Ignacio María José de Allende y Unzaga (San Miguel de Allende, 21 de enero de 1769-Chihuahua, 26 de junio de 1811), conocido solamente como Ignacio Allende o Allende, fue un militar y revolucionario novohispano que se destacó como uno de los caudillos principales de la primera etapa de la Guerra de Independencia de México. Él, junto con Miguel Hidalgo y Costilla, dirigió el movimiento independentista, destacándose por su pericia y entrenamiento militar. Tras una serie de derrotas, se convirtió brevemente en el máximo líder de la insurgencia, hasta el momento en que fue capturado el 21 de marzo de 1811, seis meses de iniciada la revuelta, conducido prisionero a la ciudad de Chihuahua, y posteriormente enjuiciado y ejecutado el 26 de junio del mismo año. Es considerado en México como uno de los muchos Héroes de la Independencia.
Ignacio Allende nació el 21 de enero de 1769 en el seno de una familia española acomodada de San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), pueblo de criollos y españoles. Fue bautizado como Ignacio José de Jesús María Pedro de Allende y Unzaga. Su padre fue Domingo Narciso de Allende y Ayerdy, un acaudalado comerciante, y su madre fue María Ana de Unzaga, integrante de una de las principales familias del lugar. Ingresó al Colegio de San Francisco de Sales en su ciudad natal, bajo la tutela de su tío José María Unsaga, donde conoció y entabló amistad con los hermanos Juan e Ignacio Aldama. Durante su primera juventud mostró gran afición por las faenas del campo, el toreo y la charrería. Pronto fue conocido por sus aventuras amorosas con diversas jóvenes del lugar, y llegó a tener un hijo a los 23 años, de nombre Indalecio, con Antonia Herrera.
La carrera militar de Allende dio inicio a partir de 1795, cuando fue integrado a la nómina del Regimiento Provincial de Dragones de la Reina de la región en calidad de teniente. Durante ese tiempo, llegó a relacionarse con Félix María Calleja, quien en aquel entonces era el coronel de la décima brigada de San Luis Potosí, que abarcaba en su jurisdicción el área de San Miguel el Grande; por lo que este llegó a conferirle diversas comisiones. El 10 de abril de 1802, a los 33 años, Allende contrajo nupcias con María de la Luz Agustina de las Fuentes. Sin embargo, el matrimonio sólo duró seis meses debido a que ella murió el 20 de octubre del mismo año.
Tras las noticias de las abdicaciones de Bayona, el virrey José de Iturrigaray ordenó las primeras maniobras militares de todos los efectivos en la Nueva España, por lo que Allende recibió varias comisiones militares. Primero en la Ciudad de México, luego en Jalapa, y por último en El Palmar, en Sonora. Gracias a ello, Allende entró en contacto con varios grupos de personas de ideas liberales que le hacen simpatizar con la causa autonomista propuesta por el Ayuntamiento de México, por parte de Francisco Primo de Verdad. En 1808, regresó de vuelta a su tierra natal ya con el grado de Capitán, pero decidió tomar parte en la fallida conspiración de Valladolid, junto con José María Obeso y Mariano Michelena. Allende consiguió evadir la prisión, pero de nueva cuenta decidió integrarse a nuevas juntas secretas de la rebelión. En esta ocasión, organizadas por los corregidores de Querétaro, a las cuales asistió también el párroco de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, así como los militares Mariano Abasolo y Juan Aldama.
Originalmente, el movimiento de independencia iba a ser encabezado por Allende y Aldama, pero una delación inoportuna cambió los planes y fue Miguel Hidalgo quien finalmente tuvo que dar inicio a la lucha el 16 de septiembre, en el poblado de Dolores, tras la proclamación del famoso grito. Los antiguos conspiradores cerraron filas en favor del cura y tras asegurar el pueblo de Dolores y arengar a la población, decidieron marchar con rumbo a Guanajuato. El 21 de septiembre, en la ciudad de Celaya, los dos cabecillas principales del ejército, Hidalgo y Allende, fueron nombrados oficialmente como Capitán General y Teniente General, respectivamente, de los ejércitos insurgentes. Días más tarde, el creciente ejército insurgente entraba triunfante a San Miguel el Grande, donde Allende consiguió el apoyo de sus habitantes y que los miembros del Regimiento de la Reina se uniesen al movimiento.
El ejército insurgente arribó a Guanajuato el 28 de septiembre; y tras 5 horas de combate en la Alhóndiga de Granaditas, los insurgentes se apoderaron de la plaza y dieron inicio al saqueo sistemático de la ciudad minera, así como una subsecuente masacre de sus habitantes (particularmente aquellos de ascendencia española). Es en este punto donde comenzaron a gestarse las primeras desavenencias de Allende para con Hidalgo, debido a la incapacidad de este para contener los desmanes cometidos por las tropas insurrectas. Días más tarde, el 24 de octubre, en la villa de León, el nuevo gobierno insurgente de Guanajuato proclamó a Hidalgo como Generalísimo de las Armas Americanas, y a Allende como Capitán General.
Allende también participó en la batalla de Monte de las Cruces, en donde los insurgentes combatieron a una fuerza realista de alrededor de 2000 efectivos contra más de 80 mil hombres. Poco antes de dar inicio al combate, el sanmiguelense, fiel a su instrucción militar, había propuesto que sólo las tropas más experimentadas participasen en el combate; pero el párroco de Dolores se había negado tozudamente al respecto, empeñado en que los indígenas tomaran parte en la acción. La organización del orden de batalla corrió por parte de Allende y contando con el respaldo de Aldama y Mariano Jiménez, un ingeniero de minas que se unió al movimiento tras la toma de Guanajuato.
La victoria insurgente en Monte de las Cruces, no obstante, fue una victoria pírrica. Pese a la diferencia en cantidad de tropas, los realistas habían conseguido infligir varias bajas a las fuerzas rebeldes. Además de que en el transcurso de la noche se fueron dando más deserciones. Debido a esto, y ante las noticias de que las fuerzas combinadas de Félix María Calleja y Manuel de Flon se aproximaban a toda velocidad hacia la Ciudad de México para auxiliar al virrey Venegas, Hidalgo decidió no apoderarse de la capital del virreinato y dio la orden de volver de vuelta hacia la ciudad de Valladolid. Aquello provocó aún más tensiones entre Hidalgo y Allende.
Mientras iban de regreso, el 7 de noviembre, las tropas realistas e insurgentes se encontraron por accidente y se batieron en la breve batalla de Aculco, donde las fuerzas del brigadier medinense infligieron una terrible derrota al ejército insurgente que provocó que casi todos huyeran en desbandada. Con los pocos efectivos que había conseguido reunir, Allende se separó de Hidalgo y marchó de vuelta a Guanajuato, con el objetivo de reforzar la plaza ante la posible llegada de los realistas. Misma que ocurrió el 25 de noviembre, en que, a pesar de los esfuerzos de Allende, y tras haber sostenido seis horas de duro combate, la ciudad minera fue reconquistada por las fuerzas virreinales.
Poco antes de la toma de Guanajuato por parte de los realistas, Allende había escrito a Hidalgo desde la población de Salvatierra, proponiéndole un plan que les permitiera coordinar de forma conjunta la insurgencia; Hidalgo desde Valladolid, y Allende desde Guanajuato. Pero no había recibido ninguna respuesta por parte del párroco, aumentando su frustración para con el dirigente de la insurgencia. Días más tarde, se había enterado de la invitación que había recibido Hidalgo de acudir a la ciudad de Guadalajara, lo que provocó en el militar una gran molestia; misma que comunicó a Hidalgo por medio de dos cartas que envió, en las que le reprochaba al párroco su afán de moverse a la capital del reino de la Nueva Galicia sin siquiera considerar la propuesta que le había enviado con anterioridad, llegando incluso a afirmar que la razón por la que el sacerdote había aceptado la invitación era para enfilar hacia el puerto de San Blas, tomar un barco y escapar. Del mismo modo, Allende trató en vano de hacer a Hidalgo de desistir de su decisión, argumentando que aquello podría provocar irreparables pérdidas para el movimiento, pues de perder Guanajuato, corrían el riesgo de malograr también Valladolid (la cual Hidalgo dejaba a merced de los realistas tras partir hacia Guadalajara), Zacatecas (desde donde operaba el caudillo Rafael Iriarte), y la misma Guadalajara.
Cuando Calleja se apoderó de Guanajuato, Allende no le quedó más remedio que abandonar la ciudad el 25 de noviembre y reunirse con el párroco. Él sabía, a pesar de sus desacuerdos con Hidalgo, que Guadalajara ofrecía una oportunidad única de empezar a reorganizarse para poder planear una nueva campaña que les permitiese, a la larga, poder capturar la Ciudad de México. Durante su estancia en la ciudad, Allende, junto con Aldama, dividieron su tiempo entre la organización de un gobierno insurgente, y las tareas de disciplinar a la creciente tropa.
Dentro de la ciudad de Guadalajara, se volvió a gestar otro nuevo episodio de tensión entre Hidalgo y Allende, cuando este último se enteró de las masacres de españoles que se estaban llevando a cabo por órdenes del Generalísimo en las barranquitas localizadas a espaldas del hospital de Belén. Al saber lo que estaba sucediendo, Allende contempló la posibilidad, junto con otros insurgentes, entre ellos su hijo Indalecio y el sacerdote Francisco Severo Maldonado, de envenenar a Hidalgo a fin de terminar con las masacres; sin embargo, Severo Maldonado le hizo desistir de aquella idea.
Al estar recibiendo constantes noticias acerca de los movimientos de Calleja, quien se aproximaba a Guadalajara siguiendo la ruta de León a San Juan de los Lagos, hecho que sucedería el 6 de enero, los altos mandos insurgentes celebraron una junta de guerra el 10 de enero para acordar la estrategia más adecuada para combatir a los realistas. Una vez más, como sucedió cuando la víspera de Monte de las Cruces, la junta quedó polarizada en dos opiniones opuestas. Por un lado, se encontraban las propuestas de Allende, Aldama y el resto de los militares de carrera, quienes proponían retirarse de Guadalajara y entregar a Calleja la plaza, en tanto que en lugar de arriesgar toda la tropa en una sola acción, era mejor dividirla en seis o más fracciones que hostigarían al enemigo y retirarse a Querétaro o capturar Zacatecas.
En tanto que Hidalgo, confiado en la superioridad numérica, y aprovechando la gran influencia que ejercía sobre el resto de los mandos insurgentes, propuso salir y batirse contra los realistas, confiando erróneamente en que contaría con la ayuda del caudillo insurgente, Rafael Iriarte, a quien se le había encomendado mandar sus tropas desde Zacatecas para su auxilio. Una vez más, a Allende no le quedó más remedio que acatar las órdenes del Generalísimo y fijar la fecha de salida de la ciudad para el 14 de enero de 1811.Tras la derrota en la batalla del Puente de Calderón, los insurgentes emprendieron la huida con rumbo hacia Aguascalientes. El 24 de enero, en la Hacienda del Pabellón, Allende, junto con otros altos mandos de la insurgencia, exigieron la renuncia de Hidalgo como cabeza del movimiento y quedando el propio sanmigueleños como el nuevo líder del mismo. Tras momentos de tensión, Ignacio López Rayón, secretario de Hidalgo, propuso como solución que el párroco conservara el mando político, en tanto que Allende tendría el mando militar. No obstante, en la práctica, el liderazgo del cura solamente tuvo un carácter simbólico y Allende se convirtió de facto en el único líder de la insurgencia, mientras que Hidalgo fue reducido de forma gradual y discreta a la calidad de prisionero por parte de sus propios colaboradores.
Con un ejército diezmado decidió marchar hacia el norte para conseguir más dinero, armas y tropas. En Acatita de Baján fue traicionado por Ignacio Elizondo, emboscado, y junto con los cabecillas del ejército, apresado y conducido a la ciudad de Chihuahua, donde fue juzgado por insubordinación y fusilado el 26 de junio de 1811. Su cadáver fue decapitado y su cabeza colgada de una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, lugar donde sucedió el primer triunfo insurgente, como escarmiento a la población, y donde permanecería por un total de 10 años; desde el 14 de octubre de 1811, hasta el 28 de marzo de 1821, cuando, tras el triunfo del Plan de Iguala, fue descolgada, junto con las cabezas de Hidalgo, Aldama y Jiménez, por órdenes de Anastasio Bustamante y enviadas a la Ciudad de México, donde fueron enterradas con honores en el Altar de los Reyes, en la Catedral Metropolitana. 115 años después de iniciada la guerra de Independencia, el 16 de septiembre de 1925, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, los restos de Allende, así como el de otros tantos caudillos de la Independencia, fueron depositados en una cripta dentro de la Columna de la Independencia, donde permanecen al día de hoy.
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