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Epistolografía



La epistolografía (del griego ἐπιστολή, «carta» y γραφία, «escritura») es una actividad literaria que consiste en escribir cartas. Generalmente, se consideran de interés general, y por tanto publicables, las cartas que el propio autor juzga apropiado publicar o que, sin cumplir esa condición, sirven sin embargo para conocer mejor la biografía y la obra de algún artista o algún acontecimiento o período histórico.

Por su temática y su uso del 'yo', la epístola se encuadra dentro de la escritura subjetiva, junto con la autobiografía, las confesiones, el diario, las memorias y el monólogo.[1][2]

La carta o epístola es un género muy flexible, que se presta a múltiples usos y clasificaciones. Por su ámbito de difusión cabe distinguir entre privadas (como las de Santa Teresa) y públicas (como las de fray Antonio de Guevara, compuestas para su difusión). Desde el punto de vista del emisor, cabe distinguir cartas reales, apócrifas y ficticias.[3]​ Por su interés literario, histórico o antropológico, algunos de los tipos más notables son los siguientes:

La de la epistolografía comienza en la antigua Mesopotamia y Egipto. Para entender las cartas que se conservan de esta época hay que tener en cuenta que la escritura es entonces una técnica especializada al alcance de muy pocas personas. De ahí que se trate, sobre todo, de correspondencia oficial o mercantil. En Egipto, tienen especial importancia las cartas de Amarna, que recogen la correspondencia diplomática de los faraones Amenofis III y Akenatón y arrojan luz sobre las relaciones del Egipto de la época con las naciones vecinas.[13]

La epistolografía goza de gran consideración como género literario en el mundo grecolatino.[14]​ Se concibe la carta como una "conversación por escrito", de estilo austero y claro.[15]

La composición de epístolas apócrifas y ficticias es uno de los ejercicios favoritos de rétores y sofistas.[16]​ Así, el sofista griego Alcifrón debe su fama a sus cartas ficticias (ordenadas en cuatro series: cartas de pescadores, de labradores, de parásitos y de cortesanas). Uno de los desarrollos más interesantes del género es la epístola en verso, cultivada por Horacio y otros poetas. En sus Heroidas, Ovidio ofrece 21 cartas de amor, puestas en boca de personajes femeninos célebres, como Safo, Penélope y Dido. Las cartas de Cicerón, sin ser la parte más importante de su obra, se consideran un testimonio de gran valor sobre la vida del autor y la cultura y manejos políticos de la Roma de su época. Destacan también las cartas del filósofo Séneca, de Plinio el Joven, de Marco Cornelio Frontón, de Quinto Aurelio Símaco y de los sofistas Luciano, Claudio Eliano y Filóstrato de Atenas.

Las cartas o epístolas de Pablo de Tarso y otros autores cumplen una función muy especial en el Nuevo Testamento, permitiéndonos conocer algunos de los conflictos y puntos de vista de los primeros núcleos cristianos. Algunas de ellas se consideran hoy apócrifas.[17]​ Lo mismo sucede con el epistolario de los primeros padres de la Iglesia, como Ignacio de Antioquía y Clemente de Roma.[17]

De la antigüedad tardía se conservan epistolarios de gran interés, tanto de autores paganos (Libanio, Juliano el Apóstata) como de padres de la Iglesia (Gregorio Nacianceno, Gregorio de Nisa, Juan Crisóstomo, Sinesio de Cirene, Teodoreto de Ciro).[18]

El estudio de los epistológrafos grecolatinos ha generado una bibliografía voluminosa, volcada en un primer momento hacia las cartas como material auxiliar para el estudio de otros géneros y materias. En los últimos años, la epistolografía ha comenzado a despertar interés por sí misma, como un género literario con valor propio.[19]

En la Edad Media, hay intercambios epistolares de justa fama, como los del filósofo Pedro Abelardo y su amante Eloísa.[20]​ La cultura bizantina produce también epistolarios de gran riqueza, como los de Eustacio de Tesalónica,[21]Juan Tzetzes y Miguel Psello.

Ya en el Renacimiento, Petrarca y Erasmo de Róterdam, entre otros, siguen cultivando con acierto el género. La correspondencia de Erasmo con Martín Lutero se considera un documento esencial para entender la Reforma Protestante. Erasmo y Juan Luis Vives escriben sendos manuales sobre el arte de escribir cartas, con el mismo título (De conscribendis epistolis, de 1522 y 1536, respectivamente).[22]

De 1519 es la carta de Rafael Sanzio al papa León X, cuando el pontífice le encargó un trabajo arquitectónico en el Vaticano, en la que manifiesta la tesis de la estética clásica del Renacimiento, y recalca la importancia de la conservación de las ruinas de la Antigüedad que se excavaban en Roma, por su valor para la Historia.[23]

En España, la epístola poética conoce un momento de esplendor en el Siglo de Oro, con creaciones como la Epístola a Boscán de Garcilaso de la Vega y la Epístola moral a Fabio de Andrés Fernández de Andrada.

Los autores ilustrados del siglo XVIII retoman con interés el género, utilizado por ejemplo por Voltaire (Cartas filosóficas, Cartas de Memmius), Montesquieu (Cartas persas), José Cadalso (Cartas marruecas), Juan Andrés (Cartas familiares) y el Padre Feijoo (Cartas eruditas y curiosas) A finales de siglo, Pierre Choderlos de Laclos publica Las amistades peligrosas, novela epistolar de enorme éxito.

La epistolografía sigue viva en el romanticismo, con creaciones como Cartas desde mi celda y Cartas literarias a una mujer, del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer. Se publican también en este período novelas epistolares célebres, como Las cuitas del joven Werther de Goethe, Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley y Drácula de Bram Stoker.

Los autores realistas recurren también a la novela epistolar, que les permite ahondar en la psicología de los personajes. Un ejemplo notable es la primera parte de Pepita Jiménez, de Juan Valera.

En las cartas de Van Gogh se encuentra el juicio del pintor sobre la pintura, sobre el papel del artista en el mundo moderno, sobre los cuadros que estudia y sobre sus dificultades e intenciones. Su epistolario supone una fuente histórico-artística privilegiada para el conocimiento de su obra y biografía.[24]

En el siglo XX, las cartas de Howard Phillips Lovecraft y J. R. R. Tolkien se consideran parte esencial de la obra de estos autores, pues iluminan muchos aspectos de su obra de ficción.[25][26]​ Algo similar puede decirse de poetas como los españoles Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre y el nicaragüense Rubén Darío. En su libro Las cartas boca arriba (1951), el poeta vasco Gabriel Celaya recupera la tradición de la carta en verso, de estirpe horaciana, relativamente abandonada en los tiempos modernos.



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