La Corona de Aragón (en aragonés: Corona d'Aragón; en catalán: Corona d'Aragó; conocida también por otros nombres alternativos) englobaba al conjunto de territorios que estuvieron bajo la jurisdicción del rey de Aragón, de 1164 a 1707. El 13 de noviembre de 1137, Ramiro II el Monje, rey de Aragón, en la conocida como renuncia de Zaragoza, depositó en su yerno Ramón Berenguer el reino (aunque no la dignidad de rey), quien firmó en adelante como Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón. Petronila tomó el título de "Reina de Aragón" y Ramón Berenguer, el de príncipe y dominador de Aragón. Según algunos historiadores modernos, el matrimonio se hizo bajo la forma de Matrimonio en Casa (esto supone que, al no haber descendiente varón, el esposo cumple la función de gobierno, pero no la de cabeza de la casa, que solo se otorgará al heredero), aunque no existe consenso historiográfico al respecto. En 1164, Alfonso II de Aragón heredaría el patrimonio conjunto.
Más tarde, por conquistas de nuevos territorios y matrimonio, esta unión del Reino de Aragón y el Condado de Barcelona bajo una misma corona (la llamada «Corona de Aragón») ampliaría sus territorios hasta incluir otros dominios: fundamentalmente los reinos de Mallorca, Valencia, Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles, así como los ducados de Atenas (de 1331 a 1388) y Neopatria (entre 1319 y 1390).
Con la boda de los Reyes Católicos en 1469, se inicia el proceso de convergencia con la Corona de Castilla, formando la base de lo que luego se convertiría en la Monarquía Católica, aunque los distintos reinos conservarían sus sistemas legales y características. Con los Decretos de Nueva Planta de 1705-1716, Felipe V elimina finalmente la mayor parte de estos privilegios y fueros.
Algunos historiadores actuales se suelen referir a los monarcas por su alias y no por su numeración, debido a que algunos de ellos tenían una numeración diferente según el territorio al que se hace referencia. Por ejemplo, "Pedro el Católico" en lugar de "Pedro II de Aragón".
El nombre de «Corona de Aragón» se aplica en la historiografía actual a partir de la unión dinástica entre el Reino de Aragón y el Condado de Barcelona, aunque no se utilizó históricamente hasta el reinado de Jaime II el Justo a finales del siglo XIII, y entre el siglo XII y el XIV la expresión más extendida para referirse a los dominios del rey de Aragón fue la de «Casal d'Aragó».
Entre los siglos XIII y XV, el conjunto de las posesiones del rey era designado con variados nombres como «Corona regni Aragonum» (Corona del reino de Aragón), «Corona Regum Aragoniae» (Corona de los Reyes de Aragón), «Corona Aragonum» (Corona de Aragón) o «Corona Regia», y Lalinde Abadía señala que no hay muchas más razones para hablar de «Corona de Aragón» que para hacerlo de la «Corona del Reino de Aragón» u otras denominaciones cuyo elemento común es ser el conjunto de tierras y gentes que estaban sometidas a la jurisdicción del Rey de Aragón. Otros nombres de fines del siglo XIII son «Corona Real», «Patrimonio Real» y excepcionalmente, y en el contexto del Privilegio de anexión de Mallorca a la Corona de Aragón, de 1286, aparece la expresión «regno, dominio et corona Aragonum et Catalonie» (Reino, dominio y corona de Aragón y Cataluña -haciendo alusión al Reino de Aragón y los Condados catalanes integrados dentro de la Corona de Aragón) , si bien solo cinco años más tarde, en 1291, en la renovación de estos privilegios, ya se habla de «Reinos de Aragón, Valencia y condado de Barcelona». A partir del siglo XVIII se usa más el término «Corona de Aragón», «Reinos de Aragón» o simplemente «Aragón».
Por otra parte, existe un sector de la historiografía que considera la estructura territorial de la Corona de Aragón equivalente a la de una confederación actual. Sin embargo, esta concepción es discutida, pues aplica conceptos políticos actuales a estructuras políticas de la Edad Media. Otro punto de disputa es referirse a la Corona de Aragón como corona catalano-aragonesa, puesto que esta denominación fue establecida en el siglo XIX y surge a partir de la renaixença, en obras como la monografía de Antonio de Bofarull, La confederación catalano-aragonesa (Barcelona, Luis Tasso, 1872). Por último, cabe señalar que el propio término Corona de Aragón, a pesar de su mayor arraigo y amplio uso en la historiografía actual en castellano, tampoco se encuentra libre de polémica entre especialistas.
La formación de la Corona tiene su origen en la unión dinástica entre el reino de Aragón y el condado de Barcelona.
Tras la muerte sin descendencia de Alfonso el Batallador el año 1134, durante el sitio de Fraga, su testamento cedía sus reinos a las órdenes militares del Santo Sepulcro, del Hospital de Jerusalén y de los templarios. Ante este hecho insólito, los habitantes de Navarra, que en aquel momento formaba parte de las posesiones del rey de Aragón, proclamaron rey a García V Ramírez y se separaron definitivamente de Aragón. En este contexto, los nobles aragoneses tampoco aceptaron el testamento y nombraron nuevo rey a Ramiro II el Monje, hermano de Alfonso y que era entonces obispo de Roda-Barbastro. Ante esta situación, Alfonso VII de León aprovechó para reclamar derechos sucesorios sobre el trono de Aragón, mientras que García V manifestaba sus aspiraciones y el Papa exigía el cumplimiento del testamento.
Las pretensiones de León creaban un problema para el conde de Barcelona, Ramón Berenguer, pues coincidían con la rivalidad entre el condado y el reino de Aragón por la conquista de las tierras musulmanas de la taifa de Lérida. El rey Alfonso VII dejó claras sus intenciones cuando en diciembre de 1134 penetró con una audaz expedición en Zaragoza e hizo huir a Ramiro. Sin embargo, esos hechos no acabaron siendo favorables a las aspiraciones del rey leonés, quien finalmente habría de renunciar a sus pretensiones sobre el reino aragonés. Por su parte, Ramiro II, a pesar de su condición de eclesiástico, se casó con Inés de Poitiers, matrimonio del que tuvieron una hija, Petronila, en 1136. Ello obligaba a planear el futuro matrimonio de la niña, lo que suponía elegir entre la dinastía castellana o la barcelonesa.
El condado de Barcelona, en aquella época, estaba en manos de Ramón Berenguer IV. Anteriormente, ya había consolidado su supremacía sobre otros condados catalanes como Osona, Gerona o Besalú. Al mismo tiempo, se había puesto de manifiesto la potencia de la flota barcelonesa, con hechos como la conquista momentánea de Mallorca (1114) o las expediciones llevadas a cabo por los condes barceloneses en tierras moras de Valencia, aunque fueron frustradas sus intenciones por la intervención de Castilla, personificada por Alfonso VI y el Cid (derrota de Berenguer Ramón el Fratricida en la batalla de Tévar). Al mismo tiempo, se iniciaba una política de alianzas ultrapirenaicas que culminarían en la unión de Barcelona y Provenza por el casamiento de Ramón Berenguer III con Dulce de Provenza.
Alfonso VII presentó la candidatura de su hijo Sancho, futuro Sancho III de Castilla, pero la nobleza aragonesa acabó eligiendo a la Casa de Barcelona, con la que se negociaron detalladamente los términos del acuerdo, por los cuales Ramón Berenguer IV recibiría el título de "príncipe" y "dominador" de Aragón. Se especificaba que si muriese la reina Petronila antes que Berenguer, el reino no quedaría en manos del conde hasta después de la muerte de Ramiro. Además, el Reino sí iría a manos de Berenguer si Petronila moría sin descendencia, o tenía sólo hijas, o hijos varones pero estos morían sin descendencia.
Ramón Berenguer pacta con el rey aragonés Ramiro: Y yo el rey Ramiro sea rey, señor y padre en mi reino de Aragón y en todos tus condados mientras me plazca, entregando a la Corona de Aragón todos sus dominios como "dominador" o princeps
para ejercer la potestas real, pero no cedió ni el título de Rey ni la dignidad ni el apellido o linaje.La capacidad de Ramón Berenguer para ejercer la potestas real en Aragón se muestra en hechos como que es al conde de Barcelona (venerande Barchinonensium comes), como gobernante de Aragón,
a quien los Caballeros del Santo Sepulcro, los Hospitalarios y los Templarios hacen concesión de sus derechos como herederos del rey Alfonso de acuerdo a su testamento, reconociéndole así como soberano en ejercicio sobre los territorios aragoneses. En 1164, el hijo de Ramón Berenguer y Petronila, Alfonso II de Aragón, se convertiría en el primer rey de la Corona y tanto él, como sus sucesores, heredarían los títulos de "rey de Aragón" y de "conde de Barcelona".
La entidad resultante fue una mera unión dinástica, pues ambos territorios mantuvieron sus usos, costumbres y moneda, y a partir del siglo XIV fueron desarrollando instituciones políticas propias. Del mismo modo, los territorios anexionados posteriormente por la política expansionista de la Corona, crearían y mantendrían separadas sus propias instituciones.Jerónimo Zurita, de 1580, Anales de la Corona de Aragón contribuye decisivamente a la difusión de esta denominación, que se impondrá a partir del siglo XVI. El término «Corona de Aragón» obedece a la preeminencia del título principal de dignidad con el que se conocía el conjunto de territorios, reconocida ya por Pedro IV el Ceremonioso: «los reyes de Aragón están obligados a recibir la unción en la ciudad de Zaragoza, que es la cabeza del Reino de Aragón, el cual reino es nuestra principal designación y título». Así pues, aparte de la figura común del monarca, las diversas entidades políticas que componían la Corona mantuvieron siempre su respectiva independencia administrativa, económica y jurídica.
La obra deLos territorios que pasaron a formar parte de la Corona de Aragón fueron los siguientes:
En cuanto al estatus jurídico, las nuevas adquisiciones de Ramón Berenguer IV (Daroca, Monreal del Campo, Montalbán) y Alfonso II (Teruel, Alcañiz) en los territorios aragoneses al sur de Zaragoza, que ya habían sido sometidos y después perdidos por Alfonso I el Batallador, fueron incorporados sin solución de continuidad al reino de Aragón y a sus usos y costumbres, obteniendo fueros y cartas de población heredadas de las de Jaca y Zaragoza.
Por lo que respecta a los condados independientes: Urgel, los Condados de Pallars (que carecían de frontera con el condado de Barcelona, separado de este casal por el poderoso condado de Urgel y estaba compuesto por el Pallars Sobirá o Alto Pallars y el Pallars Jussá o Bajo Pallars), Rosellón y Condado de Ampurias, cada uno se fue incorporando a la Corona de diversos modos desde la segunda mitad del siglo XII hasta el siglo XIV. Algunos, como el de Urgel, mantuvo hasta 1314 una dinastía condal independiente, aunque desde el siglo XIII estuvo ligado por vínculos vasalláticos al rey de Aragón.
Durante el gobierno de Ramón Berenguer IV y Petronila, fueron conquistadas las ciudades de Tortosa, Lérida, Fraga, Mequinenza, además de la sierra de Prades, Siurana, Miravet...
También durante el gobierno de Ramón Berenguer IV, la sede episcopal de Tarragona recupera en 1154 la categoría de sede metropolitana, desvinculándose así de la sede de Narbona. Quedan como sus obispados sufragáneos las sedes del condado de Barcelona, del condado de Urgel y del valle del Ebro hasta Calahorra y Pamplona. Este es, según Ubieto, un elemento clave en la formación de una identidad política.
Bajo el reinado de Alfonso II de Aragón, fueron conquistadas más tierras hacia el sur llegando hasta Teruel, y con los tratados de Tudilén (1151) y Cazora (1179), la Corona fijaba su línea de expansión peninsular sobre los reinos musulmanes de Valencia y Denia.
Para consolidar su monarquía, Pedro II de Aragón había comparecido ante el papa Inocencio III en 1205 con objeto de infeudar Aragón al papado. Sin embargo, poco después el rey aragonés se enfrentó a los intereses de Roma al defender a sus vasallos de allende los Pirineos ante la cruzada contra los cátaros fomentada por la Santa Sede. La derrota de Pedro II en 1213 en la batalla de Muret obligó a la Corona a renunciar a sus intereses ultrapirenaicos y dirigir su energía expansiva hacia el Mediterráneo y el Levante.
Durante el reinado de Jaime I, tuvo lugar la conquista de Mallorca y del reino de Valencia, durante la primera mitad del siglo XIII. Culminada la conquista del antiguo reino de Denia hasta Biar, límite acordado en el tratado de Cazola, las tierras levantinas no fueron incorporadas a Cataluña o Aragón, sino que constituyeron un nuevo reino, el de Valencia, que adquiriría Cortes, fueros y moneda propia, el dinero de Valencia; y ejército integrado por milicias. Mantendría una dualidad lingüística entre los territorios más cercanos a la costa (habla catalana en su variante valenciana) y los del interior (habla aragonesa en su variante valenciana). El proceso de poblamiento del Reino de Valencia fue un proceso largo que no acabará hasta el siglo XVII, tras la expulsión de los moriscos. La población del Reino de Valencia, desde el principio, era de origen diverso (catalanes, aragoneses, navarros, occitanos...) pero predominaba la de origen catalán, que inicialmente contó con 1018 casas por 597 de los aragoneses, y con la expulsión de los moriscos el elemento catalanohablante todavía se fortaleció más. Asimismo, tras la muerte del Conquistador, su testamento daría lugar al reino de Mallorca, que heredaba su hijo Jaime y que incluía las islas Baleares, los condados de Rosellón y Cerdaña y el señorío de Montpellier. Este reino de Mallorca resultaría políticamente muy inestable y sería finalmente anexionado nueva y definitivamente a la Corona por Pedro el Ceremonioso.
Desde finales del siglo XIII se inicia también la expansión de la Corona por el Mediterráneo. Jaime II retuvo el dominio conseguido por Pedro III de Aragón de la corona de Sicilia, aunque hasta el siglo XV se mantendría bajo el dominio de una rama secundaria de la dinastía. También Jaime II recibió la investidura de Cerdeña, que conquistaría en 1324 y supondría un duro esfuerzo de dominio durante los años siguientes. Asimismo, prolongó hacia el sur los límites del reino de Valencia, que mediante la Sentencia Arbitral de Torrellas (1304) alcanzarían los límites definitivos.
Se crea el Llibre del Consolat de Mar (El consulado del mar), un código de costumbres marítimas. Además, se fundan diversas compañías marítimas, como la Magnas Societas Cathalanorum (Gran Compañía Catalana), gracias a la cual en 1380 se conquistarían territorios como los ducados de Atenas y Neopatria, quedando bajo la soberanía de Pedro el Ceremonioso. De esta manera, la enseña de las cuatro barras de Aragón ondeó durante casi un siglo en la Acrópolis de Atenas.
Durante este momento histórico de gran expansión territorial e influencia política, la Corona de Aragón se dota de una estructura burocrática y administrativa, la cancillería real, que adquirió su plenitud a partir de Pedro el Ceremonioso, que la reformó y estructuró rígidamente, incorporando entre otros escribanos, secretarios y protonotarios y fijando estrictamente sus funciones. Sobre ella recaía la responsabilidad de elaborar la correspondencia del rey y la de su consejo tanto en lo referido a política interior como a la internacional así como conservar las correspondientes copias en el archivo real, el cual ha llegado prácticamente íntegro hasta nuestros días, de forma que constituye uno de los fondos documentales medievales más importantes del mundo.
Todos los integrantes de la cancillería debían ser sumamente diestros en la elaboración de textos en latín, catalán y aragonés, lenguas de trabajo de la cancillería, que en términos modernos denominaríamos oficiales. El origen de la actual extensión del catalán se encuentra en la Corona de Aragón, donde el catalán era el idioma dominante y más hablado, ya que lo hablaba el 80% de la población [cita requerida]. Este dominio conjunto de las lenguas vulgares y de la culta tuvo diversos efectos de gran trascendencia para la historia del aragonés y el catalán:
La sede de la coronación era la Seo de Zaragoza desde Pedro II (siglo XII). Las Cortes generales se reunieron casi siempre en Monzón (siglos XIII-XVI) el resto de ocasiones tuvieron lugar en Fraga, Zaragoza, Calatayud y Tarazona. La sede de la cancillería (siglos XIII-XV) fue Barcelona y Nápoles lo fue durante el reinado de Alfonso V. En un periodo comprendido entre el final del reinado de Martín el Humano y el inicio del de Alfonso V, se considera que la capital de facto de la Corona de Aragón fue Valencia. Por otro lado, el Archivo General de la Corona de Aragón, el cual era el depósito oficial de documentación real de la Corona desde el reinado de Alfonso II (siglo XII), se encontró en primer lugar en el monasterio de Sigena hasta el año 1301 y después ya definitivamente en Barcelona. El historiador Domingo Buesa señala a Zaragoza como la capital permanente de facto política, aunque no así en otros ámbitos como lo económico o administrativo.
Los reyes de la Corona se enterraron principalmente en el monasterio de Poblet. Otros lugares fueron el monasterio de Santes Creus, el monasterio de Sigena, el convento de San Francisco de Barcelona, la catedral de Lérida y la catedral de Granada (Fernando el Católico, último rey exclusivo de Aragón antes de la unión con Castilla).
Tras la muerte de Martín el Humano en 1410, la Corona se vio abocada a un periodo de interregno, pues falleció sin haber nombrado sucesor. En ese contexto aparecieron seis candidatos al trono: el infante Fadrique de Luna, Alfonso de Aragón el Viejo (y a su muerte su hermano, Juan de Prades), Luis de Anjou, Jaime de Urgel y Fernando de Antequera, cuyas aspiraciones al trono se dilucidaron mediante el Compromiso de Caspe. La dificultad de las instancias dirigentes de Aragón, Cataluña y Valencia para ponerse de acuerdo evidenció una grave división en el seno de la Corona, que evolucionaría de manera favorable a Fernando de Antequera, de la dinastía castellana de los Trastámara. Ayudó a la resolución jurídica y no bélica la actuación del papa Benedicto XIII, que en pleno Cisma de Occidente, optó por promover un consenso en el que un grupo limitado de juristas y expertos en cuestiones de Estado reconocidos por su integridad ética dilucidaran qué pretendiente tenía más derechos al trono. De este modo en 1412, Fernando fue nombrado monarca de la Corona. La nueva dinastía persistiría en la política expansionista, de manera que su sucesor, Alfonso V, conquistaría el reino de Nápoles en 1443.
El aumento del patrimonio de la Corona aragonesa propiciaba ausencias cada vez más prolongadas del monarca en los distintos reinos de la Corona, lo que aumentaba la debilidad de la Corona y dificultaba las relaciones con los súbditos. De este modo se creó la figura del lugarteniente, como alter ego del monarca, un cargo temporal para guardar las ausencias del monarca, que no se suponían permanentes.
Estos lugartenientes no solo pertenecían a la familia de sangre sino también la familia doméstica vinculada a la familia del rey. En 1460, las Cortes de Fraga registraron la jura del nuevo rey Juan II y una declaración de que los reinos de Cerdeña y Sicilia estarían en unidad perpetua e indivisible en la Corona de Aragón, pero gobernados de forma particular; y en 1503 Fernando II adquirió el reino de Nápoles. Los reinos de Sicilia, Nápoles y Cerdeña se configuraron como estados singulares de la Corona de Aragón, con la presencia de un virrey con las facultades regias, de modo que disponían una casa real (vice casa) y podía presidir los Parlamentos, lo que no podían hacer los lugartenientes en los reinos de la península ibérica, lo que significaba que el virreinato en los reinos italianos era una figura para cubrir la ausencia permanente del rey, recreando una presencia permanente por medio del virrey.
La boda entre Fernando el Católico e Isabel la Católica, celebrada en 1469 en Valladolid, y la alianza consiguiente permitió que los castellanos apoyasen la línea expansionista de Aragón en el Mediterráneo, al tener una política exterior común. A pesar del matrimonio de los Reyes Católicos de 1469, ambos reinos conservaron en su mayor parte sus instituciones políticas y se mantuvieron las cortes, las leyes, las administraciones públicas y la moneda, aunque unificaron la política exterior, la hacienda real y el ejército. Reservaron para la Corona los temas políticos, y actuaron conjuntamente en política interior. La unión efectiva de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra se hizo bajo el reinado de Carlos I, que fue el primero en adoptar, junto a su madre Juana, el título abreviado de Rey de las Españas y de las Indias.
La integración de los territorios de la Corona de Aragón en la Monarquía Hispánica de la Casa de Austria estuvo marcada por el poder hegemónico de Castilla en el interior de la Corona. Su articulación tuvo lugar fundamentalmente por medio de dos instituciones: el Consejo de Aragón y el virrey. El Consejo Supremo de Aragón era un órgano consultivo de la corona creado en 1494, a raíz de una reforma en la Cancillería Real realizada por Fernando el Católico, que desde 1522 estaría integrada por un vicecanciller y seis regentes, dos para el reino de Aragón, dos para el reino de Valencia y dos para el Principado de Cataluña, Mallorca y Cerdeña. Por su parte, los virreyes asumieron funciones militares, administrativas, judiciales y financieras.
Los conflictos se sucedieron a lo largo de los siglos modernos, hasta la Guerra de Sucesión. En 1521 tenían lugar las Germanías, un movimiento surgido en Valencia entre la incipiente burguesía, que se extendió hasta 1523. En Mallorca tuvo lugar en los mismos años otro movimiento similar, dirigido por Joanot Colom. La derrota final de los agermanados supuso una fuerte represión y la reafirmación del dominio señorial. Ya durante el reinado de Felipe II, tuvo lugar la prohibición a los súbditos de la Corona de Aragón de estudiar en el extranjero, frente al riesgo de contagio calvinista (1568). Asimismo, en 1569, todos los diputados de la Diputación del General eran encarcelados bajo la acusación de herejía, en el marco de la disputa por el pago del impuesto del excusado.
En 1591, tuvieron lugar las Alteraciones de Aragón, producidas cuando el ex secretario del rey, Antonio Pérez, condenado por la muerte del secretario de don Juan de Austria, se refugió en Aragón acogiéndose al Privilegio de Manifestación ante lo que el monarca, por su parte, utilizó la jurisdicción del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición para apresarlo en la Aljafería, que fue asaltada por milicias zaragozanas, lo que provocó un enfrentamiento entre tropas armadas por la Generalidad y encabezadas por el Justicia Mayor, Juan V de Lanuza, y los Tercios reales. Finalmente, tras la victoria del rey, se hizo ejecutar al Justicia Mayor de Aragón y se convocaron cortes en Tarazona en 1592 que recortaron seriamente los privilegios aragoneses, suprimiendo la competencia de Defensa y Guarda del Reino que tenía la Diputación e impidiendo que pudiera disponer de la recaudación obtenida del impuesto de Generalidades para convocar un ejército propio, con un «reparo» (reforma) que perseguía evitar que la Diputación del General excediera las competencias fiscales para las que había sido creada.
Durante el siglo XVII, las tensiones fueron bastante mayores. Las necesidades financieras de los monarcas les condujeron a intentar aumentar por todos los medios la presión fiscal sobre los territorios de la Corona de Aragón, cuyos fueros disponían importantes restricciones a las necesidades recaudatorias de la Monarquía Hispánica. Tras entrar en guerra la corona con Francia en 1635, el despliegue de los tercios sobre Cataluña generó graves conflictos que desencadenaron la Guerra de los Segadores en 1640. Así, la Diputación del General, planteando primero la formación de una República catalana, acabó por reconocer a Luis XIII de Francia como conde de Barcelona. El conflicto fue finalmente superado con la Paz de los Pirineos (1659), por la cual el Condado de Rosellón y la mitad norte del Condado de Cerdaña pasaban para siempre a dominio francés, y España retenía la región de la baja Cerdaña. A finales del siglo, en 1693 estallaría también en Valencia la Segunda Germanía, un alzamiento campesino y antiseñorial, en torno a la partición de las cosechas.
A pesar de la gravedad del conflicto de los Segadores, Cataluña y el resto de territorios de la Corona preservaron sus fueros, instituciones propias, y autonomía política. Sin embargo, los sucesos posteriores a la proclamación de Felipe V como heredero de Carlos II marcarían el final del modelo institucional que los había caracterizado desde la Edad Media.
Cuando Carlos II murió y dejó finalmente como heredero a Felipe de Anjou, Felipe V, se formó en Europa la Gran Alianza de La Haya, entre Inglaterra, las Provincias Unidas y Austria, que no aceptaba la instauración de la monarquía borbónica en España y apoyaron las aspiraciones de otro aspirante, el archiduque Carlos de Austria. Jurado inicialmente como rey por las cortes catalanas (1701-1702) y aragonesas, en 1705, la fuerza de los partidarios del archiduque y los conflictos con el virrey Francisco Antonio Fernández de Velasco supusieron un nuevo alzamiento en armas de los catalanes, que apoyados por una flota inglesa, permitieron la entrada triunfal de aquel en Valencia y Barcelona. El año siguiente, el 1706, Carlos era proclamado rey en Zaragoza y en el reino de Mallorca. Sin embargo, los aliados no se vieron apoyados en sus avances sobre Castilla, que les llevó a retirarse al reino de Valencia. La reacción bélica de Felipe V en el año siguiente supuso la conquista del reino de Valencia, tras la batalla de Almansa (25 de abril de 1707). Lo mismo sucedió con Zaragoza y el reino de Aragón, que fueron tomados rápidamente. Tras ello, Felipe de Anjou firmó los Decretos de Nueva Planta con los que suprime los fueros, el derecho civil, y las fronteras arancelarias de dichos reinos. Una nueva penetración de los aliados en Castilla en 1710, a pesar de su entrada en Zaragoza y Madrid, no le sirvió tampoco para consolidar sus posiciones y les obligó a abandonar Aragón. En septiembre el archiduque se marchó de Barcelona y mediante el tratado de Utrecht de 1713, las tropas aliadas dejaron progresivamente Cataluña. El 11 de septiembre de 1714 fue tomada Barcelona y en 1715 la isla de Mallorca. El triunfo borbónico fue seguido de una radical remodelación del sistema político de los reinos de la Corona, asimilándolos al régimen de Castilla mediante los Decretos de Nueva Planta.
Con los Decretos de Nueva Planta promulgados entre 1707 y 1716, se situó al frente del territorio a un capitán general, un sucesor del antiguo virrey que ya no se sometería a las leyes propias. Los intendentes pasaron a controlar el sistema financiero y hacendístico, donde se aglutinaron los tradicionales ingresos de la Corona, los antiguos impuestos de las Diputaciones del General y los nuevos impuestos aplicados para equiparar la carga fiscal de los territorios de la antigua Corona de Aragón a la de los castellanos. La Nueva Planta trajo también la supresión de las autonomías municipales, de todo tipo de asamblea municipal, la designación de todos los cargos por autoridad real y la sustitución de las unidades administrativas por corregimientos. El castellano pasó a ser el único idioma de la Real Audiencia, en detrimento del latín y de las lenguas vernáculas (catalán y aragonés) en la administración de justicia de la Monarquía borbónica. Todo este conjunto de reformas suponía la homogeneización de Castilla y Aragón en el marco de un nuevo estado absoluto casi centralizado, y solo se mantuvieron las particularidades forales en el derecho privado (civil, mercantil, procesal y penal), el Consulado del Mar y en los territorios que no habían luchado contra Felipe V en la Guerra de Sucesión: el Valle de Arán, las provincias vascongadas y Navarra.
Los exiliados austracistas procedentes de la antigua Corona formaron algunos asentamientos temporales en Europa, como el caso de Nueva Barcelona, activo desde 1735 a 1738. Por su parte, el Memorial de Agravios de 1760, fue un documento reivindicativo presentado conjuntamente por los diputados de las ciudades de Zaragoza, Valencia, Palma de Mallorca y Barcelona en representación política de los «cuatro reinos» de la extinta Corona. En las Cortes convocadas al inicio del reinado de Carlos III de España, los diputados representantes de la antigua Corona de Aragón denunciaron los agravios a los que estaban sometidos desde los Decretos de Nueva Planta de Felipe V, y los remedios para solucionarlos. El político catalán Antoni de Capmany reivindicó la monarquía constitucional de la Corona de Aragón durante las Cortes de Cádiz en 1812. Pero el colapso del Antiguo régimen absolutista borbónico en 1833 no supuso la recuperación del sistema constitucional propio de los estados de la Corona de Aragón. Con posterioridad, el recuerdo de la Corona de Aragón sería ocasionalmente recuperado, como en el caso del periódico La Corona de Aragón, fundado en 1854, y sería un concepto usado en política por algunos partidos, como en el caso del Pacto de Tortosa de 1869.
Más recientemente, el presidente de Cataluña Pasqual Maragall reclamó en 2003 la creación de una eurorregión que se correspondiera con la antigua Corona de Aragón, con la incorporación también de las regiones francesas de Languedoc-Rousillon y Midi-Pyrénées. Pasqual Maragall afirmaba que el estado español no debería ver en ello una amenaza, ya que «está perfectamente en línea con las preocupaciones y prioridades de la Unión Europea», constituyendo «un grupo de regiones que se ponen juntas para administrar una serie de intereses comunes». La propuesta de Pasqual Maragall desencadenó la oposición del presidente español José María Aznar, que acusó a Maragall de querer reinventar la Corona de Aragón buscando una nueva forma de relacionarse con España, «como si fuese diferente de España». En la misma línea se pronunció el vicepresidente primero Mariano Rajoy, que cargó contra la propuesta de una euroregión de la Corona de Aragón afirmando que sería una amenaza que «pondría en peligro el modelo de convivencia de España». Finalmente en 2004 se creó la Eurorregión Pirineos Mediterráneo, a la que no se sumó la Comunidad Valenciana, pero sí Aragón, Cataluña, Baleares, Languedoc-Rousillon y Midi-Pyrénées. En 2006 Aragón suspendió su participación en la euroregión por las diferencias sobre los bienes de la Franja.
Los reyes de la casa de Borbón siguen empleando en sus títulos, entre muchos otros, los de rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, Conde de Barcelona, Señor de Molina, etc. y, al igual que los Austrias, la forma abreviada de Rey de las Españas y de las Indias.
La numeración de los monarcas varía, en función del territorio al que se hace referencia. De ahí que algunos historiadores actuales prefieran usar los alias para hacer referencia a ellos: Pedro el Católico (Pedro II de Aragón), Pedro el Ceremonioso (Pedro IV), Alfonso el Magnánimo (Alfonso V). Sin embargo, el ordinal remite al título real principal, que era el de Aragón, como declara incluso el citado Pedro IV:
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