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Imperialista



El imperialismo (generalmente en forma de un imperio) —que se basa en ideas de superioridad[1]​ y aplicando prácticas de dominación— es el conjunto de prácticas que implican la extensión de la autoridad y el control de un Estado o pueblo sobre otro. También puede ser una doctrina política que justifica la dominación de un pueblo o Estado sobre otros; habitualmente mediante distintos tipos de colonización (de poblamiento, de explotación económica, de presencia militar estratégica) o por la subordinación cultural (aculturación). El sociólogo estadounidense Lewis Samuel Feuer identificó dos subtipos principales del imperialismo: el primero es el "imperialismo regresivo" identificado con la pura conquista, la explotación inequívoca, reducciones de los pueblos no deseados, y el asentamiento de los pueblos deseados en esos territorios. El segundo tipo identificado por Feuer es "imperialismo progresista" que se basa en una visión cosmopolita de la humanidad, que promueve la expansión de la civilización a las sociedades supuestamente atrasadas para elevar los estándares de vida y la cultura en los territorios conquistados, y la asignación de la gente conquistada a asimilarse a la sociedad imperial. Aunque los términos "imperialismo" y "colonialismo" están muy relacionados, no son sinónimos.

Los imperios han existido a lo largo de toda la historia, desde su mismo comienzo en la Edad Antigua, pero el uso del término "imperialismo" suele limitarse a la calificación de la expansión europea que se inicia con la era de los descubrimientos (siglo XV) y se prolonga durante toda la Edad Moderna y Edad Contemporánea hasta el proceso de descolonización tras la Segunda Guerra Mundial.

Más específicamente, la expresión Era del Imperialismo, utilizada por la historiografía, denomina al período que va de 1871 a 1914, en que se produjo una verdadera carrera para construir imperios coloniales, principalmente con el llamado reparto de África. A ese periodo se refieren dos de los textos más importantes que fijaron el concepto: Imperialism, a study, de Hobson, y El imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin.

La perspectiva marxista entiende el imperialismo no esencialmente como una forma de dominación política, sino como un mecanismo de división internacional del capital y el trabajo, por el que la propiedad del capital, la gestión, el trabajo de mayor cualificación y la mayor parte del consumo se concentran en los países "centrales"; mientras que en los países "periféricos", que aportan el trabajo de menor cualificación y los recursos naturales, sufren un intercambio desigual que conduce a la explotación y el empobrecimiento. En politología también se emplea la nomenclatura "norte-sur" para esta forma de relación.

Se puede entender como la doctrina que sostiene el dominio de unas naciones sobre otras. Existen imperialismos desde que han existido imperios desde la antigüedad, pero hay una tendencia actual a limitar como «imperialismo» al proceso de expansión económica que tuvo lugar en Europa a mediados del siglo XIX, sobre todo a partir de 1870, y este fue conocido como imperialismo librecambista. Durante este periodo, muchos países europeos, especialmente Gran Bretaña, se extendieron, primero de forma no oficial y más tarde anexaron territorios y formaron colonias en África, Asia y el Pacífico. Esta expansión fue consecuencia de la búsqueda fuera de Europa de mercados y materias primas para la revolución industrial y se dio hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1914 y permanecieron sus vestigios hasta la descolonización, en los años 1970.

A partir de finales del siglo XIX el imperialismo se caracterizó sobre todo por la dominación económica impuesta por las potencias sobre naciones inferiores a éstas, ya que la dominación política cada vez fue más puesta en duda. A comienzos del siglo XX y durante la segunda posguerra, en los países subdesarrollados surgieron movimientos nacionalistas que muchas veces acabaron con la colonización de otras potencias sobre ellos. En ese sentido se debe decir que en la actualidad la prepotencia de los países más poderosos se verifica más en el terreno económico que en el político, aunque un análisis exhaustivo de la evolución política del sur muestra la dependencia del norte también en lo político.

No obstante, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, se comienza a usar la denominación de «imperialismo» para referirse a dos nuevas potencias, más tarde enfrentadas en la Guerra Fría; son la Unión Soviética y Estados Unidos. En este sentido, una famosa cita del líder político inglés Winston Churchill, acerca de los vencedores en el conflicto armado, dice: «La historia la escriben los vencedores»; no obstante, surgirían diversas corrientes de opinión y movimientos sociales de distinto signo político o ideológico que mantendrían posiciones críticas o abiertamente contrarias a la visión predominante.

A finales del siglo pasado y comienzos de este (XXI) se imponen las posiciones norteamericanas; la preponderancia económica de los EE. UU., conlleva además un predominio cultural, encabezado por industrias del entretenimiento como la cinematográfica y la musical. Este dominio económico-cultural, unido a la publicidad y en el consumo, se ha valorado por algunos sectores ideológicos como un tipo de colonialismo cultural (ver Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, Las razones del imperialismo), mientras que en el campo político, se ha calificado como imperialista la política exterior de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón principalmente, y su intervencionismo en diversos conflictos.

Por otro lado, Aníbal Quijano, señala que el imperialismo, como sistema de dominación político, es sucesor al colonialismo y en este sentido sería una expresión de la colonialidad del poder/saber interiorizado:[2]

"El imperialismo es una asociación de intereses sociales entre los grupos dominantes (clases sociales y/o "etnias") de países desigualmente colocados en una articulación de poder, mas que una imposición desde el exterior."

La crisis de 1873 provocó el descenso de los precios, y con ello el proteccionismo, es decir, la protección de los productos propios de cada país prohibiendo la entrada de artículos extranjeros o gravándolos con impuestos. Esto dio lugar a la necesidad de encontrar nuevos mercados que no estuvieran controlados por dicho sistema. Por otra parte, potencias capitalistas europeas como Reino Unido, Países Bajos y Francia necesitan dar salida a su excedente de capital y lo hacen invirtiendo en países de otros continentes estableciendo préstamos, implantando ferrocarriles, instalando puertos, etc. Además estos países necesitan buscar materias primas para sus industrias, ya que empiezan a agotarse o a escasear en Europa. La Segunda Revolución Industrial, por otra parte, necesita de nuevas materias primas de las que Europa no dispone o escasean, como plata, petróleo, caucho, oro, cobre, etc. Las causas económicas, por tanto, fueron el fruto de la expansión del capital industrial, viéndose este obligado a buscar territorios nuevos donde pudiera invertirse el exceso de capitales acumulados; estos capitales encontraron una salida productiva en forma de créditos otorgados a la minoría de los indígenas.

En Europa, entre 1850 y 1914, se produjo un gran aumento demográfico, llegando a duplicarse su población, por lo que en algunos países empezaban a escasear los recursos. Gran parte de la población, unos 40 millones de europeos, no tenían otra salida que marcharse a las colonias de su respectivo país ya que no contaban con trabajo, ni con alimentos suficientes para abastecerse todos, por ello cambiaron su residencia en busca de riquezas y mejores condiciones de vida.

Adoptado por los imperialistas, sobre todo en Inglaterra, para excusar sus actuaciones. Tras conocer las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies por selección natural, sostenían que, al igual que las distintas especies o razas, las sociedades más avanzadas tenían derecho a imponerse y a seguir creciendo aunque fuera a costa de las más inferiores o atrasadas.

Existía un fuerte interés por descubrir y analizar nuevas especies de animales y plantas, conocer nuevos territorios y realizar investigaciones de todo tipo. Esto hace que muchos científicos deseen progresar, lanzándose a la aventura consiguiendo a cambio grandes avances en campos como la biología y la botánica.

Algunos políticos quieren hacer olvidar rápidamente sus derrotas consiguiendo nuevos territorios. La navegación también fue un factor importante ya que los barcos de vapor, ahora capaces de llegar mucho más lejos, necesitan disponer de puntos costeros por todo el mundo para poder reponer las existencias de carbón, por lo que cuando el establecimiento de estos pasó a manos del estado, en lugar de limitarse a dicho punto, este intentó controlar cada vez más territorio. Allí donde se tenga un predominio político se tendrá el predominio de los productos, un predominio económico.[3]

El periodo entre 1871 y 1914 fue de paz entre las principales potencias europeas, la denominada Bella Época (Belle Époque). La disponibilidad de un creciente potencial demográfico para el alistamiento se puede emplear en territorios extraeuropeos, siguiendo o precediendo a la expansión colonial económica de las empresas y a la emigración.

Las razones geoestratégicas eran resultado de la competencia por el dominio de rutas navales (escalas necesarias para el repostaje de los buques) y de espacios continentales clave, como la denominada área pivote del Asia Central o el imperio continuo en África (la continuidad territorial entre las bases navales en mares opuestos).

En general, la población sufrió un incremento al disminuir la mortalidad —por la introducción de la medicina moderna occidental— y mantenerse una alta natalidad. Ello se tradujo en un desequilibrio entre población y recursos, que aún hoy día persiste. No obstante, en algunas zonas la población autóctona sufrió una drástica reducción (especialmente durante la primera fase del imperialismo) como consecuencia de la introducción de enfermedades desconocidas, tales como viruela, gripe, etc. En otros lugares, la población indígena fue simplemente reemplazada por colonos extranjeros.

La explotación económica de los territorios adquiridos hizo necesario el establecimiento de unas mínimas condiciones para su desarrollo. Se crearon infraestructuras destinadas a dar salida a las materias primas y agrícolas que iban destinadas a la metrópolis. Las colonias se convirtieron en abastecedoras de lo necesario para el funcionamiento de las industrias metropolitanas, mientras éstas colocaban sus productos manufacturados en los dominios. La economía tradicional, basada en una agricultura autosuficiente y de policultivo, fue sustituida por otra de exportación, en régimen de monocultivo, que provocó, en gran medida, la desaparición de las formas ancestrales de producir y la extensión de cultivos.

Las consecuencias sociales se manifestaron en la instalación de una burguesía de comerciantes y funcionarios procedentes de la metrópolis que ocuparon los niveles altos y medios de la estructura colonial. En algunos casos, se asimilaron determinados grupos autóctonos dentro de la cúspide social. Se trataba de las antiguas élites dirigentes y de miembros de determinados cuerpos del ejército o la función pública colonial. En ambos casos su asimilación fue acompañada de una profunda occidentalización. Cuando, a raíz del proceso de descolonización, comienzan a surgir estados a partir de lo que fueron colonias, esos grupos sociales ocuparán una posición relevante en la administración y el gobierno de los nuevos países.

Los territorios dominados sufrieron un mayor o menor grado de dependencia respecto a la metrópolis, en función del tipo de organización administrativa que les fue impuesto. Sin embargo, esta dependencia no estuvo exenta de conflictos, que fueron el germen de un antiimperialismo protagonizado generalmente por las clases medias nativas occidentalizadas, que reclamaban la toma en consideración de las tradiciones autóctonas. Ello se canalizó a través de las premisas del juego democrático que las metrópolis defendían para sí mismas pero que negaban a sus colonias: libertad, igualdad, soberanía nacional, etc.

El imperialismo condujo a la pérdida de identidad y de valores tradicionales de las poblaciones originarias y a la implantación de las pautas de conducta, educación y mentalidad de los colonizadores. Asimismo, supuso la adopción de las lenguas de los dominadores (especialmente el inglés, el francés y el español). Ello arrastró a una fuerte aculturación. La religión cristiana (católica, anglicana, protestante, etc.) desplazó a los credos preexistentes en muchas zonas de África o bien se fusionó con esas creencias, conformando doctrinas de carácter sincrético.

La introducción de nuevas formas de explotación agrícola e inéditas especies vegetales y animales provocaron la modificación o destrucción de los ecosistemas naturales. Así, por ejemplo, el bisonte fue casi exterminado en las praderas americanas; el conejo se convirtió en una auténtica plaga tras su introducción en Australia, donde carecía de depredadores naturales; las grandes selvas tropicales fueron objeto de una deforestación causada por la sobreexplotación maderera y la introducción de los monocultivos de plantación; los ríos fueron contaminados con residuos procedentes de los sistemas de extracción de metales preciosos.

Las colonias proporcionan materias primas a precios bajos a las industrias y pueden servir como mercados para colocar productos industriales. También las inversiones en infraestructuras (puertos, ferrocarriles...) y el transporte se transforman en negocios que interesan a las compañías del estado.

Los estados tienden a expandirse por ambición de poder, prestigio, seguridad y ventajas diplomáticas respecto a otros estados para la economía mundial de hoy en día.

Los países se ven impulsados a expandir su influencia para a su vez expandir sus valores políticos, culturales y religiosos, a su vez los países son beneficiados con paz, seguridad y prosperidad.

Los países con estándares religiosos solían expandir su influencia por países cercanos a este para así propagar su religión. Es un sistema de la actividad humana compuesto por creencias y prácticas acerca de lo considerado como divino o sagrado, tanto personales como colectivas, de tipo existencial, moral y espiritual. Por eso se habla de «religiones» para hacer referencia a formas específicas de manifestación del fenómeno religioso, compartidas por los diferentes grupos humanos. Hay religiones que están organizadas de formas más o menos rígidas, mientras que otras carecen de estructura formal y están integradas en las tradiciones culturales de la sociedad o etnia en la que se practica.

En el caso de los países europeos, estos intentaron expandir el cristianismo a través de misioneros, escuelas religiosas, entre muchas otras.



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