Gaspar de Guzmán y Pimentel cumple los años el 6 de enero.
Gaspar de Guzmán y Pimentel nació el día 6 de enero de 1587.
La edad actual es 437 años. Gaspar de Guzmán y Pimentel cumplió 437 años el 6 de enero de este año.
Gaspar de Guzmán y Pimentel es del signo de Capricornio.
Gaspar de Guzmán y Pimentel nació en Roma.
Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, conocido como el conde-duque de Olivares (Roma, 6 de enero de 1587-Toro, 22 de julio de 1645), fue un noble y político español, iii conde de Olivares, i duque de Sanlúcar la Mayor, i marqués de Eliche, i conde de Arzarcóllar, i príncipe de Aracena y valido del rey Felipe IV de España.
Gaspar de Guzmán y Pimentel nació en Roma, donde su progenitor, Enrique de Guzmán, ii conde de Olivares, era embajador de España ante la Santa Sede.
Vivió en Italia hasta los doce años, pues su padre fue sucesivamente virrey del Sicilia y de Nápoles. Como tercer hijo de la Casa de Olivares, rama menor de la poderosa Casa de Medina Sidonia, se le destinó a la carrera eclesiástica. A los catorce años fue enviado a estudiar Derecho Canónico a la Universidad de Salamanca.
Sin embargo, las muertes sucesivas de sus dos hermanos mayores le convirtieron en heredero del título, de forma que tuvo que abandonar en 1604 los estudios para acompañar a su padre en la corte del rey Felipe III de España, donde este había sido nombrado miembro del Consejo de Estado y contador mayor de Cuentas.
Al morir su padre en 1607, heredó el mayorazgo de Olivares y se concentró en cortejar a su prima, Inés de Zúñiga y Velasco, con la que se casaría ese año, con la pretensión de obtener el título de grande de España, pues ella era hija del V conde de Monterrey. Ante el fracaso en esta pretensión, se retiró a Sevilla para administrar sus dominios, donde pasó ocho años y compró la jurisdicción de la villa de Bollullos de la Mitación.
Gaspar de Guzmán consiguió en 1615 que Francisco de Sandoval, duque de Lerma, lo nombrase gentilhombre de cámara del príncipe Felipe, futuro Felipe IV de España, con lo que regresó a la Corte.
Desde ese cargo intervino en las luchas de poder entre el valido del rey, el duque de Lerma, y su hijo, Cristóbal Gómez de Sandoval, duque de Uceda, apoyando a este último. A la caída de aquel, en 1618, Olivares se encontró formando parte de la facción ganadora. Desde ese papel, emprendió la creación de un polo de poder alternativo, apoyándose en su tío Baltasar de Zúñiga y Velasco, que había sido llamado a la corte en 1617 por el duque de Uceda, a sugerencia de Olivares.
Olivares, hombre inteligente y de gran influencia, supo hacerse con el favor del futuro Felipe IV de España, de forma que cuando accedió al trono en 1621, lo nombró favorito en lugar del duque de Uceda, triunfando la facción de Olivares. El 10 de abril de ese año, el rey concedió a Olivares el título de grande de España, utilizando la fórmula convencional «conde de Olivares, cubríos». Finalmente, se hizo cargo del gobierno como valido a la muerte de su tío en 1622.
En lo tocante a la política que habría de seguir en Nueva España, envió al marqués de Gelves, hombre ya viejo para la época pero acostumbrado a obedecer, para poner en práctica su proyecto reformista.
Desde 1622 sus cargos en la Corte fueron sumiller de Corps y caballerizo mayor, con los que se garantizaba el acceso constante a la persona del rey, tanto dentro de palacio como cuando salía de caza, e incluso con la obligación de dormir en sus aposentos. Desde 1636 también fue camarero mayor. Aparte de otras dignidades y oficios, llegó a ser comendador mayor de la Orden de Alcántara, alcaide del Real Alcázar de Sevilla, Gran canciller de las Indias, general de la Caballería española, tesorero general de la Corona de Aragón y teniente general. Tuvo asiento en las Cortes de Castilla.
Una vez instalado en el poder el conde de Olivares inició una actividad política frenética. En el interior trató de llevar a cabo un amplio programa de reformas, mientras que en el exterior tuvo que hacer frente a una serie de compromisos bélicos ocasionados por la reanudación de la guerra con Holanda, el apoyo a los Habsburgo austriacos y la enemistad de Francia, dirigida por el cardenal Richelieu.
Entre las reformas internas, llevó a cabo una campaña contra la venalidad y corrupción del anterior reinado, eliminando de la corte a los miembros de las facciones de Lerma y Uceda y condenando los abusos del reinado anterior con castigos ejemplares. Sin embargo, para afianzar su poder, situó en puestos clave a sus propios parientes, amigos y clientes, y acumuló para su casa títulos, rentas y propiedades.
Sustituyó también el tradicional sistema de consejos por una serie de juntas, que abarcaban diversos ramos de la administración pública (Armada, Sal y Minas, Obras y Bosques, Limpieza y Población), o que cumplían otras funciones como la Junta de Reformación, que velaba por la moralidad de la Corte, o la Junta de Ejecución, organismo ejecutivo para la rápida toma de decisiones.
También trató de implantar una serie de medidas económicas de corte mercantilista, como incentivos a las manufacturas de lana y seda, fomento del comercio y medidas proteccionistas pero que no llegaron a cuajar ante la falta de vigor y constancia. Sin embargo, los proyectos más ambiciosos se referían a la Hacienda y consistieron en la supresión del impuesto de los millones, la creación de unos erarios estatales para la financiación de las obras públicas y el fin de las acuñaciones masivas del reinado anterior, a fin de contener la inflación. No obstante, todas las reformas se estrellaron siempre con el hecho fundamental de la ruina de la economía de los reinos de la monarquía y la pérdida de crédito internacional.
Olivares se preocupó de lo que le pareció el problema fundamental de la Monarquía Hispánica, consistente en la diversidad de prerrogativas reales en cada uno de los reinos de la monarquía, aceptación de la diversidad de normas y costumbres locales que era una constante en la política borgoñona. El programa político de Olivares quedó recogido en el que fue conocido posteriormente como Gran Memorial que presentó al rey en 1624 y cuyo contenido se basaba en dos conceptos principales: reputación y reforma.
En el mismo, se sugirió una solución diametralmente opuesta a las que habían ensayado anteriores soberanos, introduciendo la uniformidad legal en los diversos reinos. Para ello, propuso un plan de reformas encaminadas a reforzar el poder real y la unidad de los territorios que dominaba, con vistas a un mejor aprovechamiento de los recursos al servicio de la política exterior. En su opinión, la eficacia de la maquinaria bélica de la Monarquía, sostén de su hegemonía en Europa, dependía de la capacidad para movilizar los recursos de sus reinos, lo cual requería una administración más ejecutiva y centralizada. Esto es lo que se llamó la Unión de Armas, proyecto para incrementar el compromiso de todos los reinos de España para compartir con la Corona de Castilla las cargas humanas y financieras del esfuerzo bélico. De esta forma, se preveía la creación de una reserva común de 140 000 hombres, aportados proporcionalmente a su población por todos los reinos de la monarquía. Esta medida fue interpretada por los territorios de la Corona de Aragón (Reino de Aragón, Principado de Cataluña, Reino de Valencia y Reino de Mallorca) como un peldaño más en la erosión de sus libertades y en su sumisión a una monarquía que iba basculando hacia el absolutismo.[cita requerida]
En el exterior, aunque Olivares dejó a un lado las campañas imperialistas y agresivas, se concentró en la defensa de lo heredado del siglo anterior.
Los Países Bajos y Alemania fueron los escenarios donde se llevó a cabo esta lucha por la supervivencia. La lucha ya había comenzado en Alemania en 1618, con el desencadenamiento de la guerra de los Treinta Años (1618-1648). Los Habsburgo españoles no participaron directamente, sino que enviaron dinero y hombres a sus parientes austriacos. Estas tropas colaboraron en el aplastamiento de la rebelión en Bohemia y, simultáneamente, se invadió el Bajo Palatinado. La rebelión de los católicos de la Valtelina contra sus señores protestantes de la Liga Grisona permitió estacionar tropas españolas en el valle y proteger el camino español entre Génova y los Países Bajos, operación refrendada por el tratado de Monzón en 1626.
Con respecto a Holanda, se reanudaron las hostilidades con las Provincias Unidas de los Países Bajos al no prorrogarse la Tregua de los Doce Años, considerada ruinosa por la corte hispánica. Al principio tuvo algunas victorias, como la de Fleurus (1622) o la rendición de Breda (1625).
Sin embargo, las guerras provocaron un endeudamiento creciente por falta de nuevos recursos financieros, hasta llegar a la bancarrota de 1627.
Desde entonces, las derrotas militares se sucedieron, abriendo camino a la decadencia del poderío de los Habsburgo españoles en Europa.
La monarquía había perdido las buenas relaciones con la Inglaterra de los Estuardo, al fracasar las negociaciones para casar a la infanta María Ana con el príncipe de Gales.
En Flandes se perdieron Bolduque (1629), Maastricht (1632) y Breda (1637), y la flota española fue derrotada por la holandesa en la batalla de las Dunas (1639).
En Italia, la segunda guerra de sucesión de Mantua se había resuelto con la anexión por parte de Francia del Marquesado de Montferrato, mediante el tratado de Cherasco en 1631, perdiéndose definitivamente la Valtelina en 1639.
En el Imperio, la resonante victoria española de Nördlingen de 1634, en la que el cardenal-infante Fernando de Austria arrolló al ejército de Gustaf Horn y Bernardo de Sajonia-Weimar, dio paso a la irrupción de Francia en la guerra, que entraba así en su fase decisiva.
Tras la victoria de Breda, en 1637, Olivares escribió al rey un memorial para defenderse, conocido como Reformación en tiempo de guerra, siendo ya un secreto a voces las conspiraciones de los enemigos del valido. En aquel documento, Olivares justificaba su gestión y se exculpaba de los problemas que acuciaban al país, alegando que las decisiones que había tomado en sus, por entonces, 15 años de gobierno, habían sido absolutamente necesarias. Además, explicaba al monarca cómo funcionaban y qué tramaban los grupos opositores. Con su política autoritaria, el valido se había granjeado la animadversión de buena parte de la Iglesia y de la nobleza, que se sentía ultrajada por un noble de rango inferior, ya que en aquel momento aún no era grande de España. Una y otra vez veían su poder mermado y sus posesiones amenazadas porque el conde se había propuesto acabar con sus privilegios con el fin de reforzar la autoridad del rey.
El conde-duque de Olivares protagonizó en el periodo 1627-1635 un último intento de imponer sus reformas por la vía autoritaria.
La política unificadora seguía siendo la única posibilidad de salvación para la monarquía, pues era preciso que los demás reinos contribuyesen a las cargas militares que Castilla sola ya no podía sostener.
Sin embargo, las resistencias fueron aún mayores y, unidas a las derrotas militares, minaron el prestigio del valido.
Tras un primer sobresalto con el motín de la Sal de Vizcaya (1630-1631), el descontento en el interior de los reinos peninsulares estalló por fin en 1640.
La ocupación francesa de Salses, en el Rosellón, con lo que la guerra llegaba a Cataluña, fue el pretexto hallado por Olivares para imponer la Unión de Armas. Sin embargo, el sistema de reclutamiento fue declarado contrario a las constituciones catalanas por la Diputación catalana, y los disturbios surgidos a raíz de la obligación de alojar las tropas terminaron creando un clima de tensión que desembocó en el trágico Corpus de Sangre (junio de 1640) y la sublevación catalana, que no fue sofocada hasta 1652.
Del mismo modo, meses más tarde, y por razones similares (esta vez las tropas eran para sofocar el levantamiento en Cataluña), se produjo la insurrección de Portugal en diciembre de 1640, que condujo a su independencia y el fin de la unión dinástica con el resto de reinos hispánicos. A las derrotas castellanas en Montjuic (junio de 1641) y Lérida (octubre de 1642) se unió la conspiración del duque de Medina Sidonia (en el verano de 1641), con lo que Olivares perdió finalmente todo su crédito político y fue desterrado el 23 de enero de 1643, en lo que influyó la nobleza, que transmitió al monarca la noticia de que el de Olivares se hacía pagar con favores de mujeres los cargos y prebendas públicas que otorgaba.
Primero se retiró a su señorío de Loeches, en las inmediaciones de Madrid. Incluso entonces, los detractores del antiguo valido siguieron formulando acusaciones contra él, hasta que consiguieron que el rey lo desterrara más lejos, a la ciudad de Toro, en 1643, y que fuera procesado por la Inquisición en 1644.
Allí murió en 1645 y está sepultado en el monasterio de la Inmaculada Concepción, fundado por él en Loeches.
El autoritarismo del conde-duque de Olivares no había sido bien recibido por los súbditos de la monarquía, incluso si tal autoritarismo era la consecuencia de la convicción de que la supervivencia de la monarquía requería la movilización para la guerra de todos los recursos humanos y tributarios disponibles.
La caída de Olivares no supuso, sin embargo, ningún cataclismo. Felipe IV había gobernado veintidós años con el conde-duque y gobernó otros tantos sin él.
No obstante, la caída de Olivares hizo salir definitivamente a la luz dos hechos que ningún soberano de la casa de Habsburgo podría cambiar. Por un lado, la hegemonía española entre las potencias europeas estaba a punto de pasar a Francia. Por otro, la corona había visto fracasar sus esfuerzos por reformar el ordenamiento administrativo, constitucional y económico, en su pretensión de encarar favorablemente los cambios que estaba experimentando Europa. Sus esfuerzos resultaron aún más baldíos por cuanto la sociedad española, al igual que sus coetáneas europeas, era instintivamente reticente a todo cuanto significase «novedad».
Hasta el advenimiento de una nueva dinastía, ningún ministro se atrevería a impulsar unas reformas tan radicales como las propugnadas por Olivares. Debido a su fracaso, el conde-duque había desacreditado muchos de los aspectos de la política con la que se le asoció. Sin embargo, sus medidas reformistas, desde sus planes de repoblación hasta los de reforma fiscal, reaparecieron de una forma u otra durante el gran movimiento del Reformismo borbónico del siglo XVIII.
Olivares es hoy recordado acaso más por su presencia en las artes que por su faceta política. Apoyó al joven pintor Velázquez, de orígenes andaluces como él, en su acceso a la corte de Madrid. Velázquez pintó diversos retratos de Olivares, como el ecuestre del Museo del Prado y varios de cuerpo entero conservados en diversos países. Una efigie de Olivares, basada en un retrato de Velázquez y realzada con una orla por Rubens, fue grabada por Paulus Pontius.
Por otro lado, los historiadores[¿quién?] dicen que fue Olivares, y no el rey Felipe IV de España, quien impulsó la construcción del Palacio del Buen Retiro de Madrid, un amplio proyecto que revolucionó el ámbito de la pintura en la ciudad, gracias a los encargos y compras masivas que se efectuaron para decorar este nuevo palacio. Se dice que Olivares propuso la gran obra para distraer al rey y gozar de mayor libertad en sus tareas de gobierno.
Sea como fuere, el recinto, ahora ocupado en parte por el actual parque del Retiro se creó sobre la finca que el conde-duque regaló a Felipe IV y que llegó originalmente hasta el actual paseo del Prado y la actual plaza de Cibeles.
Gaspar de Guzmán y Pimentel contrajo matrimonio con Inés de Zúñiga y Velasco (1584-1647) y tuvieron como hija a:
Olivares tuvo un hijo de su relación en 1612 con una dama de la corte:
El iii conde de Olivares empezó a llamarse conde-duque de Olivares desde que se le concedió el Ducado de Sanlúcar en 1625. A su muerte, el título de conde de Olivares fue desglosado del de duque de Sanlúcar. Por Real Orden de 1882 se declaró que el condado de Olivares se entiende con la denominación de condado-ducado de Olivares.
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