Fonda, en España, es un establecimiento de hostelería, más antiguo y de menor categoría que un hotel, donde se ofrecen hospedaje y comidas. Aunque como hospedería ha sido desplazada por las cadenas hoteleras y apartoteles, las fondas sobrevivientes siguen ofreciendo servicio, ligadas en muchas ocasiones a un pasado romántico sustentado en su abundante literatura desde la eclosión de los viajeros europeos románticos en España. Oficialmente, en algunas autonomías la fonda queda homologada como hostal, en tanto que en otras ha desaparecido su nombre/concepto de la reglamentación. En el lenguaje, periodístico, literario y popular, se convierte a menudo en sinónimo de mesón y posada.
Joan Corominas, en su Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, presenta fonda como sinónimo de posada, pero de etimología dudosa, con un posible origen en el francés de Oriente «fonde», que entre los siglos xii y xiv designaba el establecimiento público donde se hospedaban los mercaderes y se almacenaban y vendían sus mercancías. Señala la procedencia del término francés de la voz árabe «fúndaq».
Algunos diccionarios sugieren que el origen del término viene del árabe hispano «fondac» (que se usa aún en Marruecos como «fendeq») procedente del árabe «funduq»; y que todo ello se relaciona con el término griego para albergue: «πανδοχεῖον». Una etimología más completa –aunque no clara– sería: de «fondac», y este del árabe marroquí فندق («fendeq»), o del francés antiguo «fonde», a su vez del árabe clásico فندق («funduq»: albergue), este del griego antiguo πανδοχεῖον («pandojeĩon»), de πᾶς («pãs»: todos) y δέχομαι («déjomai»: recibir). Este recorrido etimológico coincide en parte con el de la alhóndiga («alfóndiga», de «al-fondaq») o almudín, términos para denominar en la península ibérica el antiguo almacén de granos y provisiones.
Tanto la etimología referida, como el momento de aparición del uso de fonda en España para designar algunos tipos de primitivos establecimiento hosteleros, llevan a algunos autores a considerar la implicación de los franceses viajeros en España en el siglo xix, y relacionar el concepto de fonda como galicismo. Así llegarían a desarrollarse a lo largo de ese siglo en las principales capitales españolas, con evocadores nombres como Fonda de París, Fonda Genieys o Fonda de San Luis, todas ellas en Madrid.
Numerosos documentos de la época glosan y denuncian el lamentable estado de la cultura del hospedaje en el Madrid de los Austrias y los Borbones. Así describía un viajero la Fontana de Oro, supuestamente una de las más lujosas de la capital del ‘imperio español’: «...las paredes estaban desnudas, el yeso se había caído a trozos y el suelo estaba cubierto de baldosines de color ladrillo, muchos rotos, otros incluso desaparecidos, los muebles consistían en una destartalada carriola, una mesa de madera en mal estado y un par de sillas de mimbre... y la única fuente de calor era un mísero brasero». La propia Fonda de París, en la Puerta del Sol, primer hotel internacional que tuvo Madrid, inaugurado en 1864 con capital y gestión de empresarios franceses, no era más que una modesta sombra de la hostelería europea.
Otro singular establecimiento madrileño del ramo fue la que Galdós llama Fonda Española de la calle de la Abada, en su episodio nacional dedicado a Montes de Oca, y que presenta así en el capítulo I de dicha novela histórica:
En 1854, Emil Adolf Rossmässler, botánico y malacólogo alemán, en su relato de los viajes que hizo por España, incluye una curiosa –y harto confusa– definición de los diversos tipos de hospedaje de la época:
Además de las abundantes páginas que los viajeros europeos dejaron sobre el tema específico de las fondas españolas, pueden citarse también las aportaciones de grandes escritores como Larra, “Clarín”, Galdós y “Azorín”, entre muchos otros.
Larra, en La fonda nueva,
se sirve de ese popular espacio para someter la España de su tiempo a un descarnado análisis:-Vamos a comer a la fonda.
-Gracias; mejor quiero no comer.
-Comeremos bien; iremos a Genieys: es la mejor fonda.
Y así continúa el crítico dando un buen repaso a una bastante completa y periodística relación de las fondas más conocidas de Madrid de mediado el siglo. Si Larra dejó este análisis inmobiliario de las fondas, Leopoldo Alas "Clarín", el autor de La Regenta, en su colección de Cuentos morales, hace un curioso repaso de los huéspedes de las fondas, con escenas dignas de Alfred Hitchcock, cuando en el relato El dúo de la tos, escribe: «Pasaron una, dos horas. De tarde en tarde hacia dentro, en las escaleras, en los pasillos, resonaban los pasos de un huésped trasnochador; por las rendijas de la puerta entraban en las lujosas celdas, horribles con su lujo uniforme y vulgar, rayos de luz que giraban y desaparecían. Dos o tres relojes de la ciudad cantaron la hora; solemnes campanadas precedidas de la tropa ligera de los cuartos, menos lúgubres y significativos. También en la fonda hubo reloj que repitió el alerta. Pasó media hora más. También lo dijeron los relojes».
También merece la pena la cita que Galdós le dedica a la “gastronomía de las fondas” en este pasaje de su conocida novela Fortunata y Jacinta:
Hay que incluir en esta selección a Azorín, al menos por el peso cuantitativo de las páginas dedicadas a las fondas, presentes ya en los titulares de uno de sus libros capitales, Castilla (1912), en el capítulo titulado «Ventas, posadas y fondas», cuya lectura puede arrojar tanta luz como confusión en el conflicto de diferenciar esos tres tipos de establecimientos hosteleros de la historia española.
La revolución industrial burguesa y la expansión del ferrocarril generaron en España a lo largo del siglo xx un nuevo modelo de fonda, la también conocida como fonda de comercio o fonda de viajantes. Estos establecimientos, que en ocasiones llegaron a tener categoría de auténticos hoteles (como muchas fondas de Cataluña), se instalaron siempre en las proximidades de las estaciones o de las de autobús (antiguos coches de postas, diligencias o coches de línea, como en el ejemplo patente de la Fonda Peninsulares de Madrid) y –en algunos casos– llegaron a tener una personal idiosincrasia.
Expresión asociada a la cultura del viajante de comercio que continua dando nombre a establecimientos, revistas de turismo o secciones en la prensa, programas de radio y televisión, etc.
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