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Itálicos



Los pueblos antiguos de Italia, llamados genéricamente itálicos,[1]​ son los diferentes pueblos, tribus y etnias que habitaron la prehistoria de la península itálica. Estos pueblos eran en su mayoría de origen indoeuropeo que arribaron a Italia en el siglo XIII a. C., en el contexto de la cultura de los campos de urnas, aunque también los había de origen no-indoeuropeo, habitantes nativos anteriores a las invasiones de estos.

La Italia antigua estuvo habitada por poblaciones diferenciadas tanto por su lengua y los usos y costumbres como por las estructuras socio-económicas y la expresión religiosa y artística. Esta fragmentación no sufrió ningún cambio hasta aproximadamente el siglo I a. C., cuando, después de la unificación política por parte de Roma, se inició el proceso de romanización que llevó a la unidad lingüística y cultural de la península.

El nombre Italia designaba, en los siglos IX-V a.C., según el historiador griego Antíoco de Siracusa, la parte meridional de la actual región italiana de Calabria -el antiguo Bruzio (actuales provincias de Regio y parte de las de Vibo Valentia y de Catanzaro), habitada por los ítalos. Dos escritores griegos algo más recientes, Helánico y Timeo, relacionan el mismo nombre con la palabra indígena vitulus (ternero), cuyo significado explicaron por el hecho de ser Italia un país rico en ganado bovino. En el siglo I a. C., el toro, símbolo de los pueblos sublevados contra Roma, es representado en la monedas emitidas por los insurrectos abatiendo a una loba, símbolo de Roma: la leyenda viteliú (de los ítalos) confirma que vinculaban el nombre de Italia con el ternero-toro. Por otra parte también es posible que los ítalos tomaran su nombre de un animal-totem, el ternero, que, en una primavera sagrada, los había guiado hasta los lugares en los que se asentaron definitivamente.

Con el tiempo, el nombre se extendió por toda la Italia meridional para abarcar después toda la península. En el siglo II a. C., el historiógrafo griego Polibio llama Italia al territorio comprendido entre el estrecho de Mesina y los Apeninos septentrionales, aunque su contemporáneo Catón el Viejo extiende el concepto territorial de Italia hasta el arco alpino. Sicilia, Cerdeña y Córcega no pasarán a formar parte de Italia hasta el siglo III d. C., como consecuencia de las reformas administrativas de Diocleciano, aunque sus estrechos lazos culturales con la península permiten considerarlas como parte integrante.

Italia estaba densamente habitada al menos desde el Neolítico. La difusión de las tecnologías metalúrgicas al parecer se dio por las migraciones de nuevas poblaciones, que pudieron organizarse patriarcalmente y habrían hablado lenguas indoeuropeas. Modernamente se distinguen cuatro oleadas de migraciones desde los Alpes septentrionales:[2][3]

Para los pueblos itálicos como tales, incluyendo en ellos todos los que aparecen en Italia a comienzos de la historia, representan el producto de las condiciones actuantes dentro del primer milenio a. C. en el territorio peninsular.[4]​ Identificación étnica y desarrollo histórico constituyen las dos facetas de un mismo fenómeno, para el que las raíces en el pasado forman un elemento más que, en verdad, en determinados momentos, puede desempeñar un papel importante, en parte por su propia entidad, en parte por el uso o abuso que se hace de ellas.[4]

De este modo, el pasado legendario pasa a representar un nuevo papel precisamente cuando la configuración reciente de los grupos étnicos se va haciendo más sólida.[4]​ Las oleadas indoeuropeas solo adoptan una personalidad étnica dentro de Italia y solo toman conciencia de ella dentro de Italia.[4]

En época histórica, algunos pueblos viven ya en asentamientos estables desde fechas más o menos remotas, mientras que otros siguen todavía en estado nómada. Son gentes que hablan lenguas distintas, en parte pertenecientes a la familia de las lenguas indoeuropeas, como los latino-faliscos, los osco-umbros o umbro-sabelios, los vénetos, los sículos, los griegos y los celtas. Mientras que los etruscos, retios, picenos septentrionales, sicanos, élimos y sardos pertenecen a grupos lingüísticos de distinto origen, no siempre identificable, pero seguramente no indoeuropeo.

Según la tradición antigua, los brucios y los lucanos, de estirpe sabélica, se habrían impuesto, a partir del siglo VI a. C., a las poblaciones autóctonas de la Calabria y la Lucania actuales, conocidas con el nombre de ítalos, morgetes, enotrios, conios y ausonios. También los sículos se habrían ido trasladando sucesivamente hacia la parte oriental de Sicilia empujando hacia occidente a los sicanos y a los élimos. Remontando la península a lo largo de la cadena de los Apeninos, se encuentran numerosos pueblos de estirpe sabélica: los alfaternos cerca de Nuceria, los campanos en las proximidades de Capua, los sidicinos de Téano, los frentanos al norte de Gargano y los samnitas -los sabelios por excelencia-, subdivididos a su vez en cuatro tribus: hirpinos, caudinos, pentros y carecinos, que habitaron la Campania oriental y el bajo Molise. Según las fuentes antiguas, los sabélios ocuparon el territorio de los ausonios y de los oscos. Mientras que el nombre de los ausonios desaparece, la denominación "oscos" se mantiene para designar, en épocas más recientes, a las población de estirpe sabélica, cuya lengua recibió el nombre de osca. Con estas estirpes se relacionaron los pueblos que hablaban dialectos de tipo osco, que vivían en los Abruzzos septentrionales y en el Lacio oriental y meridional, como los sabinos, los marsos, los pelignos, los marrucinos, los vestinos y los picentinos, a lo largo de la costa del mar Adriático. En el Lacio meridional y en los Abruzzos occidentales se establecieron los ecuos, los hérnicos y los volscos. Su tipo lingüístico parece aproximarse más al umbro, variante innovadora del osco, que al auténtico osco. Los umbros, por su parte, habitaron la parte de la actual Umbría a lo largo de la orilla izquierda del Tíber, desde donde alcanzaron la costa adriática hasta la altura de Rávena probablemente en el siglo VI a. C., procedentes del área osca.

En el cuadro étnico de la Italia meridional se encuentran también los pueblos de Apulia como los yápigos (los apulianos de los romanos). Polibio y el geógrafo griego Estrabón llaman yápigos a todas las gentes de Apulia, que, en realidad, se dividían en varios grupos: los daunios en el Gargano y más al sur los peucetios, los mesapios y los calabreses. Los mesapios llegan a Italia, en la noche de los tiempos, procedentes de la península balcánica, como lo atestigua la presencia de yápides en Dalmacia septentrional. Los latinos se establecieron, ya en época muy antigua, entre el curso bajo del Tíber y los montes Albanos. En seguida establecieron contacto con gente de idioma osco y en particular con los sabinos, que, introduciéndose poco a poco en su territorio, destruyeron la originaria unidad étnica. Un núcleo de población estrechamente emparentado con los latinos desde el punto de vista lingüístico fueron los faliscos, en el Lacio oriental, próximo a la Civita Castellana.

El territorio comprendido entre la orilla del Tíber y el Arno perteneció a los etruscos, los tirrenos de las fuentes griegas, que se distinguieron de los pueblos limítrofes por su lengua no indoeuropea y por sus formas culturales absolutamente originales.

Los ligures habitaron originariamente el territorio comprendido entre los Alpes Apuanos y el Ródano, pero con el tiempo sus asentamientos se restringieron a la Liguria y al Piamonte actuales. Estaban subdivididos en tribus, entre las cuales destacaban por su ferocidad guerrera los apuanos, los taurinos, los salasses y los leponcios. Elementos celtas procedentes de Europa central se infiltraron en época prehistórica en el territorio de los ligures, lo que podría justificar el hecho de que los autores antiguos consideraran unas veces celtas y otras ligures a los salesses.

Los leponcios históricos de la Lombardía septentrional y del contiguo Cantón Ticino eran gentes de origen celta. Es difícil señalar la frontera entre su territorio y el de los retios, pueblo montañés que ocupó Trentino-Alto Adigio actual, extendiéndose hasta áreas transalpinas. Al sur y al este de los retios se encuentra, finalmente, un grupo étnico ya definido en los siglos IX-VIII a. C., el pueblo de los vénetos, que habitó también parte de la Carniola y de la Carintia actuales.

Cerdeña y Córcega siempre gravitaron en torno a la península ibérica y el África septentrional, pero también mantuvieron contactos estrechos con Italia. Estaban habitadas por los sardos y por los corsos, que, según Diodoro, eran descendientes de antiguas poblaciones iberas.

Hacia mediados del II milenio a. C., grupos procedentes de la Grecia micénica llegaron hasta Sicilia y Apulia y, más tarde, hasta el golfo de Nápoles y Etruria. En el siglo X a. C., también los fenicios empezaron a frecuentar Sicilia y Cerdeña. Los primeros enclaves coloniales griegos, Ischia y Cumas en el golfo de Nápoles, Naxos y Siracusa en Sicilia, se remontan al siglo VIII a. C.

En el siglo VI a. C. comenzó la infiltración celta en Lombardía y en Emilia, aunque el asentamiento definitivo de los celtas no se produjo hasta mediados del siglo V a. C. Subdivididos en varias tribus, ocuparon Lombardía y Emilia llegando hasta las Marcas. Considerando el papel desempeñado por los pueblos itálicos en la historia de la península, sorprende el escaso interés mostrado por los escritores antiguos en compararlos.

Las lenguas testimoniadas de la antigua Italia pertenecen mayoritariamente a la familia indoeuropea, aunque también existen lenguas claramente no indoeuropeas como el estrusco. E incluso existen pueblos testimoniados, de los que carecemos evidencia suficiente para clasificar sus lenguas. La clasificación de las lenguas antiguas de Italia es importante para determinar el origen de los pueblos de la antigua Italia o como mínimo la procedencia de algunos de sus habitantes. Las lenguas testimoniadas se engloban en los siguientes grupos:

De otras lenguas como el ligur, conocido solo por topónimos, es difícil de clasificar, aunque se ha sugerido que podría ser celta. De otras lenguas como las lenguas prerromanas de Cerdeña, asociadas a los nuragos, no tenemos testimonios.



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