espíritus primordiales que eran "dueños" y protectores de determinados lugares. Cuando se construía una casa o cualquier otro edificio, se creía que ese lugar le pertenecía a un genius loci, por lo que siempre se le debían presentar ofrendas y pedir permiso para construir, solicitando además su protección para los habitantes del lugar. Los genius loci eran representados normalmente con la figura de serpientes y siempre estaban presentes en los lararios, altares domésticos de las casas.

Según la investigadora alemana Jeanne Ruland, los elementales son seres con conciencia individual que viven en los elementos de la naturaleza y tienen diversas funciones, desde los creadores hasta los guardianes; por ejemplo, un elemental sería el encargado de crear el polen de una flor, mientras que otro se encargaría de proteger a esa misma flor. A los cuatro elementos tradicionales (Fuego, Agua, Tierra y Aire), se añadiría un quinto elemento, el Éter, que lo penetra y vivifica todo. Para Ruland, los seres elementales solo pueden moverse dentro de su propio elemento y en el elemento Éter.[2]

A la dimensión que habitan los elementales —que se considera intermedia entre el mundo de los dioses y el mundo de los humanos— se le conoce de múltiples maneras; en los siglos XVIII y XIX se le llamaba "Reino de las Hadas" y "Reino de los Espíritus", un lugar por fuera de los límites del mundo material. Más recientemente se le ha conocido como "Plano Astral", "Plano Interior" o "Mundo Etéreo", y se cree que ese mundo, al que los humanos por lo general solo pueden dar miradas ocasionales, se encuentra separado del mundo material por el fino velo de la conciencia. Los seres elementales también han recibido múltiples apelativos como "espíritus naturales", "ayudantes de los dioses" o "semidioses", y han estado presentes principalmente en las tradiciones paganas de todo el mundo.[3]

En la magia tradicional se cree que los elementales controlan o representan arquetípicamente los elementos alquímicos del Aire, la Tierra, el Fuego y el Agua, por lo que se invoca su presencia (bajo la forma de los elementos físicos que representan) en los círculos mágicos y rituales. Sin embargo, esta invocación suele ser un mero remanente de las antiguas tradiciones, en las que se invitaba a los seres elementales a participar en los rituales mágicos de los círculos. En dichos rituales nunca podía faltar la invitación al hada de la ira y a la de la retribución; el olvido de estas invitaciones, que podía tener terribles consecuencias como maldiciones y hechizos, quedó en el recuerdo de algunos cuentos de hadas tradicionales.[4]

En todas las culturas en las que se cree en estos seres existe la creencia de que se puede ganar el favor de los elementales presentándoles ofrendas y libaciones. En el área rural de Yorkshire, Inglaterra, se creía que a las hadas les gustaba la leche fresca y que muchas veces mamaban de los senos de las mujeres que estaban amamantando niños pequeños. En otras culturas se les ofrecen a duendes y hadas multitud de otras ofrendas como licor, dulces y objetos brillantes.

En Irlanda la creencia en seres elementales ha estado tradicionalmente muy arraigada, algunos de los más conocidos son los Leprechaun y las Banshees. La tradición nacional atribuye a San Patricio haber exorcizado a los duendes irlandeses.

La siguiente es una clasificación básica de los seres elementales, aunque existen muchas otras:

Algunas descripciones de los elementales más comunes son las siguientes:

Además de las especies y razas de elementales más conocidas, se conocen otras razas como las siguientes:

Otros elementales menos conocidos son los Imp y los Kobold (de la tradición germánica), los Boggart (de origen celta-anglosajón), los Lisovik o Leshi (del folclore eslavo y ruso), los Willi, las Veela y las Rusalka (de la mitología eslava), los Clurichaun y Far darrig (de origen irlandés), los Spiriduș (del folclor rumano), los Mazapégul (de la tradición italiana), las Apsarás (de la mitología hindú), entre otros.

Algunos investigadores incluyen a los Unicornios dentro de los elementales de Tierra, pero otros prefieren incluirlos dentro de la criptozoología o simplemente dentro de los bestiarios de criaturas legendarias. Los que defienden la inclusión del Unicornio dentro de los elementales afirman que habitan en los bosques no hollados por pie humano, protegiendo la pureza de la naturaleza, y que pueden ser vistos por niños menores de 7 años o por doncellas menores de 15 años que se conserven puras y virginales.

En la historia y las artes se conocen elementales con identidad individual, como los siguientes:

En el siglo XVI, el alquimista y astrólogo suizo Paracelso fue probablemente el primero en sistematizar la información referente a los seres elementales, en su tratado titulado Liber de Nymphis, sylphis, pygmaeis et salamandris et de caeteris spiritibus (Tratado de los Ninfos, Silfos, Pigmeos, Salamandras y otros seres), publicado en 1566, después de su muerte. La clasificación de los seres arquetípicos de cada elemento, según Paracelso, es la siguiente:

Paracelso incluía entre estos seres a los gigantes, y afirmaba que, aunque en general los elementales adquirían figura humana, eran de un origen completamente distinto al de los humanos y los animales. También afirmaba que los seres de un elemento no tienen ningún contacto ni vínculo con los de otro elemento. Decía que los nombres por los que se los conoce son una mera referencia arbitraria que muy poco debe importar, y él mismo proponía otra clasificación, que es la siguiente:

En la obra de Paracelso se encuentran numerosos elementos del folklore y el animismo propio de ciertas creencias de la antigüedad clásica.

En el siglo XVI, el alquimista escocés Alexander Sethon estudió los diferentes elementos de la Creación, desde los pequeños seres de la naturaleza hasta el mismo Cielo, la composición de los astros y el fuego más puro donde habita Dios, en la luz inaccesible.

Según este autor, la realidad es doble: por una parte, está el plano de lo sensible y lo empíricamente cognoscible, y por otra parte está el plano de lo espiritual, imperceptible para los sentidos vulgares y corrientes del ser humano, pero que es accesible a aquellos con capacidades de clarividencia.

Para Sethon, los seres elementales ayudan a construir el mundo (por ejemplo, los gnomos forman y mantienen los minerales y las piedras preciosas al interior de la tierra), pero su apariencia física, asimilada como antropomorfa, es producto exclusivamente de la superstición popular, mientras que, en cambio, su verdadera apariencia es inexpresable, pues va mucho más allá de lo material.[12]

Heinrich Cornelius Agrippa, en su De Occulta Philosophia (1531-33), también escribió sobre los elementales, pero no les dio nombres, sino que se refirió a ellos como «seres ardientes, acuosos, aéreos y terrestres».

Geoffrey Hodson fue un ocultista, teósofo y místico inglés que vivió entre 1886 y 1983. En su libro El reino de los dioses estudia las jerarquías angélicas, y trata el tema de los elementales, o formas astrales y etéricas, a los que llama "dioses menores". Según este autor, los elementales se encuentran en la escala inferior de la jerarquía angélica, y habitan en los cuatro elementos de la naturaleza.

Este autor afirma que los elementales usan dos cuerpos distintos. Uno es el cuerpo astral permanente, y la otra consiste en un aura esférica y multicolor que rodea la forma interior "feérica". En este sentido, las descripciones físicas sobre estos seres (alas, cuernos, atavíos, etc.) serían condensaciones que desde su dimensión hacen hasta la dimensión humana, mientras que las varas aparecerían de forma espontánea como símbolo de poder y autoridad.

En 2004, la historiadora y experta en magia celta Edain McCoy estudió el tema de los elementales en su libro Guía de las hadas y otros seres fantásticos. Esta autora afirma que las hadas son seres con personalidad individual, sensibles, con emociones y derechos, y que habitan en un plano de existencia diferente al humano. También dice que algunas hadas pueden ser maliciosas y hasta peligrosas.

En el siglo XX, el wiccano estadounidense Scott Cunningham afirmó que la magia con nudos se remonta a las hadas y los elfos, que por las noches acostumbran a hacer nudos en el cabello de la gente, en las crines de los caballos o en el pelo de muchos animales.

En el siglo XVIII, el ensayista y polígrafo español Benito Jerónimo Feijoo escribió un ensayo titulado «Duendes y Espíritus familiares»,[13]​ en su Teatro crítico universal, en el que, citando al padre Fuente la Peña, dice que los duendes no son ni ángeles, ni demonios ni almas en pena. Siguiendo al mismo autor, señala que los duendes serían cierta especie de animales aéreos engendrados por la putrefacción del aire y vapores corrompidos, aunque Feijoo no está de acuerdo con esa hipótesis.

Feijoo afirma que todos los testimonios recopilados sobre la existencia de estas criaturas, confirman que no se trata de seres malignos, como podrían ser los demonios, sino más bien pícaros y traviesos. Aunque este autor analiza el tema de los duendes de una manera racional, y concluye que no cree en su existencia, compara, no obstante, las historias que se cuentan sobre ellos con los genios llamados Lares, Larvas y Lémures por los antiguos romanos.

Jesús Callejo y Carlos Canales son dos investigadores españoles que escribieron la Guía de seres mágicos de España, una trilogía compuesta por tres volúmenes: Duendes, Gnomos y Hadas. Esta obra se constituye en la primera gran compilación de testimonios e información sobre seres elementales de toda España, aunque ya antes se habían escrito libros que recopilaban informaciones de regiones aisladas del país.

Según Jesús Callejo, las Hadas son elementales asociadas principalmente a las flores de las plantas, mientras que los Gnomos estarían asociados a la tierra, por lo que permanecen escondidos en bosques profundos y cuevas. En cuanto a los Duendes, este autor afirma que son los más cercanos a los humanos, pues les gusta inmiscuirse en las casas y curiosear sobre la vida de las personas.

Jorge Ángel Livraga es un filósofo, historiador y antropólogo argentino que ha estudiado el tema de los elementales. Para este autor, los elementales son formas de vida dentro de los elementos y cuyos cuerpos no están estrictamente en el plano físico, por lo que resulta muy difícil describir su apariencia. Sin embargo, en algunas ocasiones pueden manifestarse de alguna manera en el plano físico, y en esos casos adoptan formas similares a las conocidas por el ser humano, siendo esas formas aquellas con las que se les ha descrito a la largo de la historia.

Este autor coincide con la mayoría de teóricos al decir que los elementales son anteriores a la aparición del ser humano en la Tierra. Afirma que los elementales son habitantes, guardianes y consubstanciales de los elementos.

Liliana Chelli es una elficóloga argentina especializada en el estudio de los duendes, por lo que es más conocida como duendóloga. Para esta investigadora, los gnomos son seres mucho más viejos que los duendes, y pocas veces se dejan percibir por los humanos, pues prefieren vivir en entornos alejados de la civilización humana como cuevas y montañas. En cambio, los duendes, según Chelli, son más jóvenes y permanecen activos en las casas, en compañía de las personas.

Cristina Cortés de Herwig es una elficóloga y duendóloga mexicana especializada en el fenómeno conocido como “columpios” o trenzas que los duendes hacen en las crines de los caballos. Es directora del Museo de los Duendes, ubicado en la ciudad mexicana de Huasca de Ocampo, en el Estado de Hidalgo. Es autora del libro Duendes... Con las crines en la mano.

Se cree que la apariencia humana con la que se describe a muchos elementales, incluso con atuendos y vestidos, es solo una ilusión creada para que puedan ser identificados. La creencia más generalizada indica que son anteriores a la aparición del hombre en el planeta. En círculos esotéricos se dice que cuando el planeta era solo una masa incandescente y sin vida, los elementales estaban presentes planeando la construcción y la vida futura, ayudando a los Espíritus Superiores, Arquitectos Cósmicos, y de este modo eran los encargados de coparticipar en la obra del creador.

Las salamandras –elementales del fuego- cuidaban la masa de gases radioactivos presentes en el planeta y de la materia incandescente que debía ir sedimentándose y enfriándose de a poco, para que el planeta en formación pudiera ser habitable.

Los silfos, elementales del aire, cuidaban de la evolución de esos gases tóxicos, para lograr el equilibrio químico y la evolución de los violentos vientos y tormentas nucleares que azotaban al planeta en formación, allá en los comienzos de la historia cósmica.

Los Espíritus Superiores o Arquitectos Cósmicos ya tenían planeado todo tipo de vida que surgiría en la tierra, siguiendo las orientaciones del Creador. Estaba todo programado en la Mente Divina. Sólo hacía faltaba que se estableciera el orden, para que esos espíritus de la naturaleza o elementales pudieran, finalmente, empezar el proceso de evolución y vida sobre el planeta tierra, como colaboradores inmediatos de los arquitectos celestiales.

Cuando los gases se hicieron líquidos y cayeron sobre el planeta en forma de gotas de agua, lluvias y tormentas violentas que inundaron casi toda su superficie, aparecieron los elementales del agua: Sirenas, Ninfas y Nereidas, por las explosiones nucleares, quitándoles las materias densas y pesadas que aún había en suspensión.

En el Universo existen, entre otros Jefes Espirituales, espíritus guardianes, orientadores, protectores, y organizadores de toda la creación. Los elementales, sus colaboradores, fueron, por lo tanto, anteriores a la aparición del hombre sobre la tierra y los encargados de armonizar las condiciones básicas para la aparición de la vida en sus varios reinos.

Cuando el planeta comenzó a enfriarse y a estabilizarse, ya estaban presentes los elementales de la tierra: Gnomos, Duendes y Hadas, a fin de armar los elementos de su nivel, o sea, los primeros esbozos de arbustos y piedras. Estaban dando origen a todo lo que germinaría después, con el trabajo de millones de años.

Es curioso observar que desde la antigüedad más remota, los elementales fueron representados de manera casi idéntica por los pueblos más diferentes, por ejemplo, los sumerios, los caldeos, los egipcios, los chinos, los pueblos indígenas de África, Polinesia y América. Los dibujos que se encontraron los muestran de manera casi idéntica, no importa cuan lejos estuvieran esos pueblos unos de otros. Esto nos lleva a pensar que los elementales siempre se comunicaron con los seres humanos, manteniendo un patrón energético que permitiera verlos e identificarlos. Estaban presentes en casi todos los ritos sagrados, especialmente en aquellos en que se pedía la protección celestial para las cosechas y las siembras.

Se los representa como a dioses mitológicos y eran objeto de privilegios, por parte de los sacerdotes y del mismo pueblo. No sólo se los invocaba para que protegiesen las siembras sino también para que aquietasen las aguas, apagasen incendios y contuvieran tempestades. O sea, protección de los cuatro elementos. Aparecen sus figuras, casi idénticas, tanto en la Europa central del siglo XV como en la India milenaria y mágica, 2000 años antes de Cristo.

Los elementales eran amados y temidos al mismo tiempo, ya que tanto beneficiaban como perjudicaban. Fueron siempre considerados seres duales. Ellos tienen un tipo de vibración muy rápida y eléctrica, que les permite trasladarse de un lugar a otro a la velocidad de la luz.

Se los considera espíritus juguetones, animados, traviesos, sin mucha responsabilidad y arduos trabajadores de la naturaleza. No tienen un concepto muy claro del bien y del mal y por eso pueden ser manipulados para los trabajos de magia negra. Tal vez, su nivel de conciencia se parezca a la de un niño que aún no sabe distinguir entre acertado y errado.

El hecho de no tener un nivel de madurez espiritual suficientemente desarrollado para diferenciar el bien y el mal, los hace semejantes a criaturas traviesas, inconscientes e inocentes, como la propia imagen física con la cual se presentan ante los hombres. Si por su falta de conciencia madura, alguna vez fueron usados para practicar el mal, pagaron muy caro esta acción porque retrocedieron en su camino espiritual de evolución.

En las artes y la cultura popular, los elementales han tenido una notable presencia.



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