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Huicholes



Los wixárikas o wixáricas (wixarika [viˈʐaɾika]~[viˈraɾika]), conocidos en español como huichol, son un grupo étnico mayoritario del estado de Nayarit, México. Habitan en el oeste central del país, en la Sierra Madre Occidental, principalmente en el estado de Nayarit y partes de la sierra de Jalisco, Durango y Zacatecas. Se autodenominan wixárika (la gente) en su lengua, que pertenece a la familia de las lenguas uto-aztecas y a la que llaman wixaritari waniuki (en español).

El etnónimo wixarika proviene de la adaptación al idioma náhuatl del autónimo wixarika, debido a que en idioma wixarika la a puede llegar a oírse como o; r y l son alófonos, y la pronunciación de x, que era sibilante, se interpretó como africada, tz, entre los siglos XVII y XVIII (época en que pudo ocurrir el préstamo de la palabra), pero la pérdida de la sílaba -ka dio como resultado huitzol en náhuatl, y su castellanización, wirraricas.[2]

Los wixáricas hablan una lengua del grupo wixarika que está cercanamente emparentada con el grupo nahua (aztecoide). Además, han recibido influencias mesoamericanas, lo cual se refleja en el hecho de que el huichol tiene rasgos típicos del área lingüística mesoamericana.

Su espiritualidad tradicional incluye la recolección y el consumo del peyote (Lophophora williamsii), un cactus que posee efectos alucinógenos debido a sus alcaloides psicoactivos, entre ellos la mescalina.

La región wixárika se encuentra en el espinazo de la sierra Madre Occidental o sierra wixarika, en los estados de Nayarit, Jalisco, Zacatecas y Durango. Dividida en cinco grandes comunidades, cada una de las cuales es autónoma, tiene sus propias autoridades civiles y religiosas.

La autoridad civil es encabezada por un gobernador llamado totohuani, y se renueva anualmente. Los mara 'akate o maraakames -cantadores o sacerdotes- tienen como misión conservar y mantener vivas las tradiciones.

Los wixaritari llegaron a la región de la barranca de Bolaños después de que llegaran los tepecanos o tepehuanes. Los antropólogos e historiadores no están de acuerdo respecto a la fecha en la que llegó esta etnia a la región, pero los mismos wixárika reconocen en sus leyendas que, cuando llegaron a sus tierras actuales, ya había otra etnia que las habitaba. La historia oral de los tepehuanes afirma que algunas poblaciones actualmente habitadas por wixárika, como por ejemplo Santa Catarina, fueron tepehuanas en el pasado.[3]​ Además, no existen relatos en la historia oral ni de los tepehuanes ni de los wixárika que hable de ninguna conquista o dominación de los wixárika por parte de los tepehuanes.

La actividad central en la religión tradicional de los wixaritari es la recolección y consumo ritual del peyote (un cactus alucinógeno) en el lugar que ellos llaman wirikuta, que se ubica en la región de Real de Catorce, en el estado de San Luis Potosí. El peyote no crece en la región de los wixaritari, pero es abundante en San Luis Potosí, territorio que fue dominio central de los guachichiles antes de la llegada de los españoles. A los guachichiles se les reconocía como una etnia fieramente defensiva de su territorio.[4]​ Que los guachichiles hubieran dejado pasar por su territorio a guerreros a cazar sin perturbarlos indica que los reconocían como parte de su misma etnia. Esto lo confirma la historia oral de los wixárika,[5]​ así como la similitud entre el idioma de los wixárika, que tiene más similitud con la lengua de los guachichiles (ya extinta) que con la de los coras, sus vecinos actuales.[6]

Documentos históricos indican que, para el siglo XVI, los wixárika ya habían llegado a la región del norte de Jalisco. En los relatos de Alonso Ponce, que datan de 1587, se indica que en la provincia de Tepeque habitaba una etnia que solía unirse con los guachichiles para llevar a cabo incursiones en los asentamientos y caravanas españolas.[7]​ Los españoles que exploraron la región que llegó a ser Jerez, en Zacatecas, relatan que se encontraron con bandas de guachichiles en la región que habían desalojado a los zacatecas que habían vivido ahí.[8]​ A través de esta evidencia histórica es posible postular que los wixárika llegaron a la región de la barranca de Bolaños aproximadamente al mismo tiempo que los españoles. La llegada de los españoles a tierras de los guachichiles en Zacatecas y San Luis Potosí había traído epidemia entre las comunidades indígenas cuyos integrantes no tenían resistencia a las enfermedades de Europa. Además, aquellos indígenas que no morían de las epidemias sufrían a causa de las encomiendas y concentraciones que llevaban a cabo los españoles para trabajar las minas recién descubiertas. Estas experiencias también quedan documentadas en la historia oral de los wixaritari.[9]

Llegaron los wixárikas a la región de la barranca de Bolaños como refugiados y se asentaron entre los pueblos de los tepehuanes. Es probable que se mezclaran los pueblos, ya que es evidente que estas dos etnias compartían muchas tradiciones, rituales (tal como el del uso de chimales, o palos de oración, y del peyote en sus ceremonias) y hasta solían unirse bajo un solo líder para defenderse de las incursiones españolas y para montar rebeliones contra el gobierno colonial español. Queda documentada una rebelión montada entre las dos etnias en El Teúl en 1592,[10]​ y otra en Nostic en 1702].

Tradicionalmente, los hombres huicholes han usado pantalones de manta blanca y camisas del mismo material que tienen abierta la parte inferior de las mangas; las prendas están bordadas con elaborados diseños simétricos de algodón. Entre los huicholes también se han usado tradicionalmente los sombreros de palma con adornos de chaquira o bolas de estambre, una capa cuadrangular doblada a la mitad que se coloca sobre los hombros y, eventualmente, aretes y pulseras de chaquira. Para amarrar los faldones de la camisa a la cintura es común el uso de cintas de lana. En la vestimenta tradicional, cada hombre lleva consigo varios morrales pequeños; calzan huaraches.

Esta consiste de una manera muy sencilla. Las vestimenta de las mujeres consiste en una blusa corta en color rojo amapola, enaguas interiores y exteriores, con un manto floreado para cubrir la cabeza y collares de chaquira.

Los wixáricas son notorios por lo vistoso de su indumentaria. La kamirra (< kamixa < camisa) o kutuni, es decir, 'camisa larga', abierta de los costados y sujeta a la cintura con el juayame, 'faja ancha y gruesa' hecha de lana o de estambre. Encima de la faja van varios morralitos bordados, llamados h+iyame o huaikuri, unidos con un cordón. En ellos no se guarda nada: sirven únicamente para completar el adorno. Cruzado al hombro llevan uno o varios kuchuri o morrales tejidos o bordados. Sobre la espalda, la tuwaxa (tubarra), especie de pañolón bordado, se anuda al cuello y tiene en la orilla una franja de franela roja. Un sombrero que ellos llaman rupurero (< xupureru < *šubureru < sombrero), hecho de palma y adornado en formas diversas según el uso: con chaquira, plumas, estambre, flores, espinas o pedazos de corteza. El hombre es siempre el que usa la ropa más adornada.

La esposa pone todo su cuidado para que las prendas luzcan muy bien bordadas. En contraste con la indumentaria masculina, el traje de la mujer wixárika es sencillo: consta de una blusa corta hasta la cintura, a la que llaman kutuni. La falda de pretina, llamada íwi, lleva en el borde inferior una amplia franja de bordados, lo mismo que la blusa. Se cubre la cabeza con el xikuri (rricuri), formado por dos cuadros de manta blanca, también bordados bellamente.

Los diseños decorativos tradicionales de la ropa huichola son de una enorme variedad y conservan desde tiempos antiguos un significado mágico que describió el antropólogo noruego Carl Lumholtz (El México desconocido) en 1896.

Para sus fiestas, los huicholes acostumbran pintarse la cara con dibujos simbólicos, y en las ceremonias rituales los maraakates utilizan los muwieris, 'palillos adornados con plumas'.

La religión wixárica y la cora son prácticamente las únicas en México que cuentan con una población importante (50 por ciento) de fuertes creencias tanto nativistas como animistas, es decir, con un arraigo religioso prehispánico y con menores influencias del catolicismo. El otro 50 por ciento de su población profesa el catolicismo.[11]​ Su religión consiste en cuatro principales deidades: maíz, águilas, ciervos y peyote, todas ellas descendientes del sol, "Tau". Sus actos religiosos se llevan a cabo en un monte llamado “Quemado”, en el estado de San Luis Potosí (México). Este monte se encuentra dividido en dos, un lado para las mujeres y otro para los hombres.

En sus actos religiosos suele hacerse uso del peyote. La siguiente es una descripción de lo que para ellos significa el uso de este cactus:

Cabe mencionar que la religión va implícita a través de la vida del wixárika, forma parte de su identidad y está presente a lo largo de su accionar, de sus costumbres y en la cotidianeidad tanto individual como en lo comunitario. La religión viene a ser un compromiso fundamental en su existencia, es parte de su cultura y de sus distintas formas de expresión.

La música y el baile entre los wixárikas tienen fuertes rasgos prehispánicos y forman parte del ritual con que se honra a la divinidad. Los bailes son poco variados y los pasos muy sencillos, llevan el ritmo con los pies. Una característica de las celebraciones es la de que acostumbran tomar nawá (tejuino), bebida hecha a base de maíz fermentado, distinta al tejuino popular, que es una bebida que embriaga y tiene un sabor distinto.

Los wixárikas conocen a los mestizos u occidentales con el nombre teiwari (singular) o "teiwarixi" (plural), y su significado no se sabe a ciencia cierta. Los wixáricas conforman una de las culturas indígenas que mantienen saberes y tradiciones ancestrales, una cosmovisión propia y diferente, y hoy en día buscan encontrar un diálogo con la cultura denominada occidental y conservarse frente a los retos de la globalización.

El Museo de los Cinco Pueblos de Nayarit, de la Unidad Regional Nayarit de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas del Conaculta, mantiene una exposición permanente de artesanías wixárikas, coras, tepehuanas y mexicaneras. Uno de los investigadores de la cultura wixárika más acreditados, el etnólogo alemán Johannes Neurath, dice que los adornos en el atavío tradicional de los huicholes tienen un propósito reivindicativo de su etnia, de su cultura y de su religión y una intención protectora de contenido mágico.

En un tapiz de Efraín Ríos en el que describe el "rito del tambor" -con el cual se protege a los niños a partir de su nacimiento hasta los cinco años de edad- aparece en el centro Tatewarí (el Sol), cuya línea circular en rojo y amarillo está coronada por una cornamenta de venado, y entre las astas sobresale el dibujo de un peyote. En torno a la simbolización del abuelo fuego están tejidos otros elementos religiosos importantes: rayos de sol, flechas, estrellas, flores, veladoras (único referente cultural de procedencia cristiana), el tambor ritual y un árbol cósmico integrado por uno o más ojos de Dios.

El ojo de Dios (tsik+ri) es la figura instrumental religiosa más conocida de la cultura huichola. Representa los cinco puntos cardinales del cosmos wixárika -oriente, poniente, norte, sur y centro-, Un ojo de Dios equivale a un año en la vida de un niño y cada año, después de su iniciación en la Fiesta del tambor apenas nacido, su padre debe elaborar uno hasta que cumpla cinco años de edad, para que siempre esté protegido.

El gobierno federal dio una concesión con 22 permisos a una empresa canadiense, First Majestic Silver Corp., para explotar minas de oro y plata en la zona de Wirikuta, la zona más sagrada para los huicholes. Esta concesión afecta a 6.326 hectáreas, en siete municipios potosinos, que puso en peligro tanto las reservas de agua (debido a la contaminación con cianuro como a la capacidad hídrica). En 2006, la Unión Wixárika emprendió una batalla legal que fue apoyada por intelectuales y varios artistas plásticos con numerosos actos de protesta.[12]

Los documentales Huicholes: Los últimos guardianes del peyote (2015), de Kabopro Films, y Eco de la montaña (2014), de Nicolás Echevarría, narran las vicisitudes de la comunidad wixárika para defender lo poco que queda de su cultura frente a los embates de la industria minera moderna y al desinterés que han mostrado desde hace muchos años los gobiernos estatal (San Luis Potosí) y federal.[13][14]



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