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Lamia



Lamia (en griego, Λάμια) es una criatura femenina de la mitología griega y el folclore de la Antigüedad clásica, caracterizada como asustaniños y seductora terrible. En este último aspecto, constituye un antecedente de la vampiresa moderna. Se la concibe como un personaje individual, pero también como el nombre genérico de un tipo de monstruos (las lamias). A menudo se la asocia con figuras similares de la cultura griega (Empusa), hebrea (Lilith) o hasta con la maya (Xtabay). En el folclore neohelénico, vasco, gallego, cántabro y búlgaro encontramos tradiciones sobre lamias, herederas de la tradición clásica.

En la mitología griega, Lamia era originalmente una mujer hermosa, posiblemente hija del rey Belo, que se convirtió en amante de Zeus. Cuando Hera, la esposa del dios, descubrió la infidelidad, asesinó a los hijos de Lamia como venganza (o según otra versión, la enloqueció y empujó a matar ella misma a sus hijos) y la convirtió en un monstruo.[1]​ Lamia fue condenada a no poder cerrar sus ojos, de modo que estuviera siempre obsesionada con la imagen de sus hijos muertos. Zeus le otorgó el don de poder extraerse los ojos para así descansar, y volver a ponérselos luego. Lamia sentía envidia de las otras madres y devoraba a sus hijos. Tenía el cuerpo de una serpiente y los pechos y la cabeza de una mujer. Aunque era femenina, el comediógrafo Aristófanes asegura que el demagogo Cleón tenía "los testículos de una lamia" (Avispas v. 1035, Paz v. 758), queriendo decir, probablemente, que no los tenía en absoluto (y que, en caso de tenerlos, estarían tan sucios como los de una lamia, siendo el monstruo famoso por el hedor que desprendía).

A pesar de la venganza de Hera, hay algunas tradiciones que sostienen que la primera sibila era hija de Zeus y Lamia.

Según el historiador griego Diodoro Sículo, que presenta una narración racionalizante, Lamia era una reina de Libia nacida en una cueva que ordenaba a sus soldados raptar niños por las noches y matarlos.

La etimología del nombre no se ha establecido con certeza. Probablemente se relaciona con el adjetivo lamyrós, "glotón", y el sustantivo laimós, "gaznate, gañote". Algunos creen que pertenece a la misma familia el latín lemur, que designa a unos espectros (los lémures) tipológicamente similares a las lamias.

En la Antigüedad, las madres griegas y romanas solían amenazar a sus hijos traviesos con este personaje. El poeta romántico inglés John Keats dedicó al personaje un poema narrativo largo, que da nombre al libro Lamia y otros poemas. Se inspiró en «La novia de Corinto», una historia que aparece en la Anatomía de la melancolía (1621) de Robert Burton, quien a su vez la tomó de la Vida de Apolonio de Tiana (4.25) de Filóstrato (160-249). Según cuenta Filóstrato, Menipo, un joven aprendiz de filósofo, se dejó seducir por una misteriosa mujer extranjera que lo abordó cuando caminaba por las afueras de Corinto. La mujer insistió en que se casaran, y a la boda acudió el sabio Apolonio, quien tras observar detenidamente a Menipo declaró: «Tú, al que las mujeres persiguen, abrazas a una serpiente, y ella a ti». La novia, en efecto, era una lamia o Empusa, y aunque al principio negaba su condición, acabó confesando que había seducido a Menipo para devorarle y beber su sangre, pues la de los mozos como él es pura y rebosa vigor.

Según opinión bastante extendida, la Lamia mitológica sirvió de modelo para las lamias (lamiae en latín), pequeños monstruos africanos, humanos de la cintura para arriba, que atraían a los viajeros con su agradable siseo y enseñando sus senos, para después matarlos y devorar sus cuerpos. La noticia más antigua de estos seres se encuentra en el discurso quinto del orador Dión Crisóstomo, quien se refiere a ellos como "fieras líbicas", no lamias.

Posteriormente, las lamias aparecieron a menudo en los bestiarios como ejemplo de monstruo despiadado y salvaje.

En la catedral de Pésaro (Italia) se conserva un mosaico del siglo VI en el que dos lamias aparecen representadas como pájaros con cabeza humana.[2]

En las leyendas de Iparralde (País Vasco Francés), las o los lamias —puesto que su sexo no está claramente definido— no son, como en Hegoalde (Navarra, Álava, Vizcaya, Guipúzcoa), hermosas doncellas de largos y sedosos cabellos rubios que peinan con un peine de oro cerca de las fuentes y tienen los pies de pato. Las lamias de Iparralde son más bien gnomos o geniecillos de pequeño tamaño a los que hay que temer, aunque no son especialmente malévolos. Les llaman lamiñak o lamiñakuak.[3]

En la mitología vasca, las lamias (lamiak o laminak) son genios mitológicos a menudo descritos con pies de pato, cola de pescado o garras de algún tipo de ave.[4]​ Casi siempre femeninos, de una extraordinaria belleza, moran en los ríos y las fuentes, donde acostumbran a peinar sus largas cabelleras con codiciados peines de oro.[5]​ Suelen ser amables y la única manera de enfurecerlas es robarles sus peines.[6]​ Se cuenta también que han ayudado a los hombres en la construcción de dólmenes, cromlech y puentes.[7]

A veces se enamoran de los mortales, pero no pueden casarse con ellos, pues no pueden pisar tierra consagrada.[8]​ En ocasiones tienen hijos con ellos. En otras leyendas son mitad humanos y mitad peces. Otras dicen que no son más que la diosa Mari.[9]

Cuenta una leyenda que una vez una mujer le robó el peine de oro a una lamia, y ésta, enfurecida, trató de maldecirla, pero no lo logró, puesto que sonó la campana de la iglesia y eso la salvó.

En numerosas localidades españolas, especialmente del sureste de la Península, el mito de las lamias se adapta en la Leyenda de la Encantada, mientras en el norte se encuentra en las anjanas o xanas.

En los cuentos e historias populares búlgaras, la lamia es una misteriosa criatura con varias cabezas, que puede hacer crecer una y otra vez si se le cortan (como la Hidra de Lerna). Se alimenta de la sangre de la gente o, más frecuentemente, matando mujeres jóvenes para realzar su belleza y así poder seducir hombres. Este monstruo atormenta a menudo los pueblos y puede ser encontrado en cuevas o en el subsuelo. En algunas historias tiene alas, en otras su respiración es de fuego. La lamia no tiene sexo, pero se suele considerar del femenino.



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