Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y VillaseñorPénjamo, Intendencia de Guanajuato; 8 de mayo de 1753-Chihuahua, Nueva Vizcaya; 30 de julio de 1811), conocido como Miguel Hidalgo y Costilla o Miguel Hidalgo, fue un sacerdote y militar insurgente novohispano. En México, se le conoce como el Padre de la Patria.
(Destacó iniciando la primera etapa de la Guerra de Independencia de México con un acto conocido en la historiografía mexicana como Grito de Dolores. Dirigió militar y políticamente la primera parte del movimiento independentista pero, tras una serie de derrotas, fue capturado el 21 de marzo de 1811, después de casi seis meses de iniciada la revuelta, y llevado prisionero a la ciudad de Chihuahua, fue juzgado y fusilado el 30 de julio del mismo año.
Nació en la Hacienda de San Diego Corralejo, Pénjamo (actualmente Guanajuato), el 8 de mayo de 1753; fue el segundo de cuatro hijos del matrimonio formado por Cristóbal Hidalgo y Costilla, administrador de Corralejo, y Ana María Gallaga. Fue bautizado con el nombre de Miguel Gregorio Antonio Ignacio, en la capital de Cuitzeo de los Naranjos, hoy Abasolo,Guanajuato el 16 de mayo de 1753.
En junio de 1765 Miguel Hidalgo junto a su hermano José Joaquín partió a estudiar al Colegio de San Nicolás Obispo, ubicado en Valladolid, capital de la provincia de Michoacán. El colegio había sido fundado en 1547 por Antonio de Mendoza y Pacheco, primer virrey de Nueva España, quien entregó la universidad y el edificio donde se alojaba a los miembros de la Compañía de Jesús, que instituyeron cátedras de latín, derecho y estudios sacerdotales. Fue en esta casa donde los hermanos Hidalgo estudiaron hasta 1767.
El 25 de junio de 1767 los jesuitas fueron expulsados de los territorios del Imperio español por órdenes del rey de España Carlos III, y su ministro, el conde de Floridablanca. El colegio permaneció cerrado unos meses y en diciembre se reanudaron las clases.
En esta institución, Hidalgo estudió letras latinas, leyó a autores clásicos como Cicerón y Ovidio, y a otros como San Jerónimo y Virgilio. A los diecisiete años de edad ya era maestro en filosofía y teología, por lo que entre sus amigos y condiscípulos se ganó el apodo de El Zorro, por la astucia que mostraba en juegos intelectuales. Aprendió el idioma francés y leyó a Molière, autor a quien años más tarde representaría en las jornadas teatrales que él mismo organizaba siendo párroco de Dolores. Gracias al contacto que tuvo con los trabajadores de su hacienda en su infancia, la mayoría de ellos indígenas, Hidalgo aprendió muchas de las lenguas indígenas habladas en Nueva España, principalmente otomí, náhuatl y purépecha, ya que la zona de Pénjamo era una de las regiones con mayor diversidad de grupos indígenas y de contacto entre el mundo nativo y el español. Todos estos conocimientos permitieron a Miguel Hidalgo impartir clases de latín y filosofía a la vez que seguía sus estudios. Una vez que los culminó, trabajó en su alma mater desde 1782 a 1792, muchas veces como tesorero, otras como maestro y desde 1788 como rector.
La invasión francesa a España, en 1808, produjo en el virreinato la crisis política de 1808 en México, caracterizada por el derrocamiento del virrey José de Iturrigaray a manos de los españoles, seguido de la captura y ejecución de políticos afines a las ideas independentistas, como Francisco Primo de Verdad y Ramos y el fraile peruano Melchor de Talamantes. En lugar de Iturrigaray fue nombrado un militar alcalaíno, Pedro de Garibay, quien en mayo de 1809 fue sustituido por el arzobispo de México, Francisco Xavier de Lizana y Beaumont. En diciembre de ese mismo año se descubrió la Conjura de Valladolid, conspiración cuyo único fin era crear una junta que gobernara al virreinato en ausencia de Fernando VII, preso en Bayona. Los culpables fueron arrestados y sentenciados a muerte, pero el arzobispo virrey les perdonó la vida condenándoles a cadena perpetua, razón por la que Lizana fue destituido en abril de 1810 por la Junta de Sevilla. Como nuevo virrey fue designado un militar participante de la batalla de Bailén, el teniente coronel Francisco Xavier Venegas de Saavedra.
En 1808 se documentó en Dolores la llegada de un agente francés al servicio del general Moreau, enemigo de Napoleón. El agente dio su nombre como Octaviano D'Almíbar, dijo que estaba en misión rumbo a los Estados Unidos y en octubre del mismo año desapareció sin dejar huella alguna.
Cuando Andalucía cayó en manos de los franceses, en la primavera de 1810 toda España ya estaba en poder del ejército napoleónico. La Arquidiócesis de Zaragoza, encargada de los asuntos religiosos en toda la metrópoli, ordenó a los párrocos de todo el imperio predicar en contra de Napoleón . Hidalgo siguió esta orden.
Mientras tanto, en Querétaro se gestaba una conspiración organizada por el corregidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez, y también participaban los militares Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo. Allende se encargó de convencer a Hidalgo de unirse a su movimiento, ya que el cura de Dolores tenía amistad con personajes muy influyentes de todo el Bajío e incluso de la Nueva España, como Juan Antonio Riaño, intendente de Guanajuato, y Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán. Por estas razones se consideraba que Hidalgo podría ser un buen dirigente del movimiento.
Hidalgo aceptó, y se puso como fecha de inicio para el movimiento el 1 de diciembre, día de la Virgen de San Juan de los Lagos, donde muchos españoles se reunían a comerciar en una feria cercana a Querétaro. Allende propuso más tarde hacerlo el 2 de octubre, por cuestiones militares y estratégicas.
En la primera semana de septiembre arribó a Veracruz el virrey Francisco Xavier Venegas, quien de inmediato recibió información acerca de una conspiración contra el gobierno real español en México. El intendente de Guanajuato, Juan Antonio Riaño, ordenó al comandante de la plaza investigar sobre aquellos rumores, y el 11 de septiembre se realizó una redada en Querétaro cuyo fin era capturar a los responsables. Se logró arrestar a Epigmenio González y se giró orden de aprehensión en contra de Allende, que escapó a una población del Bajío.
Por medio del alcalde de Querétaro, Balleza, Doña Josefa fue informada de la captura de los Ibarra y se dispuso a prevenir a Hidalgo sobre el peligro que corrían. Pero antes de salir a Dolores fue encerrada en una habitación por su marido, para que no avisara a los conspiradores. Sin embargo, la corregidora pudo contactar con Allende a través de Balleza, para informar oportunamente a Hidalgo.
En las primeras horas del 16 de septiembre, Allende llegó a la casa cural de Dolores, donde Hidalgo se hallaba pernoctando. Tras despertarlo y charlar, además de tomar chocolate caliente por el clima frío de ese tiempo, ambos decidieron lanzarse a la lucha armada antes de que los españoles destruyeran sus planes.
Alrededor de las cinco de la mañana Hidalgo, usando la campana de la Parroquia de Dolores, convocó a la misa patronal del pueblo y dio el Grito de Dolores, con lo que empezó formalmente la lucha por la independencia de México.
Cabe destacar que, debido a la falta de testigos de primera mano, no se saben las palabras exactas ni el orden específico con el que acontecieron los sucesos. Sin embargo, las versiones más probables (debido a su antigüedad) son las siguientes:
Con poco más de 6000 soldados, Hidalgo, acompañado de Allende, Aldama y Abasolo inició la lucha. En pocos días entró sin ninguna resistencia en Celaya, Salamanca y Acámbaro, donde fue proclamado como capitán general de los ejércitos sublevados. En Atotonilco, entró al santuario local y tomó el estandarte de la virgen de Guadalupe, símbolo de su movimiento, En San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende), se unió a sus fuerzas el Regimiento de la Reina.
En Guanajuato el cura Hidalgo comandó el 28 de septiembre la llamada Toma de la Alhóndiga de Granaditas. Al entrar en la ciudad intentó intimidar al intendente de Guanajuato, su viejo amigo Juan Antonio Riaño. Pero el marino español desistió de entregar la plaza sin derramar sangre, prefirió reunir al regimiento local para acuartelarse en la bodega más grande de toda la provincia: la Alhóndiga de Granaditas, donde también se congregaron miembros de las familias más acaudaladas de la ciudad.
Hidalgo ordenó a Allende, (brazo armado del movimiento), lanzar a sus tropas contra el edificio. Tras más de cinco horas de combate, el intendente salió a luchar cuerpo a cuerpo, pero murió de un balazo que le propinó un indígena. Uno de los abogados, quien legalmente debía quedarse a cargo de la intendencia en ausencia del titular, intentó pactar con los insurgentes y alzó una bandera blanca en señal de paz, y la tropa rebelde cesó el ataque. El coronel García de la Corona, comandante militar de la plaza, mató al regidor y reinició las acciones bélicas.
Con ayuda de un minero barretero llamado Juan José de los Reyes Martínez, y apodado El Pípila, el cual se colocó una losa de piedra amarrada sobre su espalda y con una tea encendida en la mano derecha, avanzando pecho a tierra y resistiendo el ataque de los soldados españoles, untó de brea la puerta de la bodega la cual posteriormente quemó. El ejército insurgente y los militares al mando de Allende y Aldama pudieron penetrar en la alhóndiga, y una vez dentro mataron a todos los españoles, tanto ciudadanos como militares. Acto seguido se dio el saqueo de la ciudad, con lo que los insurgentes pudieron conseguir fondos para batallas posteriores.
Valladolid, capital de Michoacán y una de las ciudades más influyentes del virreinato, fue el siguiente objetivo de Hidalgo y su tropa, quienes salieron de la ciudad de Guanajuato el 3 de octubre, y a los pocos días se dio parte en la capital de la intendencia michoacana. Todos los acaudalados, principalmente españoles, comenzaron a huir semanas antes de la toma de la ciudad, sobre todo por el conocimiento del pillaje que había realizado el ejército cuando tomaron Guanajuato. El 17 de octubre Hidalgo entró a la ciudad con su tropa y tomó 400 mil pesos de la catedral para la causa insurgente. Para el 20 de octubre se unió a Ignacio López Rayón en Tlalpujahua, y más tarde, ese mismo día, habló con José María Morelos, en Charo. Este sacerdote, otrora exalumno suyo, pidió permiso para luchar, y a la postre se convertiría en el sucesor de Hidalgo al frente de la lucha al serle encomendado levantar en armas la costa del sur. Toluca cayó en poder de los insurgentes el 25 de octubre y en la capital se rumoraba que un avance de los insurgentes era inevitable.
En la mañana del 30 de octubre, Torcuato Trujillo enfrentó a los insurgentes en la batalla del Monte de las Cruces, acción en la que los realistas, inferiores en número de soldados, fueron derrotados por más de 80 000 insurgentes, quienes sin embargo perdieron gran número de efectivos.
El paso siguiente dentro del plan militar era la toma de la Ciudad de México. El virrey Francisco Xavier Venegas se puso al frente de las pocas cosas que resguardaban la ciudad —ubicadas en los paseos de Bucareli y de la Piedad y en Chapultepec—. La proximidad de las tropas de Hidalgo a la ciudad en cuestión llenaron de zozobra a sus habitantes: escondieron su dinero y guardaron a las mujeres y niños en conventos; tenían el temor general que se realizaran saqueos como en las anteriores localidades que habían tomado.
Hidalgo, queriendo evitar una masacre como la acontecida en Guanajuato, envió a sus emisariosMariano Jiménez y Mariano Abasolo) para pedir la rendición realista de la ciudad. Venegas rechazó la apuesta, y les amenazó de dispararles en el caso de que no se fueran.
. En la tarde del 31 de octubre bajaron, junto a una bandera blanca, dos comisionados de Hidalgo (Se daba por hecho que, con la negativa de Venegas, el asalto a la Ciudad de México estaba próximo a empezar. Al día siguiente, el 1 de noviembre, muchas partidas insurgentes merodearon por San Ángel, San Agustín de las Cuevas y Coyoacán; sin embargo, el gran ejército nunca se movió de las proximidades (en Cuajimalpa).
El 2 de noviembre, para sorpresa de Venegas y de todos los habitantes de la Ciudad de México, los exploradores realistas llegaron con la noticia que el día anterior Hidalgo había ordenado la retirada del lugar y un retroceso hacia Toluca e Ixtlahuaca, posiblemente con dirección al Bajío. No existe un consenso entre los historiadores sobre la cusa de su retirada: varios historiadores tienen opiniones sobre qué hizo a Hidalgo tomar esta decisión; lo único seguro es que, por su inminente encuentro, aquel era el último paso para una posible consumación de la guerra.
A continuación se ilustran las distintas hipótesis sobre el motivo de la retirada:
De cualquier forma, varios jefes militares, especialmente Allende, estuvieron en contra de aquella retirada. En el camino de regreso, habían desertado casi la mitad de los hombres de su ejército,
pues, según lo explica Alamán, «se habían agregado al ejército por el atractivo del pillaje en [Ciudad de] México».El 7 de noviembre, luego de la retirada, Hidalgo fue vencido por el brigadier y capitán general de San Luis Potosí, Félix María Calleja, en la batalla de Aculco.
Hidalgo y Allende decidieron separarse para continuar con la lucha. El cura de Dolores marchó a Valladolid, donde se cometieron masacres de españoles y saqueos contra las propiedades de los peninsulares.
Anteriormente, la ciudad de Guadalajara (capital de la intendencia homónima), el 7 de noviembre, había caído a manos insurgentes bajo la dirección del jefe insurgente José Antonio Torres, más conocido como el amo Torres. Hidalgo se trasladó a la ciudad en cuestión y llegó el 26 de noviembre. Fue recibido con gran solemnidad: el amo Torres había organizado una recepción, en la que había hecho presencia el cabildo, la universidad y demás distintas autoridades; en el acto, lo habían llamado con la dignidad de «Alteza serenísima, e Hidalgo no ocultó su satisfacción por aquel trato. Se habían tocado las campanas varias horas mientras un ejército desfilaba frente a Hidalgo; posteriormente se realizó una recepción, en la que apareció vestido de «alteza» (con una sotana galonada y una banda a través del pecho) y acompañado de dos muchachas.
Allende, mientras tanto, se fortificó en la Alhóndiga de Granaditas, donde aún estaban algunos prisioneros españoles. Cuando se supo de la proximidad de Calleja y el intendente de Puebla, Manuel Flon, Allende ordenó la ejecución de los reos. El 25 de noviembre, Calleja y Flon atacaron Guanajuato, recuperando así la ciudad minera. Allende, Aldama y Jiménez se unieron a Hidalgo en Guadalajara el 2 de diciembre.
Calleja recibió órdenes del virrey Venegas para tomar Guadalajara y acabar así con los insurgentes. Tras unirse con Flon de nuevo, Calleja inició la marcha hacia Guadalajara al iniciar el año de 1811. En enero, los realistas capturaron algunas poblaciones importantes de la intendencia de Jalisco, como Zapopan y San Blas, ciudad portuaria donde fue vencido el cura José María Mercado, quien pereció al intentar escapar.
Calleja hizo acampar a sus tropas en un paraje cercano a Guadalajara, conocido como Puente de Calderón. El 17 de enero, Hidalgo, acompañado de Allende, Rayón, Aldama y Jiménez, avanzaron hacia el Puente de Calderón para enfrentar a Calleja, en un hecho conocido como batalla de Puente de Calderón, en la que en un principio la situación fue favorable a los insurgentes, pero luego de la explosión de un carro de pólvora, propiedad de la tropa de José Antonio Torres, los realistas comenzaron a ganar ventaja al punto de hacer huir a los insurgentes en desbandada, quienes en la retirada perdieron dinero, pertrechos y efectivos. Este hecho también provocó la desbandada del ejército insurgente.
Hidalgo y Allende, los dos principales jefes de la insurrección armada, acrecentaron sus diferencias a raíz de la derrota en el Puente de Calderón. Incluso, Allende confesó haber estructurado un plan para envenenar[cita requerida] al «bribón del cura», como llamaba a Hidalgo. Tras acordarlo con Aldama, Abasolo y Rayón, se acordó despojar a Hidalgo del mando militar en la Hacienda de Pabellón, Aguascalientes, el 25 de febrero, cuando los insurgentes se disponían a huir a Estados Unidos, para comprar armamento y seguir la lucha. Justamente por aquellos días, Allende recibió comunicación de Ignacio Elizondo, antiguo realista ahora militante en las fuerzas revolucionarias, pero no era más que un espía del gobierno virreinal. Elizondo invitó a los caudillos de la insurrección a detenerse en su zona de influencia, conocida como las Norias de Acatita de Baján, situado en la frontera de Coahuila y Texas, entonces parte del virreinato novohispano.
El 21 de marzo, Hidalgo llegó a las norias, para descansar un poco y seguir el camino a la Alta California. Primero llegó el contingente de Abasolo y sus soldados, quienes fueron capturados por los efectivos españoles. Poco después, y sin percatarse de la captura de Abasolo, Allende, su hijo Indalecio, Aldama y Jiménez bajaron de un coche escoltado por algunos capitanes. Tras ofrecerles algo de comer, fueron aprehendidos, pero Allende opuso resistencia y Elizondo mató a su hijo. Finalmente apareció Hidalgo, a caballo y escoltado por pocos hombres, cuya captura fue más sencilla que las anteriores realizadas, Tras enlistar a todos los presos, Elizondo envió parte a la ciudad de México y en recompensa fue nombrado coronel. Los reos fueron trasladados a Mapimi, Durango y de ahí fueron enviados a Chihuahua, capital de la intendencia más cercana, donde se les seguiría juicio. Ignacio Elizondo fue premiado con el grado de Coronel del Ejército Realista, pero años más tarde sería ejecutado a cuchilladas, cuando dormía a un lado del lecho del río San Marcos, en la provincia de Tejas, por el teniente Miguel Serrano, quien reconoció al hombre que entregó a los caudillos de la Guerra de Independencia de México.[cita requerida]
Allende, Aldama y Jiménez fueron encontrados culpables del delito de alta traición, y se les condenó a muerte en mayo del mismo año. Abasolo aportó datos adicionales sobre la insurgencia que permitieron llevar a cabo redadas donde se obtuvo material para contrarrestar el movimiento. Su colaboración, sumada a los esfuerzos de su mujer, lograron conmutar su condena a la de prisión perpetua en Cádiz, España, donde murió en 1816 de tuberculosis pulmonar. Mientras, en Chihuahua, Allende, Aldama y Jiménez fueron pasados por las armas por la espalda en la plazula de la ciudad el 26 de junio, más tarde sus cuerpos fueron decapitados y sus cabezas enjauladas. Hidalgo fue enterado de esta noticia la misma noche de la ejecución. Días después, el obispo de Durango ordenó el proceso para degradar al ex párroco de Dolores de su condición sacerdotal, como se explica en el siguiente apartado; de esta forma, Hidalgo quedaría libre del fuero eclesiástico ante las autoridades civiles para poder llevar a cabo su ejecución.
Miguel Hidalgo tuvo dos juicios: uno eclesiástico, ante el Tribunal de la Inquisición, y posteriormente, un juicio militar, ante el Tribunal de Chihuahua, que lo condenó a muerte.
Respecto al Juicio Inquisitorial, se abrió en julio de 1800, por acusaciones del fray Joaquín Huesca, causa que fue archivada y reabierta en septiembre de 1810, cuando estalló el movimiento insurgente.
El 13 de octubre de 1810, el Tribunal de la Inquisición retomó las constancias del juicio inquisitorial y emplazó por edicto a Hidalgo para que pudiera defenderse ante las acusaciones que se le habían formulado. El edicto de emplazamiento tuvo como propósito informar a Hidalgo: primero, que el Inquisidor fiscal presentó ante el Tribunal de la Inquisición, un proceso que inició en 1800 y que había continuado hasta 1809. Segundo, que se probaron los delitos de herejía y apostasía y se le consideraba "sedicioso, cismático y hereje". Tercero, que conforme a doce proposiciones o acusaciones formales; se probó el delito de apostasía. La Inquisición alegó su participación en la dirección del movimiento armado, "predicar errores contra la fe", incitar a la sedición, apoyándose en la religión, en nombre y devoción de María de Guadalupe y Fernando Séptimo. El edicto citó a Hidalgo para que compareciera en el término de treinta días y, en caso de no comparecer, se le seguiría la causa por rebeldía y se le excomulgaría a él y a sus secuaces. Finalmente, para la Inquisición, Hidalgo fue excomulgado, a pesar de que impugnó el edicto.
Después de la aprehensión, se pusieron bajo el mando de Nemesio Salcedo, quien fue jefe de Chihuahua, el cual formó las causas contra los insurgentes, por lo que los envió a Chihuahua. La llegada de Hidalgo a Chihuahua fue el 25 de abril de 1811. Nemesio Salcedo comisionó una Junta militar compuesta por Juan José Ruiz de Bustamante para las sumarias y a Ángel Abella, administrador de correos para las causas e interrogatorio que comenzaron el 7 de mayo.
En la primera declaración, el Cura Hidalgo prometió decir verdad en lo que supiere y fuera preguntado, de acuerdo con la declaración original del Padre Hidalgo ante sus jueces; además alegaba que hasta esa fecha no sabía la causa de su prisión.
Hidalgo declaró haber sido capitán general de la causa Insurgente y que era el que tenía el mando político supremo del movimiento, hasta el momento en que se le obligó a entregar el mando a Allende, después de la derrota del Puente de Calderón.
De acuerdo con la Declaración del Padre Hidalgo ante los jueces, confesó: haber levantado al ejército; haber fabricado moneda en Zacatecas; haber construido cañones y armas, fabricado municiones, y depuesto autoridades, europeas o criollas, que no seguían su partido. El 8 de mayo de 1811, en su segunda declaración, Hidalgo fue cuestionado acerca de las causas para iniciar el movimiento insurgente y confesó: «tener una inclinación a la Independencia, que describió como precipitada por los acontecimientos de Querétaro». También, de forma sorprendente, Hidalgo se hace responsable de la causa independentista; pero sin hacer mención de su parte religiosa. Hidalgo, en todo momento, trató de escindir los elementos religiosos de sus convicciones y actos personales e incluso aceptó que no era posible conciliar sus actos con el Evangelio. En consecuencia, desde el inicio del movimiento, no predicó o ejerció su función eclesiástica. Su única asociación con la religión fue el estandarte de la Virgen de Guadalupe, lo que pudiera traducirse en una transgresión a la Iglesia, es decir, utilizar imágenes religiosas para incitar a la guerra. Hidalgo, también, confesó ordenar la ejecución de españoles para complacer al ejército que estaba principalmente compuesto por el pueblo. Con el propósito de poner en marcha el movimiento; pues él no tenía control ante el movimiento popular desbordante.
Finalmente, cuando se le preguntó acerca de las causas del movimiento para defender al reino ante la Invasión francesa; Hidalgo contestó que era razón fundada el derecho como ciudadano de defender su patria, cuando se encontraba en riesgo de perderse. Ángel Avella, dio por cerrado el interrogatorio, con 43 preguntas, sin perjuicio de continuarlo si fuere necesario, de acuerdo con su carta a Francisco Salcedo.
La intervención de la jurisdicción eclesiástica, no consultó a la Inquisición y se degradó a Hidalgo por el cuerpo eclesiástico, encabezado por el canónigo Fernández Valentín, quien fue comisionado para proceder por el obispo de Durango Francisco Javier de Olivares. La sentencia de degradación fue expedida en la mañana del 27 de julio de 1811 y con ello se despojó de su investidura sacerdotal a Miguel Hidalgo y se le entregó a la autoridad militar para que fuera ejecutado.
Hidalgo, fue juzgado por el Tribunal de Chihuahua, sin más que las acusaciones de las declaraciones el licenciado Rafael Bracho, como auditor, dictaminó y pronunció la sentencia del consejo de guerra que presentó al comandante Salcedo el 3 de julio de 1811 en el sentido de que Hidalgo era reo de alta traición y mandante de alevosos homicidios, debiendo morir por ello, previa la degradación eclesiástica.
Después de la degradación, Abella leyó a Hidalgo la sentencia de muerte del tribunal militar y pronunciada el 26 de julio de 1811 por el comandante Salcedo. La junta de guerra que juzgó a Hidalgo estuvo formada por el coronel Manuel Salcedo, los tenientes coroneles Pedro Nicolás Terrazas, José Joaquín Ugarte y Pedro Nolasco Carrasco, el capitán Simón Elías González y el teniente Pedro Armendáriz.
Antes de que llegase el momento de ser ejecutado, Hidalgo se confesó con el cura Juan José Baca y comulgó, por lo que quedó libre de toda excomunión.
Al amanecer del 30 de julio de 1811, cuando llegó la hora del fusilamiento (que tendría lugar en el patio del antiguo Colegio de los Jesuitas en Chihuahua, entonces habilitado como cuartel y cárcel y que en la actualidad es el Palacio de Gobierno de Chihuahua), pidió que no le vendaran los ojos ni le dispararan por la espalda (como era la usanza al fusilar a los traidores). Pidió que le dispararan a su mano derecha, que puso sobre el corazón del lado izquierdo.
Hubo necesidad de dos descargas de fusilería y dos tiros de gracia disparados a quemarropa contra su corazón para acabar con su vida, tras lo cual un comandante tarahumara, de apellido Salcedo, le cortó la cabeza de un solo tajo con un machete para recibir una premiación de veinte reales.
Posteriormente, su cuerpo fue enterrado en la capilla de San Antonio del templo de San Francisco de Asís, en la misma ciudad de Chihuahua, y su cabeza fue enviada a Guanajuato y colocada en la Alhóndiga de Granaditas, en cada esquina y dentro de una jaula de hierro, junto a las de Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, en donde permaneció por diez años.
En 1821 su cuerpo fue exhumado en Chihuahua y, junto con su cabeza, se le enterró en el Altar de los Reyes, de la catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Finalmente, desde 1925 reposa en el Ángel de la Independencia, en la capital.
Su nombre ha sido utilizado para nombrar múltiples topónimos dentro de México:
Se ha utilizado la efigie de Hidalgo en los siguientes billetes:
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